Hacia la unión con Dios

Archive for agosto 2010

Cilclo C, XXI domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 30 agosto, 2010

Sorpresas a la hora del juicio

 

El profeta Isaías, en la primera lectura, nos entreabre el aspecto místico del fin de los tiempos, cuando toda la humanidad se entregará a adorar a su Creador…

Si obtenemos la misericordia de Dios, en ese momento la paz inundará nuestros corazones; no nos dejará la alegría de haber obtenido la meta; y nos embragará la felicidad de sabernos amados infinita y eternamente por Dios, pues ya no seremos estorbo para su amor.

Pero no todos alcanzarán esa dicha: muchos serán enviados a llorar y a rechinar los dientes eternamente, como nos lo advierte el Señor en el Evangelio de hoy.

Sus palabras están dirigidas a nosotros. Efectivamente, nos dice: «No sé quiénes son ustedes. Aléjense de Mí, malvados. Ustedes serán echados fuera. Hay últimos que serán los primeros y primeros que serán últimos».

Es que se nos pedirán cuentas de lo que se nos dio: si fue mucho, mucho se nos exigirá. Un hombre millonario deberá dar cuenta a Dios de lo que tuvo, de cómo lo administró: a cuántos ayudó, y cuánto se reservó egoístamente para él. Lo mismo ocurrirá con todo lo que recibimos: inteligencia, cultura, viajes, talentos, habilidades, estabilidad emocional, una buena familia, belleza…, lo que sea. ¿Cómo lo administramos? ¿En beneficio de quién lo empleamos? Y la respuesta a estas preguntas determinará nuestro destino eterno.

Por el contrario, a quienes han recibido menos, menos se les exigirá. ¿De qué le podría pedir cuentas Dios a un bebé que muere a los pocos días de nacer? Nada le exigirá: se lo llevará inmediatamente al Cielo.

Pero Dios no quiere que vayamos al Infierno. Por eso nos amonesta diciéndonos lo que nos podría pasar. Y por eso también nos corrige: en la segunda lectura, se nos explica en qué consisten las correcciones divinas:

«No menosprecies la corrección del Señor, pues Él corrige a quien ama». Como a hijos nos trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Y lo hace para hacernos partícipes de su santidad, de la felicidad auténtica.

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Ciclo C, XIX domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 10 agosto, 2010

¿Cuál es tu tesoro?

 

«Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón», dijo Jesús, y eso es lo que siempre hemos hecho: poner el corazón en lo que creemos más importante.

Y no solo ponemos el corazón, sino que trabajamos duro hasta conseguirlo, aplicamos todas nuestras fuerzas, usamos toda nuestra inteligencia y sagacidad: hay que ver cuánto esfuerzo ponemos para lograr el amor de una persona, los trabajos a los que nos sometemos y las penas que pasamos para ganar el dinero que creemos necesitar…

Habría que preguntarnos si ponemos el mismo ahínco para ganarnos la felicidad eterna en el Cielo.

De esto tratan las lecturas de hoy: la Carta a los hebreos afirma que la fe es como aferrarse a lo que se espera (la dicha eterna), y que es tener la certeza de cosas que no se pueden ver: el llamado que Dios nos hace a ese estado de felicidad.

El libro de la Sabiduría, por su parte, nos enseña que eso mismo había sido anunciado a nuestros padres (los primeros seguidores del Dios verdadero), para que supieran valorar sus promesas y depositaran en ellas su confianza.

En el Evangelio nos dice Jesús que no debemos temer nada, pues al Padre le agradó darnos el Reino, la plena felicidad, nuestro tesoro, el verdadero tesoro.

Y añade: Tengan puesta la ropa de trabajo y sus lámparas encendidas; sean como personas que esperan que su patrón regrese de la boda para abrirle apenas llegue y golpee a la puerta. Todo esto significa que debemos ocuparnos más en nuestro auténtico tesoro que en las cosas temporales, pues nos ha prometido que si, al llegar el Señor, nos encuentra cumpliendo nuestro deber, seremos eternamente felices.

Pero debemos preguntarnos: ¿Cómo estamos administrando lo que recibimos de Dios: riquezas, cultura, familia, salud, oportunidades, etc.? ¿Las usamos para nosotros, egoístamente, o las ponemos al servicio de los demás? Debemos recordar que al que se le ha dado mucho se le exigirá mucho.

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Ciclo C, XVIII domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 10 agosto, 2010

¿Y si muriéramos hoy?

 

¿Por qué se nos olvidaron las preguntas que nos hacíamos en la juventud? En una de ellas nos interrogábamos acerca de tantas fatigas y preocupaciones en la vida, del sentido de la existencia, del esfuerzo con el que adquirimos las cosas (para luego dejárselas a otros)…

Esas y otras inquietudes han tenido todos los jóvenes en la historia de la humanidad, y están plasmadas en la primera lectura de hoy, extractada de un escrito antiquísimo, mucho antes de Jesucristo. Pero, ¿las hemos respondido?

Ya hace cerca de veinte siglos, cuando vino Jesús, Él mismo nos ayudó a contestar esas preguntas, diciéndonos que evitemos toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son las posesiones las que le dan vida, como lo expresó en el Evangelio de hoy.

San Pablo, por su parte, completando lo que Cristo nos reveló, nos explicó que, si hemos sido resucitados con Cristo, debemos buscar las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; que si queremos ser felices debemos preocuparnos por las cosas de arriba, no por las de la tierra; porque nosotros estamos hechos para estar con Dios, en la gloria eterna, la felicidad para la que fuimos creados.

Y añade que, en consecuencia, debemos hacer morir en nosotros lo que es terrenal, es decir, libertinaje, impureza, pasión desordenada, malos deseos y el amor al dinero, que es una manera de idolatría.

Vivir tras lo terrenal lo llama él «el hombre viejo y sus vicios»; hay que vivir como hombre nuevo, que no cesa de renovarse a la imagen de su Creador, hasta conseguir el perfecto conocimiento para alcanzar la meta de la felicidad.

¿Qué pasaría si, como dice Jesús, esta misma noche nos reclaman nuestra alma?

Nos preocupamos mucho por lo que nos pase en esta vida temporal y, como dice santa Teresa de Jesús, es apenas una mala noche en una mala posada.

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Adoración a las cinco llagas*

Posted by pablofranciscomaurino en 6 agosto, 2010

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios nuestro. En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Adoramos, Señor, la llaga de tu mano izquierda, y te pedimos la gracia de nunca ofenderte con nuestras manos. Amén.

Padre nuestro, avemaría y gloria.

Adoramos, Señor, la llaga de tu mano derecha, y te pedimos por ella que nos concedas la gracia de ha­cer siempre buenas obras. Amén.

Padre nuestro, avemaría y gloria.

Adoramos, Señor, la llaga de tu pie izquierdo, y te pedimos por ella la gracia de evitar toda mala com­pañía y todo cuanto pueda arrebatarnos la inocen-cia. Amén.

Padre nuestro, avemaría y gloria.

Adoramos, Señor, la llaga de tu pie derecho, y te pedimos la gracia de andar siempre por el camino de la vida eterna. Amén.

Padre nuestro, avemaría y gloria.

Adoramos, Señor, la llaga de tu sacratísimo costado, y te pedimos por ella la gracia de hallar siempre en él seguro refugio contra las tentaciones y asaltos del enemigo. Amén.

Padre nuestro, avemaría y gloria.

Ant. Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le dio un Nombre sobre todo nombre.

Oración

Mira con piedad, Señor, te rogamos, a esta familia tuya, por la que nuestro Señor Jesucristo no vaciló en entregarse a las manos de sus verdugos y en padecer el tormento de la Cruz, quien vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén

Te pido, Señor mío Jesucristo, que tu pasión sea para mí fuerza que me sostenga, proteja y defienda; tus llagas, comida y bebida que me alimente, em­briague y deleite; la aspersión de tu sangre, salva­ción de todos mis pecados; tu muerte, vida indefi­ciente; y tu cruz, gloria sempiterna; tenga yo en ellos mi sustento, mi alegría, mi salud y la dulzura de mi corazón, tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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Ciclo C, XVII domingo del tiempo ordinario

Posted by pablofranciscomaurino en 2 agosto, 2010

La misericordia infinita de Dios

En el episodio del Génesis se hace evidente la infinita bondad de Dios: a pesar de que las quejas contra Sodoma y Gomorra eran enormes, y su pecado era en verdad muy grande, Dios no trató igual al justo y al malvado. Abrahán volvió a hablar una y otra vez intercediendo por los pocos justos que había: cincuenta, cuarenta y cinco… ¡diez! Y el Señor dijo: «En atención a esos diez, no destruiré la ciudad».

Es exactamente lo que nos ocurrió a nosotros, como lo enseña san Pablo en la carta a los Colosenses: Son muchos los pecados que hemos cometido; de hecho ya estábamos muertos por nuestros pecados, pero Dios nos hizo revivir por Cristo: con su dolorosísima Pasión y muerte ¡nos perdonó todas nuestras faltas! Anuló el comprobante de nuestra deuda, esos mandamientos que nos acusaban; lo clavó en la Cruz y lo suprimió.

Insólito hecho: siendo infinitamente justo ¡sufrió lo que nosotros merecíamos en justicia!

Es que también es infinita su misericordia, su bondad, porque infinito es su amor.

Esta prueba de amor infinito por sus criaturas es simplemente la realización de sus enseñanzas en el Evangelio: «¿Habrá un padre entre todos ustedes, que dé a su hijo una serpiente cuando le pide pan? Y si le pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará Espíritu Santo a los que se lo pidan!»

El Padre que tenemos en el Cielo está allí —diríamos en un lenguaje muy humano— esperando ansioso para derramar sobre nosotros todo lo que necesitamos para ser felices: su Amor —¡el Espíritu Santo es el Amor!—sobre nosotros.

«Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la puerta y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llame a la puerta, se le abrirá»

¿Lo pedimos? ¿Lo buscamos? ¿Llamamos a esa puerta?

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