Hacia la unión con Dios

Archive for septiembre 2008

Jaculatoria para mantenerse en presencia de Dios

Posted by pablofranciscomaurino en 28 septiembre, 2008

Amor infinito,

sé que estás aquí,

que me estás mirando,

que me estás amando…

Como nada tengo,

todo lo espero de ti;

y esto que estoy haciendo

lo hago por amor a ti…

 

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¿Cómo se deben llamar: laicos o seglares?

Posted by pablofranciscomaurino en 28 septiembre, 2008

Son muchas las dudas que existen, incluso en la legislación, en cuanto se refiere a la estructura de la Iglesia.

Hay dos maneras de dividir al Pueblo de Dios: según la constitución jerárquica de la Iglesia y según la condición de vida de sus miembros.

Según la constitución jerárquica de la Iglesia, los fieles se dividen en ministros sagrados o clérigos, por un lado y, por otro, los laicos.

Por voluntad de Cristo —y por consiguiente no por decisión o delegación de los hombres— existe en la Iglesia unos grados o categorías, llamados jerarquía, dotada de poder y misión recibidos de Cristo para: enseñar la doctrina, guardar la fe, gobernar la vida de la Iglesia, administrar los sacramentos y renovar el sacrificio de Cristo en la Cruz mediante la celebración de la Santa Misa. Es una participación del sacerdocio de Cristo; por eso se diferencia no sólo por el grado sino por su esencia.

El sacerdocio jerárquico es un poder sacramen­tal sobre el Cuerpo de Cristo, del que se origina el poder sobre la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo; es el poder de santificar, gobernar y enseñar a los fieles.

El sacerdo­cio jerárquico es participación de un poder de Dios, y sólo por un acto de Dios puede ser otorgarlo, a través del Sacramento del Orden, la ordenación.

Este Sacramento tiene tres grados: episcopado (obispos), presbiterado (presbíteros) y diaconado (diáconos). De estos tres grados, los dos primeros son sacerdotes, pero no el tercero, que constituye el grado inferior de la jerarquía y que sólo se destina a servicios relacionados con los otros dos grados.

Por contraste con los clérigos, el resto de los fieles han recibido, ya en los primeros siglos, el nombre de laicos.

En este sentido, el término laico significa el no clérigo. Laico no implica otra cosa que la ausencia de ordenación sagrada. Al no tener ningún elemento positivo de especificación, el laico en este sentido no forma ningún tipo específico de fiel, sino que equivale al que es fiel, sin otra circunstancia específica.

Ahora veamos la división según la condición de vida:

En los dos grupos descritos —clérigos y laicos— hay fieles que se obligan a cumplir de los consejos evangéli­cos de obediencia, pobreza y castidad, a través de una ceremonia que se llama la profesión. Y lo hacen mediante votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y aprobados por la Iglesia, con los que se consagran a Dios según una ma­nera particular, contribuyendo así a la misión salvadora de la Iglesia.

Este estado no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia; pertenece a la vida y santidad de la mis­ma.

Aparece así la tripartición, según los tipos de fieles:

1) Los clérigos seculares, aquellos sacerdotes que se dedican a los asuntos de la Iglesia.

2) La vida consagrada, aquellos que hacen la profesión los consejos evangéli­cos, y que se caracterizan por la separación del mundo. Para evitar confusiones, en esta clasificación se prefiere usar el término: vida consagrada, en vez del anterior, menos amplio: religiosos.

3) Los seglares, que tienen como nota distintiva de su condición de vida la dedicación a los asuntos del siglo (seglar viene de siglo), es decir, a los asuntos temporales, terrenales.

También para evitar la confusión que se puede presentar al utilizar la palabra laico que, como se dijo más arriba es aquel fiel que no es clérigo, en esta tripartición se utiliza el término: seglar: aquel fiel que no es consagrado ni sacerdote secular.

En resumen, la bipartición —clérigos y laicos— tiene por criterio el sacramento del Orden y su fundamento es la constitución jerárquica; por su parte, la tripartición —clérigos seculares, vida consagrada y seglares— tiene por criterio la condición de vida y por fundamento la diversa posición jurídica del fiel respecto de la Iglesia y del mundo.

 

Si desea entender mejor estas divisiones de los fieles de la Iglesia, puede leer:

https://pablofranciscomaurino.wordpress.com/2008/09/28/como-esta-estructurado-el-pueblo-de-dios/

  

 

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Organización de la Santa Sede*

Posted by pablofranciscomaurino en 28 septiembre, 2008

Por ACI Prensa

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§  Familia

§  Justicia y Paz

§  Laicos

§  Pastoral para los Migrantes e Itinerantes

§  Promoción de la Unidad de los Cristianos

§  Textos Legislativos

§  Oficinas

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§  Oficina Central de Estadística de la Iglesia

§  Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice

§  Oficina de Prensa de la Santa Sede

§  Prefectura de la Casa Pontificia

§  Pontificias Comisiones

§  Pontificia Comisión de Arqueología Sacra

§  Pontificia Comisión Bíblica

§  Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia

§  Pontificia Comisión «Ecclesia Dei»

  

 

 

§  Comisiones y Comités

§  Comisión Teológica Internacional

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§  Oficina de Trabajo de la Sede Apostólica

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Recursos relacionados:

§  Sitio Oficial de la Santa Sede

§  Enciclopedia Católica: La Santa Sede

§  La Iglesia

§  Benedicto XVI

§  Juan Pablo II

§  Colegio Cardenalicio

§  Cónclave

§  Lista de Papas

   

  

 

  

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Cómo está estructurado el Pueblo de Dios

Posted by pablofranciscomaurino en 28 septiembre, 2008

Son muchas las dudas que existen en cuanto se refiere a la estructura de la Iglesia fundada por Jesucristo, incluso en la legislación, especialmente en lo que se refiere a los términos que se deben usar.

Varios de los documentos del Concilio Vaticano II, el Código de Derecho Canónico, la exhortación apostólica: La vida consagrada y otros documentos de la Iglesia, aportan material e información para lograr hacer un esquema completo, claro y conciso a la vez.

 

Con base en esos documentos, se descubre que hay dos maneras de dividir al Pueblo de Dios: según la constitución jerárquica de la Iglesia y según la condición de vida de sus miembros, así:

 

A. Según la constitución jerárquica de la Iglesia

 

            1. Los ministros sagrados o clérigos

 

            2. Los laicos

 

 

B. Según la situación del fiel según su condición de vida

 

            1. Clérigos seculares

 

            2. Vida consagrada

 

                        a. Institutos

 

1) Institutos religiosos

 

2. Institutos seculares

 

                        b. Vida eremítica o anacorética

 

                        c. El Orden de las vírgenes

 

                        d. Viudas

 

                        e. Nuevas formas de vida consagrada

 

            3. Seglares

 

                        a. Sociedades de vida apostólica

 

                        b. Asociaciones de fieles

 

                        c. Movimientos apostólicos

 

 

He aquí la descripción:

 

A. Según la constitución jerárquica de la Iglesia

 

Debido al principio de igualdad, todos los que pertenecen al Pueblo de Dios reciben un mismo nombre, el de fieles, y todos gozan igualmente de una condición común. El Sacramento que constituye a un hombre en fiel es el Bautismo. Por eso, todos los bautizados forman la Iglesia.

 

Según la voluntad de Cristo, su fundador, no hay más que una Iglesia y solo existe una condición de fiel: se es discípulo de Cristo y miembro de la Iglesia cuando se está unido al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, por tres vínculos de común unión: fe, sacramentos y unión con el Papa y los obispos.

 

Pero también, porque así lo quiso Dios, por el Sacramento del Orden, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sa­grados, que se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos.

 

 

1. Los ministros sagrados o clérigos

 

Por voluntad de Cristo —y por consiguiente no por decisión o delegación de los hombres— existe en la Iglesia unos grados o categorías, llamados jerarquía, dotada de poder y misión recibidos de Cristo para:

 

·        enseñar la doctrina,

·        guardar la fe,

·        gobernar la vida de la Iglesia,

·        administrar los sacramentos y

·        renovar el sacrificio de Cristo en la Cruz mediante la celebración de la Santa Misa.

 

Pero la jerarquía es una participación del sacerdocio de Cristo; por eso se diferencia no sólo por el grado sino por su esencia.

 

El sacerdocio jerárquico es un poder sacramen­tal sobre el Cuerpo de Cristo, del que se origina el poder sobre la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo; es el poder de santificar, gobernar y enseñar a los fieles.

 

El sacerdo­cio jerárquico es participación de un poder de Dios, y sólo por un acto de Dios puede ser otorgarlo, a través del Sacramento del Orden, la ordenación.

 

Este Sacramento tiene tres grados: episcopado (obispos), presbiterado (presbíteros) y diaconado (diáconos). De estos tres grados, los dos primeros son sacerdotes, pero no el tercero, que constituye el grado inferior de la jerarquía y que sólo se destina a servicios relacionados con los otros dos grados.

 

Los obispos son los sucesores de los apóstoles que, unidos entre sí, forman lo que se llama el Colegio apostólico. Este Colegio apostólico no tiene autoridad sino cuando está unido al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como Cabeza de ese mismo Colegio apostólico.

Los obispos reciben del Señor la misión de enseñar a todas las gentes, de predicar el Evangelio a toda criatura; son los administradores de la gracia del supremo sacerdocio y gobiernan con el poder y las facultades de Cristo y como sus enviados las iglesias particulares que se les han encomendado: a cada obispo se le encomienda una diócesis, una prelatura o un vicariato apostólico, que suelen ser zonas territoriales o geográficas, dentro de las cuales están todos los fieles a los que gobierna.

 

Los presbíteros son los sacerdotes colaboradores de su obispo, como ayuda e instrumento suyo, y lo representan en la diócesis a la que están incardinados, es decir, a la que pertenecen oficialmente.

 

Por su parte, los diáconos sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad, en la diócesis a la que pertenecen.

 

Prelaturas personales

 

Las prelaturas personales no son una zona territorial o geográfica, como las diócesis, sino un pueblo específico: por eso se habla de prelatura personal, a diferencia de las otras, que son territoriales. Así ocurre, por ejemplo, con los miembros del ejército y sus familias: son guiados por los presbíteros que los atienden y el obispo castrense que los gobierna como su prelado. En algunos casos, también están integradas por aquellos que se incorporan a sus fines y lo hacen mediante contratos o convenciones, en los que se determinan los derechos y deberes mutuos, de acuerdo con los estatu­tos de la prelatura.

 

Ejemplo de prelatura personal es el Opus Dei, cuyos miembros, esparcidos por todo el mundo, están bajo la autoridad de su obispo–prelado y tienen sus presbíteros, que los asisten espiritualmente. Dicha ayuda espiritual se extiende a quienes participan de los medios de formación que imparte la prelatura a toda clase de personas

 

Por sus poderes y funciones, los obispos, presbíteros y diáconos no se pueden reunir en una sola categoría, pero sí con relación con el sacramento del Orden que reciben y que:

 

o   produce en ellos una consagración personal, que los hace personas sagradas para ser destinados al culto divino, y —en los que son sacerdotes— su condición es la de personas que obran en Persona de Cristo cuando ejercen su sacerdocio;

o   los destina a los asuntos eclesiásticos, de modo que deben apartarse, al menos en gran parte, de los asuntos seculares (o temporales);

o   causa en ellos un estilo de vida.

 

Este es un tipo de fieles que reciben el nombre de ministros sagrados o clérigos y su conjunto se llama clero o clerecía.

 

Respecto a la condición del fiel no hay ninguna distinción entre varón y mujer: la mujer tiene todos los derechos de los fieles al igual que el varón. La ordenación sagrada no es un derecho de los fieles, pues responde a una específica voluntad de Cristo y exige, a la vez, llamada divina y de la jerarquía; por eso, que solo los varones sean sujetos para la válida ordenación no constituye ninguna discriminación de derechos respecto de las mujeres. La capacidad para ordenarse no pertenece al plano de igualdad, sino a la variedad y distinción de funciones y, por lo tanto, la diferencia entre varón y mujer no atenta contra la igualdad. El sacerdocio ministerial actúa en la Persona de Cristo, y Cristo realizó el sacrificio de la Cruz como Nuevo Adán, esto es, no solo como hombre, sino también como varón y como Esposo. Por eso, la actuación en la Persona de Cristo requiere ser varón; la mujer no puede actuar en la Persona de Cristo.

 

 

2. Los laicos

 

Por contraste con los clérigos, el resto de los fieles han recibido, ya en los primeros siglos, el nombre de laicos.

 

En este sentido, el término laico significa el no clérigo, con todos los derechos, capacidades y deberes del fiel. Laico no implica otra cosa que la ausencia de ordenación sagrada. Al no tener ningún elemento positivo de especificación, el laico en este sentido no forma ningún tipo específico de fiel, sino que equivale al que es fiel, sin otra circunstancia específica.

 

Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el servicio estable (se llaman ministros instituidos) de lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito. También se deja abierta la puerta a que otros servicios laicales sean solicitados por las conferencias episcopales.

 

Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en la ceremonia litúrgica; así mismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de comentador, cantor y otras, según las normas.

 

Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores, ni acólitos, suplirlos en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la Palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho.

 

Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio especial de la Iglesia tienen el deber de adquirir la formación conveniente que se requiere para desempeñar bien su función, y para ejercerla con conciencia, generosidad y diligencia.

 

 

 

B. Según la situación del fiel según su condición de vida

 

En los dos grupos descritos —clérigos y laicos— hay fieles que se obligan a cumplir de los consejos evangéli­cos de obediencia, pobreza y castidad, a través de una ceremonia que se llama la profesión. Y lo hacen mediante votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y aprobados por la Iglesia, con los que se consagran a Dios según una ma­nera particular, contribuyendo así a la misión salvadora de la Iglesia.

 

Este estado no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia; pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la mis­ma.

 

Aparece así la tripartición, según los tipos de fieles:

 

1.      Los clérigos seculares, aquellos sacerdotes que se dedican a los asuntos de la Iglesia.

 

2.      La vida consagrada, aquellos que hacen la profesión los consejos evangéli­cos, y que se caracterizan por la separación del mundo.

 

Para evitar confusiones, en esta clasificación se prefiere usar el término: vida consagrada, en vez del anterior, menos amplio: religiosos.

 

3.      Los seglares, que tienen como nota distintiva de su condición de vida la dedicación a los asuntos del siglo (seglar viene de siglo), es decir, a los asuntos temporales, terrenales.

 

También para evitar la confusión que se puede presentar al utilizar la palabra laico que, como se dijo más arriba es aquel fiel que no es clérigo, en esta tripartición se utiliza el término: seglar: aquel fiel que no es consagrado ni sacerdote secular.

 

En resumen, mientras la bipartición —clérigos y laicos— tiene por criterio la recepción del sacramento del Orden y su fundamento es la constitución jerárquica, la tripartición —clérigos seculares, vida consagrada y seglares— tiene por criterio la condición de vida y por fundamento la diversa posición jurídica del fiel respecto de la Iglesia y del mundo.

 

Aquí cabe muy bien recordar la oración con la que el sacerdote unge a los que son bautizados: “Yo te unjo para que seas como Jesucristo: sacerdote, profeta y rey”. De esta incorporación a Jesucristo por el Bautismo surgen todas las vocaciones: el sacerdocio ministerial (Cristo sacerdote), la vida consagrada (Cristo profeta) y la vida seglar (Cristo rey).

 

 

1. Clérigos seculares

 

De los clérigos se habló ya lo suficiente, más arriba, cuando se explicó que son aquellos que recibieron el Sacramento del Orden sagrado, los ministros sagrados.

 

La palabra secular significa aquí que estos ministros ordenados no profesan los consejos evangélicos y, por lo tanto, pertenecen a una diócesis (son sacerdotes diocesanos), a una prelatura o a un vicariato apostólico.

 

 

2. Vida consagrada

 

El estado de los consagrados no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia; ni es un estado intermedio entre la condición clerical y la condición laical.

 

La vida consagrada por la profesión pública y sagrada de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo se dedican totalmente a Dios como su amor supremo. Entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, buscan conseguir la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, anuncian la gloria que nos espera en el Cielo. Esto es lo que identifica la vida consagrada y la distingue de cualquier otra forma de vida consagrada producida por la simple recepción del Bautismo o la del Orden sagrado.

 

 

a. Institutos

 

Son dos los institutos de vida consagrada: los institutos religiosos y los institutos seculares, y tienen las siguientes características:

 

v Los miembros de los institutos de vida consagrada adquieren en la Iglesia una forma estable de vivir que se llama estado.

v Es una nueva consagración, añadida a la consagración bautismal: están entregados a Dios por un título nuevo y propio.

v La nueva consagración es un valioso testimonio público que anuncia la gloria del Cielo.

v Todo ello se realiza a través de estos tres factores esenciales:

¨      la profesión formal en presencia de la Iglesia de los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia,

¨      la asunción de esta obligación mediante votos, u otros sagrados vínculos asimilados teológicamente a los votos como pueden ser juramentos, promesas, etc. y

¨      la observancia de las Reglas propias de cada instituto.

 

Se llama instituto clerical aquel que se halla bajo la dirección de clérigos, que ejercitan del Orden sagrado y está reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia.

 

Se denomina instituto laical aquel que no incluye el ejercicio del Orden sagrado. Hoy, sin embargo, para expresar adecuadamente la vocación de sus miembros, se prefiere usar el término de instituto religioso de hermanos.

 

 

1) Institutos religiosos

 

La vida religiosa, como consagración total de la persona, manifiesta el desposorio admirable establecido por Dios en la Iglesia, signo de la vida futura. De este modo el religioso consuma la plena donación de sí mismo como sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se hace culto continuo a Dios en la caridad.

 

Un instituto religioso es una sociedad en la que los miembros emiten votos públicos perpetuos o temporales (que han de renovarse, sin embargo, al vencer el plazo), y viven vida fraterna en común. El voto es una promesa deliberada y libre, hecha a Dios, de un bien posible y mejor, que debe ser cumplido en virtud de la religión.

 

El testimonio público que han de dar los religiosos a Cristo y a la Iglesia lleva consigo un apartamiento del mundo.

 

Los rasgos específicos de un instituto religioso son los siguientes:

 

§  La profesión de los consejos evangélicos mediante votos públicos perpetuos (o que lo vayan a ser). En un instituto religioso no caben otros sagrados vínculos que los originados por los votos, a diferencia de los institutos seculares.

§  La vida común, no entendida sólo como incorporación a una sociedad como miembro, sino en cuanto significa vida en comunidad dentro de la misma casa y bajo una común disciplina.

§  La separación del mundo según la índole y finalidad de cada instituto. Esto se fundamenta en el hecho de que el estado religio­so, en cuanto que deja a sus miembros más libres de los cuidados terrenos, ma­nifiesta también mejor a todos los creyentes los bienes celestiales ya presentes en esta vida, al tiempo que da un testimonio de la vida nueva y eterna conse­guida por la Redención de Cristo, y anuncia la resurrección futura y la glo­ria del Reino celestial.

 

Nadie piense que los religiosos por su consagración, se hacen extraños a los hombres o inúti­les dentro de la ciudad terrena. Porque, aunque en algunos casos no estén di­rectamente cerca de sus contemporáneos, los tienen, sin embargo, presentes de un modo más profundo en las entrañas de Cristo y cooperan con ellos espiritualmente para que la edificación de la Ciudad terrena se fundamente siempre en Dios y a Él se dirija, no sea que hayan trabajado en vano los que la edifican.

 

Los institutos puramente contemplativos son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, el esfuerzo (la ascesis) personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios.

 

En los institutos de vida activa y contemplativa, las diversas familias se dedican, además de la contemplación, a la actividad apostólica y misionera o a obras de caridad.

 

 

2. Institutos seculares

 

Son institutos de vida consagrada: se consagran, tienden a la perfección de la caridad, pero sus fieles viven en el mundo, y se dedican a procurar la santificación del mundo haciendo apostolado en el mundo; esa es la razón de su existencia..

 

Son institutos de vida consagrada por la profesión verdadera y completa de los consejos evangélicos reconocida como tal por la Iglesia, pero si los institutos religiosos profesan los consejos evangélicos necesariamente mediante votos públicos, los institutos seculares —también de modo público— los asumen mediante otros vínculos sagrados, como juramentos, promesas, etc., según lo que establezcan las constituciones en cada caso.

 

Otra diferencia con los institutos religiosos consiste en que sus miembros han de vivir en las circunstancias ordinarias del mundo, ya solos, ya con su propia familia, ya en grupos de vida fraterna, de acuerdo con las constituciones, es decir: no tienen la vida fraterna en común.

 

La tercera diferencia es que no se les exige separación del mundo, sino inserción en el mismo. Secular no es sinónimo de laico; aquí la secularidad es la condición de clérigos o laicos que abrazan esta forma de vida permaneciendo en el siglo, por contraposición a los religiosos, a quienes se les exige una separación del mismo.

 

Los institutos seculares suelen estar formados por miembros laicos (no sacerdotes), pero hay también institutos seculares clericales, que dan una valiosa aportación. En ellos, sacerdotes diocesanos se consagran a Cristo según un carisma específico, para ser fermento de comunión y generosidad apostólica entre los hermanos del instituto.

 

Está establecido que los miembros se incorporan en forma definitiva al instituto mediante vínculos temporales que, en cuanto tales, deben ser siempre renovados periódicamente. Y se incorporan en forma perpetua, cuando asumen los vínculos sagrados perpetuos y, por tanto, no renovables.

 

 

b. Vida eremítica o anacorética

 

Además de los institutos de vida consagrada, la Iglesia reconoce a los ermitaños o anacoretas quienes, con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo.

 

Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de la vida consagrada si profesa públicamente los tres consejos evangélicos, corroborados mediante votos u otro vínculo sagrado, en manos del obispo diocesano, y sigue su forma propia de vida bajo su dirección.

 

Los anacoretas nunca han sido considerados como instituto; se trata de la vida eremítica pura (hay algunas órdenes, por ejemplo camaldulenses, que dentro de sus constituciones tienen la posibilidad de vivir la vida eremítica, pero no son anacoretas).

 

 

c. El Orden de las vírgenes

 

Asemejadas a las forma de vida consagrada eremítica están las vírgenes quienes, formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, son consagradas a Dios por el obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran los desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia.

 

Esta forma de vida es para algunas mujeres fieles (y únicamente para mujeres). Sólo practican un consejo, aunque queda plenificado por ser sólo uno y solemnizado litúrgicamente. Aunque en el canon están dentro de la vida consagrada, por ser sólo un consejo evangélico, la mayor parte de los comentaristas dicen que no es vida consagrada, sino que se le asemeja.

 

El ritual y las normas de la Santa Sede establecen los requisitos que se han de cumplir: no ser viudas, no haber vivido pública o manifiestamente en estado o condición contraria a la castidad; edad, prudencia y costumbres —según quienes las conocen— que garanticen la perseverancia en su propósito.

 

Pueden asociarse, pero su asociación no da lugar a un instituto de vida consagrada; si se asocian se rigen por lo establecido para las asociaciones de fieles (que se describen más abajo).

 

 

d. Viudas

 

Hoy vuelve a practicarse también la consagración de las viudas, que se remonta a los tiempos apostólicos, así como la de los viudos. Estas personas, mediante el voto de castidad perpetua como signo del Reino de Dios, consagran su condición para dedicarse a la oración y al servicio de la Iglesia.

 

 

e. Nuevas formas de vida consagrada

 

Se deja abierta la puerta a nuevas formas de vida religiosa o consagrada, cuya aprobación se reserva la Sede Apostólica, encomendando entre tanto a los obispos el discernimiento sobre las mismas.

 

 

3. Seglares

 

Finalmente, ya no como vida consagrada, están lo seglares, que se pueden asociar, si así lo desean.

 

 

a. Sociedades de vida apostólica

 

Sociedades de vida común sin votos era su nombre anterior.

 

Sus miembros no profesan votos, aunque algunas sociedades pueden abrazar los consejos evangélicos mediante otros vínculos que determinen las constituciones; en estos casos, la profesión sería privada. Buscan el fin apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones.

 

No son institutos de vida consagrada, porque les falta por definición el elemento fundamental de la consagración: la profesión pública de los tres consejos evangélicos.

 

Se asemejan, no obstante, a los institutos de vida consagrada y más específicamente a los institutos religiosos, por los fines que persiguen y, simultáneamente, por la vida en común a la que se comprometen sus socios. La vida en común es el elemento esencial de estas sociedades.

 

Esta asimilación —no identificación— implica, como principal consecuencia que buena parte de las normas por la que se rigen sea según los institutos de vida consagrada o los institutos religiosos.

 

 

b. Asociaciones de fieles

 

Existen en la Iglesia asociaciones en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, como iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación del orden temporal con espíritu cristiano.

 

Se llaman clericales las que están bajo la dirección de clérigos, hacen suyo el ejercicio del Orden sagrado y son reconocidas como tales por la autoridad competente.

 

Se llaman órdenes terceras, miembros asociados o con otro nombre adecuado, las que, viviendo en el mundo y participando del espíritu de un instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección de ese instituto.

 

Las asociaciones públicas de fieles son las que han sido erigidas por la autoridad eclesiástica competente, y llevan consigo la posibilidad de actuar en nombre de la Iglesia, dentro del ámbito de los fines que se proponen alcanzar.

 

Las asociaciones privadas en ningún momento pueden actuar en nombre de la Iglesia; son fruto de la iniciativa privada de los fieles, aunque pueden adquirir personalidad jurídica por decreto de la autoridad si bien, aunque no deseen obtener esa personalidad jurídica, deben someter sus estatutos a la revisión de la autoridad eclesiástica.

 

 

c. Movimientos apostólicos

 

Como un apartado más, además de hablar de las asociaciones de fieles, habría que hablar hoy, también, de los movimientos apostólicos. Jurídicamente es posible que estén englobados dentro de las asociaciones de fieles, pero en el ámbito eclesial y magisterial se habla de estos movimientos como una realidad con autonomía propia.

 

 

 

 

 

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Ciclo A, XXV domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 28 septiembre, 2008

¿Pensamos como Dios?

 

Nuestros caminos son diferentes de los caminos de Dios. ¿Por qué? Porque nosotros vivimos en el tiempo, mientras que Él vive en la eternidad. Él sabe lo que ocurre y lo que ocurrirá; como nos dice en la primera lectura, Él está por encima del tiempo, por encima del espacio y por encima de nuestros proyectos.

Quienes entienden esto e intentan adecuar su existencia a esta realidad son capaces de comprender las palabras de san Pablo: por una parte siento gran deseo de irme para estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor; pero, pensando en ustedes, conviene que yo me quede aquí, ya que podré seguirles enseñando el camino a la felicidad verdadera.

Y, consecuentemente, los que se dan cuenta de que esta vida es pasajera, de que luego vendrá otra infinita, advertirán que las disposiciones de Dios son más sabias, aunque a primera vista el hombre crea lo contrario, pues Él ve desde la perspectiva eterna; además, nos ama infinitamente más de lo que podríamos llegar a imaginar.

Por esto, Jesús dice en el Evangelio que los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos. Estas palabras significan mucho más de lo que se deduce inicialmente:

Para el prototipo del hombre de hoy, por ejemplo, los “triunfadores” son los que poseen dinero y cosas materiales, los que experimentan más placeres, los que logran acceder al poder o a la fama…

Pero para el Señor lo que vale es vivir en gracia de Dios: amarlo a Él y al prójimo y, cada vez que pecamos gravemente, confesarnos; ser humildes y sencillos, sin engreírnos por nada; vivir las virtudes que nos distinguen como cristianos, es decir, la Fe, la Esperanza y el Amor; practicar las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; hacer oración, saber ofrecer y agradecer a Dios la vida: dichas y desdichas, trabajo y descanso, etc.

Lo que Jesús quiere es que hagamos, con y por amor, lo que debemos hacer para llevarnos al Cielo, y allá, derramar sobre nosotros todo su amor, eternamente.

 

 

 

 

 

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VOX PATRIS*

Posted by pablofranciscomaurino en 25 septiembre, 2008

 VOX PATRIS

 
 
 
 
 

 MAXIMAS ESPIRITUALES

 DE SAN PABLO DE LA CRUZ


 
 
 
 

 Versión original: P. Tito de san Pablo de la Cruz

 Traducción del Italiano: padre Abelardo Quintero P., C.P.
 

  

Al meditar en la profunda riqueza que encierra la espiritualidad de san Pablo de la Cruz, he visto la necesidad de darle a este tratado una forma más simplificada y sencilla, para hacerlo más asequible a todas las personas. 

 

He dejado los mismos títulos y suprimido las frases e ideas repetidas, como también las citas entre paréntesis, para dar mayor fluidez a la lectura y permitir que el lector se sumerja más en la asimilación del mensaje. 

 

En esta forma, pretendo llevar la fuerza inspiradora de las palabras de san Pablo de la Cruz a todas las personas deseosas de seguir a Jesús, aceptando incondicionalmente su invitación: «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Lc 9, 23).

 

Olga

 

PRÓLOGO

 

El padre Tito de san Pablo no pudo escoger mejor marco para las Máximas de san Pablo de la Cruz, que esta cita de san Lucas, en la cual Jesús nos invita a seguirlo más de cerca con tres condiciones específicas y concretas que siempre están retando nuestra naturaleza inclinada al facilismo y la comodidad. Dicha invitación nace del inmenso amor de Dios cuyo único fin es llevarnos a la unión total con Él. 

 

Según la relación de ideas y oraciones, san Pablo de la Cruz nos anima a seguir esta llamada con igual exigencia, partiendo del conocimiento de nuestra propia nada y del único todo que es Dios, “El Sumo Bien”, ya que esta es la base de toda virtud y es la verdadera ciencia que permite ver a la luz de la fe la voluntad de dios en toda circunstancia próspera o adversa de nuestra vida. 

 

El amor es la fuerza que mueve al espíritu a realizar esta total comunión con la Voluntad Divina, a ejemplo de Jesús, anonadado y abandonado por amor a la voluntad del Padre. 

 

Si alguna idea es repetible con mayor vehemencia, es la del total abandono a la divina Voluntad. Como san Pablo de la Cruz lo experimentó y lo expresó, sólo en esta actitud abandonada y segura, como la del niño en los brazos de su madre podemos encontrar el sentido redentor del sufrimiento en nuestra vida. 

 

Identificados plenamente con Jesús paciente, nos sumergimos en la virtud misma que se hace vida en todo aquel que permanece en pura fe y santo amor en la cruz de sus tribulaciones; despojado de todo, confiando solamente en la inmensa misericordia de Dios. 

 

Seguir a Jesús es jugarse la vida con El, para llegar al Padre revestidos de la pasión y de las virtudes que nacen de ella: humildad, mansedumbre, paciencia, obediencia, etc. San Pablo de la Cruz nos muestra el camino de la cruz – desafío a despojarnos como Jesús, del apego a la propia vida, a nuestra honra y fama y hasta de los consuelos de Dios.

 

Esta doctrina es un llamado a los hombres de todos los tiempos que buscan en su lucha diaria, una respuesta de alivio a la pasión del hombre. Nos descubre precisamente que no es el escape, ni el consuelo, ni siquiera la comprensión del dolor lo que salva al hombre, sino el estar crucificado en la cruz don Cristo. 

 

Por tanto, debemos asumir el sufrimiento como lo asumió El, por amor a los hombres.

 

 

I. ESCUCHAR LA DIVINA LLAMADA

“Si alguno quiere venir en pos de mi…” (Lc 9,23) 

 Jesucristo, venido al mundo para ser camino, verdad y vida de todos los hombres, a todos da su gracia, a todos llama a venir a sí, a todos hace sentir su invitación amorosa: “Si alguno quiere venir en pos de mi…” 

 Esta llamada del Señor, variada y multiforme como la gracia actual de la cual son las expresiones, obra directa e indirectamente sobre nuestras facultades espirituales, la inteligencia y la voluntad, iluminando la primera y corroborando la segunda, para hacerla producir buenos deseos y actitudes sobrenaturales dignas de la vida eterna. 

 Pero Dios que es rico en misericordia y que libremente distribuye sus dones, suele hacer oír a algunas almas “una llamada de predilección”, invitándolas, con la vocación religiosa a seguir más de cerca de Cristo, con la práctica de los consejos evangélicos. 

 Pero todas las divinas llamadas, tanto las comunes como las especiales, tienen como fin el ejercicio de las santas virtudes, y la consecución de la santidad y perfección, “teniéndonos el Señor desde la eternidad elegidos en Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por la caridad.” (Ef. 1,4). 

 Trataremos, por tanto, en esta primera parte:

1.  De los buenos deseos, luces e inspiraciones del Señor.

2.  De la vocación religiosa.

3.  Del ejercicio de las virtudes.

4.  De la perfección.

 “Bienaventuradas las almas que escuchan la llamada del señor y de su boca reciben palabras de satisfacción ¡Bienaventurados los oídos que, cerrados a los rumores del ambiente, acogen los rumores del divino susurro! ¡Bienaventurados los ojos que desdeñando las cosas de la tierra, se aficionan a aquellas del cielo! ¡Bienaventurados aquellos que ardiendo del deseo de atender únicamente al Señor sacuden de sí todo estorbo! Ellos encontrarán la paz, la santificación y la verdadera beatitud. “(Imitación de Cristo).

1. BUENOS DESEOS LUCES E INSPIRACIONES DEL SEÑOR 

 Fuera de la vida natural, que se manifiesta al exterior con las operaciones propias de los sentidos, y al interior con las operaciones del espíritu, tales como el pensar, el razonar, el querer, hay en nosotros una vida sobrenatural constituida por la gracia santificante, por la cual venimos a ser partícipes de la divina naturaleza (2 Pe1,4), los hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo. (Rm 8,16 – 17).  

 También esta vida superior tiene sus operaciones, las cuales derivan principalmente de la gracia actual, o sea, de todas aquellas ayudas que Dios, «el cual quiere a todos salvarnos» (I Tim.2, 4), no cesa en ningún momento de compartirnos, iluminando nuestra inteligencia, y corroborando nuestra voluntad, contra los estímulos y las tendencias del mal. 

 Y Dios, en efecto, dice el apóstol que con su gracia «obra en nosotros el querer y el obrar con buena voluntad» (Fil.2, 13); y por eso -comenta San Agustín-“Sine Deo operante ut velimus, vel cooperante cum volumus, ad bona pietatis opera nihil valemus”. 

 Esencial importancia para la vida del espíritu y para la santidad tiene por esto las iluminaciones, las inspiraciones y los buenos deseos, que la gracia suscita en nosotros, «Si los santos, dice Santa Teresa, no hubiesen jamás concebido buenos deseos y no los hubieren poco a poco puesto en práctica, no hubiesen llegado tan alto en la vía de la perfección.» (S. Teresa, Autobiografía, c.13) 

 San Bernardo identifica el deseo de la perfección con la perfección misma; y en los santos libros leemos: «La deseé y me fue dada la prudencia, lo invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría». (Sb, 7,7). 

 De estos buenos deseos, iluminaciones y aspiraciones habla San Pablo de la Cruz en sus cartas, declarando la naturaleza de éstos y dándonos normas y consejos útiles para nuestra necesaria cooperación. 

SU NATURALEZA. ¿Qué cosa son?

Los buenos deseos, luces e inspiraciones del Señor son:

§  Parte del amor divino.

§  Centellas o chispas de la fragua del santo amor.

§  Dones del esposo celestial.

 

o  Frutos que traen estos dones

– Los dones de Dios traen el bajo sentimiento de sí -mismo.

– Las iluminaciones vienen acompañadas de profundísima humildad, amor de Dios y contrición de los pecados.

– El amor igual al prójimo, la verdadera paciencia y resignación en todo, el recogimiento del corazón y la rectitud de intención, son iluminaciones verdaderas sin peligro de daño.

– El máximo de los deseos es el de amar a Dios
según el propio estado.

·     Cuáles se deben tener por sospechosos

– No todos los movimientos del corazón y las iluminaciones de la mente nacen de la gracia, pues con mucha frecuencia se interpone el diablo y la naturaleza.

– Son sospechosos los que no dejan humildad, ni
conocimiento de sí mismo, ni mayor deseo de
complacer al Señor. 

– También son sospechosas las luces del intelecto que inflaman la voluntad y después inflan.

– Las luces que no producen humildad profunda, son ilusiones.

·     No fiarse de las propias luces

– Es máxima de los santos no fiarse de las propias luces, porque muchas nacen de la propia inclinación de la naturaleza, y muchas más del demonio.

– Muchas veces se creen luces de lo alto aquellas que son sólo efecto de nuestro espíritu.

– Confiad vuestro interior al confesor y no le escondáis nada si no queréis ser engañados por el demonio.

NORMAS Y CONSEJOS PARA NUESTRA COOPERACIÓN 

·     Como disponernos

– Ejercitaos en la verdadera humildad de corazón y en la santa oración en tal forma que os dispusierais a recibir los más preciosos dones del cielo. 

·     Como recibir estos dones

Recibid:

– Las visitas misericordiosas del Señor con verdadera humildad de corazón.

– Las lluvias del cielo como un jardín árido, abandonados sin reserva en las manos de Dios.

– Las luces y las impresiones divinas con profundísima obediencia a los atractivos del Espíritu Santo. 

– Las voces suavísimas del esposo celestial con docilidad. 

 Debéis ser agradecidísimos al Señor por las iluminaciones que El por su infinita misericordia os comparte. 

·     Cuáles se deben seguir

– Los deseos de perfección son óptimos, pero se deben seguir sólo los que miran a nuestro estado.

– Dios nos hace desear cosas grandes para su servicio y después no quiere su ejecución para probar nuestra fidelidad y para que aprendamos a resignarnos a su santa Voluntad; pero da por su misericordia el premio como si se hubiera realizado. 

·     Cuándo y cómo

– Los santos deseos se deben poner en un rincón del corazón para seguirlos cuando plazca al Sumo Bien.

– Deben custodiarse con espíritu pacífico en Dios, sin la mínima ansiedad de verlos realizados sino cuando El lo quiera.

– Deben conservarse con gran resolución, firme y estable de ponerlos en ejecución cuando el Padre abra la vía. 

·     Para caminar seguros

– Lo mejor es morir a todos los deseos en Dios.

– Cultivad sólo un máximo deseo, el de agradar a Dios en todo, alimentándoos de su Santísima Voluntad.

2. VOCACIÓN RELIGIOSA 

 En el Evangelio se lee que preguntando uno al Divino Maestro qué cosa debía hacer para poseer la vida eterna, Jesús le responde que cumplir los mandamientos. Pero replicando aquél que los había observado desde la adolescencia, e insistiendo por saber qué otra cosa le restaba por hacer; Jesús «mirándolo con ternura, lo amó y le dijo «te falta una cosa sola: si quieres ser perfecto ve, y vende todo cuanto tienes, da el dinero a los pobres y después ven y sígueme». (Mc.10, 21). 

 En esta mirada amorosa de Jesús, y en esta
invitación está toda la vocación religiosa, la
cual por eso es considerada por los santos y por
los doctores de la Iglesia como una de las gracias
más grandes que la misericordia de Dios hace al
alma.

 San Pablo de la cruz en sus cartas la llama «Divina Llamada de Sempiterna vida» y de ella declara su excelencia, el deber de seguirla, y el grave daño que constituye su pérdida. 

EXCELENCIA DE LA VOCACIÓN

– La Vocación es un don de Dios.

– Es una de las gracias más especiales, después del bautismo; que Dios concede al hombre.

-Dispone para gracias más grandes.

– Es fuente de paz que jamás podrá dar el mundo.

– Es claro signo de predestinación al paraíso.

– Según Santo Tomás, es una de las mayores gracias que Dios hace a sus almas preferidas.

·     Debéis corresponder y perseverar

– Cuando Dios llama es necesario obedecer bajo pena de repulsa en caso de hacerse el sordo.

– Examinad la llamada del Señor en la santa oración, dialogando con el director espiritual los movimientos de la gracia. 

– Huid de toda cosa que pueda retardar su ejecución.

– Perseverad en la vocación y Dios os hará santos.

– Quien desprecia su camino, perecerá. 

·     Medios de perseverancia

– Temed a vosotros mismos conservando bajo las cenizas de la humildad la gracia de la vocación.

– El agradecimiento mejor que podéis hacer por la gracia de la vocación es el morir a vosotros mismos con:

o  La mortificación de las pasiones internas.

o  El ejercicio de las santas virtudes.

o  Aspirar a hacer un suntuoso edificio de perfección de la propia horrible nada; nada tener, nada poder, nada saber, acompañado de altísimo desprendimiento de toda cosa creada.

 

– La vida religiosa es una cruz, y quien quiere vivir en ella con perfección debe estar crucificado.

– Renovad a menudo los santos votos sacrificándoos cada vez más al divino servicio, en la vocación emprendida, y estad segurísimos que Dios os hará santos.

o  El grave daño que constituye la pérdida de la
vocación

– Perdiendo la gracia de la vocación se podría: 

§  Ir de mal en peor y destruirse.

§  Perder la gracia de la perseverancia final.

§  Ir al abismo infernal.

 

·     Causas de la pérdida de la vocación

– Los duros de juicio (tercos) no perseveran.

– Los apegados a los padres, a las cosas, a la correspondencia frecuente, hacen temer que no mueran en la congregación.

– Querer ir a la ciudad es una estratagema del diablo para hacer perder al religioso todo el bien que ha hecho. – El amor a los parientes lo lleva a disiparse, al igual las visitas frecuente de ellos.

– Los pensamientos de la patria y los parientes enturbian el espíritu, lo vuelven perezoso, y llenan de tedio la vida religiosa.

Consejos

– Atended a vosotros y dejad a los muertos el cuidado y la sepultura de sus muertos. 

– Vosotros que habéis encontrado vuestra vida en Dios, gozaos en ella.

– Haced resplandecer en vosotros las virtudes de Jesucristo.

_ Quien por dentro está unido a Jesús, lleva su imagen también por fuera con un ejercicio continuo de heroicas virtudes. 

·     Para adornar el alma

– Las virtudes adornan el alma, templo de Dios, con las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad. 

·     Para hacernos santos

– Es bueno el deseo de ser santos, con tal que
sea acompañado de las virtudes, que son las
piedras fundamentales del edificio de la santidad, haced su heroica adquisición. 

– Si supierais humillaros bien, estar bien fundados sobre vuestra nada, amantes del menosprecio, alejados de todos, en silencio, en la mortificación interna y externa, en el verdadero aniquilamiento de sí, trabajando, padeciendo y callando, aprenderíais la ciencia de los santos.

– El aprovechamiento espiritual no se mide con
las dulzuras sino con el ejercicio de las santas virtudes.

– Gran ánimo, pues: sirvamos a Dios a lo grande, ejercitemos las virtudes grandes, que Dios será nuestra fortaleza y nos dará la victoria.

3. EJERCICIO DE LAS VIRTUDES

 Toda vida dice actividad, y toda actividad no
desviada del propio fin tiende a producir buenos
frutos.

 Los frutos de la vida sobrenatural, que está en nosotros mediante la gracia, son las virtudes, de las cuales habla el apóstol en la carta a los Gálatas, y que apela precisamente a los frutos del Espíritu Santo: «Fructus Spiritus» (Ga 5 ,22ss.) 

 Debemos, por tanto, como insinúa el príncipe de los apóstoles, poner toda diligencia, a fin de que a nuestra profesión vayan unidas todas las virtudes. Las cuales estarán en nosotros y estarán en abundancia, entonces no será vacío ni infructuoso el conocimiento que tengamos de Jesucristo Señor Nuestro. Al contrario, quien está privado de tales virtudes, es como un ciego que va a tientas, que olvida que fue purificado por Cristo, de sus antiguos pecados, (conf. 2 Pe.1, 5-9). 

 Del ejercicio de las virtudes habla con frecuencia San Pablo de la cruz, en sus cartas, declarando la necesidad y dando útiles consejos para su práctica.

NECESIDAD

·     Para ser fieles al Señor

– Sed cada vez más fieles en la humildad de corazón y en el conocimiento de la propia nada.

– Sed mansos y modestos día y noche.

– Sed amantes del silencio y La soledad, de tratar de solo a solo con el Esposo Divino.

– Debéis atender con toda diligencia el ejercicio de Las santas virtudes -pues, esto es lo que busca de vosotros el Señor -, y de éstas depende vuestro verdadero bien. 

·     Para asemejaros a Jesús

– El silencio en los padecimientos, la paciencia, la caridad y la humildad, etc., son Las virtudes que nos asemejan al dulce Jesús. 

·     Los frutos más preciosos y más útiles para nosotros son Las virtudes

– En el servicio de Dios no se requieren páginas de buenas palabras y de buenos deseos, sino obras eficaces, ánimo y fervor grandes.

– Buscad los frutos y no las hojas. Las hojas son las consolaciones las cuales no debéis tener en cuenta, ni debéis desearlas; los frutos son las virtudes cuya adquisición y ejercicio debéis procurar con toda atención. 

CONSEJOS Y MEDIOS

·     La virtud que no engaña

– La virtud bien practicada, especialmente en los contratiempos, imprevistos no engaña nunca. En estas ocasiones se conoce la verdadera virtud, en las cosas más arduas. 

·     Las penas compañeras de la virtud

– De la santidad no van separadas las penas y las tribulaciones.
– Las virtudes que más gustan al esposo divino, se ejercitan más en los padecimientos que en otras ocasiones.

– El verdadero siervo de Dios ama el desnudo padecer sin consuelo, recibiéndolo ‘sine medio’ (sin intermediario) de la purísima voluntad de Dios.

– Amar y padecer en verdadero silencio interno y externo, en pura fe y santo amor, es un pescar las perlas preciosas de las virtudes en el gran mar de la santísima vida, pasión y muerte de Jesús, nuestra verdadera vida. 

·     Precaución y Discreción

– La precaución, hija de la prudencia, requiere ‘tomar tiempo antes de optar, para resolver las cosas – Jamás uno se arrepiente de tomar tiempo – no así quien obra con precipitación.

– En las obras de vida activa es necesario guardarse de la demasiada prisa, porque es nociva a la perfección.

– Jesús no quiere de vosotros muchas obras hechas con prisa, sino aquellas que están bien hechas: con paz y recogimiento.

– San Francisco de Sales dice: «Cuando sintáis alguna prisa interna, que es la peste de la devoción, suspended por un momento el quehacer de aquella obra, haced suavemente tres o cuatro actos de amor a Dios, hasta que el corazón se pacifique, y después seguid adelante en el quehacer que os ocupa». 

·     Aconsejarse es cosa santa

– Es necesario aconsejarse con nombres sabios y de prudencia cristiana para regular las propias acciones según Dios.

– Tenéis necesidad de un sabio experto director e para no caer en engaño, y para caminar rectamente por la vía de la perfección y de la santidad.

– Cuidad de no decir a quien no debéis las cosas de vuestro interior, pero sed sinceros con quienes dirigen vuestro espíritu. 

·     Ejercicio continuo

– Procurad con toda diligencia la adquisición y, el ejercicio continuo de las virtudes.

– Enfervorizaos con fuertísimas resoluciones.

– Poco y continuo hace llegar al fin. 

·     El pensamiento de la muerte

– Pasad cada día como si fuese el último de vuestra vida. Este es óptimo medio para agradar a Dios y corresponder a las luces recibidas.

– La muerte ajena debe serviros de estímulo para estar siempre preparados para aquel tremendo paso.

·     Los santos ejercicios

– Los santos ejercicios se hacen para fortalecerse más en la piedad y disponerse mejor para trabajar con el prójimo, para el ejercicio de las virtudes y animarse a correr por la vía de la perfección. 

·     Por las almas de los religiosos

– En la vida común hay escondido un gran tesoro. Si la hay, florecerá la observancia de los santos votos, de la regla, la oración y el silencio, y el monasterio será un jardín de delicias para el esposo celeste.

– Las santas reglas:

§  Son documentos de perfección.

§  Son estados dados por Dios, para alcanzar la santidad con su santa observancia y con desprendimiento de todo lo creado, que no será poca penitencia.

§  Son el espejo del religioso.

 

– Haced de cuenta que estáis solos, no mirando a las condiciones de los otros sino para edificaros.

·     Para los misioneros

– Es necesario predicar más con la oración, con el retiro y con la modestia que con la palabra.

– La oración es el precioso bálsamo que perfuma todas nuestras obras exteriores.

– Sin la observancia de las reglas, poco o ningún fruto se hará en el prójimo.

– Conservando el espíritu del Instituto, se tendrán siempre santos y excelentes misioneros. 

·     Para aquellos que presiden (superiores)

– Deben ser ejemplos de virtud.

– Amigos de la oración y del continuo recogimiento. 

– Ser para todos espejo de perfección.

– Ser mártir de paciencia, caridad y mansedumbre.

– Mantener tal compostura que haga estar a los subordinados en santa reverencia y respeto hacia él. – Vigilar sobre la observancia y no introducir abusos si no quiere hacerse reo de todas las culpas que cometan los subordinados.

– Vigilantes sobre todo y sobre todos.

– Las omisiones hacen ir al infierno a los superiores y confesores.

– Háganse amar más que temer, así serán más obedecidos. Mande poco y dulcemente. 

– No se precipite a corregir al subordinado, en especial si siente algún principio de pasión irascible; pero pasado un poco de tiempo cuando sienta el corazón en calma, llame al que ha faltado y con corazón de padre, corríjalo. Si no se enmienda, ponga mano al castigo, porque alguna vez se requiere también el rigor, pero con paz interna y autorizada manera para que no se rebelen los tibios.

– Tenga ánimo para llevar con perfección la cruz del gobierno, con silenciosa paciencia, con mansedumbre, caridad, prudencia, celo, constancia y fortaleza, sufriendo en paz las adversidades, contradicciones, malos tratos que se encuentran; puramente por agradar a Dios. Tendrá en el paraíso la palma del martirio. 
 
 
 
 

 

4. PERFECCIÓN 

 Deberíamos aplicarnos todos los días al ejercicio de la virtud y las buenas obras porque están ordenadas a nuestra santificación, porque como escribe el apóstol a los Tesalonicenses «es voluntad de Dios que nos hagamos santos manteniendo nuestro cuerpo en santidad y honestidad y no dejándonos dominar de la concupiscencia como lo hacen aquellos que no conocen a Dios». (1Tes 4,4-5). 

 A todos “Dios nos ha elegido, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El” (Ef .1, 4); a todos Cristo ha invitado a ser perfectos «como es perfecto vuestro Padre Celestial». (Mt.5»48), A todos el Príncipe de los Apóstoles repite: Sobre el ejemplo del santo que os ha llamado, también vosotros sed santos en todo vuestro obrar, porque está escrito: «sed santos porque yo soy santo». (IPe.1, 15-16). 

 La obligación de la santidad asume para los religiosos un valor de importancia muy especial en razón del estado abrazado que es estado de perfección. 

 Pecaría mortalmente aquel religioso que tomase la resolución de no querer atender a la perfección, o si de esa no tuviere algún pensamiento, porque de no ser así vendría a renegar de la profesión hecha y quebrantar aquellos vínculos con los cuales se ligó en el día de su consagración al Señor. 

 San Pablo nos dice en qué consiste la perfección, cuáles son sus fundamentos y medios necesarios para alcanzarla con mayor seguridad y facilidad. 

EN QUE CONSISTE LA PERFECCIÓN 

·     Esencia

La verdadera perfección consiste en:

– La unión perfecta a la santísima voluntad de Dios.

– El desprecio de nosotros mismos.

– La humildad de corazón.

– La caridad, reina de todas las virtudes.

 
 No son los favores espirituales los que hacen a
los santos, sino la humildad y la caridad.

·     Sus grados

– La gran perfección consiste en resignarse en e todo al Divino Querer.

– La mayor perfección de un alma consiste en un verdadero abandono de toda ella en las manos del Sumo Bien.

– La altísima perfección consiste en estar perfectísimamente unidos a la voluntad de Dios,
alimentándose de ella en puro espíritu de fe y amor.

FUNDAMENTOS DE LA PERFECCIÓN 

1. Humildad

– El conocimiento de sí mismo, de la propia nada y de las propias miserias, es el fundamento sobre el cual se debe levantar la fábrica de nuestra perfección compuesta por una N (nuestra nada) y una T (Dios, que es todo).

– Alcanzaréis la perfección si sois humildes de corazón. 

2. Obediencia

– La obediencia ciega y la verdadera y perfecta abnegación de la propia voluntad son las virtudes fundamentales del edificio espiritual: de otro modo se fabricará sobre arena.

– En la virtud de la obediencia está lo principal de la perfección 

3. Mortificación

– La verdadera mortificación interna y externa, con total abandono al Divino Beneplácito, es la piedra fundamental sobre la cual se fabricara un gran edificio de perfección. 

4- Vida común y observancia de las constituciones

– Para los religiosos, la vida común y la observancia de las constituciones son la piedra fundamental de la Vida Religiosa y de la perfección. 


MEDIOS PRINCIPALES
 

1. Caminar en pura fe y pobreza de espíritu

En la vía de la santa perfección, tomando todo trabajo y pena espiritual y temporal de la mano amorosa de Dios, como tesoro que nos regala el Padre Celestial, es el camino más corto para volar a la santa perfección.

2. Padecer y callar

– Para ser santos y perfectos

– Estad tranquilos y resignados observando un Pacífico silencio en los padecimientos. Dormid en la cruz, al calor amoroso del corazón de Jesús.

– Estad solitarios en el sagrado desierto interior crucificados con Cristo, sin consuelo. 

– Sabed callar, procurad que vuestras palabras sean dulces, caritativas y prudentes de manera que causen edificación y paz a todos.

– Trabajar, padecer y callar sin lamentarse jamás. 

3 Imitar los ejemplos de Cristo

– Alcanzarán la perfección de su estado aquellos religiosos que se examinen en los ejemplos de Jesús.

– Las paredes y el lugar no hacen santo a ninguno si no se atiende a imitar los ejemplos.

– El camino que guía a la santidad es aquel en el cual el Señor nos da la gracia de caminar como El caminó.

– Quien quiere ser santo, ama ser hecho el oprobio de los hombres, la abyección de la plebe, oculto a los ojos del mundo y hacer en todo la santa voluntad de Dios. 

4. Orar asiduamente

– Enamoraos totalmente de la asidua oración.

– Procurad mantener el corazón y la mente levantados a Dios.

CONSEJOS Y EXHORTACIONES 

·     Hacer lo que se puede como gusta a Dios

– No pretendáis adquirir la perfección a fuerza de brazos; haced dulcemente lo que podáis, que si sois humildes Dios hará todo.

– Es necesario procurar la perfección no a modo nuestro sino como al Señor le agrada, llevando la cruz que El quiere y no la que queremos nosotros.

·     Tomar los frutos y dejar las hojas

-Los frutos son: 

o  Una profundísima humildad.

o  Una caridad grande hacia el prójimo.

o  Un vivo deseo de ser de todos despreciado y de estar sujeto con santa obediencia.

 

– Quien es más humilde, más paciente, más resignado a la Divina Voluntad, más obediente, más caritativo, este es el más perfecto. 

·     Cuidarse de la soberbia

– Para ser santos se necesita una N y una T.

– La N sois vosotros que sois una horrible nada en el infinito Todo que es Dios, Óptimo y Máximo.

– Dejad desaparecer la N de vuestra nada en el infinito Todo que es Dios.

Un granito de soberbia basta para echar por tierra una gran montaña de santidad. 

·     No perder el tiempo

-Dios os quiere santos: no perdáis tiempo y abrazad todas las ocasiones que os brinda el Señor.

– Haced de cuenta que cada día es el último de vuestra vida para que tal pensamiento os sirva de estímulo para correr hacia la santa perfección.

-Quien no adelanta retrocede.

II. NEGARSE A SI MISMO 

 A todos aquellos, que dóciles a su invitación, desean seguirlo, Jesús impone como primera e indispensable condición el negarse a sí mismo: 

 «Si quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo…» (Lc.9, 23).

 Porque el hombre, dice San Agustín, se alejó de Dios y anduvo perdido amándose desordenadamente a sí mismo, así no podrá acercarse a Dios y salvarse, sino re-negándose a sí mismo.

 Pero, qué significa ¿negarse a sí mismo? «Nosotros, dice San Francisco de Sales, tenemos dos sí mismos:

– Uno es todo celestial y aquello que nos hace realizar las obras buenas, en la inclinación dada por Dios para amarlo, aspirando al gozo de la divinidad en la vida eterna.

 El otro, aquello de re-negar, está constituido por nuestras pasiones y perversas inclinaciones, de nuestros afectos depravados, en una palabra, de nuestro amor propio».

 Para vivir, pues en Cristo debemos dar muerte a nuestro amor propio, renunciando a las obras de la carne y despojándonos del hombre viejo con todas sus depravadas tendencias. (Col.3, 9). 

 Estas tendencias, origen de todo pecado, son, según San Juan, «la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vía». (1Jn.2, 16). 

 Ellas se dominan y se niegan con el ejercicio de algunas virtudes fundamentales, que están a la base de la vida moral, y constituyen, según los autores ascéticos, «la purificación activa del espíritu». Tales virtudes son principalmente:

o  la mortificación

o  la castidad

o  la pobreza

o  la obediencia

o  la humildad

o  la soledad

o  el silencio

 

 Hijo, dice el autor de La Imitación de Cristo, no podrás gozar de perfecta libertad si no re-niegas completamente a ti mismo. En efecto, todos los poseedores de cosas, todos los amantes’ de sí mismos, los ávidos, los curiosos y distraídos, aquellos que van siempre en búsqueda de comodidades son gente con cepos a los pies, y que a menudo imaginan y fabrican edificios que no pueden estar en pie, porque todo aquello que no tiene origen en Dios está destinado a morir. Tened, pues, en mente esta breve sentencia: re-negar a sí mismo; deja todo y todo encontrarás; deja la concupiscencia y encontrarás la quietud. Reflexiona bien en tu mente esta máxima y cuando la hayas puesto en práctica comprenderás todo. (Imitación de Cristo, L.III C.32).

1. LA MORTIFICACIÓN 

 Dice el apóstol que la carne tiene deseos contrarios al espíritu (Gal.5»17) y en el Génesis 8,21, leemos que los sentidos y los pensamientos del corazón humano son inclinados al mal desde la adolescencia. De aquí la necesidad de la mortificación, la cual tiene por oficio reprimir la concupiscencia de la carne y de someterla a la ley superior del espíritu. 

 La naturaleza humana, después del pecado, es como un campo en el cual, los gérmenes preciosos de la virtud nacen a la par con los gérmenes de los vicios.

 «Es necesario, por tanto, tener siempre en la mano el hierro candente de la mortificación para cortar, desyerbar, y destruir las hierbas malas con el fin de que la buena semilla pueda germinar, crecer y dar fruto abundante». (san Pablo de la Cruz). 

NECESIDAD DE LA MORTIFICACIÓN

·     Para ser almas de oración

Jamás podremos ser almas de oración, si no tenemos gran amor a la mortificación interna y externa, practicándola de hecho. Ellas son las alas que nos llevan a Dios en la oración, al levantar nuestro espíritu. 

·     Para morir a todo y vivir sólo en Dios y por Dios.

– Morid santamente a vosotros mismos y a todo lo que no es Dios.

– Estad crucificados con Jesús, abrazando toda ocasión de mortificación por amor de Dios.

– Procurad, con la divina gracia, vivir una vida muriente, abstraída de todo lo creado y de todo lo que no es Dios. 

·     Para hacerse santos

– Para alcanzar la santidad es necesaria la mortificación interna y externa, de la cual nace la verdadera obediencia ciega, la total condescendencia que nos hace ser moldeables como cera blanda, dulces y mansos con todos, perfumados por el bálsamo de santo amor.

– La mortificación es la piedra fundamental del edificio espiritual.

– La vida de los siervos y siervas de Dios ha sido un continuo ejercicio de mortificación. 

NATURALEZA PE LA MORTIFICACION 

·     Requisito esencial

– El amor a la penitencia es una gracia grande, que Dios concede, pero conviene que sea sin la propia voluntad.

– No hagáis la mínima penitencia sin la licencia de vuestro director, de otro modo seréis engañados por el diablo. En el hacer penitencias de propia voluntad os podéis engañar.

– Es necesario temer a la fiera bestia del amor propio, que es un dragón de siete cabezas y se mezcla en todo.

·     La mortificación más perfecta es la interna

– Quisiera que vuestros instrumentos fuesen una gran humildad de corazón, una sujeción de obediencia exacta a los superiores y a los inferiores.

– Las mejores penitencias son las que Dios nos manda, más que aquellas que se toman por sí mismo. Tomadlas de buen grado.

– Más agradan al Esposo Divino aquellas virtudes que se ejercitan con el padecer, como la humildad, el amor a la propia abyección, la paciencia etc.

– Recibid las cruces que Dios permite poco a poco. 

PRACTICA DE LA MORTIFICACIÓN

·     Atended a la mortificación interna

– Negando siempre vuestra voluntad.

– Estando ocultos a todos.

– Padeciendo y callando.

– Mortificando las pasiones, en especial cuando os sentís resentidos.

– Amad al propio desprecio y que ninguno os tenga en cuenta.

– Acomodaos a los otros.

– Tomad lo dulce por amargo y lo amargo por dulce.

– Desprendeos del propio gozar, del propio sentir del propio entender.

·     Para la mortificación de los sentidos

– Custodiad los sentidos externos para la mortificación de las pasiones.

– Custodiad los ojos donándolos a María.

– Un verdadero siervo de Dios debe llevar los ojos bajos y no mirar más que el cielo y tanta tierra que baste para ser sepultado.

– Tened los ojos vueltos al corazón.

– Custodiad la lengua

. Estad en silencio.

. No os lamentéis jamás. 

. No os justifiquéis. 

. Hablad poco, lo puro necesario.

– Custodiad el corazón

. No os resintáis.

. Sed muy amantes de la modestia que tanto complace a Jesús y María.

– Padecer y callar. Esta es la vía corta para ser pronto santos y perfectos. 

·     Para mortificar la gula

– Quien no mortifica la gula, no puede llegar a mortificar las otras pasiones, ni adquirir las otras virtudes.

2 CASTIDAD 

 Si “la concupiscencia de la carne” mira en general al amor desorientado a los placeres de los sentidos, en un significado más propio está en indicar las inclinaciones desordenadas a los deleites carnales, a los cuales se renuncia con la virtud de la castidad, que tiene como fin «regular y sublimar todo lo que hay de desordenado en los deleites de la voluptuosidad”. 

 La castidad, no menos que la mortificación,
de la cual es el fruto más exquisito, es pues,
absolutamente necesaria a un seguidor de Cristo,
para vivir unido a Él, y para gozar de sus especiales preferencias, según está escrito: «quien ama la pureza del corazón tendrá por amigo al rey del cielo». (Prov. 22,11).

 San Pablo de la Cruz nos habla de esta virtud, explicándonos el por qué de las tentaciones a las cuales está expuesta y el modo de alcanzar la victoria.

POR QUE LAS TENTACIONES CONTRA LA CASTIDAD

·     Para aprender a humillarnos en todo

– Con las tentaciones impuras, Dios pretende que aprendamos a conocer experimentalmente nuestra nada y a humillarnos en todo, en medio de tantas gracias y misericordias que El nos comunica.

– Dios permite que seáis molestados de los malos pensamientos, para que lleguéis a ser humildes de corazón y no os fiéis de vosotros mismos.»

– Para que reconozcáis que si no os asistiese El, seríais capaces de hacer todo el mal más horrible. 

·     Para purificarnos cada vez

– Estas batallas sirven para haceros más puros.

– Las tentaciones contra las cuales se combate purifican el alma, como el fuego al oro.

– Recordaos que los lirios llegan a ser más blancos y más perfumados plantados entre las, espinas que en el suelo libre: quiero decir que la santa virginidad se hace más pura, más cándida, y más perfumada delante de Dios entre las espinas de la lucha y de las tentaciones más horribles. 

·     Para crecer en la virtud

– No os entristezcáis de los asaltos del enemigo y de las tentaciones impuras: son óptimos signos que Dios hace correr vuestra alma a los triunfos del Santo Amor.

– Dios os ama, porque os ama os prueba; pero sabed que en medio de la tempestad de las tentaciones el Buen Dios tiene vuestra alma bien estrechada entre los brazos de su misericordia.

– Después de tales tempestades, la victoria, ¡Oh, qué tesoros de gracia concede el Señor al alma fiel!

– El permite tales batallas para vuestro bien: para coronaros de grande gloria en el cielo. 

COMO SUPERARLAS

1. Con la modestia

– La virginidad es una gran joya y se necesita custodiarla con gran celo, temiendo que hasta el aire -diré así- la obscurezca.

– Conservad gran modestia día y noche, tanto en compañía como solos, porque siempre se está en la presencia del Señor.

– Custodiad vuestros afectos y sed muy amantes de la modestia que mucho agrada a Dios.

– Tened el cuerpo discretamente mortificado. 

2. Con la custodia de los ojos

– Custodiad con gran celo los ojos: no los pongáis de frente a objetos peligrosos.

– Sed mortificados especialmente en los ojos.

– Huid de todas las ocasiones peligrosas.

– Un verdadero siervo de Dios cuando camina mira solamente tanta tierra cuanta es necesaria para sepultarlo, y va siempre recogido en Dios y en compañía de Jesús. 

3. Con la huida del ocio

– No estéis jamás ociosos: trabajad en silencio haciendo de cuenta que tenéis al lado a Jesús

– Custodiad los sentidos exteriores. 

4. Con la humildad 

– En las tentaciones impuras humillaos ante el Señor, pero con corazón pacífico y manso.

– Venceréis más con humillaros dulcemente ante y Dios, que con poneros a combatir pecho a pecho contra el enemigo.

– No os fiéis de ninguno, y, sobre ‘todo, desconfiad de vosotros mismos. 

5. Con no hacerles caso

– En cuanto a los malos pensamientos despreciadlos, no los tengáis en cuenta, humillaos.

– En las batallas contra la castidad no se ven
ce con el huir. 

– Os ruego de no hacer caso de los fantasmas impuros, que con modo astuto os suscita el demonio; refugiaos de inmediato en el abismo de la infinita misericordia de Dios.

– Combatid fielmente protestando querer morir antes que consentirlas. Querer primero el infierno mismo que el pecado. 

6. No tratando sin necesidad con personas de otro sexo

– No tratéis con personas de otro sexo, sino por alguna necesidad, y entonces hacedlo con cautela, modestia y brevedad.

– En el tratar con personas, también con parientes, por espirituales que sean, se requiere gran cautela, de otro modo se cae en la red.

– No toméis confianza con ninguno, ni aún bajo pretexto de piedad; y notad bien este punto que es muy importante.

– Huid como de la peste de las confidencias con personas de otro sexo, porque os son de gran dificultad: tomad este consejo como el más importante. 

7. Conferenciándolas con el confesor

– Conferenciad el estado de las tentaciones con, toda modestia, cautela y brevedad con el confesor, no ya por escrúpulo, sino por humillaros y confundir al demonio, poniendo después en práctica los consejos que él os dará.

8. Recurriendo a Dios y a la Virgen

– En las tempestades de las tentaciones esforzaos en exclamar a Dios, pidiendo socorro, e invocad del mismo modo a María Santísima.

– En cuanto a las tentaciones impuras el alma no se aflige, sino que vuelca dulcemente su mente y su corazón a Jesucristo y a María Santísima.

– En aquellas horribles tentaciones haced vuestro retiro al calvario y escondeos en el costado purísimo de Jesús.

– Tened cerca de vosotros un santísimo crucifijo y escondeos en sus llagas.

– Exclamad al Señor pidiendo su ayuda, y no dejéis nunca la oración y la santa comunión.

3. LA POBREZA 

 A la segunda cosa que debe renunciar un verdadero seguidor de Cristo es a «la concupiscencia
de los ojos», es decir, al amor a las riquezas,
al uso de los bienes terrenos que por medio de la
vida nos alucinan y seducen.

 La renuncia a estos bienes constituye la virtud de la santa pobreza, la cual es doble:

– Una de precepto, para todos aquellos que quieren salvarse, y consiste en no apegar el corazón a los bienes terrenos, en modo; de poner en ellos su propio fin.

– La otra de consejo, seguida por los religiosos y consiste en renunciar a cualquier derecho o acto de propiedad, obligándose a ello también con voto. 

 La pobreza tan temida y aborrecida del mundo, es a los ojos de la fe, una virtud de este siglo, y los bienes espirituales, no se pueden adherir a los segundos sino en la medida en que se desprende de los primeros. Ninguno, pues, puede ser verdadero discípulo de Cristo si no renuncia, al menos de corazón y con el afecto, a todo lo que posee.

 Sobre el amor y la práctica de la santa pobreza, San Pablo de la Cruz nos dice lo siguiente. 

AMAR LA SANTA POBREZA

– Es una joya rica de todo bien

– La pobreza tan aborrecida del mundo es una joya rica de todo bien que os recomiende conservar cada vez más.

– Viviendo en pobreza recibiréis de Dios en el fondo del espíritu inestimables tesoros de gracia, tanto más preciosos cuanto más secretos.

– Dios os quiere en estado de pobreza interior y exterior para haceros ricos en gracias.

– Pobres en esta vida, pero ricos de fe, seréis ricos en lo eterno.

– Cultivad el amor a la santa pobreza.

– Ejercitad la santa pobreza y la desapropiación de todo. 

·     Es medio eficacísimo de perfección

– La santa pobreza es medio eficacísimo para huir del pecado, y para mantenerse observantes de los divinos preceptos.
– La santa pobreza es muy necesaria para observar los otros consejos evangélicos y mantenerse en el fervor.

– Aceptando vuestra vida pobre y penosa por amor de la Pasión y Muerte del Señor que por amor ha querido hacerse pobre, vosotros haréis cosa grata al Señor y moriréis santamente. 

·     Signo de predestinación

– La pobreza es una de las más grandes características de la predestinación eterna a la gloria del cielo.

– A aquellos a quienes Dios ha predestinado a ser conforme a su Hijo en la gloria, los quiere primero predestinados a ser conformes a Él en la pobreza.

– Perseverando en el sufrir con resignación las incomodidades de la pobreza, vosotros pasáis de la pobreza temporal a las eternas riquezas en el cielo. 

·     “Beati pauperes” (Bienaventurados los pobres)

– Gozaos de vuestra pobreza, aceptándola de las manos del Sumo Bien, que os hace saber que esa es una Bienaventuranza: «Beati pauperes».

– Bienaventurados vosotros si sabéis alegraros de corazón, que la pobreza os haga conformes
a aquel gran Señor, que dice en su Evangelio:
Bienaventurados los pobres porque de ellos es
el Reino de los Cielos. 

– Bienaventuradas aquellas almas que se despojan de todo para vestirse de Cristo. 

PRACTICAS LA SANTA POBREZA

·     Deber especial de los Pasionistas

– Nuestra Congregación está erigida y establecida sobre estrecha y rigurosa pobreza y la profesamos con voto. 

– Cuanto más el retiro está fabricado en santa pobreza, tanto más conciliará el santo recogimiento y la edificación a los seglares.

– Quien realiza el ejercicio de las santas misiones si buscase limosnas, el fruto sería del todo desvanecido y la reputación perdida.

– Los superiores sean todo ojos para ver si se observan las reglas en especial la santa pobreza. 

·     Las incomodidades de la pobreza

– Son regalos que Dios nos comparte, con el fin de que como piedras vivas seáis engastadas profunda y fuertemente en el anillo de oro de la fe y la caridad.

– Aceptadas voluntariamente os acercan al Señor, más que las más ásperas penitencias que se pueden hacer.

– Para sufrirlas con paciencia, acercaos a menudo y devotamente preparados a los Santos Sacramentos y no dejéis jamás la devota meditación de las penas santísimas de nuestro Salvador. 

·     Cómo la observaba San Pablo de la Cruz

– ¡Oh, cuánto amo esta santa pobreza de Jesucristo!

– Yo sufro por no poder dar socorro a los parientes en sus necesidades, pero Dios lo quiere así porque la rigurosa pobreza profesada me lo impide; y también en esto me complazco en hacer la voluntad de Dios.

·     Un modo de faltar a la pobreza

– EI religioso que pidiese alguna cosa a los bienhechores sin licencia de los superiores, violaría el santo voto de pobreza, porque se haría propietario.
 

4. HUMILDAD 

 La tercera concupiscencia que después de aquella de la carne y de los ojos, tiene el imperio de este mundo, es la «soberbia de la vida», o sea, el deseo desordenado de sobresalir sobre los otros, de no querer someterse a ninguna autoridad y de seguir en todo el propio arbitrio,

 Es, esta soberbia, uno de los más grandes males del hombre, porque de ella, dice El Espíritu Santo, tiene origen todo pecado (Ecle.10, 15); «Sea directamente, en cuanto los otros pecados están todos ordenados al fin de la soberbia, despreciando la divina ley se abre la vía para cometer los mayores delitos, según lo que está escrito en Jeremías: «despedazaste mi yugo, rompiste mis vínculos; gritaste no serviré». (Sto. Tom. II, II, q. 162 a.2) 

 Es por esto que la humildad, en oposición a la soberbia, es la primera y fundamental virtud del cristiano y del religioso. 

 Para entrar al Reino de los Cielos es necesario hacerse pequeño, porque en la economía del Reino de Dios «quien se exalta será humillado y quien se humilla será exaltado». (Mt.23f12)

 San Pablo de la Cruz nos habla de la naturaleza, necesidad y excelencia de esta virtud.

NATURALEZA DE LA HUMILDAD 

·     ¿Quién es verdaderamente humilde de corazón?

– Quien se conoce a fondo a sí mismo. 

– Quien teme mucho de sí mismo y se fía de Dios.

– Quien se aniquila y se abisma en la nada, lo cual se necesita hacer con dos miradas de fe una a la inmensa Majestad de Dios y otra a nuestra horrible nada.

– Quien hace las partes justas: tened lo vuestro, que es la horrible nada, capaz de todos los males: nada tener, nada poder, nada saber; dejad a Dios lo suyo, porque todo el Bien es El.

– Quien conoce su nada y está en ella, conoce la verdad: Esta es la verdadera ciencia de los santos.

·     Grados de humildad

– Obrar como santo y tenerse por pecador, imperfecto y malo, es indicio que comienza a tomar posesión de nuestro corazón la verdadera humildad.

– Hacer bien y reconocer que no se hace nada de bueno es uno de los primeros grados.

– Dije a mi Jesús que me enseñase cuál grado de humildad lo complacía más, y oí decirme al
corazón: cuando tú te lances en espíritu bajo los pies de todas las criaturas, y hasta bajo los pies de los demonios, esto es lo que más me agrada.

·     Signos de poca humildad

– Yo observo en vosotros mucho amor propio y poca humildad, porque si se os niega alguna cosa no os aquietáis sino que os turbáis y caéis en frenesí.

– Se refunfuña, se multiplican palabras y lamentos bajo especie de humildad y no conocéis que todo esto nace de la poca humildad y del amor.

– Está bien tener mal concepto de sí mismo interiormente, pero exteriormente no es necesario decirlo. No se debe hablar ni bien ni mal de sí mismo, sino estar como muertos y sepultados.

– De sí y de los parientes es mejor callar, y si os es necesario, se debe hablar con, sentido bajo y humilde. 

SU NECESIDAD Y EXCELENCIA 

·     Humildad ante todo y siempre

– Todo vuestro estudio sea el conocimiento de vuestra propia nada y del verdadero Todo que es Dios. La propia horrible nada no se debe jamás perder de vista durante la vida.

– Jesús nos dice que aprendamos de Él que es manso y humilde de corazón. iOh, cuanto os recomiendo esta humildad de corazón!

– Humillaos a todos por amor de Dios.

– La infinita bondad de Nuestro Dulcísimo Jesús nos acreciente siempre más esta gema del paraíso. 

·     Dios ama a los humildes

– Los corazones humildes son la delicia de Dios.

– La joya más querida de Dios es la humildad verdadera. No hay cosa que más le agrade que el aniquilarse y abismarse en la nada.

– Dios se complace en aquellos que se hacen pequeños y llegan a ser pequeños como los niños.

– Recordad que sólo las almas humildes, ocultas y desnudas de sí mismas son las que agradan a Dios. 

·     La humildad hace huir al demonio

– El aniquilarse y abismarse en la nada asusta al demonio y lo hace huir, desconfiado de sí y temeroso.

– El alma que se humilla hasta bajo el infierno, hace temblar al demonio y lo confunde. 

·     La humildad nos hace salir victoriosos en las batallas espirituales

– Para prepararse a las batallas espirituales y estar armados de la armadura de Dios, no hay medio más eficaz que el aniquilarse y anonadarse delante de Dios.

– Lanzad vuestra nada en aquel verdadero todo que es Dios, y con alta confianza combatid como valerosos guerreros estando ciertísimos de salir victoriosos.

– Humildad, conocimiento y odio a sí mismo, son las cartas divinas que hacen ganar el juego. 

·     La humildad es motivo de seguridad

– Quien es humilde no será engañado.

– El mundo está lleno de redes, solamente los, verdaderos humildes no tropiezan.

– El modo de huir de los engaños es humillarse mucho y no fiarse de sí.

·     La humildad es fundamento de perfección

– La verdadera humildad de corazón es la piedra fundamental del edificio espiritual.

– El conocimiento de sí mismo, de las propias miserias y del propio ser Nada, nada poder, nada saber, nada tener, es el fundamento sobre el cual se debe levantar la fábrica de todas las virtudes y de la perfección.

– Quien conoce su nada se dispone más pronto a ser santo.

– Estudiad en el libro de vuestra verdadera nada para arraigaros bien en el conocimiento propio que en tal forma os haréis santos. 

·     humildad es cadena de oro de todas las virtudes

– El amor al propio desprecio y el conocimiento profundo y veraz de la propia nada es la piedra fundamental de todas las virtudes y trae consigo el ejercicio de éstas.

– Santo Tomás dice que la humildad es el fundamento de la misma fe, porque quien no es humilde vacila y pierde La fe. 

– Del conocimiento de la propia horriblísima nada nace el:

o  Tener buen concepto de todos, fuera de sí mismo.

o  El honrar a todos.

o  El obedecer a todos como si fuesen superiores.

o  El despreciarse a sí mismo y tener gusto en ser despreciado por los demás.

 

– Quien está en este anonadamiento en verdad no finge, es como un árbol plantado cerca al agua, que da fruto en todo tiempo. 

·     Escuela de sabiduría celestial

– Si fuerais bien humildes, escondidos a las criaturas y bien fundados en vuestra verdadera nada, os sería enseñada por el Divino Maestro, en la escuela interior, la verdadera ciencia de los santos.

– Dios enseña a los pequeños sus maravillas, y las esconde a los grandes y sabios del mundo.

– El Padre Celestial se revela a los humildes de corazón, y les habla palabras de vida eterna.

– Quien estudia la ciencia de la nada aprende a conocer el verdadero Todo que es Dios. 

·     Disposición para hacer cosas grandes

– Es habitual en Nuestro Buen Dios servirse de gente que está arrojada en la nada, para obras
de su inmensa gloria y está envilecida y despreciada por el siglo.

– Quien sea más pequeño será más grande. Hagámonos pequeños y Dios nos hará grandes.

– Siempre os haréis más capaces del ministerio apostólico, si fueseis fieles en conservaros en verdadera humildad de corazón, con el conocimiento de nuestra nada y Dios elaborará de esta nada las obras de su mayor gloria.

– De aquellos que quieren ser cualquier cosa, Dios no quiere saber nada. 

·     Medio para obtener todo de Dios

– Cuando vosotros seáis humildes y estéis en vuestra nada, Dios dará todo Bien. .
– Quien sea más aniquilado, será más enriquecido y más seguro tendrá el ingreso en; aquel secreto gabinete donde el alma trata de solo a solo con el Esposo Divino.

– Después que seáis aniquilados, despreciados y abismados en la nada, pedid a Jesús el entrar en su Divino Corazón y lo obtendréis de inmediato.

5 OBEDIENCIA 

 Observa Santo Tomás que como la soberbia dice defecto de sujeción, así la humildad incluye necesariamente la sumisión del hombre a Dios y a sus representantes, en lo que consiste la virtud de la obediencia.

También San Bernardo afirma que de la esencia de la humildad está toda en sujetar la propia voluntad a la de Dios. 

 Y San Agustín escribe:»El soberbio hace su voluntad, el humilde hace la voluntad de Dios».

 Para negarnos a nosotros mismos y renunciar perfectamente a la soberbia de la vida, debemos, a una con la humildad, practicar la obediencia, procurando con toda diligencia vivir sujetos a toda criatura por amor de Dios. 

 De esta obediencia que constituye para el religioso el principal de sus deberes en fuerza también del voto que emite en la profesión, San Pablo de la Cruz expone los aprecios y da útiles normas para su práctica. 

MÉRITOS DE LA OBEDIENCIA 

·     La obediencia es virtud querida por Dios

– Enamoraos de la Santa obediencia.

– Dios oye favorablemente la oración de los obedientes y bendice abundantemente lo que se hace por obediencia.

– Para dar gusto a Dios debéis someteros a cualquier oficio impuesto por obediencia.

·     Da perfecta seguridad

– Quien vive bajo la obediencia vive seguro de no errar.

– Las almas obedientes no serán engañadas.

– Quien quiere caminar bien y sin engaño debe imitar a Cristo que se hace obediente hasta la muerte de cruz.

– Obediencia, obediencia sin réplicas: este es el único fármaco y único remedio contra los escrúpulos.

 

·     Es prenda de victoria

– Si sois siempre obedientes cantaréis las victorias.

– Agradeced al Señor por las ocasiones que os da para obedecer. 

·     Aporta quietud y paz de conciencia

– Si fuerais perfectamente obedientes seríais también mansos y pacíficos.

– Ofreced a menudo vuestra voluntad a Dios y sentiréis sumo contento.

– Obedeced, obedeced sin réplicas, de otra manera estáis acabados, sin más perderéis la paz.

·     Para acertar en todas las cosas

– La virtud y la fuerza de la obediencia hacen alcanzar todo bien.

– Tened muy en cuenta la obediencia, sin la cual nada se hace de bueno.

– Cualquier oficio que viene dado por obediencia es siempre el mejor. Todas vuestras obras serán santificadas.

·     Es medio seguro para hacerse santos

– La obediencia es la piedra angular de todo el edificio espiritual.

– Si tenéis suma reverencia por vuestros superiores y los obedecéis sin réplica como lugartenientes de Dios, haréis grandes vuelos a la santa perfección.

– EL verdadero obediente es santo. 

·     Libra del infierno

– En el infierno hay almas que han hecho ayuno y penitencia; pero como no fueron obedientes en nada agradaron a Dios, y ahora arden en el fuego.

– Pasead igualmente por aquellos pasillos de muerte cuando queráis: de obedientes no encontraréis ninguno. 

PRACTICA DE LA OBEDIENCIA 

·     Desear obedecer

– Estad sedientos que os sea rota la propia voluntad, como el siervo de la fuente.

– Tened en gran estima que os sean rotos todos vuestros proyectos, así sean buenos.

– Os parezca perdido aquel día en el cual no rompéis vuestra voluntad, y no la sujetáis a otro. 

·     Mirar a Dios en los superiores

– Recordaos que los superiores ocupan el lugar de Dios, son para el religioso los intérpretes de la divina voluntad; en sus determinaciones se conoce la voluntad de Dios, que debe ser regla de nuestro obrar. 

·     Obedecer y callar

– Para complacer a Dios es necesario someterse a todos los empleos impuestos por obediencia y ejercerlos sin quejas y en silencio.

– Jesús obedece y calla, no se lamenta jamás; pues, aprended a padecer y callar y a obedecer en silencio.

·     Con plena indiferencia de voluntad

– Quien vive bajo la obediencia vive quieto, pronto a obrar, estar, ir, callar, etc. Como Dios, por medio de los superiores, disponga poco a poco. 

– Daos totalmente a las manos de los superiores, que puedan hacer de vosotros todo aquello que quieran, todo cuanto no se oponga a la divina ley -quo absit- y las Reglas y Constituciones. 

– Nuestro dulcísimo Jesús se dejaba vestir y desvestir de los ministros de la muerte; ora lo ataban, ora lo desataban, ora lo empujaban de aquí, ora de allá y en todo se sometía el mansísimo cordero Divino. Oh, dulcísima docilidad de Jesús. 

·     Con perfecta indiferencia de juicio; a la ciega

– Obedeced a la ciega; quiero decir, sin discurrir sobre lo que se os manda.

– Renunciad a todo vuestro entendimiento y saber, dándoos como muertos a vuestros superiores.

-Vosotros sabéis que Jesucristo se ha hecho obediente hasta la muerte: por consiguiente también vosotros debéis dar muerte a vosotros mismos enterrando el propio parecer y entendimiento.

– Afortunada aquella alma que se desprende del propio gozar, del propio sentimiento y del propio entendimiento.

·     Con amor

– Obedeced con amor y reverencia, en verdadera
y santa caridad.

 

6 SOLEDAD 

 Porque «todo lo que está en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida» (I Jn 2,16), Es claro que para renegar a estas viciosas tendencias, es necesario renunciar al mundo, hasta poder decir con el apóstol: “EI mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”. (Ga 4»14). 

 Dice Cristo a los apóstoles y lo mismo repite a todos los que quieren ser sus seguidores: «Vosotros no sois del mundo». (Jn 15»19) Por eso los santos odiaron al mundo y lo tuvieron por abominable; y cuando el deber no se lo impedía amaban retirarse a la soledad, como el lugar más adaptado para tratar con Dios, y hacer progreso en la virtud. 

 Entre los santos que más amaron la soledad uno fue San Pablo de la Cruz, el cual desde la juventud «huyendo al mundo, en la soledad pone su morada y allí como en una espiritual palestra, se adiestró a los más altos vuelos del espíritu, bajo los suaves impulsos de la gracia». (In Offic. San Pablo de la Cruz). 

IMPORTANCIA DE LA SOLEDAD 

·     Daños que provienen de tratar mucho con el Mundo.

– Quien trata a menudo con los hombres se hace cada vez menos hombre.

– El trato no necesario y superfluo con los seglares es peste de la devoción.

– Estaos solitarios lo más que podáis también corporalmente, con el fin de que las criaturas no os roben el recogimiento.

– Tratad poco con los hombres, por santos que sean, pero tratad mucho tiempo con Dios.

– El coro y la celda son el paraíso terrestre de los verdaderos siervos de Dios. 

·     En la soledad Dios habla al corazón

– Huid del trato con la gente, con excepción de lo puro necesario, así Dios os hablará al corazón.

– Dios os quiere en el desierto de la más profunda soledad, para hablaros palabras de vida y enseñaros la ciencia de los santos.

– Estaos solitarios en el templo interior del alma y aprenderéis grandes cosas.

·     Flores y frutos de la soledad

– Jesús os ha preparado infinitos tesoros de gracia y de bendiciones, si sois fieles en huir del ambiente del siglo para retiraros a la santa soledad.

– La soledad genera recogimiento, humildad, silencio, paciencia, caridad, etc., y es necesaria para manteneros en fervor de la oración; en ella reposa el espíritu a los pies de Jesús Crucificado, se restaura y se reconforta de las debilidades, de las distracciones y fatigas en favor del prójimo. 

·     El tesoro de la soledad interna

– Es buena la soledad del cuerpo, pero mi gloria es la soledad de la mente; el sagrado desierto interior en el cual el alma se abisma toda en Dios.

– Sin la soledad interna, joya de inestimable valor, en nada aprovecharía la soledad de los desiertos de Nitria y Tebaida.

– Sed habitadores del interior de vuestro espíritu, bien encerrados en este sagrado desierto.

– Es voluntad de Dios que cultivéis con el recogimiento interno la más profunda soledad del espíritu, que en sí encierra un gran tesoro de bienes. En ella, el alma está abstraída de todo lo temporal, perdida toda en el Infinito y Eterno Bien. 

·     Para los religiosos pasionistas

– Nuestra Congregación está toda fundada en verdadera soledad y si esta se echa por tierra, está totalmente destruido el edificio porque queda totalmente fuera de la vocación que Dios me ha dado.

– Hacen gran fruto en el pueblo los operarios, que salen de la soledad para encender el corazón de los cristianos con el fuego de la santa predicación.

– Hace más fruto un operario evangélico que
sea hombre de oración, amigo de la soledad
y desprendido de toda cosa creada que otros
mil que no son tales.
 

·     Normas para la soledad interna

– Cómo entrar:

o  Con la fe y con el amor

o  Por la puerta que es Jesucristo, en su Santísima Pasión.

o  Por sus llagas que son nuestra vida, y son la divina puerta.

 

– Cómo hacerle morada; Entraos en el sagrado
desierto interior y cerrad las puertas a toda cosa creada:
 

o  Dejando reposar vuestro espíritu en el seno de Dios.

o  Estad solitarios dentro de vosotros mismos.

o  Reposaos con viva fe y santo amor.

o  Huid del ocio.

o  Estad cada vez más en soledad de fe y amor en sagrado silencio.

o  Abismaos todos: amad y padeced, padeced y amad.

 

– El alma reposa, pierde de vista lo temporal y se abisma en Dios, al cual adora en espíritu y en verdad.

– Con la vista en la propia nada, uniendo la acción y la oración, entreteneos de solo a solo con Dios en la celda de vuestro corazón.

– Estad como niños en este desierto interior. 

·     Para esta soledad no existen dificultades

– Las ocupaciones no impiden la soledad interna, antes bien, la ayudan.

– Con la soledad interna se está siempre en el sagrado desierto, aún en medio de los tumultos de los pueblos y en medio de las gentes.

– Tened siempre esta soledad en el trabajo y en los quehaceres de la casa.

– No perdáis jamás esta santa soledad interna, donde quiera que os encontréis.

– Cuando os distraigan las ocupaciones reavivad la fe reconcentrándoos pacíficamente en Dios.

7. SILENCIO 

 Inseparable compañero de la soledad es el silencio, necesario por eso a un seguidor de Cristo para vivir separado del mundo y hacer progresos en la virtud.

 «El mucho hablar no está sin pecado, dice el espíritu Santo». (Prov. 10,19). 

 “Quien a su vez custodia su lengua, custodia su alma». (Prov.13, 3)

El silencio de hecho tiene alejadas las faltas:

o  Facilita la práctica de las virtudes.

o  Favorece el recogimiento y la vida interior.

o  Es coeficiente necesario para mantener una comunidad religiosa en la observancia y en el fervor.

 

 San Pablo de la Cruz insiste mucho en sus cartas sobre la observancia del silencio, declarando por qué y cómo se debe observar. 

POR QUE SE DEBE OBSERVAR 

·     Para mejor tratar con Dios

– Amad el silencio, el alejamiento de todo, huyendo en lo posible de las ocasiones de hablar, para: 

o  tratar día y noche con Dios.

o  Recibir el don de la oración.

o  Facilitar el recogimiento y la oración.

 

– EL barro calla siempre, así el ollero haga un vaso de honor o un vaso de ignominia; así lo rompa y tire los pedazos o lo ponga en una regia galería. Tened en la mente esta doctrina y practicadla.

– Os recomiendo mucho el sagrado silencio, tan inculcado por los santos. 

·     Para llevar una vida inmaculada

– Estad cada vez más en silencio.

– Gran punto de perfección es el saber callar.

– Sé que los habladores son la ruina de los conventos.

·     Para custodiar el tesoro de las santas virtudes

– El silencio es la llave de oro que custodia fielmente y conserva con gran cautela y celo el tesoro de las santas virtudes, teniéndolo bien cerrado 

COMO Y CUANDO SE DEBE OBSERVAR 

·     En medio de los padecimientos

– Quien está en la tempestad de un gran sufrimiento, debe custodiar el gran tesoro bajo la llave de oro del silencio.

– Quien está en el mar tempestuoso de los padecimientos no debe lamentarse, ni con el prójimo, ni consigo mismo, ni con Dios.

– Dios creó a los peces mudos, porque deben estar entre las olas del mar, para enseñarnos que quien navega entre las tempestades del mundo, debe estar mudo, sin lengua, para no lamentarse, ni resentirse, ni justificarse.

– Lo mejor es trabajar, padecer y callar: cuando vengan las tempestades de trabajos .entre más se escondan mejor es.

– Silencio interno y externo: interno haciendo callar las rebeliones de la naturaleza; externo con el no abrir la boca para lamentarse.

– Padeced en silencio, negando siempre vuestra voluntad, es una de las gracias más grandes que Dios hace al alma.

– ¿Por qué tanta oleadas? Ella está rica y no lo sabe… Amar y padecer en verdadero silencio interno y externo, en pura fe y santo amor, es un pescar las verdaderas perlas de las virtudes en el gran mar de la Santísima vida y Pasión de Jesús, nuestra verdadera vida.

– Recordad que el dulce Jesús en medio de sus más amargas penas, callaba. ¡Oh!, sacrosanto silencio, rico de aquella paciencia, custodio fiel del tesoro de las virtudes. 

·     Cuando se despiertan las pasiones

– Cuando las pasiones se despiertan, especialmente la cólera, es tiempo de estar callados; no habléis, estad en silencio, y dentro de vosotros mismos pedid al Señor que os socorra. Si tenéis que hablar, hacedlo con voz baja y baja mansedumbre, lo que conviene hacer siempre, pero especialmente cuando hierve el caldero de la cólera es: callar, callar.

– Cuando seáis contrariados y cuando las criaturas procuren inquietaros, estad callados.

– Cuando sintáis las pasiones en batalla y enfado, entonces es tiempo de callar, de otro modo se cometen muchos errores.

– Con el hablar y responder cuando uno está exacerbado se hace peor.

– El silencio es el cuchillo de oro que mata la pasión. 

·     El silencio es necesario en las contradicciones, en las calumnias y en los reproches.

– Callad cuando os sentís chillar: callad con todos.

-La vía más corta para responder a aquellos que os desprecian y os inquietan es con un dulce y modesto silencio.

– El silencio, la desenvoltura y el hacer de cuenta que no se siente nada, hace cerrar la boca a los ociosos.

– En las burlas estad callados y con buen semblante, mostrando agradecerlas por amor de Dios.

– La vía más segura es callar, a ejemplo de Jesucristo que maltratado, vilipendiado, blasfemado, calumniado, callaba.

– No lamentarse, ni resentirse, ni justificarse; sino a ejemplo de Jesucristo: estarse en un paciente, dulce y pacífico silencio. 

·     Cuando y como es necesario hablar

– Hablad cuando lo requiere la gloria de Dios y la caridad hacia el prójimo.

– Cómo hablar: 

o  Siendo cautos y prudentes con las palabras.

o  Con la mente en Dios en santo silencio.

o  Poco, bien y con mansedumbre.

o  A su tiempo, con dulzura y modestia.

o  Cuidándose de palabras incautas, punzantes y mortificantes.

 

– Cuando seáis interrogados responded con dulzura y buena gracia.

– No seáis fingidores en las expresiones y conveniencias sino caritativos.

– En las recreaciones, con frecuencia, se pierde lo adquirido en la oración.

III. LLEVAR LA PROPIA CRUZ 

 Llevar la cruz es la segunda cosa que Jesús pide a todos aquellos que quieren seguirlo: 

 «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz…» (Lc.9, 23ss) 

 Para vivir unido a Dios, Santidad por esencia, debemos no sólo huir de los pecados graves, re-negándonos a nosotros mismos y sujetando a la ley del espíritu las pasiones del sentido y del orgullo, sino que debemos también evitar todos aquellos defectos e imperfecciones que si no destruyen la caridad, la enfrían y ofuscan el esplendor. 

 Ahora porque nuestra alma, dominada como está del amor propio, o no conoce estos defectos o no tiene fuerza para liberarse de ellos, «He aquí la mano amorosa del gran Padre, el cual con látigo rico de amor, la golpea, para desprenderla totalmente de las criaturas y hacerla alcanzar la unión con el Sumo Bien».

 «Así aquello que falta a nuestra acción viene suplido por las penas y por los padecimientos que el Señor nos manda»; penas y padecimientos que forman la «purificación pasiva» del alma y constituyen la Cruz que debe llevar cada seguidor de Cristo. 

 Llevar de hecho la cruz, según San Agustín, no significa otra cosa que soportar con paciencia
toda tribulación y trabajo.
 

 La cruz que todos más o menos, somos llamados a llevar son principalmente: 

o  Las enfermedades.

o  Las tentaciones.

o  Las tribulaciones exteriores.

o  Las penas interiores del espíritu.

 

 «Para cada una de ellas, San Pablo de la Cruz nos da sus enseñanzas; debemos aprender de él por qué y cómo debemos llevar la cruz. 

 Los seguidores del mundo odian y huyen de la cruz, pero los seguidores de Cristo la aman y la buscan porque saben que «todo está en la cruz, y todo consiste en el morir. En la cruz esta la salvación, en la cruz la defensa del enemigo, en la cruz la alegría del espíritu, en la cruz la perfección de la santidad. No hay salud para el alma ni esperanza de vida eterna sino en la cruz. Tomad, pues, la cruz y seguid a Jesús». (Imitación de Cristo L.II. C.2)

1. POR QUE Y COMO DEBEMOS LLEVAR LA CRUZ 

 Son muchas las almas que quieren seguir a Jesús, pero pocas aquellas que quieren llevar la cruz con El. 

 Jesús, ahora, .dice la Imitación de Cristo tiene muchos que aman su reino Celeste, pero pocos que aman su cruz. Tiene muchos que desean consolaciones, pero pocos que desean tribulaciones. Todos desean gozar con El, pero pocos desean padecer con El 

 Sin embargo, padecer con Jesús, llevar con El la cruz, y llevarla como El la llevó, es absolutamente necesario para ser sus discípulos, y tener parte con EL en la gloria del cielo. No será glorificado sino quien haya padecido con Cristo y con El haya llevado la cruz: «Y si somos hijos, somos también herederos. Nuestra será la herencia de Dios y la compartiremos con Cristo; pues si ahora sufrimos con El, con El seremos glorificados». (Rm 8,17).

 Pablo de la Cruz nos, recuerda por qué y
cómo, debemos llevar la cruz.
 

POR QUE DEBEMOS LLEVAR LA CRUZ

·     Para asemejarnos a Jesús

– Cuanto más padezcáis tanto más os asemejaréis a Jesús, en toda su vida que fue toda una cruz y no hizo otra cosa que padecer.

– Dios, sobre esta tierra, paga a sus siervos con aquella misma moneda con la cual pagó al Santo de los Santos: Jesucristo.

– ¿Qué quiere decir Siervo de Dios? Quiere decir ser crucificado con Cristo.

– Dios os ama como a hijos, porque os favorece de continuo con nuevas cruces.

– Es muy necesario bendecir y agradecer al Señor que os hace caminar por La vía de la Santa Cruz por la cual caminó su Divino Hijo.

– Afortunadísimas almas que van por la vía del calvario siguiendo a nuestro querido Redentor.

– La cruz es el más grande don que Dios hace a sus siervos. 

·     Para hacernos santos

– Cuanto más uno aprovecha en el servicio de Dios tanto más crece el padecer.

– Esta fue la vida de Cristo, y esta es la vida de sus verdaderos siervos. Abrazad con buen corazón la santa cruz.

– Quien quiere servir a Dios a lo grande, necesita padecer pruebas y trabajos grandes.

– Las cruces:

 

o  Mantienen el alma en humildad.

o  Hacen que se tenga más recurso a Dios.

o  Hacen ejercitar las más bellas virtudes.

 

– Cuando la cruz es más aflictiva y penetrante, es MEJOR; cuando el padecer es más privado de consuelo, ES MAS PURO; cuando las criaturas nos son más contrarias, NOS ACERCAMOS MAS AL CREADOR.

– Reposad sobre la cruz de Jesús y será santos, pero de la santidad secreta de la cruz. Abrazad la cruz, donde solamente están los verdaderos tesoros. Quien supiese el gran tesoro que es el padecer no desearía más que cruces.

– Porque vuestra alma es muy querida por Dios por eso os hace pasar por la vía regia de la Santa Cruz.

– Gran tesoro encierra el desnudo padecer sin consuelo ni del cielo ni de la tierra. Tenedlo en gran estima y sed agradecidos al Señor ofreciéndoos a menudo como víctimas a su Divina Majestad sobre el altar de la cruz.

– Estar con Jesús en la cruz es la vía más corta para llegar a la feliz suerte de morir a lo creado para vivir purísimamente en Dios.

-La cruz es el estandarte de los verdaderos siervos de Dios. 

·     Para gozar de tranquilidad y paz sobre esta tierra

– Entre menos consolaciones tengáis de las criaturas más tendréis del Creador.

– Bienaventurados aquellos que llegan al puro padecer sin consuelo y persisten en servir a Dios. Estos son los siervos fieles que entrarán en el gozo del Divino Padre.

– Qué bello es padecer con Jesús. iQuisiera tener un corazón de serafín para explicar las ansias amorosas! (de padecer) que prueban los verdaderos amigos del crucifijo.

– Las almas devotas no deben buscar otra consolación que el Salvador y su santa cruz.

– Felices aquellos que están de buena gana crucificados con Cristo. 

·     Para ir al Paraíso

– Al paraíso se va con la cruz.

– Si aquí son cruces, después serán coronas en el paraíso.

– Teniéndoos pegados al leño de la santa cruz no naufragaréis sino que llegaréis al puerto de la salud.

– La merced que Dios da a sus siervos aquí abajo, son cruces, angustias y trabajos para haceros semejantes a su divino Hijo crucificado y colocaros después en la galería del cielo donde no habrá más llanto ni dolor sino alegría y gozo.

– Aquellos que padecen cruces por amar de Dios ayudan a Jesús a llevar la cruz y serán participes de su gloria en el cielo.

– Breve y momentáneo es aquí el padecer, pero eterno será el gozar. Agradeced a Dios y sufrid con paciencia. 

LAS CRUCES NO FALTARAN JAMAS

– Es preciso llevar la cruz cada día. Aquí no hay otra vía, como dice Jesús en el Evangelio.

– Huyendo de una cruz se encontrarán diez.

– El alma es un grano que Dios siembra en este gran campo que es la Iglesia y para dar fruto es necesario que muera a fuerza de penas, dolores y persecuciones.

– Jesús que os ama tanto no os quiere sin la cruz.

– Donde quiera que estéis llevaréis con vosotros vuestra cruz, la cual sigue a los siervos de Dios a donde quiera que van o están.

COMO DEBEMOS LLEVAR LA CRUZ

·     En silencio y esperanza

– Sed fieles en llevar vuestra cruz con paciencia.

– La virtud de Jesucristo es padecer y callar.

– El alma devota no busca otro consuelo que el de la santa cruz. Estaos a la buena bajo ella, sin tantas reflexiones e inútiles sutilezas.

– El padecer es un bálsamo tan precioso y espiritual, que si no se tapa y se cierra bien el vaso con el sello de la verdadera humildad, silencio de fe y caridad, se evapora de inmediato y se va al aire por el canal de la vanagloria. 

– Animaos, todo pasará, y en el cielo estaremos contentos para siempre.

·     Con paz y resignación

– Reposad en paz sobre la cruz, con quietud de espíritu como niños en los brazos de Jesús Crucificado y de su Divina Misericordia.

– Estad abrazados a la santa cruz recibiendo todos los trabajos de la mano amorosa de Dios y diciendo a menudo: Señor, hágase siempre vuestra santísima voluntad.

– El pobre Pablo está siempre abrazado y asido a la cruz del querido Jesús.

– Llevando la cruz con tranquilidad se encuentra la verdadera paz.

– El mérito y la perfección consisten en llevar la cruz que Dios quiere, no aquella que quisiéramos nosotros.

– Afligido pero quieto -amargado y siempre alegre ciego al parecer mío- así me quiere Dios.

– Sea siempre bendito nuestro Dios que nos hace partícipes de su cruz. 

·     Con amor y con alegría

– Estad contentos en la cruz con Jesús.

– Gozo que Dios os descubra su cruz y os la haga amar.

– Estad en la cruz:

o  En alto reposo y alegría de espíritu.

o  Como víctimas de amor todos unidos a Jesús.

 

– Bebed alegremente el cáliz del Salvador. Sean bienvenidos los padecimientos, los trabajos, las cruces.

– Abandonaos y gozad de hacerle compañía con vuestro padecer.

– Padeced y callad y cantad en el espíritu.

– No debemos gloriarnos en otra cosa que no sea la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

– Las cruces de mi Jesús son las joyas de mi corazón.

– ¡Oh, querida cruz!, ¡Oh, Santa Cruz! árbol de vida del cual pende la eterna vida. Yo te saludo, yo te abrazo y te estrecho contra mi pecho.

2. LA CRUZ DE LAS ENFERMEDADES 

 Dice el sabio que el hombre fue creado para la inmortalidad; pero por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo y con ella todo el conjunto de mates que son la preparación y la condición indispensable.

 Así la vida presente no es más que un continuo sucederse de males y sufrimientos, o como la llama justamente San Gregorio: UNA ESPECIE DE MUERTE PROLONGADA.

 Pero el Señor que suele sacar el bien del
mal y ordena toda cosa para nuestro mayor provecho espiritual, providencialmente tiene dispuesto que estas enfermedades, con todo que dando una pena dolorosa, fuesen medios de perfección y de santidad.

 “La enfermedad, dice San Francisco de Sales, es una óptima escuela de misericordia, para aquellos que asisten a los enfermos y de amorosa resignación para aquellos que la soportan; porque mientras los unos estén a los pies de la cruz, como la Virgen y San Juan a los cuales se proponen imitar; los otros están en cruz como Nuestro Señor, cuya pasión procuran, cuanto más pueden, imitar”.

 Cuando viene la enfermedad, pues, dice el mismo santo, es la cruz de Cristo que viene: abrazadla, pues, tenedla en gran estima por amor de aquel que os la manda. 

 En las enseñanzas de San Pablo de la Cruz tenemos claros motivos para apreciar las enfermedades y para hacerlas meritorias. 

·     Las enfermedades son tesoros y gracias del señor

– Las fiebres continuas acompañadas de incomodidades, las indisposiciones y las enfermedades, inestimables y joyas preciosísimas con las cuales el Señor enriquece vuestra lama.

– Las enfermedades largas son unas de las más grandes que Dios hace a sus almas más queridas.

– Los dolores de huesos y nervios es necesario quererlos.

– Las enfermedades son el sello con el cual Dios contraseña a las almas elegidas.

-Santidad y salud no son ordinariamente buenas compañeras.

– siento que vuestra salud se vaya cada vez más; pero creedme que yo no he conocido jamás almas que de propósito atiendan a la perfección y a la oración en perfecta salud. 

·     Óptima palestra de virtud

– La misericordia de Dios os visita con dolores, enfermedades y otros trabajos que son gracias con las cuales regala a las almas santas: 

o  Para poneros a prueba cada vez más y purificaros el espíritu.

o  Para que os desprendáis de todo lo
creado y os apeguéis a las cosas del cielo.

o  Para haceros descubrir quiénes sois.

 

– En las enfermedades se conoce quien es paciente, humilde y mortificado. 

– Las enfermedades son ocasión para ejercitar la virtud: 

o  En el amor a la propia abyección

o  En la gratitud y la dulzura a quien nos sirve

o  En la obediencia ciega al médico y a los enfermeros.

 

– Estad sobre el lecho como sobre la cruz del
Redentor. 

– Las enfermedades nos hacen más queridos de Dios que todas las penitencias voluntarias porque en esto no hay nada nuestro.

– El tiempo de las enfermedades es el más oportuno para mostrar una verdadera fidelidad al esposo celestial. 

·     Medios para unirnos más a Dios

– Las enfermedades son un precioso trabajo que no disminuyen la unión con Dios t antes la acrecientan.

– Cuando el cuerpo está abatido y mortificado, el espíritu está más apto para volar a Dios. .

– Así como las indisposiciones y fiebres debilitan el cuerpo, así adelgazan el espíritu para que con las alas de la fe y del amor se disponga a volar altamente al seno del Divino Padre.

COMO HACERLAS MERITORIAS 

·     Aceptarlas con paciencia» resignación y alegría

– Aceptad con resignación todos los padecimientos de fiebres y otras incomodidades que Dios os manda para haceros santos.

– Estad sobre la cruz de vuestras preciosas enfermedades con silenciosa paciencia y dulce
mansedumbre, y no dejéis salir de la boca palabras de lamento.

– Gozad en Dios de vuestras indisposiciones y sed tan indiferentes a la enfermedad como a la salud porque así agradaréis al Sumo Bien.

– En las enfermedades es necesario amar y adorar la santísima voluntad de Dios, produciendo frecuentes actos de amor y de adoración, teniendo el corazón en tranquilidad, parar cualquier evento que pueda suceder; este es e el mejor remedio en las indisposiciones corporales. 

– Si toleráis con paciencia y resignación vuestras indisposiciones en silencio de fe y amor, os enriqueceréis de tesoros y de méritos en Dios Bendito. 

·     Ejercitar la obediencia y la dulzura

– En los males corporales decid simplemente vuestras indisposiciones con términos modestos, claros y con brevedad y después abandonaos en todo a la obediencia.

– Tomad los medicamentos en el cáliz amoroso de Jesús, sufriendo todo por amor de Dios en unión a cuanto sufrió por nosotros Jesucristo, nuestro verdadero Bien y Divino Ejemplo.

– Estad sobre el lecho de vuestra enfermedad
como niños que duermen sobre el pecho del
Divino Jesús, y allí bebed en aquella fuente de
vida eterna.

– El enfermo estese retirado en el corazón purísimo de Jesús que allí encontrará consuelo.

– Dios os quiere así indispuestos porque os quiere del todo para sí.

·     No dejar jamás la oración

– Si os ocurriese estar enfermos a abatidos y faltos de fuerzas, no dejéis jamás vuestra oración, o sea aquella dulce atención amorosa, con viva fe en Dios reposando en paz y amando a Dios.

– En las enfermedades estad en vuestro lecho como sobre la cruz. Jesús oró tres horas sobre la cruz y fue una oración verdaderamente crucificada, sin consuelo ni de dentro ni de fuera. ¡Oh, qué gran enseñanza!

3. LA CRUZ DE LAS TENTACIONES 

 Se imaginan algunos que la vida de las almas que quieren ser todas de Dios, sea una ascensión blanda, dulce, sin luchas ni choques, a lo largo de un sendero amenísimo enmarcado de flores perfumadas. Pero el Espíritu Santo nos advierte que no es así: «Hijo, en el darte al servicio de Dios, humilla tu corazón y prepara tu alma para la tentación. (Ecl 2,1). 

 Pero, dirá alguno, ¿no es la tentación un mal?
¿Cómo puede ser la recompensa de quien no busca otra cosa que al Señor?

 Tentar, dice Santo Tomás, es hacer experimento de alguno. De aquí una dobla tentación: una «ad probandum», la cual viene directamente de Dios; la otra, “ad seducendum», que tiene por autor al demonio, el cual para alcanzar más fácilmente su fin, se sirve como de potentes auxiliares del mundo, y de nuestra concupiscencia.

 Pero todas las tentaciones, no excluidas aquellas que el enemigo infernal trama para nuestro daño, son permitidas por la Divina Providencia y orientadas a nuestro mayor bien espiritual y a nuestra santificación «porque Dios es fiel y no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, sino que nos da con la tentación la ayuda con el fin de que podamos resistirla y permanecer victoriosos». (Conf. 1Cor.1O, 13).

 San Pablo de la Cruz nos enseña para qué sirven, según los divinos designios, las tentaciones, y qué cosa debemos hacer para permanecer victoriosos.

PARA QUE SIRVEN LAS TENTACIONES 

·     Para probar nuestra fidelidad

– Las tentaciones son pruebas de Dios para conocer si somos fieles.

– Dios os ama y porque os ama os prueba. Por esto la rabia de Satanás busca perturbaros.

– Las almas más queridas por Dios son las más tentadas, probadas y afligidas.

– Las tentaciones no son para entristecerse: son trabajos (sufrimientos) que vienen a un alma que quiere ser toda de Dios.

– Os pido no hacer caso de las molestias y tentaciones que os causa el demonio: creedme que esto es un óptimo signo para vosotros.

– Quien no es tentado, ¿qué sabe? Si Dios os trata como a sus siervos más queridos, ¿qué queréis de más? 

·     Para purificar el alma

– Las tentaciones purifican el alma como el fuego al oro. Cuando se combaten hacen un gran bien: 

o  Nos humillan.

o  Nos instruyen.

o  Nos purifican.

 

– Dios permite tales batallas para purificaros el espíritu para que esté más dispuesto a unirse con perfecta caridad al Suma Bien. 

·     Para haceros adquirir la santa humildad

– Las tentaciones os serán de gran mérito. No hacen daño cuando no se les da ocasión ni se les consiente.

– Dios permite las tentaciones con el fin de: 

o  Hacernos más humildes de corazón y cautelosos.

o  Que el alma no se fíe de sí misma.

o  Hacernos desprender de toda cosa creada.

o  Conocer nuestra nada, nuestra abyección.

o  Llevarnos a recurrir a Él en nuestra oración.

o  Llevarnos a poner toda la confianza en El.

 

o  Para hacernos ejercitar muchas virtudes

– El haceros pasar por varias tentaciones es signo de que Dios os quiere santos, porque os da ocasión de ejercitar muchas virtudes en el acto que hacéis de resistencia a la misma. No se llega a adquirir una virtud consumada, sino por medio de la tentación contraria.

– La gran tentación de fe es signo de que Dios quiere dar a vuestra alma un gran don de fe viva que la llevará a alta unión de caridad.

– Si Dios permite tentaciones de gula es signo de que os quiere dar en premio una altísima abstinencia.

– Si permite Dios que seáis tentados -de vanagloria, es signo de que quiere daros grande humildad.

– No os asustéis con las tentaciones; sabed que su Divina Majestad las permite con el fin de que pongáis bien profundos los fundamentos de aquel edificio espiritual, que tiene designado fabricar en vuestra alma.

– Alegraos cuando Dios os pruebe con las tentaciones. Son óptimos signos de que os quiere santos.

·     Para acrecentar nuestros méritos

– Las tentaciones son joyas con las cuales Dios adorna al alma fiel, para que bien radicada en la humildad de corazón, se entregue a participar de los tesoros de las divinas gracias, especialmente los de su Pasión.

– Hacen resplandecer más la gracia triunfadora que Dios ha puesto en vuestra alma. Son, tantas las riquezas espirituales que adquiere el alma, que con la ayuda de Dios combate fiel, que no hay mente que las pueda comprender ni lengua que las pueda expresar. 

·     Para prepararnos una corona de gloria

– Ahora es tiempo de batallar y de combatir con gran corazón, que Dios nos prepara una corona de gloria.

– Las tentaciones son ladridos del demonio, el cual tiene gran rabia de veros encaminados por la vía del paraíso.

– Pasada la tempestad vendrá gran serenidad, y vuestro espíritu nadará en un mar de paz, en premio de la victoria reportada.

– Quien venza los asaltos del enemigo se sentará para siempre a la mesa del Gran Rey del cielo. 

COMO VENCERLAS

·     Manteniendo el corazón en paz

– En los combates mantened el corazón pacífico. Sobre todo tened cuidado de no inquietaros jamás por cualquier tentación.

– El sentir las tentaciones no es pecado; pecado es consentirlas.

– No os asustéis por furiosa que sea la tempestad de las tentaciones, porque cuando la voluntad no quiere no hay pecado; así parezca que la nave padece naufragio, la parte superior resiste y permanece victoriosa.

– La vía corta que se debe tener en tales batallas es de estarse sumiso a la voluntad de Dios; dejándose flagelar de aquella mano amorosa que permite tales tribulaciones. 

·     Combatiendo varonilmente

– Combatid varonilmente que después de la guerra vendrá la paz. 

– Os digo que en medio a las tempestades de las tentaciones debéis manteneros fuertes como un escollo azotado por las olas.

– Id al encuentro del enemigo, armados de las
virtudes de Jesucristo, con la lanza de la santa cruz. Venceréis sin más y el paraíso cantará las victorias que reportaréis por la virtud del Salvador. 

– Los demonios son perros ligados a la cadena: pueden ladrar pero no morder, si no queremos nosotros mismos dejarnos morder.

– Todo el infierno no os puede hacer caer cuando vuestra voluntad esté firme y constante en no consentir.

– No debéis hacer caso de cualquier asalto dé las tentaciones: combatid varonilmente protestando querer morir antes que consentir el pecado y abandonar a Dios.

– Donde os sintáis más débiles, estad allí más en guardia.

– No dudéis de nada, que Dios os dará la victoria, y en premio de la batalla os dará gracias grandes y el don de la santa oración.

·     Humillándonos dulcemente

– Las tentaciones se vencen con la humildad y el santo temor de Dios: el demonio huye de los humildes, desconfiados de sí y temerosos. El corazón humilde está siempre victorioso.

– Con gran coraje combatid esta batalla que Dios os tiene preparada la gran victoria si sois bien humildes.

·     Desconfiando de sí

– Descubrid al confesor lo que sufrís de tentaciones, siendo este punto necesarísimo para que dicho confesor os dé remedios, consejos y avisos de cómo debéis regularos, y obedeced. 

·     Confiando en Dios e implorando su ayuda

– En las tentaciones no dudéis de nada. Dios estará con vosotros, combate en vosotros y por vosotros y os da su gracia para vencer.

– Vivid pues, abandonados en sus divinos brazos, y en los asaltos más fieros escondeos en la inmensa caridad de Jesucristo, Nuestro Señor. Esta fuga ¿sabéis cómo se hace? Se hace con un dulce avivamiento de fe, que os haga aniquilaros más en vosotros y perderos en Dios.

– En las tentaciones no perdáis jamás la confianza en Dios y en María Santísima. Si Jesús os tiene en sus brazos, ¿a quién temeréis?

– Sobre todo no perdáis jamás la confianza ni dejéis la oración.

– No hagáis esfuerzos de cabeza, de manos o de pecho para desechar las tentaciones la resistencia que se debe hacer es la de recurrir a Dios, a Jesús y a María Santísima.

– Cuando os venga cualquier tentación besad la cruz y el rosario diciendo con fervor: Mi querido Redentor, mi eterno Dios, os adoro, os amo.

– Si las tentaciones acosan meteos en espíritu a los pies de Jesús Crucificado, y haced un acto de amor diciendo: Señor, ¡ayuda!, estoy dispuesto a morir antes que ofenderos, en vos me abandono, a vos recurro: vos sois mi Dios, mi todo: socorredme, liberadme, que de mi parte no puedo hacer nada de bien, tan sólo el mal.

– En el costado dulcísimo de Jesús se encuentra toda fortaleza y todo bien. Es su corazón una fortaleza inexpugnable.

4. LA CRUZ DE LAS TRIBULACIONES 

 Fuera de la cruz de las enfermedades y de las tentaciones que provienen del demonio y de nuestra natural debilidad, debemos llevar las de las adversidades, persecuciones, calumnias y tribulaciones, que si nos son procuradas la mayoría de las veces por la malicia de los hombres, los cuales han perseguido a Cristo, no dejarán de, perseguir también a sus seguidores.

 Pero cualquiera que sea la mala voluntad de los hombres, es cierto que todas las tribulaciones son de la Divina Providencia-ordenadas para nuestro mayor bien espiritual. Ellas, dice San Agustín, no son pena para nuestra condena sino medicinas para nuestra salud. 

 En efecto, cuando un hombre de buena voluntad es atribulado, perseguido, afligido, entonces comprende que tiene más necesidad de Dios, sin el cual se da cuenta que no puede hacer nada bueno. Entonces llora y reza por causa de la miseria que sufre. Entonces se da cuenta que plena seguridad y paz no pueden tenerse en este mundo.

 Buena cosa es, pues, para nosotros si algunas veces encontramos disgustos y contrariedades.
Buena cosa es si algunas veces sufrimos contra
dicciones y que se tenga mal concepto de nosotros.
Lo cual nos ayuda a mantenernos humildes y a defendernos de la vanagloria. Cuando exteriormente
seamos vilipendiados y despreciados, entonces
buscamos mejor a Dios, y ponemos en El todo nuestro corazón.

 Sobré las preciosas ganancias de las tribulaciones, y sobre el modo de soportarlas, San Pablo de la Cruz nos dice lo siguiente. 

GANANCIAS DE LAS TRIBULACIONES

·     Las tribulaciones purifican el espíritu

– Dios pretende con los padecimientos purificar vuestro espíritu como el oro al fuego.

– Las aflicciones, desolaciones, abandonos y otras persecuciones del demonio y las criaturas, son una noble escoba que barre las imperfecciones, nos prepara para la santidad y para la unión con Dios.

– Cuando el padecer es sin consuelo, el alma queda más purificada, y se hace bella y liviana para volar al Sumo Bien.

·     Son una excelente escuela de virtud

– Los trabajos, las angustias, las persecuciones y las penas: 

o  Mantienen el alma en humildad.

o  Hacen que se recurra más a Dios.

o  Hacen crecer el alma en las más bellas virtudes, como son: el silencio en el padecer, la paciencia, la caridad y la humildad, que nos asemejan al dulce Jesús.

o  Son los bordados del trabajo amoroso de Dios para haceros santos.

o  Dan al alma las alas para hacer el vuelo altísimo en la perfección del Santo Amor.

o  Con ellos Dios prepara vuestra alma para trabajos mayores.

 

– Dios nos castiga como Padre con el fin de que aprendamos a ser hijos obedientes y fieles.

– Las desgracias del mundo cuando son tomadas de la mano amorosa de Dios y con resignación a la divina voluntad, sirven para hacernos correr en la vía de los divinos preceptos.

– No os desalentéis: El Señor permite que sintáis profundamente las angustias para que conozcáis vuestra nada y os humilléis en todo. El permite que seáis abandonados de las criaturas, para que vuestra vida sea toda escondida en Jesucristo. 

·     Gracias y tesoros preciosos

– Los trabajos y calamidades mirados en el Divino Beneplácito, son preciosas joyas con las cuales Jesús embellece y enriquece vuestra alma.

– ¡0h, si comprendierais el gran tesoro que está escondido en el padecen Cuánto gozaría vuestro espíritu en Dios Nuestro Salvador!

– Bienaventurados aquellos que padecen trabajos, persecuciones y desprecios por amor de Dios; Ellos son más afortunados que los ricos del mundo y de aquellos que tienen las delicias de la tierra.

– Oh, dulcísimos trabajos; prendas queridas del corazón Sacratísimo de Jesús, ¿Quién podrá explicar la magnificencia de estos preciosos, tesoros, de los cuales Dios se sirve para coronar las almas de sus queridas esposas? 

·     Los padecimientos son la parte de los más queridos hijos de Dios

– Los trabajos y los padecimientos son los regalos que Dios da a sus consentidos, y unidos al abandono de las criaturas, son los más preciosos tesoros para sus amigos.

– Padeced de buen grado las tribulaciones, recordando que ellas son las prendas del Santísimo amor de Dios, y las garantías más ciertas de ser amigos suyos, porque Dios os ama y por eso os prueba con tribulaciones.

– Es siempre una gracia cuando Dios os hace padecer, en especial cuando el padecer es sin consuelo.

– En los trabajos grandes se prueban las almas varoniles porque los más grandes trabajos son de los más grandes siervos de Dios.

– En sustancia, las mercedes que Dios da a sus siervos aquí abajo, son cruces, angustias, trabajos y tribulaciones de toda suerte, para hacerlos así semejantes a su divino Hijo crucificado, y para colocarlos después en la regia galería del cielo.

– Cuanto más seáis afligidos, más debéis alegraros, porque está más cerca el Salvador.

COMO ES NECESARIO SOPORTARLAS

·     No hablar de ellas sin necesidad

– Cuando vienen tempestades de trabajos, entre más se escondan mejor es.

– Con el hablar sin necesidad de los propios sufrimientos, se disminuye la virtud y crece el amor propio, que siempre desea ser compadecido.

– Quien cree padecer mucho o es poco humilde o poco paciente.

– Quien padece mucho calla mucho, porque no quiere consolación de ninguna criatura, y puramente se recrea y consuela con la voluntad de Dios de la cual se alimenta. 

·     Mirarlas con ojos de fe

– Las almas fieles miran con ojos de fe, en la santísima voluntad de Dios, los trabajos y desgracias, no como venidos de las criaturas, sino de la mano amorosa del Señor.

– Mirad vuestros trabajos no como flagelos sino como dones y correcciones del Padre Celestial, el cual «quos amat arguit et castigat».

– Acariciad vuestros padecimientos vengan de donde vengan, y miradlos en la voluntad de Dios, gustando con fe y Santo amor que se cumpla en vosotros su santísima voluntad.

– Tened vuestro corazón vuelto hacia el cielo, con el fin de que los vientos impetuosos de las vicisitudes humanas no puedan jamás agitarlo.

·     Soportarlas con paciencia, contento y gratitud

– Estad abrazados a la santa cruz de vuestras tribulaciones: tomadlas de la mano de Dios y decid a menudo: Señor, sea hecha siempre vuestra santísima voluntad.

– Padeciendo con paciencia, vuestra alma se enriquecerá de grandes méritos, y Dios la liberará de todo mal.

– Sufrid contentos orando a Dios por quienes os calumnian y mostrándoos siempre serenos.

– Las burlas, las mofas, los escarnios deben recibirse con suma gratitud hacia el Señor; estas son como leña para hacer la hoguera amorosa y poderse quemar víctima de amor.

-En vuestros trabajos bendecid al Señor con silenciosa paciencia.

·     Y con la mirada en el crucifijo

– El alma amante, desprendida de todo lo creado, no mira al padecer sino que su atención está toda en el Amado Bien, en el amor Crucificado.

– El alma fiel deja desaparecer los trabajos en el mar inmenso de la divina Caridad que endulza toda amargura. 

– Ofreciendo vuestros trabajos a las llagas santísimas de Jesucristo, haréis cosa grata a Dios y de gran mérito para vuestras almas.

5. LA CRUZ DE LAS PENAS INTERIORES 

 Las enfermedades, las tentaciones, las adversidades, las persecuciones de los hombres y de los demonios son cruces con las cuales el Señor intenta purificar nuestra alma de sus defectos y de sus imperfecciones, para hacerla cada vez más digna de sí y del Santo Amor. Pero hay todavía una cruz más sutil y penetrante con la cual el Señor suele dar la última mano a este místico trabajo de la purificación pasiva, y esta cruz son las arideces, desolaciones, y penas interiores, que San Pablo de la Cruz, experto en tal materia, llama «limas finísimas que penetran hasta el fondo para Limar toda herrumbre; presiones amarguísimas, las cuales, porque privan de todo consuelo sensible, son más penetrantes y por eso aptas para preparar el alma, en modo altísimo a la Santa unión con Dios. 

 San Pablo de la Cruz no dice cual es el fin providencial de estas penas y la conducta a seguir. 

FIN PROVIDENCIAL DE LAS PENAS INTERIORES 

·     Purifican el espíritu

-Dios pretende con las arideces, las desolaciones, los abandonos, las penas interiores, las aflicciones y los temores, purificar el espíritu como el oro al fuego, de todo herrumbre, barro y polvo de imperfecciones que nosotros no advertimos.

– Las penas interiores son una estupenda escoba que barre nuestro espíritu de toda imperfección.

– Estas penas son dones para: 

o  Ejercitarnos en la resignación.

o  Desprendernos de todo contento sensible.

o  Llegar a ser hombres nuevos.

 

·     Enriquecen el espíritu de dones y gracias

– En los trabajos internos, las desolaciones, arideces y abandonos, está escondido un gran tesoro que enriquece el espíritu, lo preparan para recibir gracias y dones inestimables.

– En la medida de las tinieblas que vuestra alma sufre, será más clara y abundante la luz.

– Las penas, obscuridades y desolaciones que el Señor os comparte son un bello trabajo de amor que Dios hace en vuestro corazón para daros el don del Santo Amor.

– Cuando Dios haya probado vuestra fidelidad, os llenará de celeste fuego de caridad que hará desaparecer todas las arideces y desolaciones.

·     Preparan el espíritu para el más alto grado de unión con Dios

– El Señor pretende por medio de las arideces y desolaciones:

o  Preparar el alma a un más alto grado de oración y unión con Él para dar así la última mano a la estatua y colocarla en la celeste galería del Paraíso.

o  Haceros santos y por eso os prueba con penas y angustias.

o  Que aprendáis a servirlo con amor.

o  Que saquéis más provecho en la humildad
y el conocimiento de vosotros mismos.

o  Desprenderos de todo lo sensible, de todo contento y haceros caminar en pura fe y pobreza de espíritu por la vía de la santidad.

 

– Las arideces y desolaciones son necesarias para llegar al conocimiento experimental de nuestra propia nada.

– La voluntad de Dios se cumple mejor en las arideces y desolaciones.

– El sagrado martirio de las penas interiores produce en el alma dos maravillosos efectos:

o  Purificarla de todo rastro de imperfección como hace el fuego en el purgatorio.

o  Enriquecerla de virtudes, en especial de paciencia, mansedumbre y de alta resignación a la divina voluntad, para contemplar bien las penas santísimas de Jesucristo.

 

– Los trabajos del espíritu son los primeros peldaños de aquella santísima y altísima escalera por la cual suben las almas generosas y grandes. 

·     Estima que debemos tenerles

-. Tened en gran estima las preciosas penas interiores porque miradas con, los ojos de la fe son:

o  Joyas emanadas de las fuentes del Santo Amor y son una gracia extraordinaria.

o  Alegrías de Jesús.

o  Tesoros inestimables con los cuales Dios enriquece a sus verdaderos siervos y adorna vuestro espíritu.

o  La parte más querida de los siervos de Dios.

 

– Miradas con ojos de fe no son más amargas sino más dulces y suavísimas.

– Dios no permite que uno permanezca sofocado por las angustias; pero si esto sucediese, -el mejor morir sería en un desnudo padecer sobre la cruz de Jesús, cantando: «Hágase tu voluntad”.

– En el cielo se ama y se goza, en la tierra se ama y se sufre, imitad a los santos; así como ellos en el cielo aman y gozan, vosotros aquí abajo amad y padeced.

CONDUCTA QUE DEBEMOS TENER

·     Desechad como peste los temores y turbaciones del espíritu:

– Dios quiere humildad no vileza.

– Ellas nacen siempre del demonio y de las demasiadas reflexiones sobre vosotros mismos. Desechadlas por amor de Dios y tendréis paz y os haréis santos.

– Las inquietudes son siempre de mala raíz y por eso es necesario humillarse dejándolas morir en el fuego de la santa caridad.

– el diablo os pone en mente temores turbaciones con el fin de que no hagáis nada bien. 

·     Hacerse un poco de sagrada violencia

– Al principio; después os sentiréis más livianos.

– En el abatimiento de espíritu, la parte superior debe virilmente mandar a la inferior con gran constancia: “Véncete a ti mismo”. 

·     Triturar las penas internas con la paciencia y el silencio

– Se hace con ellas una píldora amasada con el bálsamo de la Santísima Pasión de Jesús, se engulle con fe y con amor y se digiere con el calor de la Santa Caridad.

– Debéis padecer y callar en paz y sobre la cruz del dulce Jesús, en sagrado silencio de fe y de amor. 

·     Estar bien resignados

– A la divina voluntad en los sufrimientos internos, y estad segurísimos que después de la tempestad vendrá gran tranquilidad.

– En los padecimientos internos estad resignados y callados, tomando todo de la mano de Dios y besando la mano amorosa del gran Padre que os golpea con látigo rico de amor.

– Merecéis más y dais más gusto al Señor cuando en las arideces y obscuridades sois resignados y contentos del agrado de Dios, que si tuvierais todas las más altas consolaciones celestiales. 

·     Tener fe y confianza en Dios

– Mirad con dulce avivamiento de fe vuestras penas y desolaciones, creyendo que Dios se ha complacido hasta la eternidad de haceros caminar por esta vía, y de haceros semejantes a Jesucristo.

– Todas las desolaciones y penas de espíritu debéis tomarlas “sin miedo” del corazón de Jesús, mirándolas con ojos de viva fe en Dios.

– Expulsad la pusilanimidad y melancolía con actos de filial confianza en Dios.

– Estad seguros de que toda inquietud viene del enemigo: desterradla con actos de confianza. 

·     Haced morir toda pena en el fuego de la caridad ante las obscuridades del espíritu, no pongáis cuidado a los escrúpulos: destruidlos con el fuego del Santo Amor.

 

·     Amad la voluntad de Dios

Gozad de estar sobre la cruz con Jesucristo.

– Para sanar vuestros temores, desolaciones y amarguras, tenéis necesidad de esconderos en la Divina Voluntad alimentándoos de ella en espíritu y en verdad, sin dejar la oración jamás.

– En las arideces despertad dulcemente el espíritu con actos amorosos, y después reposad en Dios sin gozarlo, ni sentirlo entonces el alma se muestra más fiel.


  

IV. SEGUIR A JESÚS 

 A Purificada con la abnegación y con el amor a la cruz, el alma cristiana puede decirse qué está bien dispuesta y preparada para responder sin retardo a la invitación que Jesús le hace a seguirlo.

 Pero, ¿cómo se sigue a Jesús? A Jesús se sigue,
responde San Agustín, no con los pasos del cuerpo, sino con los afectos del corazón, imitando sus ejemplos, viviendo unidos a Él, con mente, voluntad y corazón, practicando aquellas virtudes que son propias de la vida unitiva, como:

o  La pureza de intención.

o  La presencia de Dios.

o  El recogimiento. La resignación al Divino querer.

o  El abandono y la confianza en Dios.

o  El amor a Dios y al prójimo.

o  El amor de la paz. La oración.

o  La devoción a la Santísima Eucaristía.

o  La devoción a La Pasión Santísima de Jesucristo.

o  La devoción a la Santísima Virgen.

 

En efecto, es por medio de estas virtudes, como anota el Catecismo Tridentino, que Cristo reina y vive en nosotros y que nosotros llegamos a ser ciudadanos de su reino y miembros vivos de su cuerpo místico, para poder decir con el apóstol, «vivo yo mas no yo, es Cristo quien vive en mí». (Ga 2,20).

 En cada una de estas virtudes San Pablo de la Cruz nos ofrece sus enseñanzas para seguir a Jesucristo.

 «Grande honor y máxima gloria es seguir a Jesús, y por su amor despreciar todas las cosas. De hecho todos aquellos que de buen grado se someten a su santo servicio, obtendrán abundancia de gracias, encontrarán la dulcísima consolación del Espíritu Santo y hallarán gran libertad de espíritu. ¡Oh, querida, gloriosa y divina servidumbre, por la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo; Oh, servicio dignísimo de ser abrazado, ‘y siempre deseado, por el cual se gana el Sumo Bien, y se adquiere una gloria que durará sin fin! (Imitación de Cristo L. III. C.10).

1.  PUREZA DE INTENCIÓN

 

 La primera cosa necesaria para seguir a Jesús con toda la mente es la pureza de intención, la cual consiste en HACER TODOS LOS TRABAJOS ÚNICAMENTE POR COMPLACER A DIOS, según el consejo del Apóstol: «Todo lo que hagáis hacedlo a mayor gloria de Dios». (1 Co 10,31).

 Para los hombres que ven sólo la exterior, una obra se mide por la fatiga que da el hacerla; pero para Dios que ve el corazón, el valor y el mérito de las acciones depende principalmente de la intención con la cual se hacen.

 Santa Magdalena de Pazzi dice; «Dios paga nuestras acciones a peso de pureza de intención». Y San Agustín dice: «Cuando tú obres, no mires tanto a la grandeza externa de la obra sino al fin por el cual la haces, porque tanto harás de bien cuanto intentes hacer por la mayor gloria de Dios».

EL DEBER 

·     Todo se debe a Dios

Sólo a Dios honor y gloria: a Él sólo el incienso suavísimo de todos sus dones. 

– Sea siempre vuestra intención pura en todas
las obras.

– No busquéis otra consolación que la de agradar a Dios haciendo su santísima voluntad.

-.Despojaos de todo deseo que no sea complacer
a Dios.

·     Para hacerlos cosa agradable a Dios

– Mejor cosa y más grata a Dios no podéis hacer, que hacerlo todo por su mayor gloria.

– Vuestras fatigas llegarán delante de Dios como perfumado incienso, con tal de que las hagáis para su mayor gloria y por puro amor suyo.

·     Y para hacer el bien

Si vuestra intención es recta y pura, por la sola gloria de Dios.

– Buscad solamente complacer a Dios, dejando decir lo que quieran.

– Si uno piensa dar gusto a Dios» Dios pensará en él

LAS CONDICIONES

·     Estar desprendidos de las criaturas

– Estad desprendidos de todo, ocultos y escondidos a los ojos de todos, con el solo deseo de complacer solamente a Dios en todo tiempo y lugar sin tomar fastidio o pena de otra cosa que no sea disgustarlo.

– Purificad todos vuestros afectos procurando que todos sean dirigidos a Dios.

– Gozad que Dios os despoje de todo contento para aprender a servirlo con mayor pureza de intención.

– Quien no quiere otra cosa que el gusto de Dios deja el cuidado y el pensamiento de sí a Dios mismo. 

·     Buscar complacer solamente a Dios

Teniendo el corazón vuelto al cielo.

– Procurad tener una intención purísima en todas vuestras acciones, de complacer únicamente al Señor, y de dar gloria sólo a Él.

– Si el mundo anduviese al revés no os toméis fastidio de nada, y no tengáis otro cuidado que el complacer a Dios, y hacer todo por su gloria. 

·     Hacer todo con tranquilidad y paz

Con purísima intención, con profundo recogimiento, sin filosofar tanto sobre sí mismo y sobre las propias acciones, con simplicidad.

– Antes de poneros a trabajar decid así: Mi pobre corazón, ¿por quién trabajas tú? Sentiréis que el pobre corazón os responde con voz de fe; yo trabajo por la gloria de mi Dios, y entonces vosotros decís: Si es así, haga todo bien y con paz.

·     Y por puro amor

– Haced toda cosa con paz y sin prisa, por puro amor de Dios.

– Es necesario que la observancia exterior de la Regla sea siempre animada y acompañada del espíritu interior del corazón. Dios no quiere que se haga el bien por fuerza sino por amor.

– Todas vuestras acciones, palabras, suspirosas penas y trabajos sean santificados con el amor de Dios, teniendo el corazón vuelto a Él con santos afectos.

-Buscad cada día de hacer deiforme vuestra intención, es decir, toda divina, obrando siempre en Dios y por sólo su amor, uniendo vuestro obrar con el de Jesucristo Salvador Nuestro.


2. PRESENCIA DE DIOS

 Quien obra por complacer a Dios, no puede menos de tener a Dios presente en todos sus pasos, Por eso la pureza de intención, de la cual habíamos hablado, es preparación y disposición al santo ejercicio de la presencia de Dios: otra cosa necesaria a quien quiera seguir a Jesús con toda la mente y vivir a El unido. 

 Es fácil descubrir cuáles son las inmensas ganancias de esta práctica respecto a nuestra santificación: Nos tiene alejados del pecado, estimula nuestra energía para el bien, acrecienta nuestra confianza en Dios y nos infunde alegría y ánimo para superar todas las dificultades.

 “Yo tengo siempre al Señor delante de mis ojos porque El está a mi diestra yo no vacilaré». (Prov. 15,8). 

 La mayor parte de las faltas de las
piadosas, dice San Francisco de Sales, deriva del hecho de que ellas no se ejercitan lo suficiente en el pensamiento de la Divina Presencia; y añade que este pensamiento debería ser como el pan cotidiano, y andar unido a todas nuestras acciones, como precisamente el pan acompaña todos nuestros alimentos.

 San Pablo de la Cruz practicó constantemente este ejercicio y lo inculcó a sus hijos, a los cuales, como dice una antífona de su fiesta, enseñó como primera cosa a caminar con Dios. El nos explica el fundamento, las ventajas y la práctica de esta actitud.

EL FUNDAMENTO

·     Dios está con nosotros y en nosotros

– Dios está todo en vosotros y vosotros estáis en Dios; y más sois en Dios que en vosotros mismos.

– Dios está más cerca de nosotros que nosotros mismos; mucho más cercano que la piel de nuestra carne. 

LAS VENTAJAS 

·     Medio para hacer siempre oración

– Manteneos siempre en presencia de Dios, así haréis continua oración, también en medio de vuestros quehaceres, porque el siervo de Dios hace continua oración con atención amorosa a la Divina presencia. 

·     Y para hacerse santos

– La continua presencia de Dios es rica de todo bien.

– Jesús está en medio de vuestro corazón y os quiere hacer santos. 

·     Divina presencia que ensalza los corazones

– Cuando pienso que mi alma es templo de Dios, que Dios está en mí, que yo vivo, respiro y obro en Dios, ¡Oh, cómo se alegra mi corazón!

– iQué bello es estar en pura fe en la presencia de Dios! 

LA PRÁCTICA

·     Hacer todos los trabajos en la presencia de Dios

– Caminad en la Divina presencia.

– Obrad con diligencia, pero con paz de corazón y espíritu reposado, estando en la presencia de Dios.

·     Recordarse de Dios reavivando la fe

– Olvidaos de todo: perded de vista todo; recordaos sólo de Dios.

– Reavivad la fe en la Divina presencia, levantando el espíritu con algún afecto hacia su Divina Majestad.

·     El corazón en alto, en Dios

– Estad en la Divina presencia: trabajad con las manos, pero con el corazón hablad con Dios, de corazón a corazón, despertando vuestro espíritu con afectos de amor. 

·     Ayudarse con oraciones y jaculatorias

– Estad en presencia de Dios ayudándoos con oraciones y jaculatorias, recogidos en vosotros mismos, despertando a vuestro espíritu consagrados coloquios.

– Podéis hacer así: ¡Oh, alma mía! ¿Cómo te olvidas de tu Dios? Ah, Dios mío que sois conmigo y en mí; yo vivo todo en vos y por vos. Alma mía mira con los ojos de la fe a tu Dios. Dios habita en ti: tú eres el templo de Dios: dentro de ti está Dios, fuera de ti está Dios, tú vives en Dios, obras en Dios: Oh, alegría, Oh amor, Oh, fuego, Oh, caridad. 

·     Caminar con humildad, a la buena, sin fatigar la cabeza

– Estad en la presencia de Dios como un pobre que pide limosna a su gran. Padre.

– Estarse siempre en el conocimiento y meditación de la propia nada, en, la presencia de Dios, con espíritu de suavidad, revisando a menudo dulcemente la fe, sin esfuerzo de cabeza o de pecho, creyendo que Dios está todo, dentro de vosotros, en vuestro corazón en el alma, en el cuerpo, y en todo lugar.
 

3- ESCOGIMIENTO 

 La pureza de intención y el ejercicio de la presencia de Dios conducen insensiblemente alma a la vida de recogimiento y de unión con Dios, que es la tercera cosa necesaria para seguir a Jesús con toda la mente.

 San Francisco de Sales decías «con el recogimiento nosotros nos retiramos en Dios, o atraemos a Dios a nosotros”.

 Sin el recogimiento no hay progreso espiritual, Las mismas gracias que Dios hace a un alma
no establecida en el recogimiento, dice un célebre autor, «no son otra cosa que fugaces huellas trazadas en el agua o inconstantes signos impresos en la arena».

 Nosotros podemos mantenernos recogidos en todo tiempo y en toda ligar porque no hay oficio, compañía o empleo, que pueda impedirnos volver nuestro pensamiento a Dios, y entretenernos con El en el interior de nuestro corazón.

 De esta vida de interno recogimiento San Pablo de la Cruz nos expone la naturaleza, las ventajas y la práctica.

NATURALEZA DEL RECOCIMIENTO. ¿Qué cosa es? 

 El recogimiento interno es aquella sagrada soledad interior, en la cual Dios habla alma palabras de vida eterna. Es más puro y más noble cuando está más en fe y menos en lo sensible. 

·     Sus fundamentos

– Recordad que vuestra alma es templo vivo del Altísimo.

– Conservad el recogimiento: esto es lo que desea de vosotros el Señor. 

·     Condiciones: fe, amor y escondimiento

– Estad siempre recogidos dentro de vosotros mismos, en el templo interior de vuestro espíritu solitarios con Dios, así tendí campo para arder en santo amor, aún en medio de las ocupaciones.

·     Debe ser continuo en cuanto se pueda.

– EL verdadero siervo de Dios va siempre en compañía de Jesucristo.

– Procurad que vuestros lugares de delicia sean estos tres: el coro, la celda y el templo interior de vuestro espíritu.

– De este templo no salgáis jamás, mas bien, en pura y desnuda fe, adorad al Altísimo en espíritu y en verdad.

– Este recogimiento llevadlo a todas partes. 

·     No excluye las ocupaciones

– El recogimiento no os disminuye la atención debida a vuestros quehaceres, antes bien, los hará hacer con mayor diligencia y perfección porque ser en obras perfumadas con el bálsamo del santo amor. 

– Por medio del recogimiento el alma une las acciones por el prójimo con el trato amoroso con Dios.

– Estaos haciendo la voluntad de Dios quietos y recogidos en los quehaceres.

VENTAJAS DEL RECOGIMIENTO

·     Vía corta para la santidad

– Trabajad, servid a todo, pero en paz, amando a Dios y con el espíritu en brazos del dulce Jesús.

– Estad en vuestra «casa” -celda interior- y aprenderéis la ciencia de los santos. 

·     Medio para hacer siempre oración

– Vuestra alma se acostumbrará a estar siempre en oración, si está siempre recogida en Dios.

– Del recogimiento procede todo bien porque estrecha el alma con Dios, renace a «una nueva vida de amor en el divino verbo, Cristo Jesús.

– Adorad a Dios en espíritu y en verdad, estando en vuestra nada, que así recibiréis del Señor todo bien.

PRACTICA DEL RECOGIMIENTO 

·     Evitar esfuerzos de cabeza

– Para manteneros en íntimo recogimiento, no hagáis esfuerzo de cabeza, sino estad con modo pacífico, quietos, sin estrépito, en el desierto interior.

– Tened en gran estima el recogimiento y la sagrada soledad interna y allí reposad vuestro espíritu ‘in sinus Dei’ como un niño. 

·     Vivir desprendido de toda cosa creada

-Para haceros cada vez más dispuestos a recibir la gracia del recogimiento:

o  Estaos en resignación y fidelidad a los, divinos quereres desprendidos de toda cosa creada.

o  Vuestro interior sea bien regulado, sereno y desprendido.

o  Cerrad la puerta en la cara a todas las criaturas, estándoos bien encerrados en vuestro gabinete, para tratar de solo a solo con el Sumo Bien.

 

o  Custodiar los sentidos

– Podéis estar unidos con Dios en todo lugar y conservar el santo recogimiento, teniendo bien custodiados los sentidos externos en especial los ojos y la lengua.

– Sed cautos en el hablar, amando el desprecio de vosotros mismos, humildes, obedientes, mansos y todo caridad.

– Vivid santamente alegres, pero huid de las bufonerías que disipan el espíritu.

– Estad de buena gana en la celda huyendo en lo posible de todas las ocasiones de hablar. 

o  Tened la mente y el corazón en Dios, pensando a menudo en El y llevando en, vuestro interior un manojo de las penas de Jesús y de los dolores de María Santísima.

– Reposad en sagrado silencio de fe y amor, desechando los pensamientos de la patria y de los parientes, con los cuales el demonio procura enturbiar el espíritu.

– Haced de vuestro corazón un tabernáculo llevándoos espiritualmente el Santísimo Sacramentado, y teniendo intención de asistir a todas las misas que se celebran en el mundo.

– Reposad en el seno amoroso de Dios como un niño. ¡Oh, cuanto dice el amante a su Dios aquel sagrado silencio de amor! 

o  Despertad el corazón con santos afectos en medio de las ocupaciones, estando dentro de vosotros mismos.

– Una palabra de amor basta para tener recogido el corazón por un buen tiempo.
 

4. CONFIANZA EN DIOS

 Para seguir a Jesús es necesario estar unidos a Él, no sólo con la mente sino también con la voluntad, la cual porque es la reina y reguladora de las otras potencias, tiene grandísima importancia para la vida de perfección. Las buenas ideas no devienen virtud sino a través de la voluntad, a la cual corresponde traducirlas en generosos propósitos y en obras santas y virtuosas. 

 Una de las virtudes principales con las cuales la voluntad se une a Dios es la filial confianza en El, según el ‘Naval’ no es otra cosa que la esperanza cristiana.

 Dice el real profeta que «aquellos que confían en el Señor serán como el Monte Sión, y no vacilarán nunca». «Ellos, añade Isaías, renovarán continuamente su fuerza, restablecerán como águilas sus plumas y volarán sin jamás cansarse». (Is 40,31). 

 Por eso el apóstol nos recomienda calurosamente «no perder nunca esta confianza, que tiene en sí grandes y magníficas promesas». (Hb 10,35). 

 Las mismas recomendaciones nos hace San Pablo de la Cruz, declarando los motivos y las cualidades de esta importante virtud. 

MOTIVOS DE NUESTRA CONFIANZA EN DIOS 

o  Dios en Padre amorosísimo y potentísimo

– Estad contentos y confiados en Dios. El es Padre amorosísimo y deja perecer antes el cielo y la tierra que a quien en El confía.

– Cuando el caso parece más desesperado, entonces Dios nos hace ver qué gran Padre es El.

– Las obras de Dios son combatidas para que más resplandezca en ellas su divina magnificencia. Cuando más aparecen por tierra entonces más se ven surgir a lo alto.

o  Tiene cuidado de nosotros

– En todos los eventos es necesario huir a la inexpugnable fortaleza de la confianza en Dios.

– Abandonaos en los brazos amorosos de Jesús, que El piensa por vosotros.

– Servid a Dios con perfección, y no dudéis de nada, que el Señor pensará en todo. Confiad en El, que os ayudará en todas vuestras necesidades espirituales y temporales.

– Vivid quietos, que antes perecerá el mundo que Dios falte a quien espera en El. 

o  Y nos colma de gracias

– Su Divina Majestad enriquece de dones, ayudas y luces celestiales a quien no se fía de sí mismo, sino que confía solamente en El.

– Si os armarais de gran confianza en Dios, veríais cuánta fuerza El os daría para resistir el peso que El os ha cargado.

– Confiad en Dios y estad ciertos que os vendrá
gran serenidad.

– No será jamás abandonado quien confía en el Señor. Ni será engañado jamás. 

CUALIDADES DE NUESTRA CONFIANZA EN DIOS 

o  Fuerza y constancia

– Desconfiad de vosotros mismos y confiad mucho en Dios. Quien espera en El es fuerte en la fe.

– Sed constantes y fieles en el Señor, tomando todo lo que El disponga como óptimo.

– Desechad como peste las tentaciones de desconfianza. 

o  Simplicidad y humildad

– Reposad en el seno de Dios como un niño en el seno de su madre, con suma confianza, y siempre con profunda humildad.

– Si caéis en defectos no solamente siete, veces, sino diez o cien, no por esto debéis perder vuestra confianza en Dios, sino humillaos con dolor amoroso y amor doloroso.

– Yo no estoy apoyado en otra cosa que en la, Divina protección, de la cual espero grandes cosas, en especial porque falta totalmente la protección de los hombres.

5. RESIGNACIÓN A LA VOLUNTAD DE DIOS 

 Quien verdaderamente confía en Dios, se adecua voluntariamente en todas las cosas a su Santísima voluntad, sabiendo que nada sucede sin el querer y el permiso de Dios; y que Dios siendo infinitamente bueno, nada quiere y nada permite sino aquello que sea bien para nuestras almas.

 Por eso a la vez con la confianza en Dios, el alma que quiere ser toda de Jesús, debe cultivar y practicar la virtud de la resignación a los divinos quereres, no lamentándose jamás de lo que le sucede, sino aceptando todo de la amorosa mano de Dios.

 En esta humilde y afectuosa resignación está escondida, según Santo Tomás, toda nuestra santidad y perfección, ya que conformarse a la voluntad Divina, fuente y norma Suprema de toda justicia, no es otra cosa que querer hacer siempre y únicamente lo que es más perfecto y más santo. 

 San Pablo de la Cruz nos habla sobre las ventajas y la práctica de la resignación. 

VENTAJAS DE LA RESIGNACIÓN

o  La virtud que más agrada a Dios es la resignación

– El mayor bien que Dios quiere para cada uno de nosotros, es el cumplimiento de su santísima voluntad.

– En todo evento conviene resignarse a la santísima voluntad de Dios con prontitud de espíritu, y recibir tanto lo próspero como lo adverso, por dar gusto a su Divina Majestad.

– Merecéis más y dais más gusto al Señor cuando sois resignados en las arideces y obscuridades, más que si tuvieseis las más altas consolaciones celestiales.

– Dejémonos gobernar por el Señor y caminaremos por la vía que a Él le gusta por espinosa que sea.

– Jesucristo decía a sus discípulos que su alimento era hacer la voluntad del Eterno Padre.

– Quien mes padece con paciencia y resignación más se asemeja a Jesucristo. 

o  EL mejor consuelo en los trabajos es la resignación al Divino Querer.

– La resignación a la santísima voluntad de Dios es remedio eficacísimo en las tribulaciones, en todos los males, trabajos y siniestros eventos, los cuales mirados en el Divino Beneplácito se convierten en paz y consolación.

– Si supiéramos conformarnos a la divina voluntad, encontraríamos paz y sentiríamos desaparecer todas nuestras inquietudes. 

o  Medio eficacísimo para obtener gracias: también para cosas temporales.

– Permanezca la resignación bien radicada en vuestros corazones, y estaréis mejor dispuestos a recibir toda plenitud de gracias espirituales y temporales.

– Poned todo trabajo en las llagas de Jesucristo, qué en tal forma os enriqueceréis de grandes méritos.

– La verdadera resignación a la divina voluntad es el tesoro de los tesoros.

o  Y para ser santos

– Quien es resignado es más santo porque la resignación encierra la perfecta caridad donde está toda virtud.

– Resignaos en todo y por todo al Divino querer, porque esta es la vía segura para alcanzar el cielo.

– «Padre mío, hágase tu voluntad». En estas divinas palabras está comprendida toda la santidad. 

PRACTICA DE LA RESIGNACIÓN 

o  Resignación en todas las cosas

– Todo vuestro estudio sea estar recogidos en
vuestro interior, en alta resignación a la Divina voluntad, en todos los trabajos que El permite y en todas las ocupaciones y fatigas en las cuales os encontráis. 

– Dejemos a Dios el cuidado de todo, atendamos
a nuestros deberes y estemos seguros que todo sucederá bien.

o  No pensar en él mañana

– Vivid cada momento haciendo siempre el Divino Beneplácito. 

– La perfecta resignación se ejercita, en las cosas que más se desean, esperando pacíficamente y con perfecta sumisión a la visita del Señor.

o  No lamentarse

– Vivid abandonados a la Divina voluntad, sin lamentarse ni interior ni exteriormente, ni con Dios ni con las criaturas. 

– No hagáis querellas con Dios; sino decid simplemente: Dios mío, hágase tu voluntad santísima.

– Sufrid en silencio profundo y sólida esperanza. 

o  Mirar todos los trabajos con ojos de fe

– Resignación a la voluntad de Dios en todas las cosas, mirando con ojos de fe todos los trabajos, como cosas óptimas porque queréis a Dios.

– Tomad toda pena (dolor) de la mano amorosa de Dios, que no puede querer sino lo mejor.

– Bebed el cáliz de Jesús a ojos cerrados, sin querer saber qué cosa haya dentro, basta saber que el cáliz lo da el dulce Jesús.

 

·     Hacer frecuentes actos de resignación a la voluntad de Dios, abrazándoos a la cruz de Jesús, estando con El crucificados, y padeciéndolo que su Divina Majestad dispone, en silencio de fe y de santo amor.

– Gritad de continuo al corazón sacratísimo de nuestro Salvador: «Hágase tu voluntad».

– Sea siempre hecha la voluntad de Dios: a esta sólo me acojo, y sólo ésta deseo que sea mi alimento.
 

6. ABANDONO EN DIOS 

 Anota San Francisco de Sales que el abandono en Dios es algo más perfecto que la simple resignación, porque resignarse significa plegarse, rendirse, someterse, lo que no sucede sin alguna contrariedad y rechazo; abandonarse, en vez, quiere decir, renunciar enteramente a la propia voluntad para darla a Dios, aceptando con absoluta indiferencia, antes bien con amor y con alegría, todos los eventos según sean de su Providencia ordenados o permitidos. Quien vive abandonado en Dios, quiere lo que Dios quiere, ama lo que El ama y se alegra y goza también en medio de las tribulaciones, y persecuciones, a imitación de los apóstoles los cuales «iban gozosos » porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús». (Hechos 5,41).

 El abandono en Dios, es pues, según el mismo santo, «la virtud de las virtudes, la flor de la paciencia y el fruto de la perseverancia: Virtud verdaderamente grande y digna solamente de los hijos predilectos de Dios. 

 «EL espíritu de abandono, escribe también ‘Marmion’, constituye la esencia de la profesión monástica y debe animar todos los actos que se derivan para hacerlos fecundos. Cuando el espíritu de abandono informa la vida de un monje, él puede decirse santo, porque la santidad no es otra cosa que la conformidad de nosotros mismos a Dios, el ‘Fiat’, de amor con el cual la criatura acepta siempre y totalmente los divinos quereres; y lo que hace pronunciar este amén, este ‘fiat’, y quien se nos da en oblación perfecta, es el espíritu de abandono que resume en sí la fe, la esperanza y el amor”. (Cristo idéale del Mónaco padre289). 

 «De esta sublime virtud San Pablo de la Cruz, nos hace conocer las condiciones y los frutos.

LAS CONDICIONES

 

·     Abandonarse totalmente a la santísima voluntad de Dios, que sabrá encontrar la vía para conducir a término toda cosa para su gloria.

– No penséis en el mañana sino dejad todo al cuidado de Dios. En tanto que se piensa en estas miserias se pierde de vista al Sumo Bien.

– Estad fuertes en perseverar en la divina gracia en el total abandono en Dios sin reflexionar en el padecer ni en el gozar, sino que todo vuestro contento sea el del Altísimo.

– Vivid abandonado en el seno del Padre Celestial, en silencio sagrado de fe, de esperanza y de amor. 

·     En todos los eventos

– El verdadero abandono de sí mismo en las manos de Dios abraza una perfecta resignación a la divina voluntad en todos los eventos.

– Un verdadero hijo de la Pasión, en todo evento de vida o de muerte, debe estar abandonado al Divino Querer. 

·     Especialmente en los trabajos (sufrimientos)

– La voluntad de Dios se cumple mejor en los trabajos que en las consolaciones, porque en el gozar siempre se pega nuestra voluntad.

– De este alimento supraceleste de eterna vida se alimenta el alma amante.

– Procurad cada vez más desprenderos de todo y de todos, complaciéndoos solamente en hacer la voluntad de Dios en un desnudo padecer, sin buscar consolación de ninguno.

– Recibid todo vuestro padecer, tanto del cuerpo como del espíritu de la mano amorosa de Dios con silenciosa paciencia y alta resignación, estando sobre la cruz, con, total abandono. 

·     Como simples niños vivid abandonados en el seno amoroso de Dios.

– Los designios de Dios son altísimos y profundísimos, pero ocultos: dejémonos guiar de Él como niños.

– No pongáis cuidado al diablo que os perturba; fiaos de Dios y abandonaos en El.

– No penséis en el futuro, es decir en las penas, ayes y otros eventos que os pone delante la fantasía, más bien hacedlos morir en la voluntad de Dios, dejándole a Él el cuidado de todo y estando abandonados en las manos del Padre Celestial, sin pensar en el mañana.

– Haced muy bien en lanzaros como muertos en los brazos de la divina misericordia, para que haga en vuestro espíritu el trabajo que más le guste. 

·     Alimentarse de la Divina Voluntad

– Se alimenta el alma de la voluntad de Dios cuando con alta abstracción de todas las cosas creadas y de todos los contentos, padece con pacífico silencio de fe y de amor toman do con la misma paz las cosas prósperas que las adversas. 

– Alimentaos de la voluntad de Dios en alta pobreza de espíritu y desnuda soledad, en, tal forma llegaréis a ser un vivo retrato interior del esposo celeste.

– Jesús dijo que su alimento era hacer la voluntad del Padre Celestial.

– He abandonado todas mis cosas en el Divino Beneplácito ni me cuido de saber algo si no de alimentarme en todo momento de la divina voluntad, alimento delicado y suave, si bien un tanto amargo al paladar de los sentidos rebeldes.

– Hago cuanto puedo con la gracia de Jesucristo de hacer fiesta en cualquier evento dejándolo desaparecer y absorber en la divina voluntad. 

LOS FRUTOS ESPIRITUALES

·     Tranquilidad y Paz

– Abandonarse en todo en los brazos de la divina misericordia es un medio eficacísimo para estar siempre contentos en Dios y es bálsamo para toda llaga.

– En el abandono en Dios se encuentra toda paz y desaparece toda inquietud.

– Abandonados en Dios seréis felices y probaréis un sabio anticipo del paraíso aquí en la tierra.

– Dios todo lo dispone para nuestro mayor bien, y sabe consolarnos cuando menos lo pensamos.

-Todo va a mi modo porque todo va como Dios quiere.

·     Abundancia de gracias

– El verdadero modo de enriquecerse de gracias, en medio de las penas internas y externas, es hacer la voluntad de Dios.

– La infinita bondad de Dios colma de grandes bendiciones y de innumerables gracias a aquellas almas que viven abandonadas a su voluntad.

– Porque deseo que aprovechéis en las vías del santo Amor, os aconsejo abandonaros cada vez más a la voluntad de Dios. El pensará por vosotros. 

·     Perfección y santidad

– La cosa más perfecta que se puede hacer es abandonarse en todo a Dios, tanto en las cosas prósperas como en las adversas mejor vía para hacerse santos.

– Cuando hagáis morir místicamente todas vuestras solicitudes, deseos e inclinaciones en el perfecto abandono a Dios, llegaréis a ser santos muy pronto.

– Quien vive abandonado en Dios no perecerá.

7. AMOR DE DIOS 

Nuestra unión con Dios, iniciada en la mente y la voluntad, tiene su perfección y su coronamiento en el corazón, que es precisamente el don, que sobre toda otra cosa, el Señor pide a sus hijos. 

 El amor de hecho, del cual el corazón es la expresión y el símbolo, es esencialmente virtud unitiva, y constituye por eso mismo «el vínculo de la perfección» y la esencia de la santidad. 

 Sin el amor para nada sirven todas las otras virtudes. El apóstol dice: «Si yo hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles, y no tuviese amor, no sería más que un bronce que resuena y una campana que retañe. Y si tuviese el don de profecía y conociese todos los misterios y toda la ciencia y tuviese una fe como para trasladar montañas, y después me faltase el amor, no sería nada. Y si también distribuyese a los pobres todo lo que tengo, y diese mi cuerpo para ser quemado, y no tuviese amor, no tendría ninguna utilidad». (1 Cor.13 1ss.). 

 «Gran cosa es, pues, el amor: grande en todo sentido, ya que aligera toda carga, tolera con ánimo igual toda desigualdad, lleva el peso sin sentirlo, y hace dulce y gustosa toda cosa amarga. Nada es más suave que el amor, nada es más fuerte, nada es más sublime, nada más extenso, nada más alegre que el amor, nada más rico y más excelente en el cielo y en la tierra». 

 San Pablo de la Cruz, quien tuvo viva y ardiente en el corazón la llama del amor divino para quemarse el sudario de la parte izquierda del pecho, nos ha dejado bellísimas enseñanzas sobre la naturaleza y sobre la práctica del amor a. Dios. 

NATURALEZA DEL AMOR DE DIOS

·     La reina de las virtudes es la santa Caridad y la unión con Dios. El Santísimo amor de Dios es el alimento de nuestra voluntad.

– El don del santo Amor es el tesoro de los tesoros. El maná que Dios da a quien vence. 

·     Motivos

-Dios es todo fuego de amor. Amad a este querido Dios que tanto os ama.

– Jesús que es la verdadera luz del mundo ilumine vuestras mentes e inflame vuestros corazones con el fuego de su santo amor.

– Jesús que es nuestro camino, verdad y vida, sea siempre el único objeto de nuestro amor.

– Una sola cosa es necesaria; ¿Cuál? Pensar en Dios, amar a Dios, y hacer todo aquello que pueda por darle gusto. 

·     Prerrogativas

– El amor de Dios es celoso: un granito de afecto desordenado a las criaturas, basta para arruinarlo todo.

– El amor de Dios es fuerte como la muerte.

– El amor es virtud unitiva y hace suyas las penas del Amado Bien.

·     Contraseñas

La verdadera contraseña del amor es el padecer grandes cosas por el Amado Bien.

– Quien ama verdaderamente a Dios desea padecer y hacer grandes cosas por El, cuanto hace y cuanto padece todo le parece poco. 

·     La lengua del amor es el corazón que arde, se licua, se consume y se convierte en ceniza en holocausto al Sumo Bien.

– El amor deja hablar poco, y se expresa con el silencio.

– Basta una sola palabra de amor para tener el alma largo tiempo en oración. 

PRACTICA DEL AMOR DE DIOS

·     Ir en búsqueda del purísimo amor de Dios, siempre, siempre.

– Se debe extraer el amor de Dios de todas las criaturas; para hacerlo es necesario estar desprendidos, antes bien, muertos a las mismas. 

– Paseando fuera, solitarios, escuchad la prédica que os harán las flores, la hierba, el cielo y todo lo creado, y sentiréis que os harán una prédica toda de amor de Dios. 

·     Mantenerlo siempre encendido

– Es necesario tener siempre encendido el fuego de la caridad en nuestro corazón que es el verdadero altar donde el alma se sacrifica al Sumo Bien toda ella en víctima de holocausto.

– Para mantener encendido el fuego del santo amor sobre el altar de vuestro corazón debéis: 

o  Hacer frecuentes actos de humildad.

o   Tener despierto vuestro corazón con oraciones y jaculatorias.

o  Hacer frecuentes visitas al Santísimo Sacramento.

o  Hacer la comunión espiritual frecuentísima.

o  Mantener encendido el corazón con el manojito de mirra de los leños perfumados de las penas de Jesús.

 

– Para ser pronto incinerados por aquel fuego divino es necesario morir a todo y convertirse en, leña bien seca.

·     Vivir de santo amor

– Atended al amor santísimo y a vivir vida de amor en Dios, estándoos inmersos en su caridad en lo más íntimo de Vuestro interior.

– Sea vuestro corazón siempre humilde y dócil y todo fuego de caridad, y que se consuma cada vez más en holocausto al Sumo Bien, en aquel «Sancta Sanctorum» del Corazón de Jesús.

– Jesús os bendiga y os queme de amor.

– Reine siempre en mí el amor del Divino Esposo Jesús: iViva el amor de Jesús!

·     Amar, padecer y callar

– El alma amante se conoce en el padecer de buena gana con paz y resignación.

– Para alcanzar una gran unión con Dios por medio de la santa caridad, es necesario pasar por grandes pruebas.

– Aquellos que su Divina Majestad hace pasar por la vía del puro, recto y santo amor, es necesario que pasen por la encrucijada de un puro padecer, con el fin de que el alma bien purgada y limpia de todas aquellas imperfecciones que son imperceptibles a nuestros ojos, vuelve en alto y se repose en Dios todo amor y caridad.

– Ser crucificados con Cristo, es el medio más eficaz para alcanzar la perfección del puro, santo y recto amor de Dios.

– El verdadero amor se ejercita sobre la cruz del Amado Bien.

– En la meditación de la Pasión de Jesús, el alma, como abeja ingeniosa, liba la inefable a dulzura de la miel y la leche del santo amor. 

·     Reposar en el divino corazón de Jesús, que es la fuente del Santo Amor.

– Estaos en el Corazón purísimo de Jesús, amadlo con su mismo corazón, y dejaos penetrar en un vivo dolor de los ultrajes que a Él son hechos en el Santísimo Sacramento reparándolos con humillaciones, afectos, alabanzas y acción de gracias.

– Poned vuestros corazones en aquella ardientísima fuente de amor del corazón de Jesús, para que permanezcan inflamados de vivas llamas de santa caridad. En este corazón quiero que moréis siempre, pero en pura fe. El corazón purísimo de Jesús es el Rey de los corazones.

– En el corazón dulcísimo de Jesús se bebe a mares el fuego del Santo Amor.

8. AMOR AL PROJIMO 

 A aquel doctor de la ley que quería saber cuál era el primero y el más grande mandamiento, Jesús responde: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más grande de los mandamientos. El segundo es semejante a este amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mt 22,37-39).

 Nada más grande y más sublime se podía decir del amor al prójimo. Es semejante al primer precepto del amor de Dios, porque no constituye con el mismo más que una sola y única virtud por razón del mismo objeto formal. El amor de Dios es aquello que nos induce a amar al prójimo, y el amor del prójimo tiene en Dios mismo su fundamento y su razón de ser. 

 Todas las virtudes, dice San Gregorio, comentando las palabras del Evangelio, “En la caridad tienen su fundamento; y como las muchas ramas de un árbol toman vida y alimento de una única raíz, así todas las virtudes que forman la perfección y la belleza del alma ‘ex una caritate generantur’ «. (Nacen en la caridad). 

 San Pablo de la Cruz nos habla de la excelencia y del modo de practicar el amor al prójimo. 

EXCELENCIA DEL AMOR AL PROJIMO

·     Sus ruegos

– Amaos, amaos, porque en esto se conoce la caridad de Dios.

– Recordad que jamás complaceréis a Dios si no os amáis recíprocamente.

– Os ruego tener siempre en la memoria este santísimo precepto de amor que Jesús dio a sus apóstoles, antes de ir a la muerte: «Mis carísimos apóstoles, os doy un nuevo precepto, que os améis entre vosotros como os he amado yo». (Jn.15, 17).

– La caridad es la reina de las virtudes

– La verdadera caridad es signo clarísimo de ser nosotros verdaderos discípulos de nuestro amor crucificado. 

·     Sus frutos

– La perfecta y fervorosa caridad es la preparación más eficaz para obtener del Señor luces y gracias.

– La caridad de muchos corazones los hace uno solo por unión de santo amor en Dios, y los hace dóciles, humanos, concordes, pacíficos y bien dispuestos, para conocer la voluntad de Dios.

– Gozo de las ocasiones que Dios os da para ejercitaros en obras de caridad sobre la cruz de Jesús donde extraeréis minas riquísimas de inestimables tesoros.

– La caridad es rica de obediencia, de paciencia, de mansedumbre, y de todo bien. 

PRACTICA DEL AMOR AL PRÓJIMO

·     Mirar al prójimo en Dios, en el costado de Jesús: así lo amaréis con amor puro y santo.

– Amemos al prójimo en Dios y a Dios en el prójimo.

·     Caridad con todos; intimidad con ninguno. Vivid desprendidos de toda criatura.

– Sobre todo haced resplandecer en vosotros la santa caridad, con amaros recíprocamente.

– Dad el primer puesto al alma: así lo requiere la caridad bien ordenada.

·     Pensar bien de todos mirándolos con gran caridad en Dios, y reconociéndoos vosotros sólo como malos, duros e imperfectos.

– Tened buen concepto de todos y pésimo concepto de vosotros mismos.

– Atended a vosotros mismos y no miréis la conducta de los otros sino para edificaros.

– Sed simples como niños, juzgando todo de buena manera, y excusando a todos con buena intención, atribuyendo a efecto de tentación lo que parece contrario.

– La peste de la comunidad religiosa es el querer juzgar las acciones de los otros, perdiendo de vista las propias. 

·     Hablar bien de todos para conservar y aumentar la santa caridad.

– ¡Oh, qué gran gusto se da a Dios, y qué mérito grande se adquiere para sí mismo con guardarse de las palabras incautas, punzantes y mortificantes!

– No seáis tajantes en las conversaciones y en las expresiones; sed caritativos y dulces, pero ‘cum caritate et maturitate’ (con caridad y madurez).

·     Tolerare e y ayudara e recíprocamente: en las necesidades haciendo resplandecer la caridad.

– Servid de buena manera a los otros: ejercitaos en la caridad para con todos, que Dios os tiene preparados grandes tesoros.

– Sed dóciles, servíos los unos a los otros, consolándoos mutuamente. 

– Cuánto gozo que se ejercite la caridad con
los pobres enfermos; Cuánta riqueza espiritual os dará Dios.

– Es grande gracia del Señor poder ejercitar gran caridad hacia las personas adversas, mirándolas como instrumentos nobilísimos de los cuales se sirve Dios para enriquecer vuestra alma de virtudes.

·     Desechar las aversiones

– Desechad dulcemente las aversiones con mostraros cordiales, haciendo al mismo tiempo un acto interno de caridad.

– La verdadera caridad excluye el resentimiento e incluye nuestro provecho en nuestro desprecio.

– Proceded hacia todos con verdadero espíritu de caridad y mansedumbre.

– El espíritu de los siervos del altísimo ha estado siempre en ser discretamente rigurosos con sí mismos, pero al máximo, caritativos y dulces con el prójimo.

– No haya nunca entre vosotros ninguna disensión, y si alguna vez decís alguna palabra áspera, apaciguaos pronto y no dejéis tomar posesión de vuestro corazón al enojo. 

·     Avisos y correcciones

– Las correcciones deben ser: 

o  A tiempo y lugar.

o  Con prudencia. Dulces, breves y oportunas.

o  Que resplandezca en ellas la cordialidad; (de otro modo) en cambio de curar una llaga se hacen diez.


9. AMAR Y CUSTODIAR LA PAZ 

 Un corazón lleno de amor de Dios y del prójimo es un corazón necesariamente lleno de tranquilidad y de paz, porque, según la doctrina inspirada, la caridad echa fuera al temor y a toda perturbación (Un. 4, 18), y lleva consigo la comunicación del Espíritu Santo, cuyos primeros frutos son el gozo y La paz. (2 Co l3, 13). 

 Como el odio genera enemistad, Litigios y disensiones, así el amor causa la unión, la tranquilidad y el orden, en el que está precisamente la paz, definida comúnmente: tranquilidad y orden. 

 «La paz, vale más que un patrimonio: es una mercancía santa que merece ser adquirida y conservada a cualquier precio, porque no hay cosa que en el mundo valga tanto como la Paz, que nos fue dada por Cristo, adquirida por su sangre divina». San Francisco de Sales. 

 Amar y custodiar la paz debe ser, pues, el principal cuidado de un alma que quiere de verdad amar a Jesús y seguirlo, como precisamente recomienda San Pablo de la Cruz. 

AMAR LA PAZ

·     Porque la paz viene de Dios

– La verdadera paz nace del amor de Dios, de la cual emanan como de una fuente todas las virtudes.

– El temor de Dios que es; un don del Espíritu Santo, no turba, sino que genera mayor paz.

– La preciosa paz del corazón es uno de los más grandes tesoros. 

·     Porque todo lo que es contrario a la paz viene del enemigo

– Todo lo que causa turbación del corazón, inquietud, nace del demonio o de la demasiada reflexión de sí mismo. Desechad las inquietudes y perturbaciones.

– Poned gran esmero y cuidado en conservar la paz interior del corazón porque el diablo pesca en el agua turbia.

– Cuando caigáis en algún defecto no os turbéis sino humillaos dulcemente, pidiendo perdón a Dios, proponed enmendaros y después proseguid con alegría.

·     Porque la paz es medio eficacísimo para hacer bien todas las cosas

– La paz del espíritu es necesaria para hacer bien todas las obras externas.

– Antes de poneros a trabajar poned en paz vuestro corazón.

– En el ejercicio del apostolado conservad siempre la tranquilidad de corazón.

– Trabajad con paz y sin ansiedad, dejando el cuidado de todas las cosas a Dios. 

·     Y para vivir unidos a Dios

– Dios quiere reposarse en los corazones pacíficos, no turbados de escrúpulos diabólicos.

– Estad en paz y serenidad de espíritu para que os hagáis más dispuestos al trato amoroso con el Señor.

– La paz, fruto del Espíritu Santo, os hará (crecer en caridad).

– Estad contentos en el costado purísimo de Jesús, no perdáis la paz así se arruine el mundo. 

– Estad fuertes y contentos en Dios, que El os liberará siempre de todo mal.

– Gozo ‘in Domino’ de la paz y la tranquilidad de vuestro espíritu; este es el medio eficaz para estar en el reino interior en el fondo del espíritu, para beber en la fuente de eterna vida el agua viva del Santo Amor. 


CUSTODIAR LA PAZ

·     No dejarse tomar de los temores o angustias para que no turben la paz de vuestro corazón.

– El temor que conturba es necesario desecharlo como la peste.

– Está bien que se tema, pero es necesario que nuestro temor sea de hijos, con temor y amor, que nos hace estar siempre en guardia y en miedo de dar disgusto a Dios, de no servirle bien, éste es un temor que hace santos: este no quita jamás la paz del corazón, antes bien la aumenta.

– Tened el corazón en paz, sin perturbaciones, bien custodiado y recogido, para no dejarlo perturbar.

– Daos ánimo, estad contentos en Dios, y no deis lugar a turbaciones.

– Conservad vuestro corazón internamente quieto, sereno y pacífico y desechad las turbaciones, escrúpulos e inquietudes como, la peste.

– Desterrad la melancolía de vuestro corazón; y también si caéis en algún defecto no es tumbéis jamás, lo cual sería más mal que el defecto mismo.

·     Dominar el amor propio

– No se necesita buscar la paz en la quietud que desea el amor propio.

– Haceos mudos por amor de Dios, sordos y ciegos, y tendréis gran paz.

– No os toméis solicitud de lo que no os pertenece, de otro modo no tendréis paz jamás. 

·     Tener el corazón vuelto hacia el cielo porque en tal forma jamás los eventos de cualquier trabajo lo podrán sacudir o turbar.

– Procurad conservar la santa paz, en medio de -las más fieras tempestades. 

·     Tomar todo de las manos de Dios

– La vía más corta para adquirir aquella paz que nace del amor de Dios, de la cual emanan como de una fuente todas las virtudes, es tomar todo como venido de la mano amorosa de Dios, recibiendo cualquier evento como tesoro que nos regala el Padre Celestial.
– Porque tomando todo como venido de la mano
amorosa de Dios
 

o  Toda amargura se convierte en gozo y paz.

o  Se conserva la paz del corazón.

o  Se enriquece el corazón de méritos y virtudes.

o  Todo se convertirá en consolación porque en Dios no hay pena, sino consuelo, gozo y alegría.

 

– Nosotros mismos somos la verdadera causa de nuestras inquietudes porque no humillamos nuestro corazón a Dios, y, no recibimos con sumisión tranquila lo que acaece como venido de la Providencia Amorosa del Sumo Bien. 

·     Abandonarse en Dios con santa indiferencia

– Para mantener el espíritu en paz es necesario mantenerse en la santa indiferencia en cualquier evento, y hacer morir las angustias y las solicitudes en el Divino Beneplácito.

– El abandono en los brazos de la Divina misericordia es medio eficacísimo para estar contentos en Dios, en todos los accidentes que ocurren dentro y fuera de nosotros.

– A quien se esconde en la inexplicable fortaleza de la divina voluntad, ni los vientos ni las tempestades podrán jamás quitar la paz del espíritu.

– Tened vuestro corazón en continua tranquilidad, a despecho de cuantas dificultades y contrariedades podáis encontrar, haciendo morir todo esto en el Divino Beneplácito que no puede querer sino lo mejor.

– Gozaos en Dios con la parte superior del espíritu que todas las cosas vayan como van.

– Vivid abandonados en Dios, en tal forma tendréis paz y os haréis santos. 

– Su Divina Majestad no me hace desear otra cosa que el cumplimiento de su Divino Beneplácito, y así mi corazón está en paz. 

·     Llevar en corazón a Jesús

– Ningún trabajo nos podrá quitar la paz, si llevamos en el tabernáculo de nuestro corazón al dulce Jesús.

– Cuando os encontréis agitados entrad en espíritu en el corazón de Jesús y en, aquel horno de caridad, dejad que aquel fuego os penetre y os queme de santo amor.

– Cuando estéis en el colmo de alguna grave aflicción, si podéis, id a la pieza, tomad en mano el crucifijo, y haceos hacer una prédica de Él. Oh, qué prédica sentiréis; Qué pronto se pacificará vuestro corazón.

– Estad retirados en el corazón purísimo de Jesús, y encontraréis consuelo.

– Conservad la paz en el corazón, reposando vuestro espíritu en el seno del Padre Celestial.

10. ORACION 

 Uno de los principales efectos del amor es el deseo, el ansia de estar cerca a la persona amada, y de entretenerse con ella en íntima y dulce conversación, porque el amor, en su esencia, no es otra cosa que «un movimiento del alma hacia el objeto amado». 

 Porque Dios nos ama, El encuentra todas sus delicias en estar con los hijos de los hombres. (Prov. 8,31). Igualmente las almas amantes del Señor, otro gusto y otro deseo no tienen sino el estar a los pies de Jesús, como la Magdalena, y de escuchar su palabra. (Lc 1Q, 39). 

 Es por eso que las ocupaciones más caras y agradables de las almas piadosas es la santa oración, la cual, según San Agustín «es un movimiento afectivo del alma hacía Dios»; y según San Francisco de Sales «una dulce conversación en la cual el alma se entretiene con Dios en su amable bondad, para unirse a Él». 

 Para enamorarnos cada vez más de la santa oración, San Pablo de la Cruz nos habla de beneficios y de su práctica. 

BENEFICIOS DE LA ORACIÓN 

·     La oración es medio eficacísimo para obtener todo de Dios

– La oración humilde tiene eficacia de impetrar todo lo que redunda en gloria de Dios y en nuestra utilidad espiritual.

– Si no se dejara de recurrir a «la mina riquísima de la santa oración, todos se harían ricos de los tesoros de las virtudes.

– Para recibir todo con resignación, y sufrir con fortaleza es necesario alimentarse a menudo de la santa oración.

– Muchas veces pedimos una gracia a Dios, y El nos la concede en manera diversa, porque así es conveniente para nuestro bien.

·     Es arma invencible contra los enemigos

– La oración es arma potentísima para demoler toda la rabia del infierno.

– Es medio eficacísimo para vencer todo asalto del demonio.

– Para ser fuertes es necesario alimentarse a menudo de la santa oración.

– Perjudica mucho al diablo la oración.

– Sé que el demonio tiene mucha envidia del que
hace oración.
 

·     Alma del apostolado

– La verdadera vida apostólica consiste en la acción por las almas y la continua oración.

– Sin oración los misioneros estarán más aptos para destruir que para edificar; mas a contagiar al prójimo con los malos olores de sus imperfecciones que a perfumarlos con el buen olor de sus cristianas y religiosas virtudes.

– Cristo Señor Nuestro, cuando terminaba de predicar huía al monte a orar. ¿Y nosotros?…

·     Escuela de santidad

– La oración hace aprender grandes cosas. En ella se aprende la ciencia de los santos, que consiste en el ejercicio de todas las virtudes. Esta ciencia se aprende a los pies del crucifijo en la santa oración.

– Para ejercitar la virtud no debéis dejar jamás la oración, sino continuarla en las ocupaciones, teniendo él corazón vuelto hacia el cielo.

– En esta divina escuela se aprende a ser obedientes a todos, modestos, mansos, caritativos, etc.

– Bienaventurado quien es fiel y no deja jamás la oración. 

·     Si falta la oración todo el edificio espiritual cae por tierra.

– No hay camino más corto para caer en el precipicio, que el dejar la oración.

– Si dejarais la oración os encontraríais en un abismo irremediable de ruinas.

– Advertid bien de no dejar jamás la oración que sería vuestra ruina.

– Sobre todo os recomiendo de no dejar jamás la
oración mental. 

– No dejéis jamás la oración por cualquier tempestad que os suscite el demonio.

PRACTICA DE LA ORACIÓN 

·     Remover los obstáculos

– La pereza es una polilla que roe y daña todas las devociones, y se lleva el fruto de la santa oración.

– Venced el tedio y la repugnancia que experimentáis en la oración estándoos el tiempo preestablecido.

– Si dais lugar a la curiosidad, tendréis distracciones, molestias y remordimientos internos, y en la oración dura fatiga para recogeros

– Entre menos tratéis con las criaturas, mas tendréis entrada al trato amoroso con Dios.

– Cuando os encontréis distraídos, reavivad la fe, y reconcentraos en Dios en el interior del espíritu, pacíficamente en su presencia, con algún coloquio sobre la pasión de Jesucristo y algún acto de amor de Dios.

– En las distracciones y tentaciones que ocurren en la oración no es necesario inquietarse del todo sino retirarse en la parte superior del espíritu, y allí tratar con Dios en espíritu y en verdad, riéndoos de los fracasos de los enemigos exteriores.

– Cuando no podáis meditar y discurrir exteriormente, estaos en la presencia de Dios, en el templo de vuestra alma, reposando como niños en el seno del Señor, en silencio de fe y de santo amor. 

·     Disponerse con, la mortificación

– No podemos ser almas de oración y unión con Dios si no tenemos grande amor a la mortificación interna y externa.

– El silencio, la mortificación de los sentidos, el desprendimiento de todo lo creado, son alas de fuego para volar a Dios: en pura y santa oración.

– La humildad verdadera de corazón, la verdadera y ciega obediencia, la perfecta abnegación de la propia voluntad en todo, la mortificación interna y externa de las propias pasiones, son las virtudes necesarias para obtener el don de la santa oración. 

– Todo grado de oración debe tener su purga preparatoria. 

·     La puerta y la vía

– Pasad por la divina puerta que es Jesucristo por medio de los misterios sacrosantos de su Santísima Pasión.

– Persistid en vuestra oración, pero pasando siempre por la puerta que es la vida, pasión y muerte de Jesús, en la manera que os enseñe el Espíritu Santo. Estos misterios son la vía segura. 

·     Cómo es necesario orar

– Es necesario orar conviva y verdadera fe, gran confianza y profunda humildad, de lo cual nace gran conocimiento de Dios y de nuestra nada.

– Haced la meditación: 

o  Con atención, sin esfuerzo de cabeza.

o  Parándoos donde se tenga más devoción y recogimiento.

o  Sin prisa de pasar de un punto a otro.

o  Haciendo todo con espíritu reposado y pacífico.

o  En la Iglesia interna de vuestra alma adorando a Dios en espíritu y en verdad hablándole de sus penas y de su amor hacia nosotros.

 

– Imitad a los ángeles, irrumpiendo en alabanzas de amor, permaneciendo en alto estupor del infinito Bien, en sagrado silencio de amor y de complacencia.

– Id por la oración ordinaria, y por la sólida virtud. La interna oración infusa, de la cual son parte los reposos amorosos, la ensañará Dios

– Maestro de Oración es el Espíritu Santo, y es necesario orar como le gusta a Él. Si sois humildes y obedientes El os lo enseñará.

·     Tomar los frutos y dejar las hojas

– Es decir, tomar las virtudes que son los frutos y dejar pasar las otras cosas sin hacerles caso, como las dulzuras, y las consolaciones que son las flores.

– Cuando se va al huerto no se cogen las frondas sino los frutos: así en el huerto de la oración no es necesario asirse a las hojas de los sentimientos y consolaciones sensibles, sino más bien recoger los frutos de la imitación de Cristo.

·     Oración continua

– Nuestra oración, debe ser continua, haciéndola veinticuatro horas a día, siempre dentro de nosotros, aniquilados en Dios, pero dando libertad al alma para hacer aquellos vuelos de espíritu según nos lleve el Espíritu Santo.

– Haced todo con el corazón y con la mente elevados a Dios estando en soledad interior, santo recogimiento y reposando en pura fe, sin imágenes y en santo amor en Dios.

– Unid al trabajo la oración interna. Trabajando con las manos, pero la mente y el corazón en trato con Dios.

– Una jaculatoria basta para tener el alma amante en continua oración. 

·     La oración verdaderamente buena

– Cuando la oración trae consigo: 

o  Conocimiento de la propia nada.

o  Amor al padecer, al propio desprecio y al ejercicio de las virtudes.

o  Humildad.

o  Caridad hacia Dios y el prójimo. Grande ardor de amar a Dios no hay engaño porque el demonio no puede producir efectos similares.

 

– Cuando el alma queda llena de ardientes deseos de la gloria de Dios, de la salvación de las almas y de hacer grandes cosas por el Amado Bien, esto no puede ser engaño.

– La oración es más perfecta cuando: 

o  Es más pura y despojada de imaginaciones en pura y desnuda fe.

o  Se está en espíritu y en verdad, desnudo y pobre sin robar nada a Dios.

o  Se hace en el interior del alma la cual ‘ora in spiritu Dei’; este es un lenguaje altísimo.

 

– El alma que Dios quiere atraer a alta unión con El, por medio de la santa oración necesita pasar por el camino del padecer también en «la oración, sin ningún consuelo sensible.

– La oración afectiva en pura fe, es decir, de alto recogimiento, o sea oración infusa, siendo esta un don gratuito de Dios, no se debe pretender alcanzar a fuerza de brazos, como se suele decir.

– Cuando sintáis que el alma gusta de estarse
en sagrado silencio de fe y de amor reposando en el seno del Divino Padre, seguid así aunque durase por toda la oración, mientras el Espíritu Santo atrae al alma tal oración y conviene obedecer a loa atractivos del Espíritu Santo. 

– En cuanto a la oración, escuchad una palabra; de gracia de Santa Teresa: El hortelano sacando agua del pozo para regar el huerto, se fatiga bastante; pero cuando viene la lluvia del cielo, cesa la fatiga, y se está en la puerta de la cabaña disfrutando del agua que riega el huerto con mayor abundancia de aquella que él tenía sacándola del pozo, está quieto y se alegra. Así también vosotros recibid aquella lluvia celestial que de lo alto riega vuestra alma, ya que tal oración, es más pasiva que activa, ni por esto las potencias están ociosas, puesto que están todas abismadas e inmersas en Dios. No hagáis resistencias tal gracia superior, sino sed obedientes a los atractivos del Espíritu Santo y en silencio de fe y de amor recibid aquello que Dios Sumo Bien os da, y terminada la oración volved a poner en el erario del Altísimo lo que Dios os ha dado por gracia, gratis, poneos en vuestra nada pasiva, desnuda y pobre, atribuyendo a Dios todo bien.

11.  DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA EUCARISTIA

 

 Uno de los medios más propios para vivir
unidos a Jesús y gozar de la íntima comunión con
su espíritu es ciertamente la Eucaristía, donde EL vive para darnos la vida, y dispensarnos como de un trono de amor las gracias más escogidas. El mismo ha dicho, hablando de efecto primario de este don divino: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como yo vivo en el Padre, así quien me come vivirá por mí». (Jn 6,57).

 La Eucaristía -dice la Imitación de Cristo- “es salud del alma y del cuerpo, y medicina de toda enfermedad. Con ella viene infusa abundantemente la gracia, crece la virtud iniciada, se refuerza la fe, se robustece la esperanza y la caridad se inflama y se dilata». 

 San Pablo de la Cruz recomienda vivamente
la devoción a la Eucaristía, diciéndonos como celebrar dignamente la Santa Misa y dándonos algunas enseñanzas para comulgar con fruto y para vivir una vida Eucarística.
 

PARA CELEBRAR DIGNAMENTE LA SANTA MISA 

·     Antes de celebrar

– Acostumbraos a celebrar los sacrosantos misterios con gran preparación, que debe ser continua para la santidad de la vida.

– Vuestra preparación sea profundizar en el conocimiento de vuestra nada; nada tener, nada saber, nada poder, y solamente capaces de hacer todo mal.

– Antes de celebrar revestíos de las penas de Jesucristo, en un coloquio hecho plácidamente aun en medio de la sequedad. 

·     En el celebrar

– Celebrad con suma devoción, reverencia y observancia exacta de las rúbricas.

– Celebrad como si fuese la última vez, y comulgad cada mañana como si fuese para el viático.

– Llevad al altar las necesidades de todo el mundo, y especialmente aquellas de la Congregación. 

·     Después de haber celebrado

– Os recomiendo después de haber celebrado, » seguir en interna unión con el Sumo Bien, en una larga acción de gracias mental.

– Cuando habéis celebrado la Misa os habéis alimentado de Jesús, ¿verdad? ahora, por qué después de la Misa no dejáis que Jesús se alimente de vosotros y os transforme en El, ardiendo de aquel amor que quema en su corazón? 

·     El fruto de la Santa Misa consiste en ser todo vestido de Jesucristo aprendiendo y practicando sus virtudes.

– Los sacerdotes están obligados a mayor perfección y a ser verdaderos imitadores de Jesucristo, aprendiendo del celebrar todos los días las costumbres santísimas de Jesús, especialmente la humildad y la perfecta caridad con Dios y con el prójimo.

– Dios guarde a aquellos sacerdotes que se enfrían en sus principios; signo poco menos que evidente de su degradación. 

PARA COMULGAR CON FRUTO

·     Cuándo es necesario comulgar

– Jesús tiene gusto de que las almas humildes y bien dispuestas lo reciban con frecuencia en el Santísimo Sacramento.

– No dejéis la santa comunión. Quisiera que la recibieseis todas las mañanas sin dejarla nunca; para beber en el fondo de la santidad el agua de eterna vida y hacer buena compañía al Esposo Divino.

– No dejéis este alimento de vida eterna sobre todo cuando estéis mal. Y no lo dejéis, porque de otro modo os haréis gran daño.

– No lo dejéis para no darle gusto al diablo porque su mayor solicitud es la de alejaros de la mesa de los ángeles.

– Quiera Dios que se renovase el fervor de los primeros cristianos que comulgaban todos los días.

– Cuando tengáis la suerte de hacer la comunión,
hacedla con obediencia al confesor, Decidle que no os prive de este alimento de vida eterna.
 

·     Preparación y Acción de Gracias

– Estad siempre preparados para la divina mesa, para recibir a Jesús, teniendo el corazón bien purificado, y la lengua bien custodiada, ya que es la primera en tocar el Santísimo Sacramento. Invitadlo con frecuencia a venir con grandes deseos.

– La verdadera preparación para la Sagrada Comunión es una viva fe de la cual nace un gran conocimiento de Dios y de la propia nada.

– Después de haber hecho la debida acción de gracias por media hora, lleváoslo a casa y sacramentado, amarlo, adorarlo y visitarlo a menudo, por aquellos que lo maltratan, en especial en aquellas horas en las cuales no hay quien le haga compañía.

– Visitad a menudo, cuanto podáis, al Santo de los Santos, Jesús Sacramentado. 

·     Comulgar espiritualmente durante el día

– Desead uniros con frecuencia al Señor con la Santa Comunión espiritual, estando en casa, trabajando, etc. Hacedla más veces al día para manteneros en la presencia de Dios, y hacer continua oración.

– Invitad al dulce Jesús Sacramentado a venir a vuestro corazón y quemarlo todo con su santo amor.

– Para hacer la comunión espiritual basta un golpe amoroso a Jesús Sacramentado y un vivo deseo de tenerlo en el corazón.

·     Nuestro corazón altar y tabernáculo

– Haced que vuestro corazón sea un vivo tabernáculo para el dulce Jesús Sacramentado: visitadlo con frecuencia dentro de vosotros mismos, haciéndole todas las adoraciones afectos y agradecimientos que os enseñará el santo amor. 

– Quien tenga sed, dice Jesús, venga a mí y beba. Tened vosotros sed de haceros santos y de arder de santo amor. ¿Y qué hacéis que no voláis a abrazar al dulce Esposo Sacramentado?

– Sed grandes devotos del Santísimo Sacramento.

12.  DEVOCIÓN A LA PASIÓN SANTÍSIMA DE JESUCRISTO

 

 El altar donde Jesús místicamente se inmola reclama a nuestra mente el calvario donde El se ofreció de un modo cruento sobre la cruz por nuestra salud.

 Complemento, por esto, de la devoción a la Santísima Eucaristía, es la devoción a la Pasión Santísima de Jesucristo, medio eficacísimo para seguir a Jesús y hacer adquisición de la perfección y la santidad. Sólo quien con Cristo es clavado sobre la cruz puede aspirar a vivir de la vida de Cristo: «…Con Cristo estoy crucificado, y vivo, pero no yo sino que es Cristo quien vive en mi». (Ga 2,19-20).

 Es en esta escuela divina de la Pasión de Jesús donde el hombre aprende a renegarse a sí mismo, a llevar cada día su cruz y a seguir de cerca al Redentor.

 San Pablo de la cruz nos da a conocer mejor la excelencia y la práctica de ésta que puede llamarse la reina de las devociones. 

EXCELENCIA DE ESTA DEVOCIÓN 

·     La Pasión de Jesús obra de infinito amor

– Las penas de Jesús son el milagro de los milagros del amor de Dios.

– La Pasión Santísima de Jesús es un mar de dolores, pero es del mismo modo un mar de amor.

– El mar Rojo de la Pasión nace de infinita caridad de Dios.

– Este gran mar emana del inmenso mar del amor de Dios.

– Tus penas, Oh, querido Dios, son las prendas de tu amor.

·     Medio eficacísimo para la conversión de los pecadores y para la conservación de los justos

– La verdadera devoción a las penas amarguísimas de Nuestro Jesús es medio muy eficaz para exterminar los males que inundan el pobre mundo.

– La Pasión de Jesús hace rendirse a los pecadores más empedernidos y duros.

– Así como la mayor parte de los fieles viven olvidados de cuanto ha hecho y padecido por nosotros nuestro Redentor, por esto viven del mismo modo adormilados en el horrible pantano de la impiedad.

– Cada vez más se toca con la mano que el medio
más eficaz para convertir las almas es la Pasión de Jesucristo predicada según el método que la increada piedad divina ha hecho aprobar de su vicario en la tierra. (Carisma Pasionista).

– La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo es medio eficacísimo para destruir la iniquidad y encaminar las almas a gran santidad. Para exterminar los vicios y cultivar la verdadera piedad; para mantener las almas en el santo amor y temor de Dios.

·     Bálsamo que endulce toda pena

– Este bálsamo que remedia toda pena es la Pasión Santísima de Jesucristo, es tan precioso y de tanta virtud que endulza todo trabajo.

– Cuando estéis en el colmo de vuestras aflicciones, tomad en la mano un crucifijo y haceos hacer una prédica de él. ¡Oh, qué predica escucharéis; Qué pronto se pacificará vuestro corazón!

·     Escuela de celeste sabiduría

– En la escuela de la Pasión y muerte del Salvador se aprende la verdadera sabiduría: Aquí es donde han aprendido los santos.

– En la meditación cotidiana de la Pasión Santísima de Jesús aprenderéis la caridad, la paciencia, la mansedumbre hacia los otros.

– Os ruego que aprovechéis aquella ciencia divina que el Soberano Maestro Jesucristo os enseña en la escuela de su Pasión. 

·     Vía segura para hacerse santos

– La santa cruz y la Pasión de Jesucristo es la vía más segura para hacerse santos.

– En el gran amor de la Pasión pescaréis las perlas de todas las virtudes de Jesucristo, y vuestra alma permanecerá cada vez más bella y adornada con ellas.

– Miraos en el crucifijo y os haréis ricos de toda virtud y santos.

– Sabed que aquellos grandes siervos de Dios que triunfaron en la plenitud han llegado a una santidad por este camino.

– Procurad estar escondidos en las llagas santísimas de Jesucristo y seréis enriquecidos de todo bien, y de toda verdadera luz para volar a la perfección. 

·     Puerta que conduce al alma a la unión con Dios

La meditación de la Pasión de Jesucristo.

– Óptima cosa es el pensar en la Pasión Santísima de Jesucristo, y el hacer oración sobre la misma: Este es el modo de llegar a la santa unión con Dios. 

– En la meditación del crucifijo y de sus santísimas penas, el alma liba la dulzura inefable del santo amor. 

·     Prenda de victoria y de predestinación

– Caminamos en este valle de tinieblas, todo lleno de enemigos, siempre con las armas en la mano; pero confiados en el crucifijo obtendremos la victoria.

– La devoción a la Pasión Santísima de Jesucristo, es prenda casi cierta de no poder perecer.

– No hay cosa más útil y más meritoria que la devoción a la Pasión Santísima de Jesucristo. 

CONSEJOS PARA LA PRÁCTICA

 

·     Meditar cada día la Pasión Santísima de Jesucristo

– No dejéis jamás la oración mental sobre la Pasión de Jesucristo y veréis milagros de la misericordia divina.

– No dejéis pasar un día sin meditar al menos un cuarto de hora algún misterio de la Santísima Pasión, que Dios os hará santos.

·     No perderla de vista

– No se vayan nunca de vuestro corazón los espasmos de Jesús.

– Haced cada vez más vuestras, con amor y con fe, las penas de Jesús.

– No os alejéis nunca de las llagas de Jesucristo: procurad que vuestro espíritu sea todo vestido y penetrado de las penas santísimas de nuestro divino Salvador. 

– Nosotros no debemos gloriarnos de otra cosa que de la cruz de nuestro Salvador Jesucristo. 

·     Llevarla siempre en el corazón

-. El siervo de Dios lleva siempre sobre el altar de su corazón el manojo de mirra (perfume) de las penas de Jesús, pero en pura fe y sin esfuerzo de cabeza, adorándolo con amor y dolor.

– Las hijas de la Pasión deben, no sólo con el hábito, sino mucho más con el corazón, con la mente y con las obras, hacer un perpetuo luto por el amor de Jesús crucificado, siendo este el fin que se ha propuesto al fundar el Instituto.
– Sean siempre vuestras delicias las llagas santísimas de Jesús.

 

13.  DEVOCIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

 

 Con el aceptar ser madre del Redentor, María Santísima llega a ser también Madre Nuestra, corredentora del género humano, mediadora de todas las gracias y «como imagen perfectísima de Jesucristo» causa ejemplar de nuestra santidad.

 No se puede ser seguidor de Cristo, ni llegar a la perfección, sin una gran devoción a María Santísima. Acercarse a ella significa acercarse a Jesús: A Jesús por María.

 San Pablo de la Cruz alimenté siempre una tiernísima devoción a María Santísima, y especialmente la amó y la honró bajo el título de la «Dolorosa», bajo la cruz, donde la Virgen, en modo más sensible y evidente, fue asociada a la obra de la redención, y de Jesús mismo es proclamada, Madre de todos los hombres.

 San Pablo de la Cruz nos habla de los fundamentos y los frutos de esta necesaria devoción, concluyendo con algunos consejos sobre su práctica. 

LOS FUNDAMENTOS DE LA DEVOCIÓN A MARÍA 

·     Las perfecciones de María

– María Santísima es un piélago profundo de perfecciones, que a mí no me basta el ánimo para hablar de ello.

– Las riquezas de esta soberana Señora son tantas, que solamente aquel Dios que la ha enriquecido de tan grandes tesoros le conoce. 

·     El corazón de María después del corazón de Jesús, es el rey de los corazones.

– El corazón de María ha amado y ama más a Dios que todo el paraíso junto: quiero decir, más que todos los ángeles y los santos, que han sido, son y serán.

– La gran herida de amor de la cual fue felizmente llagada su purísimo corazón desde el primer instante de su purísima e inmaculada concepción crece tanto en todo el curso de su santísima vida hasta que penetró tan dentro que hizo salir del cuerpo aquella alma santísima.

– María Santísima agrada a Dios más que todos
por su humildad.

·     Reina de los ángeles y tesorera de las gracias

– Hagamos fiesta y gocemos en Dios, nuestro Bien, por el gran triunfo de María Santísima nuestra Reina y Madre, y regocijémonos que sea exaltada sobre todos los coros de los ángeles y colocada a la derecha de su Divino Hijo.

– María es la tesorera de las gracias, y su Divina Majestad quiere que todas pasen por, su mano. 

LOS FRUTOS 

·     Las virtudes

Os recomiendo ir con frecuencia en espíritu a pescar en el mar santísimo de los dolores de María. En este mar pescaréis las joyas de las santas virtudes y vuestra alma quedará siempre más bella y adornada. 

·     Las gracias

– Ofreced el dulce Salvador al Eterno Padre, por medio de María para obtener gracias.

– Rogad a María haceros la gracia de heriros el corazón con agudo dardo de amor, y que, no tarde en alcanzaros la gracia de ser verdaderamente humildes y virtuosos.

– ¡Oh, querida Madre María Santísima, asísteme en la Santa Oración y ruega por mí!

-¡Oh, Jesús, danos vuestras santas luces por amor de María Santísima! 

·     Ayuda en las necesidades

– En las necesidades lanzaos en los brazos de María Santísima, recurrid a ella como a Madre de misericordia, después, no os inquietéis, no os entristezcáis, ni penséis en otra cosa sino fiaos y confiad plenamente en Ella.

– Haced fervientes oraciones a María Santísima, para ser liberados de las embestidas del diablo. 

– Rogad mucho interponiendo a María porque el diablo no duerme. Y también rogad por las presentes necesidades de la Iglesia y de todo el mundo y por las almas del purgatorio. 

·     La práctica

– Custodiad los ojos y los otros sentidos, haciendo un regalo a María Santísima.

– María Santísima murió de una muerte más preciosa y deseable que la misma vida; muramos también nosotros con ella, muramos a todo lo creado, para vivir vida de amor, vida santa y perfecta.

– Sacrificaos vosotros mismos a Dios en olor de suavidad, en el corazón purísimo de María Santísima.

·     Amarla e imitarla

– Si Jesús os da la licencia de hacer un vuelo en el corazón purísimo de María, pedidle estar siempre inmersos en el inmenso mar de su amor. 

– En el corazón de Jesús se puede gozar de las glorias de María Santísima, amándola con el corazón purísimo de su Divino Hijo.

– Hacerse niños con verdadera humildad y aniquilamiento para tener ingreso en el corazón santísimo de nuestra gran Reina, porque María fue la más humilde entre todas las criaturas.

– Recurrir a su mediación para ofrecer al Divino Padre el corazón purísimo del Divino Verbo humanado con el tesoro infinito de su Santísima Pasión.

– Rendid las debidas gracias al Altísimo, por medio de María Santísima, Señora y Madre nuestra. 

PENSAMIENTOS SOBRE LA DOLOROSA 

·     Causa de los dolores de María

– Del inmenso mar del Divino Amor, nace aquel otro mar de los dolores de María.

– Gran mar de dolores padece esta gran Madre en todo el curso de su santísima vida, no solamente por la Pasión de Jesús, sino también por ver tantas ofensas hechas por los hombres ingratos a su Divina Majestad.

 

·     Necesidad de la devoción a los dolores de María

– Tened tierna devoción a los dolores de María Santísima. Todas vuestras penas os parecerán dulces si las ofrecéis a la Santísima Pasión de Jesús y a los dolores de María Santísima.

– Tomad como vuestra grande protectora a María Dolorosa. 

·     Pensar con frecuencia en los dolores de María con amor, fe y gratitud.

– No os olvidéis nunca de ella, ni olvidéis nunca la meditación de sus dolores.

– Haced buena compañía a la Madre del extinto Jesús, Ella no muere por milagro y está toda inmersa en las penas del Hijo. Dejaos inundar el alma de las penas de Jesús y de María.

– Ofreced a menudo al Divino Padre, con los padecimientos de Jesús, los dolores de María Santísima. Ellos estén siempre en nuestros corazones.

 

 
 
 

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Ciclo A, XXIV domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 21 septiembre, 2008

Saber perdonar

Una de las principales causas de estrés, no perdonar o no saber perdonar, es el tema de las lecturas de hoy. Sabemos la teoría: Dios perdonó a todos los hombres el pecado original, su pecado de soberbia.

Al ver que estábamos perdidos, y que en justicia habríamos de sufrir y de morir, decidió venir al mundo y pagar la deuda, para que tuviéramos de nuevo la posibilidad de ir al Cielo a gozar con Él eternamente de la felicidad. Él, sin ser culpable, por amor, cargó en sus hombros nuestro pecado.

Además, sabiendo que quedamos heridos por el pecado original, instituyó el Sacramento del perdón: cada vez que caigamos, por nuestra debilidad, tenemos la oportunidad de volver a reconciliarnos con Él.

Ante esa muestra maravillosa de amor, ¿cómo no perdonar a los demás?

Nosotros ofendimos a todo un Dios y Él nos perdonó; nosotros, al ofendernos unos a otros, injuriamos a una criatura, a un ser humano. Por eso, en teoría, es más fácil que nos perdonemos.

Pero, ¡cuánto cuesta perdonar!… Y es que no sabemos qué es perdonar, porque creemos que se trata de no volver a sentir ira o rencor; y eso, a veces, parece imposible.

Perdonar es no dejarnos dominar por ese sentimiento de ira o rencor cada vez que nos acordamos de la herida que nos produjeron, es no rechazar al ofensor (aunque sigamos rechazando su mal acto), es recordar que el otro tiene debilidades como nosotros, es tratar de ponerse en su lugar: la educación que recibió, las circunstancias que ha vivido durante su vida pasada, lo hicieron actuar de esa manera… Además, ¿no es verdad que, en su situación, nosotros nos habríamos portado igual o peor que ellos?…

Al actuar y pensar así vislumbraremos por qué razón Dios sí fue capaz de perdonarnos a nosotros, habiendo pecado tan gravemente, y podremos comenzar a descubrir el verdadero amor. Y nos liberaremos del estrés que produce no saber perdonar.

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Institución de la Eucaristía*

Posted by pablofranciscomaurino en 18 septiembre, 2008

En aquel momento, próxima ya la redención del género humano, mi Corazón no podía contener sus ardores y como era infinito el amor que sentía por los hombres, no quise dejarlos huérfanos.

Para vivir con ellos hasta la consumación de los siglos y demostrarles mi amor, quise ser su alimento, su sostén, su vida, su todo…

¡Ah! ¡Cómo quisiera hacer conocer los sentimientos de mi Corazón a todas las almas! ¡Cuánto deseo que se penetren del amor que sentía por ellas, cuando en el Cenáculo instituí la Eucaristía!

En aquel momento vi a todas las almas, que en el transcurso de los siglos habían de alimentarse de mi Cuerpo y de mi Sangre, y los efectos divinos producidos en muchísimas…

¡En cuántas almas esa Sangre inmaculada engendraría la pureza y la virginidad! ¡En cuántas encendería la llama del amor y del celo! ¡Cuántos mártires de amor se agrupaban en aquella hora ante mis ojos y en mi Corazón…! ¡Cuántas otras almas, después de haber cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de la pasión, vendrían a Mí para renovar su vigor con el Pan de los fuertes!…

¡Ah! ¡Quién podrá penetrar los sentimientos de mi Corazón en aquellos momentos! Sentimientos de amor, de gozo, de ternura… Mas… ¡cuánta fue también la amargura que embargó mi Corazón!

¡En cuántos corazones manchados por el pecado tendría que entrar… y cómo mi Carne y mi Sangre así profanadas habían de convertirse en causa de condenación para muchas almas!…

¡Ah! ¡Cómo vi en aquel momento todos los sacrilegios y ultrajes y las tremendas abominaciones que habían de cometerse contra Mí! ¡Cuántas horas había de pasar solo en el Sagrario! ¡Cuántas noches! ¡Cuántas almas rechazarían los llamamientos amorosos que, desde esa morada les dirigiría!…

Por amor a las almas, me quedo prisionero en la Eucaristía, para que en todas sus penas y aflicciones puedan venir a consolarse con el más tierno de los corazones, con el mejor de los padres, con el amigo más fiel. Mas ¡ese amor que se deshace y se consume por el bien de las almas, no ha de ser comprendido!…

Habito en medio de los pecadores para ser su salvación y su vida, su médico y su medicina en todas las enfermedades de su naturaleza corrompida, y ellos en cambio, se alejan de Mí, me ultrajan y me desprecian…

Pobres ¡pecadores! No os alejéis de Mí… Os espero día y noche en el Sagrario… No os reprenderé vuestros crímenes… No os echaré en cara vuestros pecados… Lo que haré será lavaros con la Sangre de mis llagas; no temáis. Venid a Mí… ¡No sabéis cuánto os amo!

Y vosotras, almas queridas, ¿por qué estáis frías e indiferentes a mi amor? Sé que tenéis que atender a las necesidades de vuestra familia, de vuestra casa, y que el mundo os solicita sin cesar; pero ¿no tendréis un momento para venir a darme una prueba de amor y agradecimiento? No os dejéis llevar de tantas preocupaciones inútiles y reservad un momento para venir a visitar al Prisionero de Amor.

Si vuestro cuerpo está débil y enfermo, ¿no procuráis hallar un momento para ir a buscar al médico que debe sanaros? Venid al que puede haceros recobrar las fuerzas y la salud del alma… Dad una limosna de amor a este mendigo divino que os espera, os llama y os desea.

En el momento de instituir la Eucaristía vi presentes a todas las almas privilegiadas que habían de alimentarse con mi Cuerpo y con mi Sangre y los diferentes efectos producidos en ellas. Para unas sería remedio a su debilidad; para otras, fuego que consumiría sus miserias y las inflamaría en amor.

¡Ah!… esas almas reunidas ante Mí serán como un inmenso jardín, en el que cada planta produce diferente flor pero todas me recrean con su perfume. Mi sagrado Cuerpo será el sol que las reanime…

Me acercaré a unas para consolarme, a otras para ocultarme, en otras descansaré. ¡Si supierais, almas amadísimas, cuán fácil es consolar, ocultar y descansar a todo un Dios!

Este Dios que os ama con amor infinito, después de libraros de la esclavitud del pecado, ha sembrado en vosotras la gracia incomparable de la vocación, os ha traído de un modo misterioso al jardín de sus delicias. Este Dios redentor vuestro se ha hecho vuestro Esposo.

El mismo os alimenta con su Cuerpo purísimo, y con su Sangre apaga vuestra sed.

Si estáis enfermas, Él es vuestro médico: venid, os dará la salud. Si tenéis frío, venid, os calentará. En Él encontraréis el descanso y la felicidad. No os alejéis de Él, que es la Vida, y cuando os pide consuelo, no se lo neguéis.

¡Qué amargura sentí en mi Corazón cuando vi a tantas almas que, después de haberlas colmado de bienes y de caricias, habían de ser motivo de tristeza para mi Corazón!

¿No soy siempre el mismo?… ¿Acaso he cambiado para vosotras?… No, Yo no cambiaré jamás y hasta el fin de los siglos, os amaré con predilección y con ternura.

Sé que estáis llenas de miserias, pero esto no me hará apartar de vosotras mis miradas más tiernas, y con ansia os estoy esperando, no sólo para aliviar vuestras miserias, sino también para colmaros de nuevos beneficios.

Si os pido amor, no me lo neguéis; es muy fácil amar al que es el Amor mismo.

Si os pido algo costoso a vuestra naturaleza, os doy juntamente la gracia y la fuerza necesaria para venceros.

Os he escogido para que seáis mi consuelo. Dejadme entrar en vuestra alma y si no encontráis en ella nada que sea digno de Mí decidme con humildad y confianza: Señor, ya veis los frutos y las flores que produce mi jardín, venid, decidme qué debo hacer para que desde hoy empiece a brotar la flor que deseáis.

Si el alma me dice esto con verdadero deseo de probarme su amor, le responderé: alma querida, para que tu jardín produzca hermosas flores deja que Yo mismo las cultive; deja que Yo labre la tierra; empezaré por arrancar hoy esta raíz que me estorba y que tus fuerzas no alcanzan a quitar. No te turbes, si te pido el sacrificio de tus gustos, de tu carácter… tal acto de caridad, de paciencia, de abnegación,… de celo, de mortificación, de obediencia. Ese es el abono que mejorará la tierra y la hará producir flores y frutos.

La victoria sobre tu carácter, en tal ocasión, obtendrá luz para un pecador; con esta contrariedad soportada con alegría, cicatrizarás las heridas que me hizo con su pecado, repararás la ofensa y expiarás su falta… Si no te turbas al recibir esta advertencia y la aceptas con cierto gozo, alcanzarás que las almas a quienes ciega la soberbia, abran los ojos a la luz y pidan humildemente perdón.

Esto haré Yo en tu alma si me dejas trabajar libremente en ella; no sólo brotarán flores enseguida, sino que darás gran consuelo a mi Corazón… Voy buscando consuelo y quiero hallarlo en mis almas escogidas.

Señor, ya veis que estaba dispuesta a dejarte hacer de Mí lo que quisieras y no sé como he caído y te he disgustado. ¿Me perdonarás? ¡Soy tan miserable! No sirvo para nada…

Sí, alma querida, sirves para consolarme. No te desanimes, porque si no hubieses caído, tal vez no hubieras hecho ese acto de humildad y de amor que la falta te obliga a hacer y que tanto me consuela. Animo y adelante. Déjame trabajar en ti.

Todo esto se me puso delante al instituir la Eucaristía. El amor me encendía en deseos de ser el alimento de las almas. No me quedaba entre los hombres para vivir solamente con los perfectos, sino para sostener a los débiles y alimentar a los pequeños. Yo los haré crecer y robusteceré sus almas. Descansaré en sus miserias y sus buenos deseos me consolarán.

Pero… Entre las almas escogidas ¿no habrá algunas que me causen pena? ¿Perseverarán todas? Este es el grito de dolor que se escapa de mi Corazón… Este es el gemido que quiero que oigan las almas.

Al contemplar entonces a todas las almas que habían de alimentarse de este Pan Divino, vi también las ingratitudes y frialdades de muchas de ellas, en particular de tantas almas escogidas… de tantas almas consagradas… de tantos sacerdotes… ¡Cuánto sufrió mi Corazón! ¡Vi cómo se irían enfriando poco a poco, dando entrada primero a la rutina y al cansancio… después al hastío y finalmente a la tibieza!…

¡Y estoy en el sagrario por ellas! ¡Y espero!… Deseo que esa alma venga a recibirme, que me hable con confianza de esposa; que me cuente sus penas, sus tentaciones, sus enfermedades… que me pida consejo y solicite mis gracias, ya para ella, ya para otras almas… Quizá entre las personas de su familia o las que están a su cargo las hay que están en peligro… tal vez alejadas de Mí… Ven, le digo, dímelo todo con entera confianza… Pregúntame por los pecadores… Ofrécete para reparar… Prométeme que hoy no me dejarás solo… Mira si mi Corazón desea algo de ti que le pueda consolar…

Esto esperaba Yo de aquella alma ¡y de tantas! Mas, cuando se acerca a recibirme, apenas me dice una palabra, porque está distraída, cansada o contrariada. Su salud la tiene intranquila, sus ocupaciones la desazonan, la familia la preocupa, y entre los que conviven o tratan con ella, siempre hay alguien que la molesta.

«–No sé qué decir —confiesa ella misma— estoy fría… me aburro y paso el rato deseando salir de la capilla. ¡No se me ocurre nada!»

-¡Ah! – le contesto – ¿Y así vas a recibirme, alma a quien escogí y a quien he esperado con impaciencia toda la noche?

Sí, la esperaba para descansar en ella; le tenía preparado alivio para todas sus inquietudes; la aguardaba con nuevas gracias pero… como no me las pide… no me pide consejo ni fuerza… tan sólo se queja y apenas se dirige a Mí. Parece que ha venido por cumplimiento… porque es costumbre y porque no tiene pecado mortal que se lo impida. Pero no por amor, no por verdadero deseo de unirse íntimamente a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquellas delicadezas de amor que Yo esperaba de ella!

¿Y aquel sacerdote?… ¿Cómo diré todo lo que esperaba mi Corazón de mis sacerdotes? Los he revestido de mi poder para absolver los pecados; obedezco a una palabra de sus labios y bajo del cielo a la tierra; estoy a su disposición y me dejo llevar de sus manos, ya para colocarme en el Sagrario, ya para darme a las almas en la comunión. Son, por decirlo así, mis conductores.

He confiado a cada uno de ellos cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos y, sobre todo, su ejemplo, las guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien. ¿Cómo responden a ese llamamiento?

¿Cómo cumplen esta misión de amor?… Hoy, al celebrar el Santo Sacrificio, al recibirme en su corazón, ¿me confiará aquel sacerdote las almas que tiene a su cargo?… ¿Reparará las ofensas que sabe que recibo de tal pecador?… ¿Me pedirá fuerza para desempeñar su ministerio, celo para trabajar en la salvación de las almas?… ¿Sabrá sacrificarse más hoy que ayer?… ¿Recibiré el amor que de él espero?… ¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?…

¡Ah! ¡Qué dolor tan agudo siente mi Corazón!… Los mundanos hieren mis manos y mis pies, manchan mi rostro… pero las almas escogidas, mis esposas, mis ministros desgarran y destrozan mi Corazón. ¡Cuántos sacerdotes que devuelven a muchas almas la vida de la gracia están ellos mismos en pecado! ¡Y cuántos celebran así… me reciben así… viven y mueren así…!

Este fue el más terrible dolor que sentí en la última Cena cuando vi, entre los doce, al primer apóstol infiel, representando a tantos otros que, en el transcurso de los siglos, habían de seguir su ejemplo.

La Eucaristía es invención de amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas las enfermedades, viático para el paso del tiempo a la eternidad.

Los pecadores encuentran en ella la vida del alma; las almas tibias, el verdadero calor; las almas puras, suave y dulcísimo néctar; las fervorosas, su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las perfectas, alas para elevarse a mayor perfección.

En fin, las almas religiosas hallan en ella su nido, su amor, y por último, la imagen de los benditos y sagrados votos que las unen íntima e inseparablemente al Esposo Divino.

Sí, almas consagradas; vuestro voto de pobreza está perfectamente representado en esta Hostia pequeña, redonda y fina, lisa y sin peso. Así el alma que ha hecho voto de pobreza, no debe tener ángulos, es decir, aficioncillas a cosas de su uso o de su empleo, ni a su familia ni a su pueblo natal; ha de estar siempre dispuesta a dejar… a cambiar… Nada de la tierra… el corazón libre sin apegos ocultos que lo aprisionen.

Esto no quiere decir que haya de ser insensible. El corazón más amante, puede mantener el voto de pobreza en toda su integridad. Lo esencial para el alma religiosa es que no posea nada sin la aprobación de los Superiores y que esté siempre dispuesta a abandonarlo, a la primera señal de la Voluntad de Dios.

Encontrareis también en la Hostia, pequeña y blanca, la perfecta imagen del voto de castidad. Aquí se halla encubierta, bajo las especies de pan y vino, la presencia real de todo un Dios. Tras este velo estoy Yo con mi Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Así el alma consagrada por el voto de la virginidad, debe cubrirse con un velo de modestia y sencillez, de modo que bajo apariencias humanas, se esconda la pureza que la asemeja a los ángeles. Y sabedlo, almas que formáis la corte del Cordero Inmaculado, la gloria que me dais es incomparablemente mayor que me dan estos espíritus angélicos. Pues no han conocido las miserias de la naturaleza humana y no han tenido que luchar ni vencer para ser siempre purísimos.

Además, os asemejáis a mi Madre, que siendo criatura mortal ha vivido en la más perfecta pureza… En medio de todas las miserias humanas y, sin embargo, inmaculada en todos los instantes de su vida. Ella sola me ha glorificado más que todos los espíritus celestes y, atraído por esa pureza, un Dios tomó de Ella carne mortal, habitando en su criatura.

Más aún: el alma que vive consagrada a Mí por el voto de la castidad, se asemeja también, en cuanto puede la criatura, a Mí que soy su Creador, y que habiendo tomado la naturaleza humana con sus miserias, he vivido sin la más ligera sombra de mancha.

Así el alma que hace voto de castidad es una Hostia blanca y pura que rinde constante homenaje a la Majestad divina.

Almas religiosas, encontraréis también en la Eucaristía la imagen perfecta de vuestro voto de obediencia.

Pues en esta Hostia está cubierta y anonadada la grandeza y el poder de todo un Dios. Allí me veréis como sin vida, Yo que soy la vida de las almas y el sostén del mundo. Allí, no soy dueño de ir ni de quedarme, de estar solo o acompañado: bajo esta Hostia, sabiduría, poder, libertad, todo está escondido. Estas especies de pan son las ataduras que me atan y el velo que me cubre. Así el voto de obediencia es para el alma religiosa la cadena que la ata, el velo que la encubre para que no tenga voluntad, ni sabiduría, ni gusto, ni libertad, más que según el beneplácito divino, manifestado por sus Superiores.

Jesús*

* Carta de Dios, MRC editores, Bogotá, 1991

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¿Está Jesús realmente presente en la Hostia y el Vino consagrados?

Posted by pablofranciscomaurino en 18 septiembre, 2008

Veamos la Biblia:

«Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía.” Hizo lo mismo con la copa después de cenar, diciendo: “Esta copa es la alianza nueva sellada con mi Sangre, que es derramada por ustedes”». (Lc 22, 19–20)

«Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y Coman; esto es mi Cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: “Beban todos de ella: esto es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados”.» (Mt 26, 26–28)

«Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen; esto es mi Cuerpo.” Tomó luego una copa, y después de dar gracias se la entregó; y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esto es mi Sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre.”» (Mc 14, 22–24)

«El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.” De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.” Fíjense bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el Cuerpo y la Sangre del Señor. Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa. El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo.» (1Co 11, 23–29)

¿Está Jesús realmente en la Eucaristía? ¿Quiso Jesús hacer de ese un acto simbólico?

Dice la Biblia:

«La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado.» (1Jn 1, 7)

Y Jesús mismo advirtió:

«En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su Sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi Carne y bebe mi Sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él.» (Jn 6, 53–56)

Como se sabe, Jesús fundó una Iglesia para toda la posteridad. Por eso sus palabras tienen vigencia todavía hoy, y la seguirán teniendo hasta el fin del mundo, por los siglos de los siglos.

Entonces, ¿dónde puedo encontrar ese Cuerpo de Cristo sin el cual no tengo vida en mí, con el que vivo de vida eterna, según el mismo Jesús? ¿Dónde puedo encontrar esa Sangre de Cristo que me purifica de todo pecado, sin la cual no tengo vida en mí y con la que vivo de vida eterna?

La Sangre de Cristo se derramó en el Calvario hace cerca de veinte siglos, y muy lejos de donde yo vivo. El Cuerpo de Cristo ya no estaba en el sepulcro cuando llegaron los apóstoles…

Las respuestas están en la Biblia:

«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?» (1Co 10, 16)

Ahora veamos un acontecimiento que narra el Nuevo Testamento en Jn, 6 32–67:

«Jesús contestó: “En verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo.” Ellos dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida”. […] Los judíos murmuraban porque Jesús había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”. […] Los judíos discutían entre sí: “¿Cómo puede este darnos a comer su Carne?” Jesús les dijo: “En verdad les digo que si no comen la Carne del Hijo del hombre y no beben su Sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi Carne y bebe mi Sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él.” […] Así habló Jesús en Cafarnaún enseñando en la sinagoga. Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo?” Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: “¿Les desconcierta lo que he dicho?” […] A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirlo. Jesús preguntó a los Doce: “¿Quieren marcharse también ustedes?”»

Como se ve, a pesar de que se apartaban muchos de su lado, Jesús no se retractó: siguió afirmando explícitamente que Él es el pan de vida y que hay que comer su Carne y beber su Sangre para tener vida; y lo repitió 3 veces, como reiterándolo, aun a pesar de quedarse solo, sin sus discípulos.

En cada partícula de la Santa Hostia y en cada gota minúscula del Vino ya consagrados, están el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

Tomado del libro:

RAZONES DE NUESTRA FE. 1ª edición. Bogotá. Colombia. Ediciones San Pablo, 2003.

 

Este libro se puede adquirir en Editorial San Pablo, Colombia:

http://www.sanpablo.com.co/LIBROS.asp?CodIdioma=ESP

  

 

 

 

 

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Ciclo A, XXIII domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 14 septiembre, 2008

El amor de corregir

San Pablo nos dice hoy que el amor no hace nada malo al prójimo. Quizá esto lo sabíamos desde que repetimos la frase: «Yo no le hago mal a nadie».

Pero en la primera lectura se encuentra algo un poco más difícil de vivir: cuando amamos a alguien que, como todo ser humano, se equivoca, peca, debemos llamarle amorosamente la atención. Dice Ezequiel que si no le hablamos de su mala conducta, el que actúa mal será castigado debido a su pecado, pero que Dios nos pedirá cuentas por ello. Si le llamamos la atención por su mala conducta y no se aparta de ella, morirá, pero nosotros no tendremos nada qué temer.

En el Evangelio, el mismo Jesús enseña que si mi hermano ha pecado, debo hablar con él a solas para reprochárselo. Si me escucha, habré ganado a mi hermano. Si no me escucha, debo ir con una o dos personas más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si tampoco escucha, la Iglesia puede reprobarlo, ya que Él —el que la fundó— dijo: “Todo lo que aten en la tierra, lo mantendrá atado el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra, lo mantendrá desatado el Cielo.”

Todo esto implica una obligación de amor: corregir al que yerra. ¿Le hemos dicho por amor y con amor, a aquel pariente que vive en unión libre o casado “por lo civil” que así se aleja de la auténtica felicidad y ofende a Dios?; ¿le explicamos que pasar a comulgar viviendo así es sacrilegio? ¿Le recordamos a ese otro amigo el bien que recibiría si asistiera a la Santa Misa los domingos y fiestas? Y a ese compañero que cobra el porcentaje indebido o a ese otro que le es infiel a su esposa, ¿les recordamos Dios los está mirando?… En esto consiste el amarlos.

Otra cosa: Jesús dice que primero se debe hablar con el interesado, a solas. ¿Hacemos eso o hablamos mal de él a sus espaldas?

También debemos dejarnos corregir. Casi siempre nuestra soberbia no nos deja ver que a veces los que nos corrigen tienen la razón. Aceptar los errores también es saber amar. ¿Lo hacemos?

 

 

 

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Nueva Era y cristianismo: ¿son compatibles?

Posted by pablofranciscomaurino en 12 septiembre, 2008

Miles de actitudes se ven surgir

al analizar el fenómeno de la Nueva Era:

desde una eufórica acogida

hasta el desprecio de lo que se considera

un engendro del Demonio.

Este documento estudia

las raíces, la historia y la doctrina

de este nuevo enfoque y modo de vida,

y analiza su viabilidad con el cristianismo.

PRESENTACIÓN

El mundo siempre conoció la pobreza, pero las desigualdades sociales se incrementaron en el siglo que acaba de terminar. El malestar aumentó porque, durante la guerra fría, apareció el temor a una guerra nuclear.

Entonces, la paz y el bienestar se erigieron en los propósitos de todos los hombres y de los gobernantes.

Muy mala fortuna ha tenido el anhelo de conseguir la paz. Más favorable ha sido, en algunos países occidentales, la aspiración por un modo de vida más decoroso desde el punto de vista material: la ciencia y la tecnología nunca habían tenido avances más grandes y significativos. Los índices de morbilidad y mortalidad —salvo la pandemia del sida— se redujeron considerablemente en las últimas décadas; y por otro lado, la comodidad y el bienestar llegaron en masa a los habitantes de esos privilegiados países.

Tras la huida de Dios con la omnipotencia e independencia de la razón humana, el racionalismo, se viró en pos de la cultura del bienestar material.

Pero los seres humanos, no hechos para lo efímero ni para lo banal, no duraron mucho persiguiendo tales futilidades: repentinamente surgió una nueva búsqueda de lo trascendente, puesto que nada material llenaba las ansias de grandeza y de inmortalidad que bullían en su interior.

La mirada se tornó hacia oriente, en donde se encontró un mundo mágico, místico, espiritual, que —precisamente— era lo que estaba buscando el ser humano.

Ese encuentro cultural y religioso produjo una de las más sorprendentes espiritualidades de los tiempos modernos: la New Age.

El admirable desarrollo y gigantesco despliegue de esta nueva forma de entender y vivir la existencia llegó hasta los más apartados lugares del globo terráqueo, penetrándolo todo: las artes, el lenguaje, la política, las ciencias, la filosofía…

Hoy es frecuente encontrar miles de creyentes y practicantes de la Nueva Era permeando todos los ambientes culturales, sociales, filosóficos y hasta religiosos.

El encuentro fue particularmente impactante en el cristianismo, en donde miles de actitudes se ven surgir: desde una eufórica acogida hasta el desprecio de lo que se considera un engendro del Demonio.

Este documento estudia las raíces, la historia y la doctrina del nuevo enfoque y modo de vida, y analiza su viabilidad con el cristianismo.

LA NUEVA ERA O NEW AGE

En qué consiste

La Nueva Era no tiene propiamente un fundador; tampoco tiene una estructura formal ni una sede ni un jefe ni una organización; su doctrina todavía no está terminada totalmente, no está escrita en un libro ni en manuales. No es un sistema doctrinal definido ni tampoco es, en el sentido convencional de la palabra, una religión establecida.

La Nueva Era es difícil de definir, puesto que toda definición es algo concreto y estable; y la Nueva Era se distingue, precisamente, por su vaguedad e imprecisión, y por la capacidad que tiene de integrarlo todo dentro de sí: como se verá, a ella se fueron fusionando paulatinamente doctrinas provenientes de movimientos y creencias muy dispares e, incluso, diametralmente opuestas.

Por eso, las raíces de New Age son múltiples.

Raíces

Algunos autores se remontan a un pasado lejano en el que se encuentran los gnósticos de los siglos II y III, como Giacchino da Fiore, los Hermanos del Libre Espíritu y otros. El gnosticismo es una mezcla de la doctrina cristiana con creencias judaicas y orientales, que se dividió en varias sectas y pretendía tener un conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas divinas. Algunas de estas raíces permiten hablar quizá más de una cosmovisión filosófica que de un movimiento estrictamente religioso. Contra la doctrina cristiana de la salvación por la gracia, por ejemplo, el gnosticismo afirma que la salvación llega a través de la conquista del conocimiento o gnosis; también sostiene que el hombre se realiza desde el punto de vista puramente espiritual, ya que la materia, la carne y las pasiones pertenecen al mundo del mal, y no como lo asegura la doctrina cristiana: que la salvación del hombre es integral: corpóreo–espiritual.

Otros analistas remontan el inicio de la Nueva Era a Joaquín de Fiore (1135-1202), teólogo y filósofo, quien afirmaba que llegaría la época del Espíritu Santo, que sucedería a la época del Hijo (Nuevo Testamento) la cual, a su vez, había sucedido a la del Padre (Antiguo Testamento).

Hay también quienes ubican a Emanuel Swedenborg (1688-1772), erudito sueco, autor de varias obras científicas, que pasó seguidamente a la mística, y expuso una doctrina según la cual un mundo invisible de ángeles y demonios influye constantemente sobre el mundo visible.

Y muchos otros toman como los inicios de este movimiento la obra de Alice Ann Bailey (El regreso de Cristo), escritora inglesa, quien, en 1932 acuñó por primera vez el término New Age, cuando fundó una asociación llamada «Buena Voluntad Mundial», que prepararía la aparición de una humanidad totalmente transformada gracias al esfuerzo personal de cada individuo y a la guía de un «instructor universal» llamado Cristo. Pero ese Cristo no es el mismo de la Biblia ni del cristianismo ni de la historia, sino un Cristo Nuevo, quien establecerá una religión universal que pondrá fin a las demás religiones y terminará con la multitud de sectarismos y particularismos.

Pero fue en los años 60 cuando se produjo algo que preparó el ambiente para el establecimiento de una nueva mirada sobre la existencia y sobre el mundo.

«Contracultura»

Efectivamente, a la sazón, se vivía en occidente una gran cantidad de cambios culturales, dentro de los cuales deben enmarcarse los albores de la Nueva Era: el movimiento que, con Martin Luther King, reclamaba los derechos civiles de los negros en Estados Unidos; los movimientos estudiantiles que promovían la democratización de la educación; las protestas en contra del escándalo de la guerra en Vietnam; los movimientos feministas; aquellos que promovían reivindicaciones indígenas…

A todo esto se sumó la conciencia de que el alto nivel material conseguido por la sociedad de consumo no llenaba las expectativas vitales: los jóvenes se comenzaron a cuestionar si valía la pena tanto esfuerzo por alcanzar ese nivel de vida material, si esa era la meta final, si todo lo conseguido era suficiente para responder las preguntas más trascendentales de la vida…

Este ambiente se conoció como la contracultura: una revolución cultural que hervía de inquietud existencial.

Y así apareció el hipismo: en el Verano del Amor de 1967, en San Francisco, Estados Unidos y, por la misma época, en Landerground, Inglaterra, comenzaron a aparecer grupos de jóvenes que se rebelaban contra toda esa cultura superficial y que pretendía salirse de los esquemas en los que estaba la sociedad occidental: consumismo, competencia, riqueza concebida sólo desde el ámbito material, escalada social, etc. Y, para ello, se organizaron en comunas hippies y se regaron por toda la geografía de esos dos países y, luego, por el mundo entero.

Este nuevo modo de vida y de pensamiento fue permeando las sociedades occidentales y abriendo en ellas la mirada hacia las religiones y culturas orientales, con las que se sintieron impulsadas hacia una elevación espiritual. Así se dio el primer gran contacto entre las dos culturas.

Los protagonistas fueron Estados Unidos en Norteamérica e Inglaterra en Europa, quienes tornaron su mirada hacia la India que —con todo ese bagaje de 7.000 años de cultura espiritual, de profundidad de vida, de hinduismo, de budismo, de jainismo— podría llenar sus ansias de lo sagrado, de lo trascendente, de sentido de valores, de espiritualidad… Y, siendo el hinduismo la religión que más dioses, credos, filosofías y pensamientos ha sabido incorporar a sí, occidente aprendió a hacer lo mismo.

«Conciencia expandida»

Se llamó conciencia expandida al hecho de abrirse a todas las filosofías o modos de vida e integrarlas en su propio modus vivendi. Y así comenzaron los sincretismos culturales y religiosos, mezclas de las más variadas, heterógenas, incompatibles y hasta antagónicas:

Primero sucedieron cosas positivas y enriquecedoras: la concepción occidental en la que el hombre era lo único o, por lo menos, lo principal en la creación, se encontró con una cultura milenaria que comprendía al ser humano sólo como un eslabón de la inmensa cadena cósmica, magnífica y gigantesca, que hacía del hombre una pequeñísima criatura, de carácter muy temporal, incomparable con el cosmos.

Derivado de este concepto, y en vista de la cantidad de deshechos tóxicos que derraman las sociedades industriales y su descuido de la naturaleza, emergió la conciencia ecológica, que cuidaría el cosmos del que somos parte y, por ende, evitaría que nos autodestruyéramos con el tiempo.

Por otra parte, el empirismo, el sistema filosófico que toma la experiencia como única base de los conocimientos humanos, fue el sostén de la ciencia occidental. Descartes y sus discípulos diseñaron el plano cartesiano, donde todo debe caber. En occidente, todo debía ser comprobable, verificable, cuantificable…; de otro modo no se consideraba ni cierto ni verdadero. Por eso, lo mítico, lo astral, lo cósmico, quedaba fuera de la realidad. Pero el contacto con oriente hizo ver al mundo que el conocimiento occidental no es único: que existen otras formas de ver la vida y la ciencia, las cuales también pueden ser verdades, otras verdades.

En medicina, por ejemplo, el concepto del hombre–máquina, cuyo mecanismo se averiaba y se arreglaba a través de leyes biológicas predeterminadas por elementos bioquímicos, se enfrentó con la creencia de la existencia de un alma directamente relacionada con el cuerpo en la que, si esa relación intrínseca entra en disarmonía, se puede producir la enfermedad. Según creencias hindúes, por ejemplo, los chacras, energía interior localizada en diferentes partes del cuerpo en forma de círculos, conforman otra entidad llamada cuerpo sutil, que interactúa con el cuerpo físico para armonizarse con él. Sin armonía, se presenta la enfermedad…

De la china también surgieron conocimientos sobre el Ying y el Yang, cuya teoría de oposición comanda la armonía somática y psíquica, parámetros en los cuales se basan sus conceptos sobre salud. Vale la pena acotar aquí que la teoría taoísta sobre el Ying (femenino, receptivo, conservador, intuitivo, relacionado con el medio ambiente) y el Yang (masculino, activo, agresivo, creador, competitivo, egocéntrico, analítico), expresa lo siguiente desde el punto de vista de Nueva Era: hemos estado bajo el dominio del Yang; ahora ha llegado el momento en el que se produzca el cambio, y pueda irrumpir la otra dimensión del Tao.

El tantra maneja, por su parte, la energía del erotismo para lograr la estabilidad deseada por el ser humano integral.

Asimismo, el budismo zen del Japón, el yoga, la mística sufí, los ritos esotéricos de los celtas o germanos y otros ritos, entraron en la atmósfera occidental controvirtiéndolo todo, cuestionando no solamente los conceptos médicos, sino también los principios filosóficos sobre los que se manejaba la vida en occidente y, sobre todo, estimulando la inquietud y el estudio de todas esas otras formas de concebir la existencia y su relación con el cosmos.

Poco a poco fueron adhiriéndose más y más filosofías y conceptos sobre la vida, creencias y estilos de comportamiento, que trataban de conciliarse, a pesar de ser doctrinas diferentes.

Por entonces se hablaba de una microrrevolución interior que cambiaría la vida cotidiana, la vida de pareja, las familias, la propia interioridad…

El desapego que promulgaban las nuevas concepciones de la vida que llegaban a occidente contradecía la cultura del consumismo, de la competencia, de la escalada social y de todos los principios en los que occidente había basado su idea de progreso. Por supuesto, esto arraigó fácilmente y se comenzó la búsqueda del conocimiento interior, la meditación trascendental, la metafísica, la búsqueda de lo esotérico y otros caminos, que fueron moldeando, poco a poco, en muchas partes del globo terráqueo, un ambiente generalizado que trataba de integrar a su propia cultura y pensamiento —fueran las que fueran— todas estas novedades, de un modo sincretista, es decir, tratando de conciliar todas las doctrinas, aun cuando fueran tan diferentes las unas de las otras. La reencarnación, por ejemplo, llegó a asociarse con credos que no solo nunca la habían concebido sino que entraba en franca contradicción con ellos.

Así, afloraba a la vida pública todo lo esotérico, lo oculto, lo reservado, lo que se suponía impenetrable o de difícil acceso para la mente. Surgieron miles de libros y se dictaron tantas conferencias que explicaban el esoterismo a todos hasta que, esa doctrina que los filósofos de la antigüedad no comunicaban sino a corto número de sus discípulos, se hizo popular, es decir, dejó de ser esotérica.

Las artes también contribuyeron a propagar esta nueva mezcla de doctrinas: la música se unió para llevar a muchos este nuevo modo de ver la vida. Los Beatles viajaron a la India y tuvieron entrevistas con maestros; Carlos Santana y otros muchos músicos hicieron lo mismo. Más adelante, George Harrison y otros músicos hicieron el Concierto de Bangladesh. En obras operísticas y de cine se decía que cuando la luna entrara en la séptima casa y Júpiter se alineara con Marte la paz guiaría a los planetas y el amor iluminaría las estrellas; surgiría el entendimiento, la simpatía universal, la mutua confianza y la liberación…

Astrología

Como se ve, la astrología también hizo su irrupción injertándose en la filosofía que comenzaba a moldear la Nueva Era: se empezó a desarrollar una conciencia cósmica del cambio de una era milenaria, en la que lo espiritual, la búsqueda interior y la trascendencia predominarán sobre todo. Esa era se llamará la era de Acuario.

Estas conjeturas surgieron de la idea esotérica de un año «cósmico», determinado por el tiempo que demora la tierra en recorrer los 12 signos del zodíaco. Un año cósmico dura aproximadamente 25.268 años solares, y cada «mes cósmico» dura cerca de 2.100 años.

Según New Age estamos a punto de presenciar el paso del sol del signo Piscis al de Acuario. «Fracasaron las visiones racionalistas y materialistas del pasado. Se impone ahora la primacía de lo espiritual. Atrás quedaron la era de las antiguas religiones e imperios de Mesopotamia (Tauro), del judaísmo (Aries), de la religión cristiana dogmática (Piscis), y amanece, finalmente, un ciclo nuevo.»

Cosmovisión

El Cristo de los cristianos es sólo una más de las muchas personalidades en que a lo largo de la historia se ha encarnado el cristo cósmico, o el cristo energía. Lo había hecho también en Buda, Krishna, Mani, Hermes, Zaratustra… Lo haría luego en Mahoma. Propiamente es el logos solar, reencarnado en una evolución incesante cuya consumación se realizará con la entrada del signo zodiacal de Acuario.

Pero el concepto de Dios es múltiple y complejo: no es personal ni monoteísta. Él es principio de la universalidad, la energía fundamental que adquiere en Gaia —la Diosa Madre Tierra, organismo vivo e inmanente— la réplica al Dios Padre del pasado.

«En el año 2160 entrará el sol en el signo de Acuario. Entonces una nueva religiosidad, capaz de reconciliar las iglesias y todas las religiones, será la luz de hombres y mujeres nuevos. La humanidad como organismo vivo y consciente se integrará en el ser de Gaia y podrá celebrar la vida cotidiana como un sacramento cósmico. Así es como el espíritu crístico universal volverá a la tierra.»

Algunos hablan de Maitreya, el nuevo personaje de la Nueva Era, que ya está entre nosotros, pero no se ha manifestado todavía.

También hay quienes afirman categóricamente que todo es uno (monismo), todo es Dios (panteísmo), todos somos dioses (y por lo tanto no nos podemos equivocar; no pecamos, no existe el mal).

En esta cosmovisión de la Nueva Era no hay lugar a dualismos: alma–cuerpo, materia–espíritu, masculino–femenino, sujeto–objeto, razón–intuición–afecto; todo forma parte de la «autoorganización» cósmica y está integrado en el todo.

La realización del hombre consiste en entrar en sintonía con el universo; no existe la necesidad de la salvación que se lee en el cristianismo. Esta meta se alcanza por las propias fuerzas, sin necesidad de la ayuda (gracia) divina ni de la Iglesia.

La moral también se entremezcló: ahora la bondad o maldad de los actos depende exclusivamente de cómo los catalogue cada uno (subjetivismo moral) o de la dependencia de las circunstancias (relativismo moral), que hace que no se tengan parámetros o normas establecidas salvo, en algunos casos, de no dañar al prójimo…

Otros suponen que sus más trascendentales axiomas están amparados científicamente: el universo es todo orgánico (lo llaman totalidad integrada), regido no por leyes de la mecánica sino por las leyes de la vida; el universo es un cuerpo viviente único en el que todos los seres son parientes y forman una sola familia. Estos conceptos están unidos a la filosofía holística de la naturaleza, en la que el término «holístico» hace alusión a una visión de «totalidad», de «universal».

Doctrina heterogénea

Fuera de esta cantidad de añadidos y de superposiciones, la doctrina, con el paso del tiempo, se hizo más y más heterogénea: nuevos conceptos adicionales se insertaron del modo más variado.

La astrología que desarrolló, por ejemplo, llenó periódicos, revistas, transmisiones y noticieros de televisión, programas de radio y libros, sosteniendo que nada es fortuito; todo tiene que ver con la alineación de los astros. Algunos llegaron a afirmar que no existe la libertad humana, puesto que el día y la fecha del nacimiento lo rigen todo.

Redescubiertas por el encuentro intercultural, las llamadas medicinas antiguas y otras más recientes se hicieron populares hasta propiciar el estudio de las mismas por parte de los médicos tradicionales: acupuntura, homeopatía, terapia neural, bioenergética, quiropráctica, digitopuntura, etc. Si bien algunas de estas disciplinas tienen suficientes sustentos científicos, por la mezcla con las creencias populares derivadas de muchos mitos, a veces no se puede distinguir entre lo científico y lo que no lo es; si son realmente eficaces o si se trata del efecto placebo (un acto o sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si este la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción).

Lo mismo sucede con algunas formas de tratamientos curativos o preventivos, que crecieron en aceptación popular: iridología, sanación práhnica, biodanza, curanderos, reiki, radiónica, esencias florales, velas de diferentes colores, la cruz magnética del gran poder, esclavas milagrosas, pirámides, pencas de sábila, sahumerios, baños y riegos, por un lado; y, por otro, las frutoterapias, coloroterapias, cromoterpias, aromaterapias, orinoterapias, cristaloterapias, imantoterapia…

Otros, teniendo en cuenta la acupuntura y con la conciencia de que la energía cósmica está en todas partes, comenzaron a proscribir la cercanía de electrodomésticos y transformadores, ya que, según ellos, inciden negativamente en las funciones eléctricas normales del organismo…

Del mismo modo, se originó la creencia en una especie de «fuerza interior de la palabra». Según este pensamiento, si usted dice cosas que denotan negativismo, atraerá el mal; por el contrario, su positivismo atraerá buenas energías, que harán que a usted le vaya mejor.

De hecho, una de las doctrinas centrales de la Nueva Era es la creencia en la energía cósmica que retorna sus malas o buenas acciones: «todo lo que usted haga se le devuelve» (este pensamiento es incoherente con el que afirma que todos somos Dios y que, por lo tanto, no podemos actuar mal).

Doctrina atractiva

Y así se moldeó la Nueva Era, un híbrido religioso–cultural de innumerables raíces, la «dulce conjura» de muchos de nuestros contemporáneos que reaccionan cada día contra las religiones dogmáticas, la vieja moral, y las mediaciones «innecesarias».

Como se ve a todas luces, esta variada doctrina tiene componentes tan disímiles y, en algunos casos, inconciliables, que desdicen de toda lógica y racionalidad y, por lo tanto, inadmisibles para el entendimiento y la razón humana.

Pero, siendo una religiosidad adogmática que, además, anuncia el advenimiento de un nuevo orden mundial de concordia y de luz para el espíritu humano, resulta demasiado atractiva para quienes no la han profundizado.

Escuelas múltiples

Pertenecen explícitamente a la Nueva Era o tienen indirecta relación con ella la Meditación Trascendental, la secta de Rajneesh, Eckarnkar, la Iglesia Universal y Triunfante, la Misión de la Luz Divina, la Teosofía (de la señora Blavatski), los seguidores de varios gurúes (Swuami Muktananda, Sai Baba, Baba Ramdass, Mahareeshi Mahesh Yoga, Maharijih…), el Movimiento Potencial Humano, el Foro, Fuente de Vida, Control Mental Silva, Talleres en la Cumbre, algunos partidarios de Salud Holística, etc.

Como lectores de Alice Ann Bailey, los siguientes movimientos hicieron patrimonio de su obra: Hermandad Blanca Universal, Graal, Ciencia Cristiana, Nuevo Pensamiento, Rosacrucismo, Escuela Unida del Cristianismo, Ciencia de la Mente o Ciencia Religiosa, etc.

Autores que han popularizado la Nueva Era: David Spangler, Herber Benson, Marilyn Ferguson, Michael Harner, Frijtof Capra, y siguen aumentando.

EL CRISTIANISMO

El cristianismo, por su parte, presenta al hombre una visión antagónica:

Dios, un ser personal

En primer lugar, Dios es un ser personal, omnipotente, lleno de toda la belleza, de toda la bondad y de toda la sabiduría que ansía el ser humano, y que quiere volcarse —Él es el Amor— sobre sus hijos para hacerlos eternamente felices.

Él mismo cuenta la historia:

«Un padre tenía un hijo único: ricos, poderosos, vivían rodeados de servidores, de bienestar; perfectamente dichosos; de nada ni de nadie necesitaban para acrecentar su felicidad; el padre era la felicidad de su hijo y este la de su padre. Ambos tenían corazón noble, caritativos sentimientos; la menor miseria los movía a compasión.

Entre los servidores de este bondadoso señor, uno enfermó gravemente, y estaba a punto de morir si no se lo atendía con remedios enérgicos y con asiduos cuidados.

Mas el servidor era pobre y vivía solo.

¿Qué hacer? ¿Dejarlo morir? La nobleza de sentimientos del señor no puede consentirlo.

¿Enviará para cuidarlo a otro de sus criados? Tampoco estaría tranquilo, porque cuidándolo más por interés que por afecto, le faltarían tal vez mil detalles y atenciones que el enfermo necesita.

Compadecido, el padre confía a su hijo su inquietud respecto del pobre enfermo; le dice que con asidua asistencia podría curarse y vivir muchos años aún. El hijo, que ama a su padre, y comparte su compasión, se ofrece a cuidar al servidor con esmero, sin perdonar trabajo, cansancio ni solicitud, con tal de conseguir su curación.

El padre acepta; sacrifica la compañía de su hijo y este las caricias de su padre y, convirtiéndose en siervo, se consagra a la asistencia del que es verdaderamente su servidor. Le prodiga mil cuidados y atenciones, le provee de cuanto necesita, no sólo para su curación sino aun para su bienestar de suerte que, al cabo de algún tiempo, el enfermo recobra la salud.

Penetrado de admiración por cuanto su señor ha hecho por él, el servidor pregunta de qué manera podría demostrarle su agradecimiento.

El hijo le aconseja que se presente a su padre, y ya que está curado, se ofrezca de nuevo a él, como uno de sus más fieles servidores.

Así lo hace, y reconociéndose su deudor, emplea cuantos medios están a su alcance, para publicar la caridad de su señor; más aún, se ofrece a servirlo sin interés, pues sabe que no necesita ser retribuido como criado, el que es atendido y tratado como hijo.

Esta parábola es pálida figura del amor que mi Corazón siente por las almas y de la correspondencia que espero de ellas. La explicaré poco a poco, pues quiero que todos conozcan los sentimientos de mi Corazón.

Dios creó al hombre por amor, y lo colocó de tal condición, que nada podía faltar a su bienestar en esta tierra, hasta tanto que llegase a alcanzar la felicidad eterna, en la otra vida; para esto había de someterse a la divina Voluntad, observando las leyes sabias y suaves impuestas por su Creador.

Mas el hombre, infiel a la Ley de Dios, cometió el primer pecado y contrajo así la grave enfermedad que había de conducirlo a la muerte. El hombre, es decir, el padre y la madre de toda la humanidad fueron los que pecaron; por consiguiente toda su posteridad se manchó con la misma culpa. El género humano perdió así el derecho que el mismo Dios le había concedido de poseer la felicidad perfecta en el cielo; en adelante el hombre padecerá, sufrirá, morirá.

Dios no necesita para ser feliz ni del hombre, ni de sus servicios; se basta a sí mismo; su gloria es infinita; nada ni nadie puede menoscabarla.

Pero, infinitamente poderoso, es también infinitamente bueno. ¿Dejará padecer y al fin morir al hombre creado sólo por amor? Esto no es propio de un Dios: antes, por el contrario, le dará otra prueba de amor y frente a un mal de tanta gravedad pondrá un remedio infinito.

Una de las tres Personas de la Santísima Trinidad tomará la naturaleza humana y reparará divinamente el mal ocasionado por el pecado.

El Padre entrega a su Hijo; este sacrifica su gloria y la compañía de su Padre, descendiendo a la tierra, no en calidad de señor rico, de poderoso, sino en condición de siervo, de pobre, de niño.

La vida que llevó sobre la tierra todos la conocéis.

Bien sabéis que desde el primer instante de mi encarnación me sometí a todas las miserias de la naturaleza humana.

Pasé por toda clase de trabajos y de sufrimientos; desde niño sentí el frío, el hambre, el dolor, el cansancio, el peso del trabajo, de la persecución, de la pobreza.

El amor me hizo escoger una vida oscura, como un pobre obrero; más de una vez fui humillado, despreciado, tratado con desdén, como hijo de un carpintero. ¡Cuántos días, después de haber soportado mi padre adoptivo y yo, una jornada de rudo trabajo, apenas teníamos por la noche lo necesario para el sustento! ¡Y así pasé treinta años!

Más tarde, renunciando a los cuidados de mi Madre, me dediqué a dar a conocer a mi Padre Celestial. A todos enseñé que Dios es caridad.

Pasaba haciendo el bien a los cuerpos y a las almas.

A los enfermos devolvía la salud, a los muertos la vida. A las almas… ¡Oh! ¡las almas!…, les daba la libertad que habían perdido por el pecado y les abría las puertas de su verdadera y eterna patria, pues se acercaba el momento en que para rescatarlas, el Hijo de Dios iba a dar por ellas su Sangre y su vida.

Y, ¿cómo iba a morir?… ¿Rodeado de sus discípulos?… ¿Aclamado como bienhechor?… No, almas queridas, ya sabéis que el Hijo de Dios no quiso morir así… El que venía a derramar amor fue víctima del odio. El que venía a dar libertad a los hombres fue preso, maltratado, calumniado; el que venía a traerles la paz es blanco de la guerra más encarnizada. Sólo predicó la mutua caridad y muere en Cruz entre ladrones. ¡Miradlo pobre, despreciado, despojado de todo!

¡Todo lo ha dado por la salud del hombre!

Así cumplió el fin por el cual dejó voluntariamente la bienaventuranza que gozaba al lado de su Padre. El hombre estaba enfermo y el Hijo de Dios bajó hasta él, y no sólo le devolvió la vida por su muerte, sino que le dio también fuerzas y medios con qué trabajar y adquirir la fortuna de su eterna felicidad.

¿Cómo ha correspondido el hombre a semejante favor? ¿Se ofrece, a ejemplo del servidor, a trabajar por su dueño con fidelidad y sin interés de retribución?

A todos Jesucristo va a decirles una palabra de amor.

Hablaré primero a los que no me conocen: sí; a vosotros, hijos queridos, que desde vuestra tierna infancia, habéis vivido lejos de vuestro Padre. ¡Venid! Voy a deciros por qué no lo conocéis y, cuando sepáis quién es y qué Corazón tan amoroso tiene, no podréis resistir a su amor.

Con frecuencia sucede que los hijos que han vivido lejos de sus padres no los aman; mas, cuando conocen la dulzura que encierra el amor paterno y sus desvelos, llegan a amarlos con más ternura aún que aquellos que nunca han salido de su hogar.

A las almas que no sólo no me aman sino que me aborrecen y me persiguen, preguntaré: ¿por qué me odiáis así?… ¿Qué os he hecho yo, para que me persigáis de ese modo?…

¡Cuántas almas hay que nunca se han hecho esta pregunta! Y hoy, que se la hago yo, tendrán que responder: “No lo sé”.

Yo responderé por ellas: no me conociste cuando niño, porque nadie te enseñó a conocerme; y a medida que ibas creciendo en edad, crecían en ti también las inclinaciones de la naturaleza viciada, el amor por los placeres, el deseo de goces, de libertad, de riquezas.

Un día oíste decir que para vivir bajo mi Ley es preciso soportar al prójimo, amarlo, respetar sus derechos, sus bienes; que es necesario someter las propias pasiones…, y como vivías entregado a tus caprichos, a tus malos hábitos, ignorando de qué ley se trataba, protestaste diciendo: «¡No quiero más ley que mi gusto! ¡Quiero gozar! ¡Quiero ser libre!

Así es como empezaste a odiarme, a perseguirme.

Pero yo, que soy tu Padre, te amo con amor infinito y mientras te rebelabas ciegamente y persistías en el afán de destruirme, mi Corazón se llenaba más y más de ternura hacia ti. Así transcurrieron un año, dos, tres, tantos cuantos sabes que has vivido de ese modo.

Hoy no puedo contener por más tiempo el impulso de mi amor y, al ver que vives en continua guerra contra quien tanto te ama, vengo a decirte yo mismo quién soy.

Hijo querido, yo soy Jesús, y este nombre quiere decir Salvador. Por eso mis manos están traspasadas por los clavos que me sujetaron a la Cruz, en la cual he muerto por tu amor. Mis pies llevan las mismas señales y mi Corazón está abierto por la lanza que me introdujeron en él después de mi muerte.

Así vengo a ti, para enseñarte quién soy y cuál es mi Ley. No te asustes: ¡es de amor!… Y cuando ya me conozcas, encontrarás descanso y alegría. ¡Es tan triste vivir huérfano! Venid, pobres hijos… Venid con vuestro Padre.

Ahora vamos a hablar a esta pobre alma que me persigue porque no me conoce. Hijo querido: voy a decirte quién soy yo y quién eres tú. Soy tu Dios y tu Padre. ¡Tu Creador y tu Salvador!… Tú eres mi criatura, mi hijo y mi redimido, porque al precio de mi Sangre y de mi vida te rescaté de la tiranía y de la esclavitud del pecado.

Tienes un alma grande, inmortal, creada para gozar eternamente; posees una voluntad capaz de obrar el bien y un corazón que necesita amar y ser amado.

Si buscas alimentar este amor de cosas terrenas y pasajeras, nunca lo saciarás. Tendrás siempre hambre, vivirás en perpetua guerra contigo mismo, triste, inquieto, turbado.

Si eres pobre y tienes que trabajar para ganar el sustento, las miserias de la vida te llenarán de amargura. Sentirás odio contra tus amos y quizá, si pudieras, destruirías sus bienes para reducirlos a vivir como tú, sujetos a la ley del trabajo. Experimentarás cansancio, rebeldía y desesperación pues la vida es triste y al fin has de morir…

Sí, mirado naturalmente, todo eso es triste. Pero yo vengo a mostrarte la vida como es en realidad, no como tú la ves.

Aunque seas pobre y tengas que ganarte tu sustento y el de tu familia, aunque te veas sujeto a un amo, no eres esclavo. Fuiste creado para ser libre.

Si vas buscando amor y no logras satisfacer tus ansias, es porque fuiste creado para amar no lo temporal, sino lo eterno.

Esa familia que amas, por la que te afanas en procurar su subsistencia, su bienestar y su felicidad en la tierra, debes amarla sin olvidar que un día tendrás que separarte de ella, aunque no para siempre.

Ese dueño a quien sirves y para quien trabajas, debes amarlo, respetarlo, cuidar de sus intereses y procurar aumentárselos con tu trabajo y tu fidelidad; mas ten presente que sólo será tu señor por unos cuantos años, pues esta vida pasa pronto y conduce a la otra que no acabará jamás, y que será feliz. Allí no servirás sino que reinarás por toda la eternidad.

Tu alma, creada por un Padre que te ama, no con un amor cualquiera sino con un amor eterno e infinito, irá al lugar de eterna dicha que este Padre te prepara.

Allí encontrarás el amor que responderá a tus anhelos.

Allí vivirás la verdadera vida, de la que no es más que una sombra que pasa, esta de la tierra: el cielo no pasará jamás.

Allí el trabajo que hiciste y soportaste en la tierra será recompensado.

Allí encontrarás a la familia que tanto amabas y por la que derramaste el sudor de tu frente.

Allí te unirás con tu Padre, con tu Dios. ¡Si supieras qué felicidad te espera!…

Quizá al oír esto dirás: «¡Yo no tengo fe! No creo en la otra vida».

¿No tienes fe?… ¿No crees en Mí?… Pues si no crees en Mí ¿por qué me persigues?…

¿Por qué declaras la guerra a los míos? ¿Por qué te rebelas contra mis leyes?… Y puesto que reclamas libertad para ti, ¿por qué no la dejas a los demás?…

¿No crees en la vida eterna?… Dime, ¿vives feliz aquí abajo?… Bien sabes que necesitas algo que no encuentras en la tierra…

Si encuentras el placer que buscas, no te satisface.

Si alcanzas las riquezas que deseas, no te bastan.

El cariño que anhelas, al fin te causa hastío.

¡No! Lo que necesitas, no lo encontrarás acá…

Necesitas paz; no la paz del mundo, sino la de los hijos de Dios. Y, ¿cómo la hallarás en la rebelión? Yo te diré dónde serás feliz, dónde hallarás la paz, dónde apagarás esa sed que hace tanto tiempo te devora… No te asustes al oírme decir que la encontrarás en el cumplimiento de mi Ley.

Ni te rebeles al oír hablar de Ley, pues no es Ley de tiranía, sino de amor. Sí, mi Ley es de amor, porque soy tu Padre.

Vengo a enseñarte lo que es mi Ley y lo que es mi Corazón que te la da, este Corazón al que no conoces y al que tantas veces persigues. Tú me buscas para darme la muerte y yo te busco para darte la vida. ¿Cuál de los dos triunfará? ¿Será tu corazón tan duro que resista al que ha dado su propia vida y su amor?

Ahora ven, hijo mío; voy a decirte lo único que te pide tu Padre. Ya sabes que en el ejército debe haber disciplina y en toda familia bien ordenada, un reglamento. Así, en la gran familia de Jesucristo hay también una Ley, pero llena de suavidad y de amor.

En la familia los hijos llevan el apellido de su padre; así se los reconoce. Del mismo modo, mis hijos llevan el nombre de cristianos, que se les da al administrarles el Bautismo. Has recibido este nombre, eres hijo mío y como tal tienes derecho a todos los bienes de tu Padre.

Sé que no me conoces, que no me amas, antes por el contrario me odias y me persigues. Pero yo te amo con amor infinito y quiero darte parte de la herencia a la que tienes derecho.

Escucha pues lo que debes hacer para adquirirla: creer en mi amor y en mi misericordia.

Tú me has ofendido, yo te perdono.

Tú me has perseguido, yo te amo.

Tú me has herido de palabra y de obra, yo quiero hacerte bien y abrirte mis tesoros.

No creas que ignoro cómo has vivido hasta aquí; sé que has despreciado mis gracias, y tal vez profanado mis Sacramentos. Pero te perdono.

Y desde ahora, si quieres vivir feliz en la tierra y asegurar tu eternidad, haz lo que voy a decirte: ¿Eres pobre? Cumple con sumisión el trabajo a que estás obligado, sabiendo que yo viví treinta años sometido a la misma ley que tú, porque era también pobre, muy pobre.

No veas en tus amos unos tiranos. No alimentes sentimientos de odio hacia ellos; no les desees mal; haz cuanto puedas para acrecentar sus intereses y sé fiel.

¿Eres rico? ¿Tienes a tu cargo obreros, servidores? No los explotes. Remunera justamente su trabajo; ámalos, trátalos con dulzura y con bondad. Si tú tienes un alma inmortal, ellos también. No olvides que los bienes que se te han dado no son únicamente para tu bienestar y recreo, sino para que, administrándolos con prudencia, puedas ejercer la caridad con el prójimo.

Cuando ricos y pobres hayáis acatado la ley del trabajo, reconoced con humildad la existencia de un Ser que está sobre todo lo creado y que es al mismo tiempo vuestro Padre y vuestro Dios.

Como Dios, exige que cumpláis su Divina Ley.

Como Padre os pide que, cual hijos, os sometáis a sus mandamientos. Así, cuando hayáis consagrado toda la semana al trabajo, a los negocios, y aun a lícitos recreos, os pide que le deis siquiera media hora, para cumplir «su precepto». ¿Es exigir demasiado?

Id, pues, a su casa, a la Iglesia donde Él os espera de día y de noche; el domingo y los días festivos dadle media hora, asistiendo al misterio de amor y de misericordia, a la Santa Misa. Allí, habladle de todo cuanto os interesa, de vuestros hijos, de la familia, de los negocios, de vuestros deseos, dificultades y sentimientos. ¡Si supierais con cuánto amor os escucha!

Me dirás quizá: «Yo no sé oír Misa, ¡hace tantos años que no he pisado una Iglesia!» No te apures por esto. Ven; pasa esa media hora a mis pies, sencillamente. Deja que tu conciencia te diga lo que debes hacer; no cierres los oídos a su voz. Abre con humildad tu alma a la gracia, ella te hablará y obrará en ti, indicándote cómo debes portarte en cada momento, en cada circunstancia de tu vida; con la familia, en los negocios; de qué modo tienes que educar a tus hijos, amar a tus inferiores, respetar a tus superiores. Te dirá, tal vez, que es preciso que abandones tal empresa, tal negocio, que rompas aquella amistad…, que te alejes con energía de aquella reunión peligrosa… Te indicará que a tal persona la odias sin motivo y, en cambio, debes dejar el trato de otra que amas y cuyos consejos no debes seguir.

Comienza a hacerlo así y verás cómo, poco a poco, la cadena de mis gracias se va extendiendo; pues en el bien, como en el mal, una vez que se empiezan, las obras se suceden unas tras otras como los eslabones de una cadena. Si hoy dejas que la gracia te hable y obre en ti, mañana la oirás mejor; después mejor aún, y así día tras día la luz irá creciendo; tendrás paz y te prepararás tu felicidad eterna.

Porque el hombre no ha sido creado para permanecer en la tierra; está hecho para el cielo. Siendo inmortal, debe vivir no para lo que muere, sino para lo que durará siempre.

Juventud, riqueza, sabiduría, gloria humana, todo esto pasa, se acaba… Sólo Dios subsiste eternamente…, y las buenas obras hechas por amor a Él, es lo único que perdura y que te seguirá a la otra vida.

El mundo y la sociedad están llenos de odio y viven en continuas luchas: un pueblo contra otro pueblo, unas naciones contra otras, y los individuos entre sí, porque el fundamento sólido de la Fe ha desaparecido de la tierra casi por completo.

Si la Fe se reanima, el mundo recobrará la paz y reinará la caridad.

La Fe no perjudica ni se opone a la civilización ni al progreso, antes al contrario, cuanto más arraigada está en los hombres y en los pueblos, más se acrecienta en ellos la ciencia y el saber, porque Dios es la sabiduría infinita. Mas donde no existe la fe, desaparece la paz, y con ella la civilización y el verdadero progreso, introduciéndose en su lugar la confusión de ideas, la división de partidos, la lucha de clases, y en los individuos, la rebeldía de las pasiones contra el deber, perdiendo así el hombre la dignidad, que constituye su verdadera nobleza.

Dejaos convencer por la Fe y seréis grandes; dejaos dominar por la Fe y seréis libres. Vivid según la Fe y no moriréis eternamente.»[1]

Como se deduce, la diferencia es abismal con la Nueva Era. Pero hay más:

¿Reencarnación o Resurrección?

¿Qué dice la Biblia al respecto? Veamos primero el Antiguo Testamento:

En el salmo 39, que es una meditación sobre la brevedad de la vida, dice: «Señor, no me mires con enojo, para que pueda alegrarme antes de que me vaya y ya no exista más» (v. 14).

Job, en medio de su terrible enfermedad, le suplica a Dios, a quien creía culpable de su sufrimiento: «Puesto que son pocos los días que me quedan apártate de mí, que goce un poco de alegría, antes de que me vaya, para no volver más, a la región de tinieblas y de sombra» (10, 20-21).

Una mujer, en una audiencia, hace reflexionar al rey David: «Todos somos mortales y así como el agua que se derrama en tierra no se puede recoger, así tampoco Dios devuelve la vida.» (2S 14, 14)

En el libro de la Sabiduría hay otra cita: «El hombre, en su maldad, es capaz de quitar la vida, pero no puede hacer que vuelva el aliento cuando se ha escapado, ni puede llamar de nuevo al alma que ha partido.» (16, 14)

Estas citas muestran implícitamente que para el cristiano no es posible la creencia en la reencarnación.

Pero fue en el año 200 antes de Cristo cuando se iluminó para siempre el tema del más allá. En esa época Dios enseñó al pueblo judío la fe en la resurrección, y quedó definitivamente descartada la posibilidad de la reencarnación. Según esta novedosa explicación divina, al morir una persona recupera inmediatamente la vida; pero no en la tierra, sino en otra dimensión llamada la eternidad. Y comienza a vivir una vida distinta, sin límites de tiempo ni espacio. Es una vida que ya no puede morir más, denominada vida eterna.

Esta enseñanza aparece por primera vez en la Biblia en el libro de Daniel. Allí, un ángel le revela un gran secreto: «Muchos de los que duermen en la tumba se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el horror y la vergüenza eterna.» (12, 2)

La segunda vez que se encuentra esta certeza es en un relato en que el rey Antíoco IV de Siria tortura a 7 hermanos judíos para obligarlos a abandonar su fe. Mientras moría el segundo, dijo al rey: «Asesino, nos quitas la presente vida, pero el Rey del mundo nos resucitará. Nos dará una vida eterna a nosotros que morimos por sus leyes.» (2 Mc 7, 9)

Y al morir el séptimo exclamó: «Ahora mis hermanos han terminado de sufrir un breve tormento por una vida que no se agotará; están ahora en la amistad de Dios. Tú, en cambio, sufrirás las penas merecidas por tu soberbia.» (2 Mc 7, 36)

Ahora veamos citas del Nuevo Testamento:

El mismo Jesús confirmó oficialmente esta doctrina con la parábola del rico y el pobre Lázaro:

«Había un hombre rico que se vestía con ropa finísima y comía regiamente todos los días. Había también un pobre, llamado Lázaro, todo cubierto de llagas, que estaba tendido a la puerta del rico. Hubiera deseado saciarse con lo que caía de la mesa del rico, y hasta los perros venían a lamerle las llagas.

Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham. También murió el rico, y lo sepultaron.

Estando en el infierno, en medio de los tormentos, el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro con él en su regazo. Entonces gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas”. Abraham le respondió: “Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio, tormentos. Además, mira que hay un abismo tremendo entre ustedes y nosotros, y los que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no podrían hacerlo, ni tampoco lo podrían hacer del lado de ustedes al nuestro.”

El otro replicó: “Entonces te ruego, padre Abraham, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, a mis cinco hermanos: que vaya a darles su testimonio para que no vengan también ellos a parar a este lugar de tormento”. Abraham le contestó: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”.

El rico insistió: “No lo harán, padre Abraham; pero si alguno de entre los muertos fuera donde ellos, se arrepentirían”. Abraham le replicó: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán”.» (Lc 16, 19-31)

No dijo Jesús que a este hombre rico le correspondiera reencarnarse para purgar sus faltas.

Así mismo, cuando Jesús moría en la Cruz, cuenta el evangelio que uno de los ladrones crucificado a su lado le pidió: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino.» (Lc 23, 42)

Si Jesús hubiera admitido la posibilidad de la reencarnación, tendría que haberle dicho: «Ten paciencia, debes pasar por varias reencarnaciones hasta purificarte completamente». Pero su respuesta fue: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» (v. 43)

Si «hoy» iba a estar en el paraíso es porque nunca más podía volver a nacer en este mundo.

San Pablo también rechaza la reencarnación: al escribir a los filipenses les dice: «Estoy apretado por los dos lados: por una parte siento gran deseo de irme y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor. Pero, pensando en ustedes, conviene que yo permanezca en esta vida.» (1, 23-24)

Si hubiera creído posible la reencarnación, inútiles habrían sido sus deseos de morir, ya que volvería a encontrarse con la frustración de una nueva vida terrenal.

Y explicando a los corintios lo que sucede el día de nuestra muerte les dice: «Lo mismo ocurre con la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo en descomposición, y resucita incorruptible. Se siembra como cosa despreciable, y resucita para la gloria. Se siembra un cuerpo impotente, y resucita lleno de vigor. Se siembra un cuerpo material, y despierta un cuerpo espiritual.» (1Co 15, 42-44)

La afirmación bíblica más contundente de que la reencarnación es insostenible para un cristiano la tiene la carta a los hebreos: «Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio.» (9, 27)

¿Puede, entonces, un cristiano creer en la reencarnación? Queda claro que no. La idea de tomar otro cuerpo y regresar a la tierra después de la muerte es absolutamente incompatible con las enseñanzas de la Biblia.

La Resurrección de Jesucristo es la verdad culminante de la fe de los cristianos en él, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, trasmitida como fundamental por la Tradición Apostólica, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial.

Cristo resucitó. El misterio de la Resurrección de Cristo es un acontecimiento real, que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento.

Hecho único en la historia de la humanidad, la Resurrección muestra aspectos precisos: Jesús establece relaciones directas con sus discípulos, mediante el tacto (Cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (Cf. Lc 24, 39. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Los invita así a reconocer que Él no es solo espíritu (Cf. Lc 24, 39), pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión (Cf. Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27).

Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (Cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4), porque su humanidad ya no puede ser detenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre.

La resurrección de Cristo no fue siquiera un retorno a la vida terrena, como en las resurrecciones que él había realizado antes, en las cuales las personas volvían a tener —por el poder de Jesús— una vida terrena «ordinaria»; en cierto momento volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente: en su cuerpo resucitado pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio.

Y los cristianos creen firmemente que también ellos resucitarán, como Jesús.

Por eso, el cristianismo es esencialmente diferente a la Nueva Era, que predica la reencarnación, la creencia de que el alma, tras la muerte, migra de un cuerpo a otro.

Quien cree en la reencarnación no puede profesar su fe en la resurrección; igualmente, el que sostiene la resurrección no puede creer en la reencarnación.

Pero no solo las Sagradas Escrituras impiden creer en la reencarnación. Además, hay algunas reflexiones que pueden ayudar a comprender mejor las discrepancias que hay entre el cristianismo y la reencarnación:

El cristiano, el que cree en Cristo, cree que Jesucristo es Dios, como el Padre y como el Espíritu Santo, y que se hizo hombre para pagar el pecado de soberbia que el ser humano cometió de querer ser como Dios; por eso, por los pecados de los hombres, sufrió y murió. Si Cristo pagó sus pecados, ¿qué razón tiene volver a una nueva vida (reencarnar) a pagar lo malo que se hizo en la anterior?

Y, ¿de qué serviría el bautismo, por el cual se nos borra el pecado por el que merecíamos un castigo infinito?

Además, la Misa es el revivir el sacrificio de Cristo en la Cruz, por el cual fuimos salvados del castigo que merecíamos. ¿Qué sentido tendría la celebración eucarística si existiese la reencarnación?

¿Y qué decir de la Unción de los Enfermos, que se aplica a quienes están más cerca del último y único viaje hacia la eternidad?

Dios se inventó también otra muestra de amor por los hombres: «Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados» (Jn 20, 23). Los sacerdotes tienen la potestad de representar a Dios y, en su Nombre, perdonar los pecados en el sacramento de la Reconciliación, la confesión, el único lugar donde el reo se declara culpable, y es perdonado. Si se cree en la reencarnación, en la que se «purifican» los pecados, vida tras vida, ¿para qué sirve la confesión que inventó el mismo Dios?

Por extensión podría preguntarse también: ¿cuál es la razón de ser de los apóstoles y discípulos y de sus sucesores, los obispos y sacerdotes, escogidos por el mismo Dios para administrar ese y los demás sacramentos?

Por otra parte, la doctrina de la reencarnación podría invitar a la irresponsabilidad. En efecto, si uno cree que va a tener varias vidas, además de esta, existe la posibilidad de que no se exija mucho para vivir bien la vida presente, pues pensará que siempre quedarán otras reencarnaciones dónde mejorar. En cambio, si uno sabe que el milagro de existir no se repetirá, que tiene solamente esta vida para llegar a la meta, no permitirá que se le escapen las oportunidades para ser mejor.

Las virtudes teologales

Los cristianos se diferencian de los demás hombres, en primer lugar, porque tienen la Fe: creen en lo que dicen cuando rezan el Credo y en lo que se lee en el Catecismo. Se distinguen también porque tienen la Esperanza: saben que irán al Cielo, junto a Dios, a saciar todas las ansias de felicidad que residen en su corazón. Y en tercer lugar, porque tienen la Caridad: saben que el amor verdadero es el camino para la perfección en esta vida, senda que los llevará al lugar de la paz y la alegría eternas. Si un cristiano creyera en la Nueva Era, ¿dónde quedan las virtudes teologales —Fe, Esperanza y Caridad—, sus distintivos?

La Santísima Trinidad

Los cristianos creen en el Padre, todopoderoso, creador del universo, creador de lo visible y lo invisible, principio de todas las cosas. Creen en el Hijo, Jesús, engendrado desde la eternidad, no creado. Y creen en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Dios–Amor.

Como se ve, no se trata de ese Dios de la Nueva Era: un dios impersonal, un dios cósmico, un dios energía, una diosa madre tierra; los cristianos tampoco creen que todo es dios o que todos somos dios…

Organización

A diferencia de la Nueva Era, el cristianismo cree que Jesucristo fundó una Iglesia, que es su cuerpo místico, constituido por los obispos, presbíteros, diáconos y fieles.

Esta Iglesia tiene un cuerpo doctrinal completo, contenido en la Biblia y en la Tradición Apostólica, y resumido y actualizado en el Catecismo. Posee un Código de Derecho Canónico, con el que se regula a sí misma. Y tiene una Liturgia ricamente ordenada.

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Como se concluye fácilmente, los caminos, aunque a primera vista —en una mirada bastante superficial— podrían parecer similares, distan mucho de ser compatibles. Esa compatibilidad que da la paz, la alegría y la certeza de ir por el camino correcto.

Desde el punto de vista filosófico, ¿es posible la reencarnación?

La variedad de circunstancias en las que nace y vive el ser humano: unos ricos, otros pobres; unos sanos, otros enfermos; unos con posibilidades de estudiar, otros no; unos que nacen en situaciones aceptables, otros en lugares donde el hambre los acaba recién nacidos…; todo esto hace pensar en la existencia, por justicia, de la llamada reencarnación.

Conforme a la creencia en la reencarnación, el alma vaga de cuerpo en cuerpo purificándose de sus malas acciones, palabras y pensamientos, con la finalidad de «purgar» todos esos pecados pasados y llegar «limpios» a la perfección, estado llamado Nirvana por algunos.

Según la creencia más popular es posible vivir así miles de vidas, es decir, nuevas oportunidades para mejorar el nivel, porque también se da el descenso: una persona puede, en vez de mejorar, empeorar en la siguiente vida. Así se explica la presencia de los seres que llaman «desechables» y de los que han tenido «fortuna» en la vida, de ricos y pobres, de enfermos y sanos, de inteligentes y brutos, de capaces e incapaces, de sabios y necios, de gente con oportunidades y sin ellas…

La metempsicosis o metempsícosis es la doctrina filosófica y religiosa de varias escuelas orientales, y renovada por otras de occidente, según la cual transmigran las almas después de la muerte a otros cuerpos más o menos perfectos, conforme a los merecimientos alcanzados en la existencia anterior. Un vocablo más preciso sería metensomatosis ya que no es el cuerpo (soma) el que cambia de alma, sino el alma (psique) la que cambia de cuerpo.

Transmigrar es pasar un alma de un cuerpo a otro. Reencarnar, simplemente, es volver a encarnar. Estos dos términos son utilizados por los partidarios de la teosofía y del espiritismo. Sin embargo, se usa más frecuentemente «trasmigración» para hablar del paso de un alma humana a otro cuerpo humano, mientras que «reencarnación» aduce más veces al cambio de un alma humana al cuerpo de un animal o de una planta.

Algunos autores ven nacer la idea sobre la que se fundaría la metensomatosis en los pueblos mediterráneos, particularmente en Egipto, lo que explica el rito de la momificación y luego entre los griegos, en la época de Homero; pero esa idea era confusa todavía y no se entendía específicamente como metensomatosis. El orfismo ya admitió la necesidad de un continuo retornar de las almas a la tierra con el fin de purificarse sucesivamente. Platón también habló de esa catarsis (purificación necesaria). Luego, en Roma, Virgilio creyó en la metensomatosis y se apoyó en ella para ordenar que no se matara a los animales y así no dañar a un alma pariente de los hombres. Más adelante, el gnosticismo, el maniqueísmo, la escuela neoplatónica y Plotino la aceptaron.

Pero en Asia fue donde más se extendió la metensomatosis con matices diversos: el hinduismo y el brahmanismo hicieron de ella una doctrina fundamental, cuyo origen era la teoría del Karma o acto, ley de causalidad llevada al plano ético: las almas que van de cuerpo en cuerpo sufren en estos el resultado de sus actos, de su karma, castigándolos o premiándolos, la cual llega así a ser una ley de justicia inmanente, actuando con una eficacia casi mecánica. El budismo y el jainismo aceptaron la ley del karma y la metensomatosis, origen del dolor, e impusieron la meditación y el yoga para liberar al hombre de la ignorancia primordial. De un modo diferente, el taoísmo también la admitió.

Hoy, el espiritismo, la Nueva Era y la teosofía han renovado las antiguas creencias paganas e, inclusive, la cábala (especie de gnosis judía) acepta la metensomatosis.

Desde el punto de vista filosófico, son muchas las partes que componen a un ser, un ente. De esas, unas son necesarias para que ese ser sea lo que es; sin eso, sencillamente, no sería o sería otro ente. Es lo permanente e invariable de las cosas y se llama sustancia o esencia. En cambio, otras son accidentes, podría decirse, circunstanciales, variables.

Un objeto sencillo e inanimado puede servir de ejemplo: un trozo de oro. Por más grande o pequeño que sea, es oro. Aun si lo partimos en dos, cada fragmento sigue siendo oro, individualmente. Esa es su sustancia: oro.

Otro ejemplo más complejo es una flor. La flor tiene algunos atributos: se forma en una planta, está compuesta por sépalos en cáliz que sostienen una corola formada por pétalos, una o dos coronas de estambres que rodean el pistilo, etc. Estos atributos son necesarios para que la flor sea flor; en cambio, no es necesario que tenga un color determinado para que sea flor, como tampoco es indispensable que crezca en una planta determinada: tan flor es una amapola como un geranio o una margarita; su forma es también accidental.

El ser humano tiene por esencia, por sustancia, el alma (espíritu) y el cuerpo (materia). Sin alma este ser no sería humano, como tampoco sin su cuerpo.

Desde otra perspectiva, el ser humano es un animal racional. Si, por ejemplo, no tuviera la capacidad de raciocinio sería simplemente un animal.

Otras cosas son accidentales, como el color de la piel (es tan hombre el de raza negra como el de raza amarilla o blanca), el idioma que hable o su cultura… Así mismo, si el hombre llegase a perder un brazo o ambos, o los cuatro miembros no dejaría de ser hombre.

Al transformarse el hombre en un animal irracional se perdería uno de los componentes esenciales del ser: además de no tener razón, el hombre estaría sin conciencia, sin libertad y sin la capacidad de amar.

Si existiera la transmigración a otro cuerpo humano, habría de aceptarse la ruptura de la esencia del ser humano: sustancialmente, cada alma está unida a su propio cuerpo. Cuando se afirma que el hombre se compone de alma y cuerpo, se debe deducir, con criterio lógico, que sólo esa alma unida a ese cuerpo forman ese ser humano. Al darse la transmigración, ya no sería la unión de los mismos componentes esenciales, sino otra que, obviamente, sería un ser distinto, con una identidad propia y un destino diferente.

La ciencia genética moderna ha demostrado que desde el primer instante de su existencia el individuo adquiere una identidad con un código genético irrepetible, intransferible y propio; identidad que crece y se define con sus actos, emociones, sensaciones y decisiones. Es un ser único.

Todo esto hace filosóficamente y científicamente inadmisible la metensomatosis.

Por otra parte, la pérdida del recuerdo que, según esta doctrina, se da de nuestra(s) vida(s) anteriores destruye su efectividad en el plano ético: sin este recuerdo, no se puede hablar de castigo o de recompensa, ya que para que el culpable se reconozca como tal, debe tener el recuerdo de sus faltas. ¿Cómo puede haber castigo si no hay memoria de la falta que se expía?

Además, si se concediera la oportunidad de volver a arreglar las cuentas, cambiaría

radicalmente la vida presente.

La sensación de haber vivido ya una situación, saber cosas no estudiadas o reconocer parajes o personas no antes vistos, no prueba nada. Esta limitadísima experiencia no puede demostrar la metensomatosis.




[1] Carta de Dios, 1ª edición, Bogotá, Colombia, MRC editores, 1991.

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¿Lujuria?

Posted by pablofranciscomaurino en 12 septiembre, 2008

 

Pocos se animan a hablar abiertamente de los ataques de los demonios de la lujuria, lo que ocurre a todo ser humano y muchas más veces de las que creemos.

Cuando esto ocurre, debemos deducir que el demonio está atacando, porque percibe que Dios quiere llevarnos hacia la santidad y sabe que, de no hacerlo, nos escaparemos de sus manos. Por eso es necesario que pongamos los remedios.

Lo primero que se debe hacer es mantenerse en gracia de Dios: si se ha caído, confesarse con dolor de haber ofendido a ese Dios tan bueno, con arrepentimiento sincerísimo y con un propósito firmísimo de no querer ofender nunca más a nuestro Señor. Este acto de obediencia a Dios (Jn 20, 21-13) trae al alma una fuerza espiritual (la gracia) para no seguir cayendo en este pecado.

Segundo, es necesario frecuentar los sacramentos (comunión y confesión), para seguir recibiendo esa fuerza del Cielo para no caer.

Tercero, hacer oración. Dedicar todos los días unos minutos a estar con Jesús; aprovechar ese tiempo para pedirle perdón y gracia para no caer más.

Cuarto, una gran devoción a la Santísima Virgen: rezar todas las noches las 3 avemarías antes de acostarse, pidiendo la pureza; rezar diariamente el Rosario y tratarla con frecuencia.

Quinto: cuidar la vista. Si no se es capaz de mirar a las personas del otro sexo en los ojos, recordando que son almas a quienes Dios quiere con todas sus fuerzas, mirar al cielo o al suelo. Nunca ver imágenes eróticas en televisión (cambiar inmediatamente de canal) o en Internet, no asistir a cine sin verificar qué tipo de película es la que queremos ver, cerrar las revistas que contengan ese tipo de imágenes.

Sexto: tener presente que las dos hermanas pequeñas de la impureza son la pereza y la gula. No permitir ni un minuto de pereza: máximo 7 horas de sueño y media hora de descanso después de las comidas. Y, por otra parte, nunca quedar llenos después de comer: que siempre se sienta que faltó comer alguna cosa más.

Séptimo: tener presente que las dos hermanas pequeñas de la virtud de la pureza son el pudor y la modestia. Pudor y modestia en vestirse, en la forma como nos portamos, caminamos, miramos, nos expresamos, hablamos, etc.

Y, particularmente, en los momentos de tentación, es necesario luchar contra ella, haciendo 2 cosas: rezar varias veces, y con mucho cariño y fervor, la oración: «Bendita sea tu pureza…» y quitar el pensamiento que nos está llevando al pecado, si es necesario haciéndonos violencia, como san Francisco de Asís y otros santos que, por preservar la hermosísima virtud de la pureza, llegaron al extremo de echarse a un estanque helado o a una zarza llena de espinas… Y así lograron la gema de esta virtud angélica, con la que ahora engalanan al mismo Cielo.

 

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¿Pobreza?

Posted by pablofranciscomaurino en 12 septiembre, 2008

«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos», nos dijo Jesús (Mt 5, 3), y ya se nos ha explicado que no se trata de no tener cosas, sino de estar desprendido de ellas.

Pero, como toda la Escritura, este versículo tiene sus significados más profundos (místicos), y cuanto más nos adentramos en él más significados podemos encontrar: son cuatro los niveles místicos de la pobreza espiritual.

La pobreza a la nos referimos es mejor llamarla “en el espíritu”, pues así no se confunde con el apocamiento, la pusilanimidad (ánimo pobre), que algunos llaman “estupidez”: la pobreza de espíritu.

La pobreza en el espíritu pretende, como los otros consejos evangélicos, llevarnos a la realización personal auténtica, a la bienaventuranza eterna, la felicidad absoluta, distinta a la felicidad relativa, la única que se puede alcanzar en esta vida.

Se trata, en un primer nivel, de estar exentos de todo apetito desordenado por las cosas materiales, por las personas y por uno mismo, con lo que se consigue que el corazón empiece a desocuparse para que pueda ser llenado por Dios.

El segundo nivel consiste en el desapego de todas las formas con las que pretendemos “llegar” a Dios (y con las que nunca lo lograremos): la fantasía y a la imaginación, el discurso intelectual (pensar, estudiar, para llegar a Dios), y el deseo a sentir cosas agradables en la vida espiritual…

El tercero es no tener apego a las cosas espirituales, como querer disfrutar de los dones (mejor llamados carismas: don de lenguas, de interpretarlas, de profecía…), manifestaciones sobrenaturales (olores, visiones, locuciones…), etc.

El último es el desapego de los gozos inefables y deleites espirituales que se derivan de la unión con Dios, y es el más propiamente espiritual: la persona verdaderamente pobre en el espíritu no pretende gozar (ni siquiera con la compañía del Amado), sino amar al Amado (servirlo, darle gusto, tenerlo contento); vive totalmente desprendido de su propio querer, para complacerlo, cueste lo que le cueste. De hecho, este es ahora su único querer: complacerlo; es su mayor deleite, su mayor gozo…

Ser pobre es, entonces, estar desprendido de todo lo que se acaba de describir, para dejar que sea Dios quien actúe, como quiera, cuando quiera, cuanto quiera y en la intensidad que Él quiera, únicamente para su gloria y honra. Es, por tanto, el amor auténtico.

 

 

 

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¿Cuánto vale una Misa?*

Posted by pablofranciscomaurino en 10 septiembre, 2008

 1) Para saber

En la primera homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI, nos ha recordado el año en que nos dejó Juan Pablo II: «De manera muy significativa, mi pontificado inicia mientras la Iglesia vive el año especial dedicado a la Eucaristía. ¿Cómo no ver en esta coincidencia providencial un elemento que debe caracterizar el ministerio al que estoy llamado? La Eucaristía, corazón de la vida cristiana y fuente de la misión evangelizadora de la Iglesia, no puede dejar de constituir el centro permanente y la fuente del servicio petrino que me ha sido confiado.» (Homilía, 20-IV-2005).

 

Un relato que hace un sacerdote nos puede ayudar a valorar este Sacramento:

 

Hace muchos años, en la ciudad de Luxemburgo, un capitán de la guardia forestal se entretenía en una animada conversación con un carnicero, cuando una señora ya mayor entró a la carnicería. Ella le explicó al carnicero que necesitaba un pedazo de carne, pero que no tenía dinero para pagarlo.

El capitán encontró la conversación muy entretenida: “¿Un pedazo de carne?, pero ¿cuanto me va a pagar por eso?” preguntó el carnicero. La señora le respondió: “Perdóneme, no tengo nada de dinero, pero iré a Misa por usted y rezaré por sus intenciones”. El carnicero y el capitán eran buenos hombres, pero indiferentes a la religión, y se empezaron a burlar de la respuesta de la mujer:

“Está bien”, dijo el carnicero, “entonces vaya  a Misa por mí, y cuando regrese le daré tanta carne como pese la Misa”. La mujer se fue a Misa y regresó. Cuando el carnicero la vio, cogió un pedazo de papel y anotó la frase “Ella fue a Misa por mí”, y lo puso en uno de los platos de la balanza, y en el otro plato colocó un pequeño hueso. Pero nada sucedió; inmediatamente cambio el hueso por un pedazo de carne. El pedazo de papel pesó más.

Los dos hombres comenzaron a impresionarse por lo sucedido, pero continuaron: colocaron un gran pedazo de carne en uno de los platos de la balanza, pero el papel siguió pesando más. Entrando en desesperación, el carnicero revisó la balanza, pero todo estaba en perfecto estado.

“¿Qué es lo que quiere, buena mujer, es necesario que le dé una pierna entera de cerdo?”, preguntó. Mientras hablaba, colocó una pierna entera de carne de cerdo en la balanza, pero el papel seguía pesando más. Luego, un pedazo más grande, pero el papel siguió pesando más.

Fue tal la impresión que se llevó el carnicero que se convirtió en ese mismo instante, y le prometió a la mujer que todos los días le daría carne sin costo alguno. El capitán dejó la carnicería completamente transformado y se convirtió en un fiel asistente a la Misa. Dos de sus hijos se convertirían más tarde en sacerdotes, uno de ellos es jesuita y el otro del Sagrado Corazón. El capitán los educó de acuerdo a su propia experiencia. Luego advirtió a sus dos hijos que “deberán celebrar Misa todos los días correctamente y que nunca deberán dejar el sacrificio de la Misa por algo personal”.

El padre Stanislao, quien fue quien contó todos los hechos, acabó este relato diciendo: “Yo soy el sacerdote del Sagrado Corazón, y el capitán era mi padre”.

 

2) Para pensar

            No podemos olvidar, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, que «la Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que sigue entregándose a nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con Él, brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños.» (Primera Homilía, 20-IV-2005).

            Será gracias a la cercanía con la Eucaristía que podremos atender a los demás

con ese amor de Cristo. Pensemos si no sería posible darle mayor valor a la Santa Misa y hacer lo posible por no faltar los domingos.

 

3) Para vivir

            Tal vez si nos damos cuenta de la importancia de una Santa Misa, pero vivimos de manera diferente. En eso nos podemos parecer al carnicero del relato. Intentamos sustituir la Santa Misa por otra actividad pensando que vale más. Creemos que vale más nuestro descanso o una película que vemos, o incluso ver o participar en un deporte. No es que estén mal esas actividades, pero nunca podremos compararlas al valor de una Santa Misa. Con un poco de orden, además de la Santa Misa, caben muchas otras buenas actividades.

            Vivamos, pues, teniendo muy presente en nuestras vidas el valor incalculable

que tiene la asistencia a una Santa Misa.

 

José Martínez Colín*

(Cualquier comentario o sugerencia: e-mail: padrejose@ich.edu.mx)

 

 

 

 


* José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero en Computación por la UNAM y Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra)

 

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¿Asistir a Misa?*

Posted by pablofranciscomaurino en 10 septiembre, 2008

Ø    Santa Teresa de Ávila suplicaba un día al Señor que le indicara cómo podría pagarle todas los favores que le había otorgado, y Él le contestó: «Oyendo una Misa».

Ø    Una santa decía a Nuestro Señor: «Quisiera ofrecerte todas las oraciones de los santos, todos los sufrimientos de los mártires, toda la pureza de las vírgenes…» Y Dios le contestó: «No hace falta que me ofrezcas todo eso. Basta una Santa Misa; ella vale más que todo lo que me deseabas ofrecer».

Ø    «Todas las buenas obras del mundo reunidas no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres; mientras que la Misa es obra de Dios. En la Misa, es el mismo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, quien se ofrece al Padre para remisión de los pecados de todos los hombres y, al mismo tiempo, le rinde un honor infinito.» (San Juan María Vianney, el santo cura de Ars)

Ø    Con la Misa se tributa a Dios más honor que el que pueden tributarle todos los ángeles y santos en el Cielo, puesto que el de estos es un honor de criaturas, mas en la Misa se le ofrece su mismo Hijo Jesucristo, que le tributa un honor infinito (san Alfonso María de Ligorio)

Ø    Una Misa vale más que irse hasta Jerusalén descalzo o ayunar toda la vida «a pan y agua» o decir todas las oraciones que han dicho los santos o hacer mil sacrificios… Porque una Misa tiene valor infinito, ya que allí se ofrece al mismo Jesucristo, el Hijo de Dios.

Ø    Con razón decía san Bernardo: «Más merece el que devotamente oye una Misa en gracia de Dios que si diera todos sus bienes para sustento de los pobres».

Ø    El Calvario fue el primer Altar, el Altar verdadero; después, todo altar se convierte en Calvario.

Ø    No hay en el mundo lengua con qué poder expresar la grandeza y el valor de la Santa Misa.

Ø    Con cada misa aumentas tu grado de gloria en el Cielo; en ella recibes la bendición del sacerdote, que Dios ratifica en el Cielo.

Ø    «Al empezar la Misa, póngase bajo la protección de la Santísima Virgen; pídale que le haga comprender la grandeza y el valor inapreciable del Santo Sacrificio de la Misa, y de las gracias innumerables que puede alcanzar para usted misma y para los demás. ¡Ah, si usted pudiese comprender el valor de una sola Misa sobre el Corazón de Dios, y los bie­nes que se podrían conseguir por ese divino sacrificio, si siquiera se molestase en pedir ese conocimiento! Lo que le va a ofrecer al Padre Celestial es la Sangre de Jesucristo: ¡con esta Sangre preciosa puede pagar todas sus deudas, satisfacer su justicia por usted y por sus prójimos, convertir a los pecadores, salvar a las almas, abrir las cárceles del purgatorio a sus parientes, a sus amigos y a tantas pobres almas que gimen lejos de Dios y reclaman el socorro de su caridad! Usted puede glorificar a Dios más por esa sola acción que por las penitencias más austeras y los actos de virtud más heroicos». (María Sofía Claux, alma del purgatorio)

Ø    La Santa Misa es el acto más sublime y más santo que se puede celebrar todos los días en la tierra. Nada hay más sublime en el mundo que Jesucristo, y nada más sublime en Jesucristo que su Santo Sacrificio en la Cruz, actualizado en cada Misa, puesto que la Santa Misa es la renovación del Sacrificio de la Cruz.

Ø    Misa, Cena y Cruz son un mismo sacrificio.

Ø    «Oír una Misa en vida o dar limosna para que se celebre aprovecha más que dejarla para después de la muerte». (San Anselmo)

Ø    «Más aprovecha para la remisión de la culpa y de la pena, es decir, para la remisión de los pecados, oír una Misa que todas las oraciones del mundo.» (Eugenio III, Papa)

Ø    Con la asistencia a la Misa rindes el mayor homenaje a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor Jesucristo.

Ø    Durante la Misa te arrodillas en medio de una multitud de ángeles que asisten envidiablemente al Santo Sacrificio con suma reverencia.

Ø    A la hora de tu muerte tu mayor consolación serán las Misas que hayas oído durante tu vida. Cada Misa que oíste te acompañará al tribunal divino y abogará para que alcances el perdón.

Ø    Con cada Misa puedes disminuir el castigo temporal que debes por tus pecados en proporción con el fervor con que la oigas.

Ø    Si la verdad es que Cristo se ofrece al Padre eterno todos los días en la Santa Misa por la salvación de los hombres, ¿vamos a dejarlo solo?

Ø    Busquemos la media hora diaria para unirnos a Jesús en la Santa Misa, para adorar al Padre y darle el honor que se merece, para darle gracias por tantos favores recibidos, para aplacar su ira irritada por tantos pecados y darle plena reparación por ellos, para implorar gracia y misericordia para todos los hombres del mundo… En fin, para agrandar nuestro Cielo y hacer más gloriosa la Pasión de Cristo.

Ø    Tú, que tanto te gusta hacer el bien, ¿vas a dejar pasar diariamente la ocasión de unirte a la obra más grande que se realiza en la tierra y que es realizada por el mismo Cristo?

Ø    «Si supiéramos lo que ganamos con una Misa, jamás dejaríamos de asistir a ella.» (San Juan María Vianney, el santo cura de Ars)

 

 

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Aprovechar la Eucaristía*

Posted by pablofranciscomaurino en 10 septiembre, 2008

Al empezar la Misa, póngase bajo la protección de la Santísima Virgen; pídale que le haga comprender la grandeza y el valor inapreciable del Santo Sacrificio de la Misa, y de las gracias innumerables que puede alcanzar para usted misma y para los demás. ¡Ah, si usted pudiese comprender el valor de una sola Misa sobre el Corazón de Dios, y los bie­nes que se podrían conseguir por ese divino sacrificio, si siquiera se molestase en pedir ese conocimiento! Lo que le va a ofrecer al Padre Celestial es la Sangre de Jesucristo: ¡con esta Sangre preciosa puede pagar todas sus deudas, satisfacer su justicia por usted y por sus prójimos, convertir a los pecadores, salvar a las almas, abrir las cárceles del purgatorio a sus parientes, a sus amigos y a tantas pobres almas que gimen lejos de Dios y reclaman el socorro de su caridad! Usted puede glorificar a Dios más por esa sola acción que por las penitencias más austeras y los actos de virtud más heroicos. […]

En el ofertorio ofrézcase a Dios por manos del sacerdote, pídale que le cambie sus inclinaciones y su corazón, que la haga amar la virtud, sobre todo la humildad. Dígale que usted quiere que todo en usted sea sacrificado. Pídale al Señor que reciba la ofrenda de todos sus pensamientos, de todos sus afectos, de todo su ser.

En la consagración, represéntese estar a los pies de la Cruz de Nuestro Señor, y que la Sangre de Jesús penetre en su alma gota a gota; este es el momento más precioso para alcanzar gracias del buen Dios.

Pídale en ese momento al Señor por las ánimas del purgatorio, para que su Sangre apague todas las llamas, pues entonces Jesús no rehusa nada.

En la Comunión, únase a las disposiciones de la Santísima Virgen; pídale que le preste su corazón y reciba en él a Jesús, lo adore, ame y glorifique por usted. No deje nunca en sus comuniones de hacer una intención por las ánimas; acuérdese de que Nuestro Señor mismo quiere que ruegue por su libertad, y que nada le negará a usted su Padre, pidiéndole en su nombre.

 

——————— 0 ———————

 

Como durante todo el día se están celebrando misas, hará bien en unirse a ellas.

Evite apresurarse en lo que deba hacer, y nunca deje sus comuniones […]; no puede comprender cuánto pierde en omitir­las; haga a menudo la comunión espiritual.

 

 

Mensaje de María Sofía Claux (alma del purgatorio),

dirigido a la hermana Margarita María Mousset,

del monasterio de la Visitación de San–Ceré, 1863


 

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Ciclo A, XXII domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 7 septiembre, 2008

El miedo a la cruz

El Evangelio de hoy nos cuenta que Jesucristo comenzó a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén, y que las autoridades judías, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley lo iban a hacer sufrir mucho. Que incluso debía ser muerto y que resucitaría al tercer día.

Uno de los profetas, Jeremías, se queja: «Todo el día soy el blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues me pongo a hablar con amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos. La palabra del Señor me acarrea cada día humillaciones e insultos».

Pablo, por su parte, nos ruega que, por la gran ternura de Dios, le ofrezcamos nuestra propia persona como un sacrificio vivo y santo capaz de agradarlo; y afirma que un culto así conviene a criaturas que tienen juicio. Dice: «No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto».

Las tres lecturas nos dejan entrever que sin sacrificio no saldremos del egoísmo en que nos movemos. Pero la corriente del mundo en que vivimos es totalmente diferente: se erige el placer a toda costa y se le tiene miedo a sacrificarse por los demás; y eso es egoísmo e indiferencia total al mal ajeno.

La humanidad se ha convertido así en una multitud de seres solitarios. Para construir una familia, como Dios quiere, la cruz de cada día que Jesús nos dice que tomemos para seguirlo es la de pensar y trabajar por nuestro hermano. Esa que hace que el «tú» sea más importante que mi «yo», y que me lleva a servir a los demás, a tratar de hacerlos felices y, así, mejorar este mundo, ideal que no se puede lograr sin miedo a la cruz.

La felicidad seguirá siendo una utopía si queremos conseguirla solamente para nosotros y para nuestro pequeño círculo de seres queridos.

Dios mismo nos muestra el camino: sigámoslo.

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Las fiestas de los mártires*

Posted by pablofranciscomaurino en 7 septiembre, 2008

De los sermones de san Agustín, obispo y Padre de la Iglesia (Sermón 47 de los santos) 

 

La celebración de las fiestas de los santos mártires nos da motivo para esperar conseguir, por su intercesión, los bienes temporales que nos ayudan a conseguir los eternos, como fruto de la imitación de los mismos mártires. Cele­bran con gozo verdadero las festividades de los mártires los que siguen los ejemplos dados por los mismos. Las fies­tas de los mártires son invitaciones al martirio, a fin de que no nos asuste imitar a aquellos cuya celebración nos alegra.

Pero nosotros queremos alegrarnos con los santos y, no obstante, no queremos sufrir con ellos las tribulaciones del mundo. No puede alcanzar la felicidad de los santos mártires aquel que no quiere imitarlos en cuanto esté de su parte. Es el apóstol san Pablo quien nos lo enseña: Si sois solidarios en los sufrimientos, también lo seréis en la consolación (2Co 1, 7). Y el Señor en el Evangelio: Si el mundo os odia, sabed que primero me ha odiado a mí (Jn 15, 18). Rehúsa per­tenecer al cuerpo quien no quiere sufrir el odio con la cabeza.

Pero dirá alguno: «Y ¿quién es capaz de seguir los ejem­plos de los bienaventurados mártires?» A éste le respondo que no sólo a los mártires, sino al mismo Señor, con su gracia, si queremos, lo podemos imitar. Escuchad, no a mí, sino al Señor que anuncia: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). Oye también la admonición de san Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo, para que sigamos sus huellas (1P 2, 21).

   

 

 

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La inmortalidad del alma*

Posted by pablofranciscomaurino en 4 septiembre, 2008

Contiene este libro el conjunto de razones sobre la inmortalidad del

alma, así como la solución de las dificultades que se presentan.

I

Primera razón por la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la

ciencia que es eterna.

1. Si la ciencia existe en alguna parte, y no puede existir sino en

un ser que vive, y existe siempre; y si cualquier ser en el que algo

siempre existe, debe existir siempre: siempre vive el ser en el que se

encuentra la ciencia.

Si nosotros somos los que razonamos, es decir, nuestra alma; si

ésta no puede razonar con rectitud sin la ciencia y si no puede subsistir

el alma sin la ciencia, excepto el caso en que el alma esté privada de

ciencia, existe la ciencia en el alma del hombre.

La ciencia existe en alguna parte, porque existe y todo lo que

existe no puede no existir en parte alguna. Además la ciencia no puede

existir sino en un ser que vive. Porque ningún ser que no vive puede

aprender algo; y no puede existir la ciencia en aquel ser que no puede

aprender nada. Asimismo, la ciencia existe siempre. En efecto, lo que

existe y existe de modo inmutable es necesario que exista siempre.

Ahora bien, nadie niega la existencia de la ciencia. En efecto, quienquiera

que admita que no se puede hacer que una línea trazada por el

centro de un círculo no sea la más larga de todas las que no se tracen

por el dicho centro, y que esto es objeto propio de alguna ciencia, afirma

que existe una ciencia inmutable.

Además nada en lo que algo existe siempre, puede no existir

siempre. Efectivamente, ningún ser que existe siempre permite que le

1 Escrito el año 387 de Cristo.

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4

sea sustraído alguna vez el sujeto en el que existe siempre. Desde luego

cuando razonamos, esto lo hace nuestra alma. En efecto, no razona

sino el que entiende: mas ni el cuerpo entiende, ni el alma con el auxilio

del cuerpo, porque cuando quiere entender se aparta del cuerpo.

Aquello que es entendido existe siempre del mismo modo; y nada

propio del cuerpo existe siempre de la misma manera, luego el cuerpo

no puede ayudar al alma que se esfuerza por entender, le basta con no

serle obstáculo.

Asimismo nadie sin ciencia razona con rectitud. Pues el recto raciocinio

es el pensamiento que tiende de lo cierto al descubrimiento de

lo incierto, y nada cierto hay en el alma que ésta lo ignore. Mas todo lo

que el alma sabe, lo posee en sí misma, y no abraza cosa alguna con su

conocimiento sino en cuanto pertenece a una ciencia. En efecto, la

ciencia es el conocimiento de cualesquiera cosas.

Por consiguiente, el alma humana vive siempre.

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5

II

Segunda razón por la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la

razón que es inmutable.

2. La razón ciertamente o es el alma o existe en el alma. Mas

nuestra razón es mejor que nuestro cuerpo; nuestro cuerpo es una

substancia, y es mejor ser substancia que no ser nada, luego nuestra

razón es algo.

Además cualquier armonía propia del cuerpo que exista, es necesario

que exista de modo inseparable en el sujeto cuerpo, y no se crea

que en esa armonía puede existir alguna otra cosa que de igual manera

no exista con necesidad en ese sujeto cuerpo, en el que también esta

misma armonía existe no menos inseparablemente. Pero el cuerpo

humano es mudable, y la razón inmutable. En efecto, es mudable todo

lo que no existe siempre del mismo modo. Y siempre es de la misma

manera que dos y cuatro sumen seis. Además siempre es del mismo

modo que dos y dos sumen cuatro; mas esto no lo tiene el dos porque

el dos no es cuatro. Pero esta relación es inmutable, por consiguiente,

es razón. Ahora bien, de ningún modo no puede padecer el cambio,

habiéndose mudado el sujeto, lo que existe inseparablemente en él.

Luego, no es el alma la armonía del cuerpo, y no puede sobrevenir la

muerte a cosas inmutables. En consecuencia el alma vive siempre ya

sea ella misma la razón ya sea que la razón exista en ella de modo

inseparable.

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6

III

La substancia viva y el alma, que no es susceptible de cambio, aún

siendo de algún modo capaz de cambiar, es inmortal.

3. Hay un poder propio de la permanencia y toda permanencia es

inmutable, y todo poder puede hacer algo, ni cuando no hace nada deja

de ser un poder. Además toda acción consiste en recibir un movimiento

o en causarlo. Luego, o no todo lo que recibe el movimiento, o ciertamente

no todo lo que lo causa es mudable. Pero todo lo que es movido

por otro y no se mueve a sí mismo es algo mortal. Y nada mortal es

inmutable.

De ahí se puede concluir con certeza y sin alternativa alguna que

no todo lo que causa movimiento se cambia. Mas no hay movimiento

posible sin una sustancia: toda sustancia vive o no vive, pero todo lo

que no vive carece de alma y sin alma no existe acción alguna. Luego,

aquel ser que causa el movimiento sin perder su inmutabilidad es necesariamente

una sustancia viviente. Esta sustancia pone el cuerpo en

movimiento a través de todos los grados. En consecuencia, no todo lo

que mueve el cuerpo es mudable.

Pero si el cuerpo no se mueve sino según el tiempo y en esto consiste

el moverse más despacio y más rápidamente, síguese que existe,

pues algo que mueve en el tiempo, y sin embargo no se cambia.

Ahora bien, todo lo que mueve el cuerpo en el tiempo, aunque

tienda a un único fin, sin embargo no puede realizarlo todo a la vez, ni

puede tampoco evitar de hacer muchas cosas: en efecto no puede hacer,

– ya se trate de cualquier agente – que sea perfectamente uno lo que

puede dividirse en partes, o de lo contrario se daría un cuerpo sin partes

o un tiempo sin intervalo de pausas; ni tampoco que pueda pronunciarse

la sílaba más corta de la que no se oiga entonces el fin, cuando

ya no se oye el comienzo. Luego, lo que se comporta así exige la previsión

para que pueda llevarse a cabo y la memoria para que pueda ser

aprehendido en la medida posible. La previsión es para las cosas que

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7

serán, la memoria para aquellas que pasaron. Pero el propósito de obrar

es propio del tiempo presente, a través del cual lo futuro pasa a ser

pretérito; y no se puede esperar sin ninguna memoria el fin del movimiento

de un cuerpo que ha sido iniciado. En efecto, ¿cómo se podría

esperar el fin de un movimiento si no se recuerda que ha comenzado, o

ni siquiera que tal movimiento existe? Además, el propósito de llevar a

cabo algo, que es presente, no puede existir sin que se tenga en vista la

obtención del fin que es futuro: no existe nada que todavía no existe, o

que ya no existe. Puede, por consiguiente, haber en una acción algo

que pertenece a aquellas cosas que aún no son y, simultáneamente,

puede haber muchas cosas en el agente, aún cuando no puede llevar a

término muchas a la vez. Luego, puede haber también en el que mueve,

cosas que no se pueden encontrar en el que es movido. Pero las cosas

que no pueden existir simultáneamente en el tiempo y que sin embargo

pasan del futuro al pasado, están necesariamente sometidas al cambio.

4. De aquí concluimos en seguida que puede haber algún ser que,

causando el movimiento en las cosas mudables, no se cambia. En

efecto, ¿quién podría dudar de la legitimidad de la conclusión toda vez

que no varía el propósito del agente de llevar al término que se propone

el cuerpo que pone en movimiento, cuando este cuerpo del que algo

se hace, cambia a cada instante por este mismo movimiento, y puesto

que aquel propósito de obrar, que permanece inmutable como es evidente,

no sólo mueve los brazos del obrero, sino también la madera o la

piedra que están sujetos al artífice?

Pero no del hecho que el alma cause el movimiento y produzca

los cambios en el cuerpo y que ella se proponga estos cambios se está

en derecho de pensar que también el alma cambia y que por esto está

sujeta a la muerte. Ella, pues, puede unir en este su propósito el recuerdo

del pasado y la previsión del futuro, cosas que no pueden darse sin

la vida. Aunque la muerte no puede acaecer sin el cambio y ningún

cambio sin el movimiento, sin embargo no todo cambio produce la

muerte ni todo movimiento realiza un cambio. En efecto, es lícito decir

que nuestro propio cuerpo en cada una de sus acciones recibe un gran

número de movimientos y que evidentemente cambia por la edad: con

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8

todo no se puede decir que ya ha muerto, esto es, que está sin vida.

Luego también permítasenos concluir que el alma tampoco es privada

de la vida, aunque tal vez por el movimiento le acaezca algún cambio.

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9

IV

El arte y los principios de las matemáticas son inmutables y no pueden

existir sino en un alma que vive.

5. Entonces si algo permanece inmutable en el alma, y esto a su

vez no puede subsistir sin vida, también es necesario que una vida

permanezca sempiterna en el alma. Esto sucede precisamente de manera

que si se da lo primero, necesariamente también debe darse lo segundo;

pero lo primero es cierto. En efecto, dejando de lado otras

cosas, ¿quién se atrevería a afirmar que la relación de los números es

mudable o que todo arte no está constituido por esta relación? o ¿que el

arte no está en el artífice, aun cuando no lo ejerza? o ¿que su existencia

no puede darse en el alma, o que puede existir en donde no hay vida? o

¿que lo que es inmutable puede alguna vez no existir? o ¿que una cosa

es el arte y otra la relación?

Aunque, pues, se diga que un solo arte es como un conjunto de

relaciones, con todo se puede decir también de un modo certísimo y

entender el arte como una única relación. Pero, ya sea esto, ya sea

aquello, no menos se sigue que el arte es inmutable, que no sólo existe

en el alma del artífice como es evidente, sino también que no existe en

ninguna otra parte a no ser en el alma y esto de una manera inseparable.

Puesto que si el arte se pudiera separar del alma, o bien existiría

fuera del alma, o bien no existiría en ninguna parte, o pasaría continuamente

de alma en alma. Pero como, por otra parte, la sede del arte

necesariamente debe ser un ser con vida,, así también la vida con la

razón es exclusivamente propia del alma. En fin, lo que existe debe

existir e n alguna parte, y lo que es inmutable no puede dejar de existir

en ningún momento. Si, por el contrario, el arte pasa de alma en alma,

dejando ésta para habitar en aquélla, nadie enseñaría un arte sino perdiéndolo,

y también nadie se haría hábil en un arte a no ser o por el

olvido del que lo enseria o por su muerte.

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10

Si, pues, estas cosas son absurdísimas y del todo falsas, como

efectivamente lo son, el alma humana necesariamente es inmortal.

6. Pero si sucede que el arte unas veces existe en el alma y otras

no, como bien lo prueban el olvido y la ignorancia, la contextura de

este argumento no aporta ninguna prueba en favor de la inmortalidad

del alma, a menos que se niegue lo anterior del siguiente modo: o hay

algo en el alma que no está en el pensamiento actual, o en un alma

instruida no se encuentra el arte de la música cuando ésta piensa en la

geometría únicamente.

Esto último es falso, luego lo primero es verdadero.

Pero el alma no siente que posee algo, sino lo que le, haya venido

al pensamiento. Por consiguiente puede haber en el alma algo que ella

misma no sienta que existe en ella. Mas por cuanto tiempo sea esto no

interesa; porque si el alma se hallare ocupada en otras cosas por más

tiempo del que puede fácilmente volver su intención sobre sus pensamientos

anteriores, se produce lo que se llama el olvido o la ignorancia.

Pero cuando razonamos con nosotros mismos o cuando otra

persona nos ha interrogado de una manera conveniente sobre cualquiera

de las artes liberales, las cosas que descubrimos no las encontramos

en otra parte sino en nuestra propia alma; y no es lo mismo descubrir

que hacer o crear; porque de lo contrario el alma con un descubrimiento

temporal crearía cosas eternas, puesto que ella a menudo encuentra

en sí cosas eternas. En efecto, ¿qué tan eterno como la razón

del círculo, o qué otra cosa propia de artes semejantes se puede concebir

que alguna vez ha podido o que podrá no existir? Queda, pues,

claro que el alma humana es inmortal y que subsisten en sus secretos

todas las verdaderas razones de las cosas, aunque, sea por ignorancia,

sea por olvido parezca o que no las posee o que las ha perdido.

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11

V

El alma no está así sujeta’ al cambio de modo que deje de existir.

7. Mas veamos ahora hasta dónde se pueda admitir el cambio que

experimenta el alma.

Si, en efecto, existiendo el arte en un sujeto, este sujeto es el alma,

y si no puede experimentar cambio alguno el sujeto sin que también

lo experimente lo que existe en el sujeto, ¿cómo podemos

establecer que son inmutables el arte y la razón, si se prueba que está

sujeta al cambio el alma en la que existen? ¿Qué cambio, pues, puede

haber mayor que el que se suele realizar en los contrarios, y quién

niega que el alma, dejando de lado otros casos, es unas veces necia,

otras, por el contrario, sabia?

Entonces consideremos primero de cuántos modos se puede admitir

este cambio que se predica del alma. De estos modos de cambiar

el alma, según opino, solamente nos son más evidentes y más claros

dos en cuanto al género, pero se pueden enumerar muchos en cuanto a

la especie. En efecto, se dice que el alma cambia o según las pasiones

del cuerpo, o según las suyas propias. Según las pasiones del cuerpo: el

cambio se realiza en el alma por las edades, las enfermedades, los

dolores, los malestares, las ofensas, los goces; según las suyas propias:

por el desear, el alegrarse, el temer, el enojarse, el estudiar, el aprender.

8. Todos estos cambios si no constituyen un argumento necesario

de que el alma muera, los mismos en nada realmente han de ser temidos

por sí, considerados separadamente; pero hay que examinar si no

se oponen a nuestra doctrina, por la que establecimos que, habiéndose

mudado el sujeto, de modo necesario experimenta cambio todo lo que

existe en él. Pero la verdad es que no se oponen. Aquello se afirma

según este cambio del sujeto por el cual éste es forzado cambiar absolutamente

de nombre. Puesto que si la cera pasa de algún modo del

color blanco al negro, y si de la forma cuadrada pasa a la redonda, y de

blanda se vuelve dura y de caliente llega a ser fría, no por eso es menos

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12

cera; ahora bien, estas cosas existen en un sujeto, y este sujeto es la

cera. Pero la cera permanece ni más ni menos cera, aun cuando aquellas

cosas experimenten el cambio. Síguese que puede hacerse un cierto

cambio de aquellas cosas que existen en el sujeto y, sin embargo que

este mismo sujeto según su esencia y su nombre no se cambie.

Con todo, si de aquellas cosas que existen en el sujeto, se hiciese

un cambio tan profundo, de modo que aquel sujeto, que se suponía

subyacer ya de ninguna manera se pudiese llamar tal, como por ejemplo

cuando por el calor del fuego la cera se dispersa en el aire y experimenta

tal cambio que claramente hace entender que ha sido cambiado

el sujeto, que era cera y que ahora ya no es cera; de ningún modo se

juzgaría con alguna razón que queda algo de aquellas cosas que existían

en aquel sujeto porque hasta ahora era su sujeto.

9. Por lo tanto, si el alma es el sujeto, como dijimos más arriba,

en el que existe la razón de una manera inseparable y con aquella necesidad

también con que se demuestra que existe en un sujeto, si el alma

no puede existir sino viva, si en ella la razón no puede existir sin la

vida, y si la razón es inmortal, el alma, es inmortal.

Por cierto, la razón no podría permanecer al margen de todo cambio

no existiendo de ninguna manera su propio sujeto. Esto sucedería si

le sobreviniera al alma un cambio tan profundo que la hiciera dejar de

ser alma, esto es, la obligara a morir. Mas ninguno de aquellos cambios,

que se realizan ya sea por medio del cuerpo ya sea por medio del

alma misma (no obstante ser un problema de no poca importancia, de

si algunos de estos cambios son realizados por ella misma, esto es, que

ella misma sea la causa de ellos), puede obrar de modo de hacer que el

alma deje de ser alma. Luego, ya no han de ser temidos estos cambios,

no sólo en sí mismos, sino también para nuestros razonamientos.

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13

VI

La razón que es inmutable, ya exista en el alma, ya con el alma, ya el

alma exista en la razón, no se puede separar de la misma e idéntica

alma.

10. Por consiguiente, veo que nos debemos aplicar con todas las

fuerzas del raciocinar para saber qué es la razón y de cuántas maneras

se puede definir a fin de que aparezca evidente la inmortalidad del

alma según todas sus modalidades.

La razón es la visión del alma con la cual ésta por sí misma y no

por medio del cuerpo intuye la verdad; o bien es la contemplación de la

verdad no realizada por medio del cuerpo, o bien es la verdad misma

que es contemplada.

Nadie puede dudar que la razón en el primer caso subsiste en el

alma; con respecto al segundo y tercero se puede investigar; con todo,

en el segundo caso tampoco puede subsistir sin el alma. En cuanto al

tercero se presenta un grave problema: si aquella verdad, que el alma

intuye sin el auxilio del cuerpo, exista por sí misma y no exista en el

alma, o si podría existir sin el alma. Pero de cualquier modo que sea,

no podrá el alma por sí misma contemplar la verdad si no tuviese con

ella alguna unión. Puesto que todo lo que contemplamos o aprehendemos

con el pensamiento, lo aprehendemos o con el sentido o con el

entendimiento. Pero aquello que es captado por el sentido es también

sentido como existiendo fuera de nosotros y como contenido en el

espacio, por lo cual se afirma que no puede ser percibido realmente.

Por el contrario, lo que es entendido, es entendido no como puesto en

otra parte, sino como el alma misma que entiende, puesto que es entendido

al mismo tiempo como no contenido en el espacio.

11. Por lo cual, esta unión del alma que intuye y de su verdad que

es intuida o es tal que el sujeto es el alma y la verdad aquella existe en

el alma, o, por el contrario, es la verdad el sujeto y el alma existe en

ella, o ambas, verdad y alma, son sustancias.

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14

De estos tres casos si es cierto el primero, tan inmortal es el alma

como la razón, según la exposición hecha más arriba: que la razón no

puede existir sino en un sujeto vivo.

La misma necesidad se encuentra en el segundo caso. Porque si

aquella verdad, que se llama razón, nada tiene que esté sujeto al cambio,

como es evidente, nada tampoco puede mudarse de lo que existe

en ella como en su sujeto.

Por consiguiente, toda la discusión se reduce a lo tercero. Puesto

que si el alma es sustancia, y la razón a la que se une es también sustancia,

no sería absurdo que alguien hubiera podido pensar que podría

suceder que, perdurando la razón, el alma dejara de existir. Pero es

evidente que mientras el alma no se separe de la razón y esté unida a

ella, necesariamente perdura y vive. Y bien, ¿con qué fuerza, en última

instancia, puede ser separada? ¿Acaso con una fuerza corporal cuyo

poder no sólo es más débil sino también su origen inferior y su naturaleza

bastante distinta? Imposible. Entonces, ¿tal vez con una fuerza

psíquica? Pero también esto, ¿de qué manera? ¿Hay quizá alguna otra

alma más poderosa, cualquiera que sea, que no puede contemplar la

razón sino separando de ella a otra? Sin embargo, dado que todas las

almas están en contemplación de la razón, a ninguna le puede faltar; y,

no habiendo nada más poderoso que la razón misma, que es lo más

inmutable, de ninguna manera habrá un alma que aún no esté unida a la

razón más poderosa que el alma que le está unida.

Queda todavía otra posibilidad: o que la razón la separe de sí

misma, o que el alma misma se separe voluntariamente de la razón.

Ahora bien, nada hay de mala voluntad en la naturaleza de la razón

para que no se entregue al alma a fin de que la disfrute. Además,

cuanto más plenamente la razón existe, tanto más hace que cuanto se le

una, exista, y precisamente es esto todo lo contrario de la muerte. Mas

no sería demasiado absurdo que alguien dijera que el alma se puede

separar de la razón voluntariamente, concedido que pueda darse alguna

separación entre sí de las cosas que no están en el espacio. Esto ciertamente

se puede objetar contra todo lo anterior, a lo que hemos alegado

otras objeciones.

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15

¿Qué pues? ¿Acaso ya no se ha de concluir que el alma es inmortal?

O ¿quizá, si no se puede separar, puede todavía extinguirse?

Porque si aquella fuerza de la razón afecta al alma por su misma unión,

que efectivamente no puede dejar de afectarla, de tal manera seguramente

la afecta que le otorga el existir. En efecto, la razón misma

existe por sobre todo y en ella es donde también se entiende la máxima

inmutabilidad. Y así al alma, a la que afecta de sí, la obliga en algún

modo a existir. Por consiguiente, el alma no se puede extinguir, a no

ser que hubiera sido separada de la razón. Mas no se puede separar

como arriba lo hemos demostrado. Luego no puede perecer.

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16

VII

El alma no perece ni aún cuando flor su esencia tienda al menoscabo.

12. Pero esta separación de la razón por la que sobreviene al alma

la necedad, no puede darse sin un menoscabo del alma; si, en efecto, es

más que el alma esté dirigida y adherida a la razón, por eso, porque

está adherida a un ser inmutable que es la verdad, que no sólo existe

por sobre todas las cosas, sino también antes que todas, cuando de ella

ha sido separada posee en menor grado esa misma existencia, lo que es

menoscabarse. Ahora bien, todo menoscabo tiende a la nada, y no se

puede concebir ninguna muerte más propiamente que cuando esto, que

era algo, se hace nada. Por lo cual, tender a la nada es tender a la

muerte. Porqué la muerte no caiga en el alma en la que cae el menoscabo,

apenas es posible decirlo.

Aquí concedemos todo lo demás, pero negamos que necesariamente

se siga la muerte para lo que tiende a la nada, esto es, que efectivamente

llegue a la nada. Esto se puede observar también en el

cuerpo. Porque, puesto que todo cuerpo es una parte del mundo sensible

y por eso cuanto más grande es y más lugar ocupa, tanto más se

acerca al todo, y cuanto más se comporta así tanto más plenamente

existe. En efecto, el todo es más que la parte. Por lo cual también es

necesario que sea menos cuando se reduce. Luego, cuando se reduce,

experimenta un menoscabo. Ahora bien, se reduce cuando de él se

quita algo cortando. De aquí resulta que por esa sustracción tienda a la

nada. Con todo, ninguna sustracción lo lleva ala nada; porque toda

parte que queda es cuerpo y cualquiera sea su tamaño, ocupa un lugar

de cualquier dimensión. Esto no podría suceder, si no tuviese partes en

las que siempre de idéntico modo se dividiera. Luego, se puede reducir

un cuerpo al infinito dividiéndolo infinitivamente, y por eso, puede

sufrir un menoscabo y tender a la nada, aunque jamás pueda llegar.

Todo esto también se puede afirmar y entender del espacio mismo

y de cualquier intervalo. Porque no sólo quitando de esos intervalos

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17

limitados, v. gr., una mitad, sino también de lo que resta siempre la

mitad, el intervalo se reduce y progresa hacia el fin, al que sin embargo

de ningún modo llega.

! Cuánto menos se ha de temer esto del alma! Puesto que el alma

es ciertamente mejor y más vivaz que el cuerpo, por medio de la cual

éste recibe la vida.

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18

VIII

Como al cuero no se le puede quitar aquello por lo que es cuerpo, así

tampoco al alma aquello por lo que es alma

13. Porque si lo que hace que exista un cuerpo no consiste en su

masa, sino por el contrario en su forma, -aserción que se prueba con

argumento irrebatible- tanto más plenamente existe el cuerpo, cuanto

más bello y hermoso; y tanto menos, cuanto más feo y deforme; este

menoscabo no proviene como aquél del que ya hemos hablado bastante

de una reducción de la masa, sino del menoscabo que sobreviene a su

forma.

Hemos de examinar y discutir este asunto con todo el cuidado posible,

a fin de que no vaya alguien a afirmar que el alma puede perecer

a causa de un tal menoscabo como se podría creer, por ejemplo, que,

mientras el alma está en la locura y se encuentra así privada en cierta

medida de su forma, esta privación pueda ser aumentada en tanto que

la despoje enteramente de toda su forma y por ese menoscabo la reduzca

a la nada y la obligue necesariamente a morir.

Por eso, si llegamos a demostrar que el cuerpo mismo no puede

incurrir en una privación tal que también lo despoje de aquella forma

por la que es cuerpo, de derecho quizá habremos demostrado que mucho

menos el alma puede ser privada de lo que le es esencial como

alma. Porque, a la verdad, nadie que se haya examinado interiormente

bien, dejará de confesar que cualquier alma se ha de considerar superior

a cualquier cuerpo.

14. Establezcamos, pues, como principio de nuestro razonamiento

que ningún ser se hace o se engendra a sí mismo; de lo contrario existiría

antes de existir: puesto que si esto es falso, aquello es verdadero.

Digamos aún más, que lo que no ha sido hecho o nacido y sin

embargo existe, es necesariamente eterno. Quien quiera que acuerde a

algún cuerpo esta naturaleza y excelencia cae ciertamente en un grave

error. Pero, ¿para qué vamos a discutir? En ese caso, con mucha mayor

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19

razón estamos obligados a otorgar esa excelencia al alma. Y así, si

algún cuerpo es eterno, toda alma es eterna porque cualquier alma se

ha de anteponer a cualquier cuerpo, y lo que es eterno a lo que no lo es.

Sin embargo, si como es cierto, el cuerpo ha sido creado, lo ha sido

por un creador, que no puede ser inferior a él; pues no habría sido

capaz para darle que obrara cualquier cosa sea aquello que hiciera.

EL creador tampoco puede ser igual a lo creado; porque es conveniente

que el creador tenga para ejecutar la obra algo superior a lo

que crea. Porque se puede decir sin absurdo de aquel que engendra que

él es de la misma naturaleza que aquello que es engendrado por él.

Luego todo cuerpo ha sido creado por una fuerza y por una naturaleza

más poderosa y mejor, no en verdad corpórea. Porque si un cuerpo ha

sido creado por otro cuerpo, no pudo haber sido creado todo cuerpo.

De lo más verdadero, pues, es lo que establecimos al comienzo de esta

disensión: que ningún ser puede hacerse por si mismo.

Mas esta fuerza y esta naturaleza incorpórea, hacedora de todo

cuerpo, lo mantiene todo entero por su potencia siempre presente; no lo

creó y se apartó de él y creado no lo abandonó. Esta sustancia que

realmente no es cuerpo y que no se mueve s localmente, por así decirlo,

de modo que pueda separarse de aquella sustancia a la que le corresponde

el espacio, y aquella fuerza creadora no puede estar exenta

de no cuidar lo que ha sido creado por ella, ni de permitir que carezca

de la forma por la que existe todo en la medida en que existe. En efecto,

lo que no existe por sí, si es abandonado por aquel ser por el cual

existe, seguramente dejará de existir; y no podemos decir que el cuerpo

cuando fue creado ha recibido esto: que ya pudiese ser suficiente por sí

mismo, aún si fuese abandonado por el creador.

15. Con todo, si es así, con mayor razón el alma, que es a ojos

vista superior al cuerpo, tendría esta autosuficiencia. Y así, si el alma

puede existir por sí misma, de inmediato se prueba que es inmortal. En

efecto, todo cuanto existe de tal modo necesariamente es incorruptible

y por eso no puede perecer, porque nada deja su propio ser.

Pero la mutabilidad del cuerpo salta a la vista, como suficientemente

lo demuestra el universal movimiento del mismo universo corwww.

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20

póreo. De ahí que a los que observan con atención, en cuanto puede ser

observada la naturaleza, se les revela que con una ordenada mutabilidad

es imitado lo que es inmutable. Mas lo que existe por sí, tampoco

tiene necesidad de movimiento alguno, teniendo toda la plenitud para

sí en su propia existencia, porque todo movimiento es hacia otro ser del

que carece el ser que se mueve.

Luego está presente al universo corpóreo una forma de naturaleza

superior, renovando y manteniendo las cosas que creó: por eso, aquella

mutabilidad no le quita al cuerpo el ser cuerpo, sino que lo hace pasar

de forma en forma con un movimiento ordenadísimo. En efecto, no

permite que ninguna de sus partes vuelva a la nada, abrazándolo todo

entero aquella fuerza creadora con su poder que no se esfuerza ni permanece

inactivo, dando el ser a todo lo que por ella existe, en la medida

en que existe.

Por lo tanto, nadie debe haber tan desviado de la razón, para

quien o no sea cierto que el alma es mejor que el cuerpo, o, concedido

esto, juzgue que al cuerpo no le pueda acaecer que no sea cuerpo, pero

sí al alma que no sea alma. Si esto no sucede y si no puede existir el

alma sin que viva, verdaderamente el alma no muere nunca.

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21

IX

El alma esencialmente es vida; luego no puede carecer de ella.

16. Si alguien objeta que esa muerte por la que sucede que algo

que fue no sea nada, no ha de ser temida por el alma, sino aquella otra

por la cual llamamos cosas muertas a las que carecen de vida, tenga

presente que ninguna cosa carece de su propio ser. Ahora bien, el alma

es una especie de vida, por la cual todo lo que está animado, vive; mas

todo lo que no está animado y que puede ser animado, se concibe como

muerto, esto es, como privado de vida.

Luego el alma no puede morir. Porque si pudiese carecer de vida

no sería alma, sino algo animado; si esto es absurdo, mucho menos ha

de temerse para el alma esta clase de muerte; puesto que, por cierto, no

se la ha de temer para la vida. Porque justamente si muere el alma,

entonces cuando la abandona aquella vida, esa misma vida que abandona

a está, se la concibe mucho mejor como alma, de modo que ya no

sea el alma algo que puede ser abandonado por la vida, sino aquella

misma vida que es la que abandona. Todo cuanto, pues, ha sido abandonado

por la vida se llama muerto, y lo muerto se concibe como dejado

por el alma; mas esta vida, que abandona a los seres que mueren,

porque ella misma es el alma, no puede dejar su propio ser. Luego el

alma no puede morir.

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22

X

EL alma no es la organización del cuerpo.

17. ¿No será quizá que debamos concebir la vida como una cierta

organización del cuerpo, como algunos han pensado? Estos, seguramente

nunca hubieran creído esto, si alejando y purificando su propia

alma del trato con los cuerpos, hubiesen podido ver aquellas cosas que

existen realmente y perduran inmutables. ¿Quién, pues, examinándose

bien no ha experimentado que entendió algo tanto más profundamente,

cuanto mes pudo apartar y retirar la atención de la mente de los sentidos

del cuerpo? Por cierto esto no se podría realizar si el alma fuese la

organización del cuerpo. En efecto, una cosa que no tuviese una naturaleza

propia ni existiese como sustancia, sino que existiese inseparablemente

en el cuerpo como en su sujeto, de la misma manera que el

color y la figura, de ningún modo se podría esforzar por apartarse del

propio cuerpo para captar los inteligibles; y en cuanto pudiese hacerlo,

en tanto podría intuirlos, y por esa visión hacerse mejor y más perfecta.

En realidad, de ninguna manera la figura o el color o también la misma

organización del cuerpo, que es una mezcla real de aquellas cuatro

naturalezas por las que subsiste el cuerpo mismo, se pueden apartar de

éste en el que existen inseparablemente como en su sujeto.

A esto añadimos que los inteligibles, que el alma entiende cuando

se aparta del cuerpo, no son ciertamente seres corpóreos y, sin embargo,

existen y existen con la máxima plenitud porque siempre se poseen

a sí mismos de idéntico modo. En efecto, nada más absurdo se puede

afirmar que aquello que vemos con los ojos existe y lo que contemplamos

con la inteligencia no existe, siendo propio de un insensato

dudar que la inteligencia es incomparablemente superior a los ojos.

Ahora bien, estas cosas que se entienden como poseyéndose a sí mismas

siempre de idéntico modo, cuando las intuye el alma demuestra

bastante que ella les está unida de una manera admirable y asimismo

incorporal, esto es, no espacialmente.

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23

Puesto que o estas verdades existen en el alma o ésta existe en

ellas. Sea cualquiera de los dos casos, o exista el uno en el otro como

en su sujeto, o bien el uno y el otro existan como sustancias. Pero si se

admite lo primero, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color

y la figura, porque ella misma o existe como sustancia o existe en un

sujeto que es otra sustancia que no es cuerpo. Ahora bien: si lo segundo

es verdad, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color porque

es sustancia. Por el contrario, la organización del cuerpo existe en

el sujeto cuerpo como el color; en consecuencia, el alma no es la organización

del cuerpo, sino que la vida es el alma; y puesto que ningún

ser deja su propio ser y puesto que lo que la vida abandona muere,

luego el alma no puede morir.

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24

XI

Siendo la verdad causa del alma, no por eso perece a causa del error

contrario a la verdad.

18. Finalmente, pues, si de nuevo se ha de temer algo, se ha de

temer esto: que el alma perezca por deficiencia cuando es privada de su

forma de existir.

Aunque juzgo que sobre este asunto se ha dicho bastante, y que

ha sido demostrado con argumento cierto cuán imposible es esto; sin

embargo se debe también atender a esto: que no hay otra causa de este

temor sino porque se ha de confesar que el alma necia está en una

especie de deficiencia y que el alma sabia está en una esencia más

cierta y más plena.

Pero si el alma cuando intuye la verdad es entonces sapientísima –

de lo que nadie duda-, verdad que existe siempre de idéntico modo y a

la que se adhiere inseparablemente unida por un amor divino; y si

todas aquellas cosas que existen no importa cómo, existen por esta

esencia, que existe suma y supremamente, el alma en la medida en que

existe o existe por aquélla o existe por sí misma.

Pero si existiese por sí misma, siendo la causa de su propia existencia

y como nunca abandonaría su propio ser, jamás perecería, como

ya lo expusimos más arriba.

Mas si, por el contrario, el alma recibe la existencia de aquella

esencia, es necesario buscar diligentemente qué cosa puede serle contraria

que le pueda quitar al alma la existencia que le otorga aquélla.

¿Cuál es, pues, este ser? ¿Es acaso el error, porque aquélla es la verdad?

¡Cuánto puede dañar al alma el error es evidente y claro! ¿Quizá

puede más que engañarla? Pero nadie que no viva se engaña. Por consiguiente,

el error no puede destruir el alma. Porque, si el error, que es

contrario a la verdad, no puede arrancarle al alma la existencia que le

otorgó la verdad (en tan altísimo grado la verdad es invencible), ¿qué

otro ser se encontrará que arranque al alma aquello por lo que es alma?

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25

Nada en realidad: porque nada hay más poderoso que un contrario para

arrebatar aquello que ha sido hecho por su contrario.

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26

XII

Nada hay contrario a la verdad, por la que el alma es lo que es, en la

medida ere que la verdad misma es.

19. Mas si así buscamos lo contrario a la verdad, no en cuanto es

verdad, sino en cuanto existe suma y supremamente, aunque esto mismo

lo es en tanto en cuanto es verdad, ya que la llamamos verdad porque

por ella son verdaderas todas las cosas en la medida en que

existen, y en tanto existen en cuanto son verdaderas; sin embargo,

porque se me presente esto tan evidente, de ningún modo eludiré el

problema.

En efecto, si ninguna esencia en cuanto es esencia tiene algo contrario,

mucho menos tiene contrario aquella primera esencia, que se

llama verdad, en cuanto es esencia. Lo primero es verdadero; efectivamente

toda esencia no es esencia por otra cosa sino porque es. El ser

no tiene como contrario sino el no ser, por lo cual nada hay contrario a

la esencia. Luego de ningún modo cosa alguna puede ser contraria a

aquella sustancia que es absolutamente suprema y primera. De parte de

la cual si el alma posee aquello mismo por lo que ella es, -porque esto

que el alma no lo tiene de sí misma, no lo puede tener de otra parte

sino de aquel ser que por esto mismo es más perfecto que el alma- no

hay ser por cuya causa lo pierda, porque no hay ningún ser contrario a

ese ser por el que lo tiene; y por eso, no deja de existir. La sabiduría

empero, porque la tiene por conversión hacia aquello de lo que procede,

la puede perder por separación. Porque la separación es contraria a

la conversión. Pero aquel ser que participa de aquél al que ninguna

cosa es contraria, no tiene ninguna posibilidad por la que pueda perderlo.

En consecuencia el alma no puede perecer.

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27

XIII

El alma no se puede transformar en cuerpo.

20. Aquí quizá nazca algún otro problema: a ver si así como el

alma no puede perecer tampoco se pueda transformar en una esencia

inferior. En efecto, puede parecerle a cualquiera, y no sin razón, que

por esta argumentación se ha demostrado que el alma no puede llegar a

la nada, pero que tal vez se pueda transformar en cuerpo.

Si lo que antes era alma se hubiese hecho cuerpo, no por cierto

dejaría de existir del todo. Pero esto no puede suceder, a menos que o

el alma misma lo quiera o sea forzada por otro a serlo. Sin embargo, no

se sigue de inmediato que el alma pueda ser cuerpo ya sea que ella

misma lo haya querido, ya sea que haya sido forzada a serlo. Lo lógico

es que, si lo es, lo quiera así o sea forzada a ello; pero no se sigue que

si lo quiere o es obligada lo sea realmente.

Ahora bien, el alma nunca querrá ser cuerpo. Porque todo su impulso

hacia el cuerpo es o para cuidarlo o para vivificarlo o para que se

organice de un cierto modo, o para cuidarlo de alguna manera. Ahora

bien, nada de esto puede hacer si no es superior al cuerpo. Pero si es

cuerpo, en realidad no será superior al cuerpo. Por consiguiente, el

alma no querrá ser cuerpo. Y no hay argumento alguno más cierto

sobre este asunto que cuando el alma se interroga de esto a sí misma.

De esta manera, pues, el alma comprueba fácilmente que no tiene ningún

impulso si no es o para hacer, o saber, o sentir algo, o tan sólo para

vivir en cuanto esto depende de ella.

21. Pero si el alma es forzada a ser cuerpo, ¿por quién pues lo podrá

ser? Por un ser, que ciertamente sea más poderoso. Luego no puede

serlo por el mismo cuerpo; pues de ninguna manera se puede dar un

cuerpo mas poderoso que un alma. Por otra parte, un alma más poderosa

no podría forzar hacia algo, si no es a aquel ser que está sujeto a su

poder; ni en modo alguno un alma está sujeta al poder de otra, si no por

sus pasiones. Luego esa alma no puede forzar a otra más que cuanto se

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28

lo permiten las pasiones de ésta a la que fuerza. Pero hemos dicho que

el alma no puede tener deseo de ser cuerpo. También es evidente que el

alma no llega a ninguna satisfacción de su deseo cuando pierde todo

deseo; ahora bien, cuando se hace cuerpo lo pierde, luego el alma no

puede ser forzada a hacerse cuerpo por otro ser que no tiene facultad

para obligar sino en cuanto se lo permiten las pasiones de su sometida.

Finalmente, toda alma que tiene a otra en su poder, necesariamente

quiere más tener bajo su poder a ésta que no un cuerpo, y la quiere

atender con bondad o mandar con malicia. Por eso no querrá que se

convierta en cuerpo.

22. En fin, esta alma que fuerza o bien es un ser animado o bien

carece de cuerpo. Pero si carece de cuerpo, no existe en este mundo, y

si es así es sumamente buena y no puede desearle otra tan torpe trasmutación.

Mas si es un ser animado, o también es un ser animado

aquélla a la que fuerza o no lo es. Pero si no lo es, para nada puede ser

forzada por otra. En efecto, no hay alma más poderosa que la que

existe en grado máximo. Mas si existe en un cuerpo, asimismo es forzada

por medio de un cuerpo por otra que existe en un cuerpo, a cualquier

cosa que sea forzada. Mas, ¿quién puede dudar que de ningún

modo se puede hacer una tan grande trasmutación en el alma por medio

de un cuerpo? Sería posible, pues, esto, si el cuerpo fuese más

poderoso que el alma; aunque cualquiera sea aquello a lo que el alma

es forzada por el cuerpo, justamente lo es no por medio de un cuerpo,

sino por medio de sus pasiones, acerca de las cuales ya se ha dicho

bastante. Ahora bien, lo que es superior al alma racional, según unánime

afirmación, es Dios. ÉL ‘por cierto cuida del alma y por eso el alma

no puede ser forzada por 121 a transformarse en cuerpo.

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29

XIV

La fuerza del alma no la puede menoscabar ni el sueño ni ninguna

afección semejante del cuerpo.

23. Si, pues, el alma no consiente transformarse en cuerpo ni por

propia voluntad ni forzada por otro, ¿de dónde puede consentirlo?

¿Quizá porque muchas veces, a pesar nuestro, nos oprime el sueño,

se ha de temer que por alguna deficiencia así, pueda ser convertida

el alma en cuerpo? ¡ Cómo si realmente porque nuestros miembros se

marchitan por el sueño, por eso de algún modo el alma se pudiera hacer

más débil! Tan sólo no siente las cosas sensibles, porque cualquier

cosa sea la que produce el sueño, es propia del cuerpo y opera en el

cuerpo; porque tal cambio está ordenado según la naturaleza para el

descanso del cuerpo de los trabajos; sin embargo, este cambio no quita

al alma la capacidad de sentir o de entender. Porque no sólo tiene de

inmediato presentes las imágenes de las cosas sensibles con tan grande

expresión de semejanza, que no es posible en ese mismo tiempo distinguirlas

de aquellas cosas de las que son imágenes; sino también, si

entiende algo, eso mismo es igualmente verdadero para cuando duerme

como para cuando está en vigilia.

En efecto, si durante el sueño, por ejemplo, a uno le hubiese parecido

haber disputado y haber seguido en la disputa razones verdaderas,

habrá aprendido algo; y ya despierto también esas mismas razones

permanecen en él inmutables, aunque se compruebe que son falsas las

demás cosas, como ser el lugar en el que se realizara la disputa, la

persona con la que se disputara, y las palabras mismas en cuanto al

sonido con las que se creía discutir, y otras cosas por el estilo, que

también se sienten y realizan con los mismos sentidos cuando despiertos

y, sin embargo pasan y nunca obtienen la presencia estable de las

verdaderas razones.

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30

De lo cual se concluye que por tal cambio de estado en el cuerpo,

cual es el sueño, no se puede menguar la vida propia del alma, sino

sólo el uso que la misma tiene del cuerpo.

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31

XV

Nuevo argumento que prueba que el alma no puede transformarse en

cuerpo.

24. Por último, si la unión del alma y del cuerpo no es local aunque

el cuerpo ocupe un lugar, el alma recibe antes que el cuerpo, y no

sólo antes sino más que el cuerpo, la impresión de estas razones sublimes

y eternas cuya existencia es inmutable y que ciertamente no están

contenidas en el espacio. En efecto, tanto antes el alma es impresionada

por estas verdades cuanto les es más cercana, y por la misma razón

tanto más, cuanto superior al cuerpo; ni esta cercanía es acercamiento

de lugar, sino de orden de naturaleza. Pues en virtud de este orden se

entiende que aquella suprema esencia por medio del alma otorga al

cuerpo la forma, por la cual éste es en la medida en que es. El cuerpo

subsiste a causa del atina y por ella misma es animado, ya sea universalmente

como el mundo, ya sea particularmente como cada uno de los

vivientes dentro del mundo. Por lo cual era lógico que el alma se hiciera

cuerpo por el alma y que en absoluto pudiera ser de otra manera.

Mas como esto no sucede, permaneciendo por cierto el alma en

aquello que la constituye alma, el cuerpo subsiste por ésta que le otorga

la forma y sin que ella la pierde. El alma, pues, no se puede convertir

en cuerpo. Si, en efecto, el alma

no comunicara al cuerpo la forma que ella recibe del Supremo

Bien, el cuerpo no existiría por medio de ella, y si no existiese por

medio de ella, o no existiría en absoluto, o él recibiría tan inmediatamente

su forma como el alma; pero el cuerpo no sólo existe, sino también

si recibiese tan inmediatamente la existencia como el alma, sería

de la misma naturaleza que el alma: pues esto interesa; puesto que si el

alma es superior al cuerpo es porque ella recibe su forma más inmediatamente

que el cuerpo. Ahora bien, el cuerpo la recibiría de una

manera también tan inmediata, si no la recibiese por medio del alma:

puesto que, no habiendo ningún intermediario, seguramente recibiría

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32

su forma tan inmediatamente. No se encuentra nada que esté entre la

Suprema Vida, Sabiduría y Verdad inmutable, y el último ser que es

vivificado, esto es el cuerpo, a no ser el alma que lo vivifica.

Si el alma trasmite al cuerpo la forma, para que sea cuerpo en la

medida en que es cuerpo, por cierto dándole la forma ella no la pierde.

Ahora bien, la perdería si se transformara en cuerpo.

El alma, pues, no se puede convertir en cuerpo ni por su propia

potencia, porque el cuerpo no subsiste sino en cuanto ella subsiste

como alma; ni tampoco puede llegar a ser cuerpo por la potencia de

otra alma, porque el cuerpo no se hace sino por transmisión de la forma

por medio del alma, y el alma no se transformaría en cuerpo sino perdiendo

su forma, si este cambio fuese posible.

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33

XVI

Tampoco el alma racional puede transformarse en alma irracional. El

alma está toda entera en el cuerpo todo entero y en cada una de sus

partes.

25.-Se puede decir del alma o de la vida irracional también esto:

que el alma racional tampoco puede transformarse en alma irracional.

En efecto, el alma irracional si no fuese de un orden inferior a aquel del

alma racional, recibiría de manera igual el ser y le sería idéntica. Así

pues, siguiendo el orden natural, los seres más poderosos trasmiten a

los seres más débiles la forma que ellos han recibido de la Esencia

Suprema; y cuando la trasmiten ellos no la pierden. Estos seres más

débiles existen, en la medida en que existen, porque la forma por la que

existen les es trasmitida por seres más poderosos, que por lo mismo

que son más poderosos son también más excelentes. Ahora bien, esta

excelencia no les ha sido otorgada como potencia de una masa más

grande sobre masas más pequeñas, sino que estas naturalezas más

poderosas son más excelentes por una misma forma sin tener volumen

alguno en el espacio. En este orden el alma es más poderosa y más

noble que el cuerpo; y, puesto que el cuerpo subsiste por el alma, como

lo hemos dicho, ella no se puede transformar de ningún modo en cuerpo.

En efecto, el cuerpo no existe sino recibiendo la forma por intermedio

del alma.

Ahora bien, para que el alma pudiera llegar a ser cuerpo, sería necesario

no que recibiese una forma nueva sino que perdiera la suya

propia; por eso, pues, no puede convertirse en cuerpo a no ser que

quizá esté encerrada en el espacio y se la una localmente al cuerpo.

Porque si ello fuese así, podría ser que una masa más grande pudiese

hacer tomar al alma, aunque más excelente, su naturaleza inferior,

como se ve que un viento mayor extiende una llama menor. Pero ello

no es así. En realidad toda masa que ocupa un lugar, no existe toda

entera en cada una de sus partes, sino en la totalidad. Por lo cual, una

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de sus partes está en un lugar y otra en otro. El alma, por el contrario,

no está sólo presente en toda la masa del cuerpo que anima, sino que

también está presente al mismo tiempo toda entera en cada una de sus

partes más pequeñas. En efecto, ella siente toda entera la impresión que

recibe una parte del cuerpo, y, sin embargo, no la siente en el cuerpo

todo entero. Así cuando el pie sufre, el ojo mira, la lengua habla y las

manos se allegan. Ahora bien, esto no sucedería si lo que del alma hay,

no estuviese en aquellas partes, y si no sintiera el dolor del pie herido;

ni podría sentir lo que ha pasado en ese miembro si está ausente. Porque,

en fin no es creíble que ello suceda por medio de algún mensajero

que anuncia lo que no siente, porque la impresión que se da no recorre

la continuidad de la masa del cuerpo, para advertir de su presencia a las

demás partes del alma que existen en distintos lugares; sino que el

alma toda siente lo que pasa en esa parte del pie y lo siente sólo allí

donde sucede. Luego el alma que siente toda entera al mismo tiempo

en cada una de las partes del cuerpo, está presente toda entera al mismo

tiempo en cada una de esas partes. Sin embargo, no está presente toda

entera como la blancura u otra cualidad por el estilo que está toda entera

en cada parte del cuerpo. Porque si el cuerpo experimenta en una

parte una alteración de la blancura, esta alteración puede no afectar en

nada la blancura que está en otra parte. Por lo cual, es evidente que esta

blancura está disgregada en partes de acuerdo a la disgregación de

partes de la masa.

Mas que así no sucede en el alma se demuestra por la sensación

de la que acabamos de hablar.

 

SAN AGUSTIN

Obispo de Hipona

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¿Sigue vigente el demonio?

Posted by pablofranciscomaurino en 4 septiembre, 2008

Uno de los triunfos mayores del demonio es hacer creer a muchos que él no existe. Es así como en algunos ambientes se ha decretado la muerte del demonio.

La Nueva Era, por ejemplo, defiende las siguientes ideas: todo es uno; no existen realmente diferencias entre las personas y los animales, entre los humanos y los minerales, entre el Creador y la Creación; todo es Dios; todos somos dioses, por lo tanto no podemos pecar; no existe el mal; no existe el demonio…

Si esos conceptos siguen creciendo con el auge con que van haciéndolo, pronto se acabarán las cárceles, los abogados y la justicia; ya no habrá castigo —ni legal ni moral— para los adúlteros, ladrones, secuestradores, homicidas, terroristas, narcotraficantes… Todos son buenos, porque nadie puede hacer el mal: Dios es bueno y misericordioso por naturaleza, y nada de sus manos pudo haber salido mal; el mal no existe.

Tanto las víctimas de los desmanes y maldades de hoy como las de antaño se deberían alzar contra esta desatinada creencia pues, según ella, los individuos que los han hecho sufrir tanto son buenos, son emanación y parte de Dios.

Basta pensar un poco: si de Dios fluye únicamente el bien, si de Él no puede nacer nada malo (pues no sería perfecto ni por lo tanto Dios), ¿de dónde proviene el mal?

Alguno dirá que el mal procede del hombre.

Y el hombre, ¿por quién fue hecho? ¿por Dios? Luego, ¿Dios hizo mal al hombre?

No puede ser que Dios, siendo perfecto, haga mal las cosas o los seres.

Sin embargo, la Biblia habla de los demonios como espíritus maléficos en muchos de sus pasajes. Leamos algunos:

“El espíritu del Señor se había apartado de Saúl y un espíritu malo lo atormentaba. Entonces los servidores de Saúl le dijeron: «Sabemos que un espíritu malo te atormenta. Si tú, señor, lo permites, nosotros, tus servidores, buscaremos un hombre que sepa tocar la cítara para que cuando te atormente el espíritu malo, toque y sientas alivio.»” (1S 16,14-16)

“Había tenido siete maridos, pero el mal demonio Asmodeo los había muerto antes de que hubiera tenido relaciones maritales. Las muchachas decían a Sara: «Tú eres la que ahoga a tus maridos. Ya has tenido siete, pero de ninguno has disfrutado.” (Toa 3,8)

“Le respondió: «Si se quema el corazón o el hígado del pez ante un hombre o mujer atormentados por un espíritu malo, el mal desaparece para siempre.»” (Toa 6,8)

“El olor del pez hizo huir al demonio hacia las regiones altas de Egipto, donde Rafael lo encadenó.” (Tb 8,3)

Con frecuencia, sobre todo en el Nuevo Testamento, son representados como personificación del mal en lucha permanente contra Dios y su reino instaurado por Cristo:

“Llegaron a la otra orilla del lago, que es la región de los gerasenos. Apenas había bajado Jesús de la barca, un hombre vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, pues estaba poseído por un espíritu malo. El hombre vivía entre los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Varias veces lo habían amarrado con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie lograba dominarlo. Día y noche andaba por los cerros, entre los sepulcros, gritando y lastimándose con piedras. Al divisar a Jesús, fue corriendo y se echó de rodillas a sus pies. Entre gritos le decía: «¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! Te ruego por Dios que no me atormentes.» Es que Jesús le había dicho: «Espíritu malo, sal de este hombre.»” (Mc 5,1-8)

“Algunos le trajeron un endemoniado que era ciego y mudo. Jesús lo sanó, de modo que pudo ver y hablar.” (Mt 12, 22)

“Cuando el espíritu malo sale del hombre, empieza a recorrer lugares áridos, buscando un sitio de descanso, y no lo encuentra. Entonces se dice: Volveré a mi casa de donde salí. Al llegar la encuentra desocupada, bien barrida y ordenada. Se va, entonces, y regresa con otros siete espíritus peores que él, entran y se quedan allí. La nueva condición de la persona es peor que la primera, y esto es lo que le va a pasar a esta generación perversa.” (Mt 12, 43-45)

“Lleven con ustedes todas las armas de Dios, para que puedan resistir las maniobras del diablo.” (Ef 6,11)

“Por eso no pude esperar más y envié a Timoteo para tener noticias de la fe, no fuera que el Tentador los hubiera hecho tropezar, resultando inútil nuestro trabajo.” (1Ts 3,5)

“No pueden beber al mismo tiempo de la copa del Señor y de la copa de los demonios ni pueden tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios. (1Co 10, 21)

“No es mucho que sus servidores [los de Satanás] se disfracen también de servidores del bien. Pero su fin será el que se merecen sus obras.” (2Co 11,15)

“Y precisamente para que no me pusiera orgulloso después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, cuyas bofetadas me guardan de todo orgullo. (2Co 12, 7)

“El Espíritu nos dice claramente que en los últimos tiempos algunos renegarán de la fe para seguir espíritus seductores y doctrinas diabólicas.” (1Tm 4,1)

“Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar.” (1 Pe 5,8).

Al frente de los demonios está Satán «que significa «el adversario»», suprema expresión de toda oposición a Dios (Léase: Za 3,1-5; Jb 1-2; Lc 22,3.31; Jn 13,27; 1Ts 2,18; 2Ts 2,9).

Satanás recibe también los nombres de Belcebú (Mt 12,22), Belial (2Co 6,14) y sobre todo Diablo (Mt 4,1.5.8.11; 13,39; 25,41; Jn 6,70; 8,44; Ef 4,27; 1 Jn 3,8-10; etc.).

Y, ¿cómo se puede explicar la presencia de esos espíritus malos?

Los ángeles, buenos por naturaleza, tienen —como los hombres— una facultad extraordinaria con respecto a las demás criaturas: la libertad. Pueden hacer el bien o el mal: mientras que una planta o un animal viven siguiendo las leyes de su naturaleza, sin oponerse a ninguna de ellas, los seres humanos y los ángeles tenían y tienen la potestad de decir: «no». No a la ley de Dios, no al amor, no a la bondad, no a la virtud… Así se ve cómo los hombres dañan la capa de ozono sabiendo que se están autodestruyendo, se odian, se maltratan, destruyen sus vidas, desordenan el cosmos, etc.

Del mismo modo, los ángeles malos intentan destruir el orden establecido por Dios, con la intención de desestabilizarlo, como se diría hoy de un gobierno. Y es que el gobierno divino es el blanco de todas las acciones de los demonios.

A través de las tentaciones, las obsesiones y las posesiones se presenta el demonio en las vidas humanas —a quienes Dios ama con predilección— para que se opongan al bien querido por Dios.

El que no lo crea que revise todas las ocasiones en las que se ha sentido incitado a devolver las agresiones, a sentir envidia u odio, a desordenar su genitalidad, a no hacer lo que le corresponde o lo que debe hacer… en fin, a no amar.

El que no lo crea que se acuerde de aquellos que están obsesionados con el placer, el tener, la fama o el poder…

El que no lo crea que sea testigo de las ocasiones en que los obispos o sacerdotes autorizados deben hacer exorcismos, y que se responda por qué la Iglesia editó hace poco un ritual de exorcismos.

Jesús mismo dijo: “En mi Nombre echarán demonios”. (Mc 16, 17)

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Los pecados capitales*

Posted by pablofranciscomaurino en 4 septiembre, 2008

Pecados capitales


Pecado:

Soberbia: Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Satisfacción y envanecimien-to por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás.

Virtud opuesta:

Humildad: Virtud que consiste en el conocimiento de nuestras limita-ciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.

Pecado:

Avaricia: Afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.

Virtud opuesta:

Largueza: Virtud moral que consiste en distribuir uno generosamente sus bienes sin esperar recompensa.

Pecado:

Lujuria: Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales.

Virtud opuesta:

Castidad: Virtud del que se abstiene de todo goce carnal ilícito.

Pecado:

Ira: Pasión del alma, que causa indignación y enojo. Apetito o deseo de venganza.

Virtud opuesta:

Paciencia: Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. Facultad de saber esperar.

Pecado:

Gula: Exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber.

Virtud opuesta:

Templanza: Moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón.

Pecado:

Envidia: Tristeza o pesar del bien ajeno.

Virtud opuesta:

Caridad: Amar al prójimo como a nosotros mismos.

Pecado:

Pereza: Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. Flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos.

Virtud opuesta:

Diligencia: Cuidado y actividad en ejecutar una cosa. Prontitud, agilidad, prisa.

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Los Sacramentos fueron instituidos por Cristo…*

Posted by pablofranciscomaurino en 4 septiembre, 2008

Los Sacramentos

Fueron instituidos por Cristo…

Para introducir la humanidad en la Iglesia de Cristo.

Para darle la fortaleza con qué hacer frente a las potencias misteriosas del mal, y así poderse defender y proteger de ellos…

Para que pudiera normalizar sus relaciones con Dios, las cuales quedan deterioradas por los pecados actuales…

Para conservar, desarrollar y acrecentar la vida.

Para regular la vida social de la misma Iglesia, ayudándola —en su camino misionero— a conseguir su fin…

Para multiplicar los hijos de Dios en la Iglesia, y de ese modo poder asistirlos, reconfortarlos y alimentarlos en su tránsito de la tierra al cielo…

 

Son signos materiales correspondientes a la parte material del hombre, el cual tiene necesidad de ver, sentir, tocar, gustar… Pero son signos materiales que confieren la gracia, y la gracia no tiene que ver con la materia, sino con el espíritu; o sea, el alma del hombre, a la que revisten y compenetran, dándole la fuerza necesaria en los diferentes momentos de su vida sobre la tierra.

 

1. Bautismo

2. Confirmación

3. Eucaristía

4. Penitencia y reconciliación

5. Orden sacerdotal

6. Matrimonio

7. Unción de los enfermos

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Los dones del Espíritu Santo*

Posted by pablofranciscomaurino en 4 septiembre, 2008

Por el cardenal Carlo Maria Martini[1]

 

«Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor.» (Is 11, 1-2).

 

A estos seis dones —que leemos en la Biblia hebrea—, en la Biblia griega y en la Biblia latina les añaden el don de la piedad.

 

Cada cristiano vive de Fe, Esperanza y Caridad; la Fe es perfeccionada por el espíritu de entendimiento, ciencia y consejo; la Esperanza, por el espíritu del temor de Dios y de fortaleza; la Caridad se expresa plenamente cuando es perfeccionada por la piedad y la sabiduría.

 

1.    Entendimiento: Potencia del alma, en virtud de la cual concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que ya conoce.[2]

El don de la inteligencia lo necesitamos para comprender los misterios divinos, la relación entre la Cruz y la Trinidad, entre la Cruz y la paternidad de Dios; para intuir en este misterio divino el de nuestra vida y de nuestra muerte.

Lo necesitamos para comprender cómo el misterio de Dios se revela en nuestro tiempo; para comprender cómo Jesús crucificado y resucitado vive entre nosotros y podemos encontrarlo; para comprender cómo el Espíritu Santo está actuando en medio de nosotros y podemos dejarnos vivificar por Él.

Lo necesitamos para hacernos descubrir entre los pliegues de la vida cotidiana la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para hacernos contemplar en nuestras cruces la presencia del Resucitado.

 

2.   Ciencia: Conocimiento cierto de las cosas creadas por sus principios y causas.

Es la capacidad de referir a Dios todas las cosas del mundo, yendo más allá de las apariencias y comprendiendo el valor simbólico, relativo, de toda criatura con respecto al ser y al misterio de Dios, de aquel que lo ha creado todo.

Es capaz de contribuir a la búsqueda del significado último y de las urgencias penúltimas frente a las cuestiones y a los desafíos culturales y éticos más variados.

Con él es posible captar los signos de los tiempos y los fermentos evangélicos presentes en todas partes, incluso en las situaciones aparentemente más cerradas a la luz de la verdad revelada.

Es posible comprender las necesidades concretas de una determinada comunidad y trazar para ella un proyecto adecuado.

He aquí donde se halla contenida la ciencia del amor.

 

3.    Consejo: Parecer o dictamen que se da o toma para hacer o no hacer una cosa.

Es el saber orientarse en la complejidad moral de la vida.

Es acudir prácticamente a los motivos de la Fe al obrar.

Nos permite ver todo a la luz de la eternidad, en el querer de Dios, Padre bueno.

Forma personalidades fuertes, tranquilas, seguras de sí mismas; por el contrario, la acción del espíritu del mal consiste en llevarnos a la tristeza, a replegarnos sobre nosotros mismos, a una confusión que bloquea la mente, a una ansiedad que lacera e impide decidirse, haciéndonos permanecer siempre en el mismo punto.

 

4.   Temor de Dios: Miedo reverencial y respetuoso que se debe tener de agraviar a un Dios tan bueno.

Es un amor a Dios consciente de la propia fragilidad y, por consiguiente, de la posibilidad de ofender al Señor, de perder su amistad. Es una actitud de grande reverencia hacia un misterio que nos supera por todas partes, que no poseemos, que no tenemos a la mano, porque nos es dado continuamente como un don, y nosotros tenemos continuamente la posibilidad de rechazarlo, de perderlo, de descuidarlo.

El temor de Dios ve el actuar moral no como simple obediencia a una ley, sino como una relación con una persona; relación personal con Dios Padre, con el Señor Jesús. Por consiguiente, el temor de Dios nos permite vivir el actuar moral con toda la delicadeza, el respeto, la diligencia, el afecto que expresa la relación verdadera con una persona, y que exige la relación con Dios mismo, Padre y Señor.

Es la conciencia de que Dios es Mysterium fascinans, misterio que atrae y fascina por su amabilidad (digno de ser amado); y al mismo tiempo es la conciencia de que Dios es también Mysterium tremendum, con el cual no se puede jugar, que nos interpela profunda y seriamente porque es amor total y exigente, relación personal de alianza y de don.

Es el temor de faltar, de no estar a la altura de tan grande amor y, al mismo tiempo, el fuerte deseo de ser totalmente de Dios.

Las actitudes contrarias al temor de Dios son la superficialidad, el facilismo, la trivialidad en la oración y en la vida.

 

5.    Fortaleza: Vencer el temor y huir de la temeridad.

Es la victoria sobre el miedo a la muerte y a cualquier otro mal, porque sabe que está en los brazos del Padre que no lo abandona nunca.

Es el don que nos da la capacidad de profesar la Fe, incluso en las contradicciones y en los peligros. El caso más serio del don de la fortaleza es el martirio, la superación del miedo a la muerte, simplemente porque estamos en las manos de Dios.

Perfecciona la virtud de la Esperanza, llevándola al heroísmo, al desprecio de la muerte, a la superación del  miedo a la muerte.

 

6.   Piedad: Don que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas; y por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.

Nos hace orar con gusto y de buena gana, con entusiasmo, nos hace salir del corazón una oración fluida, serena, calmada.

Nos coloca en condiciones de vivir la oración de los hijos que gritan a Dios invocándolo con el apelativo: «¡Padre!».

Es la capacidad de hablar con Dios filialmente, con ternura; de alabarlo y adorarlo.

Es la orientación del corazón y de toda la vida para adorar a Dios como Padre, para rendirle el culto que lo reconoce como fuente y meta de todo don auténtico.

Es la ternura hacia Dios, el estar enamorados de Él y el deseo de rendirle gloria en cada cosa.

¡Es tan dulce llamar a Dios «Padre nuestro»! Nos hace mirar hacia Dios con sencillez filial y con verdad.

Es, por otra parte, el don de la sensibilidad en la relación humana, que nos permite tratar a todos con la mayor delicadeza, con amabilidad.

Por consiguiente, es un don que compenetra la vida cotidiana, la vida de familia, las relaciones de cada día, haciéndolas hermosas, fáciles, agradables; un don que elimina las espinas, los choques, y suaviza nuestras relaciones.

La actividad contraria es la dureza del corazón, la falta de sensibilidad, el no saber comprender a los otros.

Es difusivo y benéfico, comenzando por la oración filial y afectuosa, en las relaciones de los hijos con los padres, de los padres con los hijos, de los esposos entre sí, en las relaciones de trabajo, de amistad, de parroquia, de comunidad, de grupo…, porque está impregnado de atención, respeto y sensibilidad.

 

7.    Sabiduría: Conducta prudente en la vida.

Es el don de verlo todo con los ojos de Dios, con su mirada, de verlo todo desde arriba. Es el don de ver los acontecimientos y las situaciones como los ve Jesús crucificado y resucitado, desde lo alto de la Cruz y desde la gloria de la Resurrección. Se trata de verlos desde lo alto y desde el centro. No por una inteligencia particular o una luz intelectual, sino por instinto divino.

Sabiduría significa precisamente «sabor». Está ligado a la Caridad, al amor, más que a la inteligencia. Es la inteligencia del amor, del corazón. Es una penetración amorosa que percibe el sabor de los misterios de Dios: del misterio trinitario, del misterio de la Cruz, de los misterios del Reino, del misterio de la historia…

Y esa sabiduría se les da también a las personas más sencillas, e incluso más a ellas que a los otros. ¡Cuán grande es en ellos el sentido de la providencia divina, cuán baja la estimación de las cosas terrenas, cuán grande la paz íntima y el gozo de una vida intachable…!

Es el don que permite enmarcar cada problema en un marco más amplio: el marco de la verdad completa, de la verdad auténtica.

Lo que es opuesto a la sabiduría es la falta de sabor de las cosas de Dios, la carencia del sentido de Dios, del sentido del misterio, del sentido de la providencia…

Es la historia de un hombre que ha hecho sus cuentas sin Dios, sin la muerte, sin tener presente la verdad de la vida; de quien vive sin sentido, preocupado solamente por el presente; de quien no comprende, en los acontecimientos oscuros o contrarios a las expectativas comunes, el designio de Dios; de quien hace sus cálculos sin contar con la Cruz; de un hombre que ha construido su casa sobre la arena, que no ha conocido el orden de la vida evangélica, declarado en el sermón de la montaña.

No reconoce ese orden de la vida evangélica, expresado en hacerse pequeños, en no pretender los primeros puestos, en respetar la autoridad, en amar la oración, en vivir en común, en perdonar las ofensas…

Se trata de un don instintivo, del cual uno se da cuenta después. No es necesario que lo sintamos, por cuanto el Espíritu no tiene necesidad de hacerse sentir para actuar en nosotros.

 

Muchas personas —tal vez con frecuencia también nosotros— se mueven por su voluntad, cuentan con sus propias fuerzas, piensan que todo lo tienen en la mano…

 

Oremos intensamente para que el fuego del Espíritu Santo arda no solo en nuestros corazones, sino que caliente e ilumine los corazones de toda nuestra sociedad.

 

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[1] Arzobispo de Milán

[2] Las definiciones que se presentan en los cuadros fueron extraídas del Diccionario de la Real Academia Española

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Ciclo A, XXI domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 1 septiembre, 2008

¿Quién es Jesús?

Jesús preguntó a sus discípulos: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?» Respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros que eres Elías, o bien Jeremías o alguno de los profetas.»

Si se nos hace esa pregunta quizá responderíamos: «Tú eres el Hijo de Dios» o «Tú eres el Salvador». Pero lo que importa no es lo que digamos, es lo que contestemos con nuestra vida…

Algunos, por ejemplo, dicen con sus vidas que Jesús es un mago, una persona que hace milagros; ya que solamente se acuerdan de Él cuando tienen necesidades. Sus vidas transcurren concentradas en las cosas materiales, en sus familias, en su trabajo, en su vida social y, cuando les sucede algo desagradable o les está a punto de suceder, acuden al «mago».

Otros —de los que no hacen mal a nadie— cumplen los mandamientos, van a la Santa Misa los domingos y fiestas de guardar, quizá cumplan con la obligación de hacer ayuno y abstinencia los días prescritos y de confesarse una vez al año… Esos, en mayor o menor grado, consideran a Jesús un Dios justiciero al que hay que cumplirle unos requisitos «o si no se pone bravo».

Hay otro grupo de fieles que creen que Jesús no es Dios, sino «un hombre muy bueno». Son todos aquellos que mezclan su fe con la reencarnación, filosofías esotéricas como la Nueva Era, etc.

Para otros, Jesús es la absoluta misericordia, que lo perdona todo, incluso aquellos pecados de los que no nos arrepentimos ni estamos dispuestos a dejar. Estiman estos que Dios, por más perfecto que sea, no puede ser justo…

La respuesta correcta está en las palabras de san Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». ¡Qué profunda es la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios! ¿Cómo indagar sus decisiones o reconocer sus caminos? ¿Quién entró jamás en los pensamientos del Señor?… ¡Nos falta mucho conocimiento del misterio insondable que es Jesús! Nos falta mucha oración, mucho trato con Él.

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