Poemas a la Virgen dolorosa*
Posted by pablofranciscomaurino en abril 19, 2014
Por la desaparición de su Hijo
¡Dónde estará!, ¡dónde estará!, pensabas,
María, tú, la Madre estremecida;
dónde estará su corazón, su vida
y de momento no lo adivinabas.
¡Dónde estará!, ¡dónde estará!, llorabas
y era una intensa lágrima escondida
tu corazón sin tiempo y sin medida,
sólo buscándolo te consolabas.
No puedo imaginar lo que sentiste
cuando al fin te miraste en su mirada,
sus ojos resplandor de resplandores.
No acabo de saber lo que supiste,
tú, la Madre pendiente y angustiada,
Jesús entre palabras y doctores.
Anónimo
.
Al encontrarse con Jesús camino del Calvario
¡Ay qué amargura de piedra
por las calles encharcadas!
Nadie lo ayuda un poquito,
todos lo empujan.
¡Que se desangra!
Ya se ha quedado sin hombros;
partido lleva el aliento,
las rodillas desgarradas.
Nadie lo ayuda un poquito.
Todos lo empujan.
¡Que se desangra!
Tan sólo las tres Marías,
llorando por las murallas.
Rafael Alberti
.
En esta cuarta estación
hirió a la Madre y el Hijo
el cuchillo que predijo
el anciano Simeón.
A Jesús, ver a María
de tantos dolores llena,
le causó una mayor pena
que la cruz que lo oprimía.
Mira qué angustia tan grande
los atormenta a los dos.
Que esto te obligue a llorarlos
y responder con amor.
Anónimo
.
¡Oh, las madres que visteis morir entre los brazos
a un solo único hijo, llevándose a pedazos
el corazón! Recordad el dolor
de aquella última noche del pulso, del termómetro,
del hielo, del sudor; de la sábana limpia y del mullir la almohada.
Y ese bajar, escalón a escalón, la escalera empinada
del «ya no habla…», «ya no mira»,
«ya no se siente el pulso…», «ya apenas sí respira».
La estación cuarta es una madre, acongojada y fiel,
en un sendero: aceptando la pena que venía por él…
No dice una palabra: que las palabras todas han huido
como en día de truenos los pájaros del nido.
José María Pemán
.
Todo se torna adverso, Señor, todo;
nada te dan por tus milagros, nada;
alborotada chusma, alborotada
lodo de insultos te devuelven, lodo.
Ya, sin fuerzas, pareces un beodo;
mirada amiga busca tu mirada;
lacerada tu alma, lacerada,
das, por fin, con tu madre, en un recodo.
Os miráis en silencio… Y, en la hiel
de vuestra mutua pena, pone miel
el encuentro fugaz de aquel instante.
Vuelve tus ojos… Mírame por dentro.
Si yerro, al caminar, sal a mi encuentro.
Tu mirada es mi grito de ¡Adelante!
José María Jiménez Marqués
.
Flaquea de Jesús la reciedumbre,
suda sangre en el huerto, y Dios envía
un ángel que lo aliente en su agonía
hasta llegar del Gólgota a la cumbre.
Mas luego de su cruz la reciedumbre
postrólo en tierra y ni seguir podía;
ya un ángel no bastaba, y fue María
a erguirlo de sus ojos con la lumbre.
Clávanse ambos un mirar profundo;
el de ella dice: «El mundo aguarda, Hijo,
tu sacrificio en bienes tan fecundo».
Y recobró vigor el moribundo.
La besó con sus ojos, y le dijo:
«¡Sí, Madre, llegaré!: ¡Salvaré al mundo!».
Eijo Garay
.
María junto a la Cruz
Estaba la Dolorosa
junto al leño de la Cruz.
¡Qué alta palabra de luz!
¡Qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección del callar doliente!
Tronaba el cielo rugiente.
La tierra se estremecía.
Bramaba el agua… María
estaba, sencillamente.
José María Pemán
.
Con el hijo muerto, sobre las rodillas
He aquí, helados cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
¡Qué soledad sin colores!
¡Oh Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba María!
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
Gerardo Diego
.
Se aumenta aquí la agonía
al bajarte de la cruz.
No eres ahora tú, Jesús,
ahora es tu madre, María,
la que muere de dolor
al recibirte en sus brazos tan llagado,
totalmente desangrado
y tus ojos apagados,
siendo del mundo la luz.
Yo fui quien le dio esa muerte,
Virgen madre,
a tu hijo, mi Señor;
no busques otro culpable,
pues, por desgracia, fui yo.
Yo 1o he puesto en esta suerte,
pero estoy muy arrepentido.
Déjame llorar su muerte
y sufrir también contigo.
Anónimo
.
María, en sus rodillas, ya tiene derrotado
todo el poder y toda la grandeza.
La pasión se ha acabado. La compasión empieza.
Para sufrir hasta morir, Jesús estuvo
ante los hombres todos, en la cruz, descubierto.
Pero María tiene ahora escondida,
para ella sola, la soledad de su hijo muerto.
En su falda y su manto, cubierto el cuerpo puro,
dueña y señora del futuro,
ella empieza a ser todo: evangelio, sepultura,
mirra, sudario, ungüento. La primera y más pura
Iglesia: todo, todo.
Ella el ejemplo, la ocasión, el modo;
y la corredención y la pureza;
el canal de la gracia y la belleza…
Ella el altar y el sacerdote; el vino y el cenáculo.
Se ha acabado la cruz. Comenzó el tabernáculo.
Las nubes que se encienden en la cumbre atardecida del Calvario
son ya luces cristianas ante el primer sagrario.
José María Pemán
.
Fue entonces cuando supo tu balanza
el peso de tus hijos. Los tenías
a todos en tus brazos. Es verdad,
«no hubo dolor igual a tu dolor».
Y estaban todos muertos
en tu regazo, Madre,
que en Él también dormías nuestra muerte.
Rafael Alfaro Alfaro
.
Saetas
Dos cosas hay en el mundo
que no se pueden contar:
las lágrimas de la Virgen
y las arenas del mar.
A Jesús las golondrinas
las espinas le arrancaban:
¿quién te arrancará a ti, Madre,
las que llevas en el alma?
Dos cositas que te pido,
siquiera por tus dolores:
que llores por mí a Jesús,
y que yo mis culpas llore.
Juan F. Muñoz Pabón
.
María baja del Calvario
Palidecidas las rosas
de tus labios angustiados;
mustios los lirios morados
de tus mejillas llorosas;
recordando las gozosas
horas idas en Belén,
sin consuelo ya y sin bien
que tus soledades llene…
¡Miradla por dónde viene,
hijas de Jerusalén!
José María Pemán
.
Con profunda devoción
llevan ya muerto a Jesús;
pero en esta procesión
faltas tú.
Únete a ellos y verás
que Jesús no quedará
sepultado para siempre.
Como él lo había anunciado,
pronto resucitará.
Anónimo
.
A las lágrimas de la Virgen Dolorosa
Llenad del amplio mar toda su hondura,
con el llanto del hombre escarnecido,
oíd del huracán fuerte silbido,
eco del desamor en noche oscura.
Y hallaréis reunida la amargura,
ante tanto Calvario repetido,
tanto Cristo del rostro entristecido
marcado por la guerra y la tortura.
Lágrimas de la Virgen Dolorosa,
en cada Vía Crucis de la vida,
en cada Viernes Santo prolongado.
Venero celestial, mirra olorosa,
llore contigo el alma arrepentida,
sembrando amor a un mundo atormentado.
Paquita Sánchez Remiro
.
Al dolor silencioso de María
Por tu dolor sin testigos,
por tu llanto sin piedades,
maestra de soledades,
enséñame a estar contigo.
Que al quedarte tú conmigo
partido ya de tu vera
el hijo que en la madera
de la santa cruz dejaste,
yo sé que en ti lo encontraste
de una segunda manera.
Yo en mi alma, madre, lavada
de las bajas suciedades,
a fuerza de soledades
le estoy haciendo morada.
Quiero yo que el alma mía
tenga de sí vaciada, su soledad preparada
para la gran compañía.
Con nueva paz y alegría
quiero, por amor, tener
la vida muerta al placer
y muerta al mundo, de suerte
que cuando venga la muerte
le quede poco que hacer.
Pero en tanto que él asoma,
Señora, por las cañadas,
-¡por tus tocas enlutadas
y tus ojos de paloma!-
recibe mi angustia y toma
en tus manos mi ansiedad.
Y séame por piedad,
Señora del mayor duelo,
tu soledad sin consuelo,
consuelo en mi soledad.
José María Pemán
.
Dame la mano, María
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
«No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna».
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel!
¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel,
desde el marco del dintel,
te saludó: «Ave, María»?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.
A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa,
a ti ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.
Gerardo Diego
.
Virgen de la Soledad
Virgen de la Soledad:
rendido de gozos vanos,
en las rosas de tus manos
se ha muerto mi voluntad.
Cruzadas con humildad
en tu pecho sin aliento,
la mañana del portento,
tus manos fueron, Señora,
la primera cruz redentora:
la cruz del sometimiento.
Como tú te sometiste,
someterme yo quería:
para ir haciendo mi vía
con sol claro o noche triste.
Ejemplo santo nos diste
cuando, en la tarde deicida,
tu soledad dolorida
por los senderos mostrabas:
tocas de luto llevabas,
ojos de paloma herida.
La fruta de nuestro Bien
fue de tu llanto regada:
refugio fueron y almohada
tus rodillas, de su sien.
Otra vez, como en Belén,
tu falda cuna le hacía,
y sobre Él tu amor volvía
a las angustias primeras…
Señora: si tú quisieras
contigo lo lloraría.
José María Pemán
.
Otros poemas
Al pie de la Cruz, María
llora con Magdalena
y aquel a quien en la Cena
sobre todos prefería.
Ya palmo a palmo se enfría
el dócil torso entreabierto.
Ya pende el cadáver yerto
como de la rama el fruto.
Cúbrete, cielo, de luto
porque ya la vida ha muerto.
Profundo misterio. El Hijo
del Hombre, el que era la Luz
y la Vida, muere en Cruz,
en una cruz crucifijo.
Ya desde ahora te elijo
mi modelo en el estrecho
tránsito. Baja a mi lecho
el día que yo me muera,
y que mis manos de cera
te estrechen sobre mi pecho.
Gerardo Diego
.
He aquí helados, cristalinos
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
¡Oh, Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba, María!
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que moldeé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
Gerardo Diego
.
Bajo el árbol santo
la Virgen suspira,
viendo muerto el fruto,
el fruto de vida;
que el fruto es Jesús
Ella bien sabía.
Sus siete palabras
a su alma contristan:
-Yo tenía un hijo,
mejor no lo había;
lo han preso y atado
y ahora en cruz expira.
Rosal de los cielos
que en mí florecías,
¿dónde están tus flores,
que sólo hay espinas?
Decid, peregrinos,
que vais por la vida,
¿qué pena habéis visto
igual que la mía?
Jacinto Verdaguer
.
¡SOLEDAD!
¡Dulce Estrella matutina!
¡Virgen de la soledad!
Yo también puse una espina
sobre la frente divina
del Sol de la humanidad.
¡ Sola está mi Madre,
la Virgen María!…
Sola está llorando
a lágrima viva…
Al Hijo que amaba
con fiebre divina,
le dio muerte horrenda
la humana perfidia.
Está sola… sola,
sin más compañía
que las hondas penas
que la martirizan.
Bajó del Calvario
triste y dolorida
dejando allí muerto
al que era su vida…
Ya no hay en mi casa,
ya no hay alegría,
el silencio solo
y el dolor la habitan.
— o —
¡Madre mía, Madre mía!
Llorando yo soledades,
que eran como una agonía,
dije que nadie sufría
tan horrendas ansiedades.
Y hoy, que al ver tu duelo santo
vislumbré, anegado en llanto,
un punto de su grandeza,
me han causado igual espanto
tu dolor y mi flaqueza.
¡Dolorida, gran Señora!
tu soledad, ¡ay! ha sido
la segunda Redentora
de este corazón herido
que tu soledad adora.
(Ambas poesías del libro: Cristo paciente,
de Fray Antonino de Madrianos)
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