Hacia la unión con Dios

Oración para obtener la confianza

Posted by pablofranciscomaurino en 2 octubre, 2014

Señor, me da vergüenza admitir que me falta confiar más en ti; no he logrado abandonarme completamente en ti, a pesar de las evidentísimas muestras de tu amor por mí.

Sé que me creaste por amor, y por amor te redujiste al estado de criatura, para compartir mi vida mortal y redimirme, dándolo todo en tu dolorosísima Pasión y agonizar y morir en un abandono total, tanto de los hombres como de tu mismo Padre… Pero quizás no he meditado suficientemente esa prueba de amor…

Sé que constantemente velas por lo único que importa: mi salvación y mi santificación, propiciando en mi vida las circunstancias favorables para que enderece el camino cuando me desvío y para que persevere cuando lo estoy siguiendo acertadamente. Pero a veces no entiendo esos planes tuyos: sólo percibo lo que en mi ignorancia me atrevo a deducir: que me has abandonado. No me doy cuenta de que todo —absolutamente todo— lo planeas para mi bien, para mi verdadero bien; pues de ti solamente puede salir el bien, ya que eres el Amor en esencia y me amas infinitamente. No descubro que hasta en las situaciones que parecen más adversas está tu mano providente, tratando de ayudarme a que encuentre la verdadera felicidad. Soy tan torpe espiritualmente, que uso mis propios criterios para evaluar lo que pasa; y mis criterios son humanos, no divinos; son racionales, no espirituales; tienen una mirada temporal, no eterna. ¡Qué arrogancia la mía!: le creo más a mis juicios que a los tuyos, ¡que eres la sabiduría encarnada!…

¿Cuándo creeré de verdad que me amas? ¿Cuándo tendré la suficiente humildad para no cuestionar tus sapientísimos y amorosísimos planes? ¿Cuándo dejaré atrás los miedos y las preocupaciones, para abandonarme en tu amor infinito? ¿Cuándo?…

La confianza es —lo sé también— inversamente proporcional a la soberbia: cuanta más soberbia tengo, tanto más disminuye mi confianza en ti; esto significa que me falta mucha humildad. Dicho de otra manera: si, para solucionar los problemas, confío en mí (en mis capacidades, en mis talentos, en mi inteligencia…), no podré confiar en ti. Hace falta, pues, que disminuya la confianza que me tengo y así podré confiar más en ti. Además, debo recordar que es tonto —por decir lo menos— confiar en una criatura como yo, en vez de confiar en Dios: Él es todopoderoso y yo, impotente; Él es omnisciente, yo ignorante; Él todo lo tiene y yo soy un indigente.

Pero también en esto me siento incapaz: ¿Cómo conseguiré esa humildad de saber que sin ti nada tengo, nada sé y nada puedo? ¿Cuándo me daré cuenta de que sin ti nada soy?, ¿de qué Tú eres y, en cambio, yo tengo el ser prestado, porque Tú me lo has dado? ¿Cómo recordaré siempre que Tú eres el TODO y yo la nada, una nada pecadora?

Pues, ya que ni siquiera esto puedo, te lo pido, Señor: dame Tú la humildad más profunda y una confianza absoluta en el gigantesco amor que me tienes. Sé que me puedes escuchar más cuando soy humilde; por eso vengo a ti, abatido por la conciencia de mi nada…; o, mejor: de que soy peor que la nada, porque la nada no peca y yo sí, a pedirte lo que no puedo: que me hagas el ser más humilde de toda la tierra y el hijo que más confía en tu amorosa providencia.

Te lo pido por la intercesión de tu santísima Madre, la Virgen María —mi Madre también—, que fue la más humilde de todas las criaturas y la que más confió en tus amorosos designios, aun cuando notaba que las cosas no salían bien, según los criterios mundanos: la pobreza que tuvo que soportar, el tener que ver nacer a su Hijo santísimo en un establo, el huir a otro país con su esposo y su Hijo recién nacido, el perderlo durante 3 días y luego escuchar su sorprendente respuesta, el saber cómo lo odiaban y, finalmente, el verlo —humillado, despreciado, destrozado y abandonado por todos— morir con la muerte destinada a esclavos… Ella me escuchará y abogará por mí. Y sé que Tú nunca dejas de atender sus peticiones…

Además, como Ella es la Reina de todos los ángeles y de todos los santos, sé que les pedirá a todos ellos —sus súbditos— que la acompañen en esa petición. Escúchalos, por favor, Señor.

Si lo que más te gusta que se luzca es tu misericordia, sé que escucharás mi súplica y me darás lo que te pido, pues soy la criatura más miserable (la más necesitada de tu infinita misericordia), y no querrás desaprovechar esta oportunidad para mostrar tu bondad y llenarte de gloria.

Asimismo, sé que lo que te pido es lo que Tú más quieres: que sea santo, y bien sabemos que no hay santidad sin humildad; por eso, sé que no dejarás de dármela.

Finalmente, te lo pido, como nos lo dijiste en el Evangelio y como lo hizo san Pedro con aquel paralítico, en tu Nombre:

«Jesús Nazareno, que en tu Nombre yo, el más pequeñito de tus hijos, eche a andar por los caminos de la humildad, de la confianza y del amor.»

Amén.

 

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