Para saber si lo que está sucediendo en la oración o en la Comunión o en algún otro acto espiritual es de Dios o no (alguna dulzura extraordinaria, sentimientos espirituales, visiones o locuciones internas y/o externas, imaginaciones vivas con representaciones fantásticas, palpitaciones del corazón o respiración agitada o cosas parecidas), conviene saber cuáles son los efectos de lo que es verdadero y de lo que es falso:
Las cosas de Dios, sus dones, causan un gran conocimiento de la infinita majestad de Dios y un gran conocimiento de la propia nada, llevando a la persona hasta rebajarse, en una humildad profunda, considerándose muy poca cosa; es decir: un bajo sentimiento de sí mismo y un gran concepto de respeto a la majestad de Dios. Además, a veces causan gran deseo de amar más a Dios y al prójimo, gran desprendimiento de todo, un gran amor a la cruz y al sufrimiento, deseos grandes de ser despreciado por amor al Señor, gran facilidad para obedecer en todo lo que no es pecado, paz grande y duradera, alta inteligencia celestial y una gran inclinación a la santa oración.
Las obras del diablo, en cambio, parece que al principio traen alguna paz de devoción, pero es una paz no duradera; engendran decididamente una secreta presunción y estima, en la que la persona cree ser algo; traen turbación de espíritu, sublevación de las pasiones, dureza de cabeza y apego al propio parecer, del que nace no tener en estima al prójimo y gran afición al propio juicio.
Las experiencias que nacen de nosotros mismos no son ni de Dios ni del diablo. Producen sentimientos y gusto de lo que se cree que es espiritual, pero no producen ningún fruto: la persona siente, pero no cambia. Va a una peregrinación, asiste a un retiro espiritual, escucha una homilía o una charla, lee un escrito…, y se emociona vivamente o se conmueve, pero no hay un cambio efectivo en su vida.
Y eso mismo le ocurre a quien sí vivió una experiencia espiritual auténtica, pero no correspondió a la gracia o no estaba bien dispuesto previamente, antes de llegar a esa peregrinación, a ese retiro espiritual, a escuchar la homilía o la charla, a leer el escrito…
Disponerse consiste en estar en gracia de Dios, haber recibido los Sacramentos y haber hecho mucha oración mental preparadora, es decir, un encuentro auténtico con el Señor en el que se le pide confiada e insistentemente que produzca el fruto que Él desea.
(Adaptado de san Pablo de la Cruz, Epistolario 315. (262, I)
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