Discriminados

Los criticaron, los humillaron, los agredieron, los segregaron, los excluyeron…; les quitaron su dignidad. Por esto viven a la defensiva… y a la ofensiva, contra todo lo que pueda parecer en su contra; por esto se estableció el movimiento LGTBI; por esto se desarrolló la Ideología de Género; por esto se declaran por doquier los días del Orgullo gay…
Es evidente, pues, que lo que ellos necesitan es amor, comprensión, ser valorados.

Estudiando con profundidad la innegable correspondencia anatómica y fisiológica entre los genitales masculinos y los femeninos, verificando su evidente ordenación a la procreación, investigando la admirable complementariedad psicológica entre el hombre y la mujer, se puede deducir que la esencia ontológica de la pareja es la que se da entre un hombre y una mujer (como bien lo concibió siempre el sentido común); por todo esto, se debe afirmar que los actos homosexuales no son naturales. Pero esta verdad no implica que se pueda vulnerar la dignidad del homosexual —que es idéntica a la de los demás seres humanos—, ni sus derechos, también idénticos e inalienables. Dicho de otra manera: aunque los actos homosexuales son reprobables por estar en contra de la naturaleza, nunca será lícito discriminar al homosexual; además, quienes lo hacen propician una injusticia indigna de los seres humanos, enardeciendo los ánimos de las partes y acabando con la posibilidad de una sana convivencia.

Esta es la posición oficial de la Iglesia Católica y a la que debe ordenarse la conducta de todo católico: aunque los actos homosexuales son en sí mismos contrarios a la naturaleza humana, y por eso pecados, todo ser humano —homosexual, hombre o mujer, de cualquier credo, raza o condición— es hijo de Dios, merece el mismo respeto, tiene exactamente los mismos derechos que sus hermanos los demás hombres y debe ser por ellos amado, comprendido, respetado y valorado.
La Iglesia, que aborrece el pecado pero ama al pecador, siempre ha ofrecido acompañamiento y atención a las personas homosexuales, ofreciéndoles las herramientas para que tengan una voluntad férrea frente a su inclinación y puedan actuar de acuerdo con su altísima dignidad de hijos de Dios.

Qué hacer ante los prejuicios

El Mundo se acostumbró a prejuzgar: sin conocimiento suficiente, se forma una opinión desfavorable y tenaz (no hay nada que se la haga cambiar), de todo y de todos. Tampoco la Iglesia escapa de esa crítica constante: como no conocen el mensaje de Felicidad que predicamos, nos llaman retrógrados, fanáticos, homófobos, intolerantes, cerrados…

Además, entre los hombres no hay nada más subjetivo que la definición de la Felicidad: muy pocos conocen el Amor de Dios.

-Por eso, es necesario que esa Felicidad se te note en tu semblante, en tu mirada, en la alegría que irradias, en tu paz inquebrantable y en cómo trabajas por la Felicidad de los demás: que todos vean en ti al mismísimo Cristo.

Cómo debe regirse un ser humano

Ni la ciencia ni la filosofía alcanzan a descubrir el valor del ser humano: ¡eres hijo de Dios y partícipe de su altísima dignidad!

-Es por eso que para tomar decisiones no puedes dejar llevarte por el instinto ni por tus sentimientos.